EL
VIAJE DEL BEAGLE ESPACIAL
A.
E. Van Vogt
Título
original: The voyage of the space Beagle
Traducción: Rafael Urbino
©
1939, 1978 by Alfred Van Vogt
© 2000 Plaza & Janés
editores
Travessera de grácia 47.
Barcelona
ISBN 84-01-01373-9
Edición electrónica: Dark
Evil
1
Coeurl
merodeaba sin pausa. La noche oscura, sin luna, casi sin estrellas, se resistía
ante el alba rojiza y lúgubre que se arrastraba por la izquierda. Era una luz
vaga que no daba ninguna sensación de calor. Poco a poco, esa luz fue mostrando
un paisaje de pesadilla.
Alrededor de
Coeurl cobraron forma unas piedras negras, melladas, y una llanura negra y sin
vida. Por encima del horizonte grotesco miraba un sol rojo pálido. Unos dedos
de luz hurgaban entre las sombras. y aún no había rastros de la familia de
criaturas de id que llevaba siguiendo casi cien días.
Finalmente se
detuvo, enfriado por la realidad. Sus enormes patas delanteras se sacudieron
con un movimiento que arqueó cada afilada garra. Los gruesos tentáculos que le
salían de los hombros ondularon, tensos. Torció la voluminosa cabeza de gato a
un lado ya otro, mientras los zarcillos parecidos a pelos que formaban cada
oreja vibraron frenéticamente, probando cada brisa, cada latido en el éter.
No hubo
respuesta. No sentía ningún cosquilleo en el complejo sistema nervioso. No
había ningún indicio de la presencia de las criaturas de id, su única fuente de
alimento en ese planeta desolado. Desesperado, Coeurl se agazapó, una enorme
figura felina recortada contra la línea débil y rojiza del horizonte, como un
deforme grabado de un tigre negro en un mundo sombrío. Lo que más lo
mortificaba era que había perdido el contacto con ellas. Tenía un equipo
sensorial que normalmente podía detectar id orgánico a kilómetros de distancia.
Admitía que él ya no era normal. Su repentina imposibilidad de mantener aquel
contacto indicaba una crisis física. Era la enfermedad mortal de la que había
oído hablar. Siete veces en el último siglo había encontrado coeurls demasiado
débiles para moverse, con los cuerpos normalmente inmortales consumidos y
condenados por la falta de alimento. Entonces, con avidez, les había aplastado
los cuerpos entregados y les había sacado todo el id que aún los mantenía con
vida.
Coeurl se
estremeció de entusiasmo recordando esas comidas. Entonces lanzó un gruñido
audible, un sonido desafiante que vibró en el aire y sonó y resonó entre las
piedras mientras le recorría los nervios de la espalda. Era una expresión
instintiva de su voluntad de vivir.
Y de repente se
puso tieso. Por encima del lejano horizonte vio un punto diminuto que brillaba.
El punto se acercó. Creció rápidamente y fue una enorme pelota de metal que se
transformó en una nave gigantesca y redonda. El inmenso globo, brillante como
plata bruñida, pasó silbando por encima de Coeurl, reduciendo la velocidad de
manera visible. Se alejó sobre unas negras colinas que había por la derecha,
flotó casi inmóvil durante un segundo y después descendió perdiéndose de vista.
Coeurl salió
disparado de su asustada inmovilidad. Con velocidad felina, bajó corriendo
entre las piedras. En sus ojos redondos y negros ardía un deseo desesperado.
Los zarcillos de las orejas, a pesar de la falta de energías, vibraron
recibiendo un mensaje de id en tales cantidades que las punzadas de hambre
hicieron que le doliera el cuerpo.
El sol
distante, ahora tirando a rosa, estaba alto en el cielo púrpura y negro cuando
Coeurl se arrastro saliendo de entre unas piedras y miró desde las sombras las
ruinas de la ciudad que se extendía allá abajo. La nave plateada, a pesar de su
tamaño, parecía pequeña ante la enorme extensión de la ciudad desmoronada y
desierta. Pero alrededor de la nave había una sensación de vida contenida, una
inactividad dinámica que, después de un rato, empezó a destacarse, dominando el
primer plano. La nave descansaba en una cuna hecha por su propio peso en la
llanura rocosa y resistente que empezaba bruscamente en las afueras de la
metrópoli muerta.
Coeurl observó
a los dos seres bípedos que habían salido del interior de la nave. Andaban
cerca del pie de una escalera mecánica que habían hecho descender desde una
abertura brillantemente iluminada a unos treinta metros por encima del suelo.
La necesidad perentoria engrosó la garganta de Coeurl. El impulso de salir
corriendo y aplastar a esas criaturas de aspecto endeble le oscurecía el
cerebro.
Unos jirones de
recuerdo detuvieron ese impulso cuando todavía no era más que electricidad
corriéndole por los músculos. Era un recuerdo del pasado distante de su propia
raza, de máquinas que podían destruir, de energías más potentes que todas las
fuerzas de su propio cuerpo. El recuerdo enveneno los depósitos de su
fortaleza. Tuvo tiempo de ver que los seres llevaban algo puesto encima de sus
cuerpos verdaderos, un material brillante y transparente que relucía y
destellaba bajo los rayos del sol. La astucia permitió a Coeurl entender la
presencia de aquellas criaturas. Aquello, razonó por primera vez, era una
expedición científica que venía de otra estrella. Los científicos investigarían
y no destruirían. Los científicos se abstendrían de matarlo si no los atacaba.
Los científicos, a su manera, eran tontos. Envalentonado por el hambre, salió
del escondite. Vio que las criaturas advertían su presencia. Se volvían hacia
él y miraban. Las tres que estaban más cerca de él regresaron despacio hacia
grupos más grandes. Un individuo, el más pequeño de su grupo, sacó una barra
opaca de metal de una funda que llevaba en el costado del cuerpo y la sostuvo
con tranquilidad en una mano. Ese acto alarmó a Coeurl, que sin embargo siguió
corriendo. Era demasiado tarde para volver. Elliott Grosvenor se quedó donde
estaba, detrás de todo, cerca de la escalera. Se estaba acostumbrando a
quedarse en segundo plano. Como único nexialista a bordo del Beagle Espacial,
durante meses había sido ignorado por especialistas que no entendían bien qué
era un nexialista ya los que tampoco les importaba demasiado. Grosvenor tenía
planes para rectificar eso. Hasta el momento no se había presentado la oportunidad.
El comunicador que llevaba en la cabeza del traje espacial se activó de
repente. Por él se oyó la suave risa de un hombre que dijo:
- Yo,
personalmente, no me voy a arriesgar con algo tan grande.
Grosvenor
reconoció la voz de Gregory Kent, director del departamento de química. Hombre
de poca estatura, Kent tenía gran personalidad. En la nave contaba con
numerosos amigos y partidarios, y ya había anunciado su candidatura a director
de la expedición para las siguientes elecciones. De todos los hombres que
estaban ante el monstruo que se iba acercando, Kent era el único que había
sacado un arma. Ahora acariciaba el largo y delgado instrumento de metalita.
Se oyó otra
voz. El tono era más grave y más relajado. Grosvenor reconoció que era la voz
de Hal Morton, director de la expedición.
- Ésa es una de
las razones por la que está en este viaje - dijo Morton -. Porque deja muy
pocas cosas libradas al azar.
Era un
comentario amistoso. Pasaba por alto el hecho de que Kent ya se había definido
como el adversario de Morton para la dirección. Eso, por supuesto, quizá no era
más que una muestra de virtuosismo político para hacer creer a los oyentes más
ingenuos que Morton no sentía ninguna animadversión hacia su rival. Grosvenor
no dudaba de que el director era capaz de esas sutilezas. La imagen que tenía
de Morton era la de un hombre sagaz, razonablemente honesto y muy inteligente,
que manejaba la mayoría de las situaciones con automática habilidad.
Grosvenor vio
que Morton se adelantaba, colocándose un poco por delante de los demás. Su
cuerpo fuerte se destacaba, enfundado en el traje transparente de metalita.
Desde aquella posición, el director miró cómo se acercaba la bestia felina por
la llanura de piedras negras. Los comentarios de otros jefes de departamento
golpetearon en las orejas de Grosvenor a través del comunicador.
- No me
gustaría nada encontrarme con esa criatura en un callejón una noche oscura.
- No diga
tonterías. Es obvio que se trata de un ser inteligente. Quizá un miembro de la
raza dominante.
- Su desarrollo
físico - dijo una voz que Grosvenor identificó como perteneciente a Siedel, el
psicólogo - sugiere una adaptación de tipo animal a su medio ambiente. Por otra
parte, venir hacia nosotros como lo está haciendo no es el acto de un animal sino
de un ser inteligente que sabe de nuestra inteligencia. Ustedes pueden advertir
lo agarrotados que son sus movimientos. Eso denota cautela y conciencia de
nuestras armas. Me gustaría observar bien las terminaciones de esos tentáculos
de los hombros. Si consisten en apéndices, manos o ventosas, podemos empezar a
suponer que desciende de los habitantes de esta ciudad. - Hizo una pausa -.
Sería muy útil establecer comunicación con él. Pero a simple vista yo diría que
ha degenerado hasta un estado primitivo.
Coeurl se
detuvo cuando aún estaba a tres metros de los seres más cercanos. La necesidad
de id amenazaba con abrumarlo. Su cerebro flotó hasta el feroz filo del caos,
donde le costó un terrible esfuerzo detenerse. Sentía como si tuviera el cuerpo
bañado por un líquido fundido. La visión era cada vez más borrosa.
La mayoría de
los hombres se acercaron. Coeurl vio que lo estaban examinando con franca
curiosidad. Movían los labios dentro de los cascos transparentes que llevaban
puestos. Su forma de intercomunicación - suponía que era eso lo que sentía - le
llegaba en una frecuencia que estaba dentro de su capacidad de recepción. Los
mensajes eran ininteligibles. En un esfuerzo por parecer amistoso, transmitió
su nombre desde los zarcillos de las orejas, señalándose al mismo tiempo con un
tentáculo.
Una voz que
Grosvenor no reconoció dijo arrastrando las palabras:
- Morton,
cuando movió esos pelos oí una especie de estática en mi radio. ¿Cree usted
que...?
El uso por
parte de Morton del nombre de quien había hablado, lo identificó. Gourlay, jefe
de comunicaciones. Grosvenor, que estaba grabando la conversación, se alegró.
La llegada de la bestia quizá le permitiría obtener grabaciones de todos los
hombres importantes que iban abordo de la nave. Era algo que trataba de hacer
desde el principio.
- Ah - dijo
Siedel, el psicólogo -, los tentáculos terminan en ventosas. Si el sistema
nervioso es suficientemente complejo podría, con la necesaria capacitación,
manejar cualquier máquina.
- Creo que lo
más conveniente es que entremos en la nave y comamos - dijo el director Morton
-. Después nos pondremos a trabajar. Quiero que se haga un estudio sobre el
desarrollo científico de esta raza, sobre todo qué fue lo que la destruyó. En
la Tierra, al principio, antes de que hubiese una civilización galáctica, las
diversas culturas alcanzaban la cima y después se desmoronaban. Del polvo
siempre brotaba una nueva. ¿Por qué no sucedió lo mismo aquí? A cada
departamento se le asignará un campo especial de investigación.
- ¿Y el gatito?
- dijo alguien -. Me parece que quiere venir con nosotros.
Morton se rió
entre dientes.
- Ojalá
tuviéramos la manera de llevarlo con nosotros - dijo con voz seria -, sin
capturarlo por la fuerza. ¿Qué cree usted, Kent?
El pequeño
químico movió la cabeza, diciendo que no de manera contundente.
- Esta
atmósfera contiene más cloro que oxígeno, aunque no es mucho lo que contiene de
ambos elementos. Nuestro oxígeno sería dinamita para sus pulmones.
A Grosvenor le
parecía evidente que el ser felino no había tenido en cuenta ese peligro. Miró
cómo el monstruo seguía a los primeros hombres que subían por la escalera y se
metían por la enorme puerta.
Los hombres se
volvieron hacia Morton, quien los saludó con una mano y dijo:.
- Abran la
segunda compuerta y déjenle oler el oxígeno. Eso lo curará. Un rato más tarde
la asombrada voz del director resonó con fuerza en el comunicador. - ¡Bueno,
que me lleve el diablo! ¡No nota la diferencia! Y eso significa que no tiene
pulmones, o que sus pulmones no utilizan el cloro. ¡Claro que puede entrar!
Smith, esto es una mina de oro para un biólogo, y además inofensiva si tomamos
precauciones. ¡Qué metabolismo!
Smith era un
hombre alto, delgado y huesudo con una cara larga y triste. Su voz,
inusitadamente fuerte para su apariencia, resonó en el comunicador de
Grosvenor.
- En los
diversos viajes de exploración en que participé, sólo vi dos formas superiores
de vida. Las que dependen del cloro y las que necesitan oxígeno, los dos
elementos que permiten la combustión. He oído vagos informes acerca de una
forma de vida que respira flúor, pero todavía no he visto un ejemplo. Casi
estaría dispuesto a jugarme mi reputación a que no existe ningún organismo
complejo que pueda adaptarse a la utilización de ambos gases. Morton, no
tenemos que dejar escapar a esta criatura si podemos remediarlo.
El director
Morton se echó a reír.
- Parece que
tiene muchas ganas de quedarse - dijo después en tono serio.
Había subido
por la escalera mecánica y entró en la cámara estanca con Coeurl y los dos
hombres. Grosvenor se apresuró a adelantarse, pero no era más que uno entre una
docena de hombres que también se metieron en aquel amplio espacio. La enorme
puerta se cerró y el aire empezó a entrar con un silbido. Todo el mundo se
mantenía a una buena distancia del monstruo felino. Grosvenor observó la bestia
con una creciente sensación de desasosiego. Lo asaltaron varios pensamientos.
Ojalá pudiera comunicárselos a Morton. Tendría que haber podido hacerlo. La
regla abordo de esas naves expedicionarias era que todos los directores de
departamento debían tener acceso fácil al director de la expedición. Como jefe
del departamento nexial, aunque fuera el único miembro, a Grosvenor tendría que
habérsele aplicado la misma regla. El comunicador de su traje espacial tendría
que estar preparado para que él pudiera hablar con Morton como lo hacían los
demás jefes de departamento. Pero todo lo que él tenía era un receptor general.
Eso le concedía el privilegio de escuchar a todos los grandes hombres cuando
estaban haciendo su trabajo de campo. Si quería hablar con alguien, o si estaba
en peligro, podía accionar un interruptor que abría un canal a un operador
central.
Grosvenor no
cuestionaba el valor general del sistema. Había cerca de mil hombres a bordo, y
era evidente que no podían hablar todos con Morton cuando les daba la gana.
La puerta
interior de la cámara se estaba abriendo. Grosvenor salió junto con los demás.
A los pocos minutos estaban todos en una serie de ascensores que llevaban a las
dependencias. Hubo un breve intercambio de ideas entre Morton y Smith.
- Lo mandaremos
solo allá arriba, si es que quiere ir - dijo finalmente Morton.
Coeurl no puso
ninguna objeción hasta que oyó que la puerta del ascensor se cerraba a sus
espaldas y que la jaula cerrada empezaba a subir rápidamente. Entonces giró
soltando un gruñido. De repente, su razón se transformó en caos. Se lanzó
contra la puerta. El golpe dobló el metal y el dolor desesperado lo enloqueció.
Ahora era un animal atrapado. Aplastó el metal con las garras. Arrancó los
paneles soldados con los gruesos tentáculos. La maquinaria chirrió en protesta.
Todo se sacudía porque la fuerza magnética tiraba de la jaula a pesar de que
las piezas metálicas que sobresalían iban raspando las paredes exteriores.
Finalmente, el ascensor llegó a destino y se detuvo. Coeurl quitó el resto de
la puerta y se lanzó a toda velocidad por el pasillo. Esperó allí hasta que
llegaron los hombres con las armas preparadas.
- Somos unos
tontos - dijo Morton -. Tendríamos que haberle mostrado cómo funciona. Creyó
que lo habíamos traicionado o algo parecido.
Señaló hacia el
monstruo. Grosvenor vio cómo el brillo salvaje se apagaba en los ojos de la
bestia, negros como carbones, mientras Morton abría y cerraba varias veces la
puerta de un ascensor cercano. Fue Coeurl quien terminó la lección. Entró al
trote en una habitación grande que daba sobre el pasillo.
Se echó sobre
el suelo alfombrado y se esforzó por reducir la tensión eléctrica de los
nervios y los músculos. Estaba furioso por el miedo que había mostrado. Le
parecía que había perdido la ventaja de aparecer como un individuo dulce y
tranquilo. Su fortaleza debía de haberlos sobresaltado y consternado.
Eso implicaba
un mayor peligro para la tarea pendiente: apoderarse de la nave. En el planeta
del que procedían esos seres habría cantidades ilimitadas de id.
2
Sin pestañear,
Coeurl observó a dos hombres que despejaban escombros en la puerta metálica de
un enorme y viejo edificio. Los seres humanos habían almorzado, se habían
vuelto a poner sus unidades espaciales y ahora se los veía por doquier, solos o
en grupo. Coeurl supuso que todavía estaban investigando la ciudad muerta.
A él sólo le
interesaba la comida. Sus células sentían hambre de id, y le dolía el cuerpo.
La ansiedad le electrizaba los músculos, y su mente ardía con el afán de seguir
a los hombres que se habían internado en la ciudad. Uno de ellos había ido
asolas.
Durante el
almuerzo, los seres humanos le ofrecieron su propia comida, que para él era inservible.
Al parecer no entendían que él debía comer criaturas vivientes. El id no era
una mera sustancia, sino la configuración de una sustancia, y sólo se podía
obtener en tejidos donde aún palpitaba el flujo de la vida.
Pasaron varios
minutos. Coeurl aún se contenía. Aún observaba, sabiendo que los hombres sabían
que él observaba. Una máquina de metal descendió de la nave a la masa rocosa
que bloqueaba la gran puerta del edificio. En su tenso estado, siguió todos
esos movimientos. Tiritando con la intensidad del hambre, vio cómo operaban su
maquinaria, y cuán simple era.
Sabía qué podía
esperar cuando llamas incandescentes lamieron la dura roca. A pesar de ese
conocimiento, saltó y rugió fingiendo temor.
Desde una
pequeña nave patrulla, Grosvenor observaba. Se había impuesto la tarea de
observar a Coeurl. No tenía otra cosa que hacer. Nadie parecía necesitar la
asistencia del único nexialista que había a bordo del Beagle Espacial.
Entretanto,
despejaron la puerta que estaba debajo de Coeurl. El director Morton y otro
hombre se acercaron. Entraron y se perdieron de vista. Poco después Grosvenor
oyó sus voces en el comunicador. El hombre que acompañaba a Morton habló
primero.
- Es una ruina.
Debió de haber una guerra. Esta maquinaria no es difícil de entender. Es
secundaria. Pero me gustaría saber cómo se controlaba y aplicaba.
- No le
entiendo - dijo Morton. - Es simple. Hasta ahora sólo he visto herramientas.
Casi todas las máquinas, sean herramientas o armas, están equipadas con un
transformador para recibir energía, alterar su forma y aplicarla. ¿Dónde están
las plantas de energía? Espero que sus bibliotecas nos den una pista. ¿Qué pudo
suceder para que una civilización se derrumbara de esta manera?
Otra voz
apareció en los comunicadores.
- Habla Siedel.
Oí su pregunta, señor Pennons. Hay por lo menos dos razones para que un
territorio quede deshabitado. Una es la falta de comida. La otra es la guerra.
Grosvenor se
alegró de que Siedel hubiera interpelado al otro por su nombre. Otra
identificación de voz para su colección. Pennons era el jefe de máquinas.
- Vea, mi
psicológico amigo - dijo Pennons -, la ciencia de esta gente debió de
permitirle solucionar sus problemas alimenticios, al menos para una población
pequeña. Y en caso contrario, ¿por qué no desarrollaron el viaje espacial para
ir a buscar comida a otra parte?
- Pregúntele a
Gunlie Lester - intervino el director Morton -. Le oí exponer una teoría antes
de que aterrizáramos.
El astrónomo
respondió a la primera llamada. - Todavía debo verificar todos los datos. Pero
debemos convenir en que uno de ellos es sumamente significativo. Este mundo
desolado es el único planeta que gira alrededor de ese mísero sol. No hay nada
más. Ninguna luna. Ni siquiera un planetoide. y el sistema estelar más próximo
está a novecientos años luz. El problema de la raza dominante de este mundo
habría sido tremendo, pues habría tenido que resolver de un solo salto no sólo
el vuelo interplanetario sino el interestelar. Recordemos, por comparación,
cuán lento fue nuestro desarrollo. Primero llegamos a la luna. Luego siguieron
los planetas. Cada triunfo conducía al siguiente, y al cabo de muchos años se
realizó el primer viaje a una estrella cercana. Por último, el hombre inventó
el anti acelerador que permitió el viaje galáctico. Teniendo en cuenta todo
esto, sostengo que habría sido imposible que una raza creara un motor
interestelar sin experiencia previa.
Se hicieron
otros comentarios, pero Grosvenor no los escuchó. Miró el lugar donde había
visto al enorme felino por última vez. No estaba a la vista. Maldijo entre
dientes por haberse dejado distraer. Hizo girar la pequeña nave sobre la zona
en una apresurada búsqueda. Pero había demasiada confusión, demasiados
escombros, demasiados edificios. Por donde miraba había obstáculos que le
estorbaban la visión. Aterrizó e interrogó a varios técnicos. La mayoría
recordaba haber visto al gato «hace veinte minutos». Insatisfecho, Grosvenor
trepó ala nave salvavidas y sobrevoló la ciudad.
Poco tiempo
antes, Coeurl se había movido deprisa, ocultándose cada vez que hallaba un
escondrijo. Corría de grupo en grupo, una nerviosa dínamo de energía, inquieta
y descompuesta de hambre. Un pequeño vehículo se acercó, se detuvo frente a él
y una enorme cámara zumbó mientras le tomaba una foto. Encima de un montículo
de roca, una gigantesca perforadora se puso en marcha. La mente de Coeurl evocó
borrosamente cosas que había observado con poca atención. Su cuerpo ansiaba
perseguir al hombre que se había internado solo en la ciudad.
De pronto no
soportó más. Una espuma verde le empapó la boca. Por un instante pareció que
nadie lo miraba. Se ocultó detrás de un terraplén rocoso y echó acorrer a gran
velocidad. Saltaba con brincos grandes y deslizantes. Había olvidado todo menos
su propósito, como si un cepillo mágico le hubiera borrado todo recuerdo del
cerebro. Siguió calles desiertas, cortando camino por los boquetes de paredes
derruidas y por los largos corredores de edificios mohosos. Luego se puso a
andar al trote y agazapado, mientras sus zarcillos auditivos detectaban las
vibraciones del id.
Al fin se
detuvo y miró desde un montículo de roca desmoronada. Desde lo que antaño
habría sido una ventana, un ser bípedo apuntaba los haces de su linterna al
sombrío interior. Apagó la linterna. El hombre, corpulento y vigoroso, se alejó
deprisa, moviendo la cabeza a los costados. A Coeurl no le gustó esa actitud de
alerta. Significaba una reacción inmediata ante el peligro. Presagiaba
problemas.
Coeurl esperó a
que el ser humano desapareciera a la vuelta de una esquina y salió de su
escondrijo a gran velocidad. Se había trazado un plan. Como un espectro, se
deslizó por una calle lateral y dejó atrás una manzana de edificios. Dobló
rápidamente la primera esquina, cruzó de un brinco un espacio abierto y luego,
arrastrando el vientre, se internó en la penumbra que separaba el edificio de
una gran pila de escombros. La calle de delante era un canal entre dos
montículos ruinosos. Terminaba en un angosto cuello de botella que desembocaba
justo debajo de Coeurl.
En el momento
final debió de actuar con excesiva avidez. Cuando el ser humano iba a pasar
debajo, Coeurl fue sobresaltado por una lluvia de piedras que caían desde donde
él acechaba. El hombre miró hacia arriba. Torció el rostro en una mueca. Cogió
su arma.
Coeurl extendió
la pata y lanzó un golpe fulminante contra el casco lustroso y transparente del
traje espacial. Hubo un ruido de metal desgarrado y un chorro de sangre. El
hombre se arqueó como si una parte de él se hubiera encogido. Por un instante
sus huesos, sus piernas y sus músculos se combinaron milagrosamente para
mantenerlo en pie. Luego se desplomó con una crepitación metálica de su
armadura espacial.
En un
movimiento convulsivo, Coeurl brincó sobre su víctima. Ya estaba generando un
campo que impedía que el id se descargara en la sangre. Rápidamente trituró el
metal y el cuerpo que había dentro. Crujieron huesos. Saltaron jirones de
carne. Hundió la boca en el cuerpo tibio y dejó que su tracería de diminutas
ventosas sorbiera el id de las células. Hacía tres minutos que se consagraba a
esta tarea cuando una sombra cruzó su visión. Alzó los ojos sobresaltado y vio
que una nave pequeña se acercaba desde la dirección del sol poniente. Por un
instante se quedó paralizado, luego buscó refugio en una gran pila de
escombros.
Cuando miró de
nuevo, la navecilla flotaba perezosamente a la izquierda. Pero sobrevolaba la
zona, y Coeurl comprendió que podía regresar. Enloquecido por la interrupción
de su comida, abandonó su presa y se dirigió ala nave espacial. Corrió como un
animal que huye del peligro, y aminoró la marcha sólo cuando vio al primer
grupo de operarios. Se les aproximó cautamente. Todos estaban ocupados, así que
pudo acercarse sin llamar la atención.
Grosvenor se
sentía cada vez más insatisfecho mientras buscaba a Coeurl. La ciudad era
demasiado grande. Tenía más ruinas y escondrijos de los que había creído.
Finalmente regresó a la gran nave. y sintió gran alivio al descubrir que la
bestia estaba cómodamente tendida en una roca, tomando el sol.. Grosvenor
detuvo la nave cautelosamente en un promontorio, detrás del animal. Aún estaba
allí veinte minutos después, cuando por el comunicador llegó el escalofriante
anuncio de que un grupo de hombres que exploraba la ciudad había tropezado con
el cuerpo mutilado del doctor Jarvey, del departamento de química.
Grosvenor anotó
las indicaciones y partió hacia la escena de la muerte. Casi de inmediato
descubrió que Morton no iría a mirar el cadáver. Oyó la solemne voz del
director por el comunicador:
- Traigan los
restos a la nave. Los amigos de Jarvey estaban presentes, con aire sombrío y
tenso. Grosvenor miró ese espantoso guiñapo de carne desgarrada y metal
ensangrentado y sintió un nudo en la garganta.
- ¿Por qué se
empeñaría en salir solo? - oyó que se lamentaba Kent.
Al jefe de
química le temblaba la voz. Grosvenor recordó haber oído que Kent y su
principal asistente, Jarvey, eran muy buenos amigos. Alguien más debió de
hablar por la banda privada del departamento de química, pues Kent dijo:
- Sí, le
haremos una autopsia. Esas palabras recordaron a Grosvenor que se perdería lo
que pasaba a menos que pudiera sintonizarse. Tocó al hombre que tenía más cerca
para preguntarle:
- ¿Le molesta
que escuche la banda química a través de usted?
- Adelante.
Grosvenor apoyó los dedos en el brazo del otro. Oyó que alguien decía con voz
trémula:
- Lo peor es
que parece un homicidio sin sentido. El cuerpo está desparramado como gelatina,
pero parece estar entero.
Smith, el
biólogo, intervino en la banda general. Su largo rostro parecía más sombrío que
nunca.
- El asesino
atacó a Jarvey, quizá con la intención de devorarlo, y luego descubrió que su
carne era extraña e incomible. Como nuestro gran felino. No quiso comer nada de
lo que le ofrecíamos... - Su voz se perdió en un pensativo silencio. Al fin
continuó lentamente -: Un momento, ¿qué pasó con esa criatura? Tiene tamaño y
fuerza suficientes para haber hecho esto con sus zarpas.
El director
Morton, que debía estar escuchando, interrumpió:
- Creo que
muchos hemos pensado en ello. En definitiva, es la única criatura viviente que
hemos visto. Pero no podemos ejecutarlo por una mera sospecha.
- Además - dijo
uno de los hombres -, yo nunca lo perdí de vista.
Antes de que
Grosvenor pudiera hablar, la voz de Siedel, el psicólogo, llegó por la banda
general.
- Morton, he
hablado con varios de los hombres, y obtengo la siguiente reacción: al
principio todos declaran que nunca perdieron de vista a esa bestia, pero cuando
uno insiste, admiten que quizá la perdieron de vista unos minutos. Yo también
tuve la impresión de que siempre estaba presente. Pero cuando pienso en ello
hay lagunas. Hubo instantes, quizá largos minutos, en que lo perdimos de vista
por completo.
Grosvenor
suspiró y decidió callar. Otra persona había expresado lo que él pensaba.
Fue Kent quien
rompió el silencio. - Yo digo que no corramos más riesgos - declaró -. Matemos
a ese animal antes de que cause más daños, aunque se trate de una mera
sospecha.
- Korita, ¿está
allí? - preguntó Morton.
- Estoy junto
al cadáver, director.
- Korita, usted
anduvo explorando con Cranessy y Van Horne. ¿Cree que el gatito es un
descendiente de la raza dominante de este planeta?
Grosvenor
localizó al arqueólogo, que estaba junto a Smith, rodeado por colegas de su
departamento.
- Director
Morton - dijo lenta y respetuosamente el alto japonés -, aquí hay un misterio.
Quisiera que todos echaran un vistazo a ese majestuoso paisaje urbano y se
fijaran en su arquitectura. A pesar de la megalópolis que crearon, estas gentes
estaban cerca del suelo. Los edificios no sólo están ornamentados, sino que
eran ornamentales. Aquí tenemos el equivalente de la columna dórica, la
pirámide egipcia y la gran catedral gótica creciendo desde el suelo,
vehementes, henchidos de destino. Si este mundo solitario y desolado se puede
considerar una madre tierra, esta tierra ocupaba un sitio cálido y espiritual
en el corazón de sus habitantes. El efecto es enfatizado por las calles
tortuosas. Sus máquinas prueban que eran matemáticos, pero ante todo eran
artistas. No crearon, pues, las calles geométricas de una metrópolis ultra
sofisticada. Hay genuino abandono artístico, una emoción profunda y gozosa
escrita en el diseño curvo y matemático de las viviendas, los edificios y las
avenidas, una sensación de intensidad, de divina creencia en una certidumbre
interior. Ésta no es una civilización decadente, encanecida por la edad, sino
una cultura joven y vigorosa, confiada y pujante. Allí terminó. Súbitamente,
como si en este punto la cultura hubiera librado su Batalla de Tours y se
hubiera derrumbado como la antigua civilización islámica. O como si de un
brinco hubiera saltado siglos de adaptación para entrar en una época de estados
rivales.
»Sin embargo,
en ninguna parte del universo hemos documentado una cultura que realizara un
salto tan abrupto. Siempre hay un desarrollo lento. y el primer paso es un
implacable cuestiona miento de todo lo que antes se consideraba sagrado. Las
certidumbres interiores dejan de existir. Las convicciones inobjetables se
disuelven ante el sondeo implacable de las mentes científicas y analíticas. El
escéptico se convierte en el ser humano más elevado. Yo diría que esta cultura
se derrumbó abruptamente en su época más floreciente. Los efectos sociológicos
de semejante catástrofe serían el fin de la moralidad, un regreso a una
criminalidad bestial no atemperada por ningún ideal. Habría una cruel
indiferencia por la muerte. Si este... si el gatito es descendiente de
semejante raza, será una criatura artera, un ladrón nocturno, un asesino a
sangre fría que degollaría a su propio hermano a cambio de una ganancia.
- ¡Suficiente!
- exclamó Kent -. Director, estoy dispuesto a actuar como verdugo.
- Me opongo -
interrumpió Smith -. Escuche, Morton, no matará a ese felino todavía, aunque
sea culpable. Es un tesoro biológico.
Kent y Smith se
miraron con cara de pocos amigos.
- Querido Kent
- dijo Smith lentamente -, entiendo que el departamento de química querría
poner al gatito en retortas para preparar compuestos químicos con su carne y su
sangre. Pero lamento informarle que se está adelantando. En el departamento de
biología queremos el cuerpo vivo, no muerto. Presiento que el departamento de
física también querrá echarle un vistazo mientras está vivo. Así que me temo que
usted es el último de la lista. Resígnese a la idea, por favor. Quizá pueda
verlo dentro de un año, pero no antes.
- No estoy
encarando esto desde una perspectiva científica - gruñó Kent.
- Pues hace
mal, ahora que Jarvey ha muerto y no se puede hacer nada por él.
- Soy primero
un ser humano y después un científico - replicó Kent con voz áspera.
- ¿Destruiría
un espécimen valioso por razones emocionales?
- Destruiría a
esta criatura porque es un peligro desconocido. No podemos correr el riesgo de
que muera otro ser humano.
Morton
interrumpió la discusión.
- Korita - dijo
reflexivamente -, estoy dispuesto a aceptar su teoría como punto de partida.
Pero hay una pregunta. ¿Es posible que esta cultura haya llegado más tarde a
este planeta que la nuestra al sistema galáctico que hemos colonizado?
- Ciertamente
es posible - dijo Korita -. Podría tratarse de la etapa intermedia de la décima
civilización de este mundo, mientras que la nuestra, por lo que hemos podido
descubrir, es la etapa final de la octava civilización de la Tierra. Cada una
de estas diez, desde luego, se ha construido sobre las ruinas de la precedente.
- En ese caso,
el gatito no sabría nada sobre el escepticismo que nos hace sospechar que es un
criminal y un asesino.
- No, sería
literalmente mágico para él. - La seca risotada de Morton resonó en el
comunicador. - ...Usted gana, Smith. Dejaremos que el gatito viva, y si hay
víctimas, ahora que lo conocemos, será por negligencia. Existe la posibilidad,
desde luego, de que estemos equivocados. Como Siedel, tengo la impresión de que
la criatura siempre estuvo presente. Quizá seamos injustos con ella. Quizá haya
otras criaturas peligrosas en este planeta. - Se interrumpió -. Kent, ¿cuáles
son sus planes para el cadáver de Jarvey?
El jefe de química
dijo con voz amarga:
- No habrá un
funeral de inmediato. Ese maldito gato quería algo de ese cuerpo. Parece estar
entero, pero algo debe faltar. Averiguaré qué es, y confirmaré que esa bestia
lo asesinó, para que usted pueda creerlo sin la menor sombra de duda.
3
De vuelta en la
nave, Elliott Grosvenor se dirigió a su departamento. El letrero de la puerta
decía CIENCIA DEL NEXIALISMO. Adentro había cinco salas que ocupaban doce
metros por veinticuatro. La mayoría de las máquinas e instalaciones que la
Fundación Nexial había pedido al gobierno se habían instalado. En consecuencia,
había poco espacio. Una vez que traspuso la puerta, quedó asolas en su reducto
privado.
Grosvenor se
sentó al escritorio e inició su informe para el director Morton. Analizó la
estructura física del habitante felino de ese planeta frío y desolado. Señaló
que un monstruo tan viril no debía encararse sólo como un «tesoro biológico».
La frase era peligrosa porque inducía a olvidar que la bestia tenía sus propias
apetencias y necesidades, basadas en un metabolismo no humano.
- Ahora tenemos
pruebas suficientes - le dictó al grabador - para hacer lo que los nexialistas
denominamos una «declaración de curso».
Tardó varias
horas en completar la declaración. Llevó la grabación a la sección de
estenografía y presentó una solicitud de trascripción inmediata. Como jefe de
departamento, obtuvo un servicio rápido. Dos horas después entregó el informe
en la oficina de Morton. Un subsecretario le dio un recibo a cambio. Grosvenor
cenó tarde en el comedor, convencido de que había hecho todo lo que podía.
Después preguntó al camarero dónde estaba el gato. El camarero no estaba
seguro, pero pensaba que la bestia estaba en la biblioteca general.
Grosvenor pasó
una hora en la biblioteca observando a Coeurl. Durante ese tiempo, la bestia
permaneció tendida en la gruesa alfombra, sin cambiar de posición. Al final de
esa hora, una de las puertas se abrió y entraron dos hombres con un gran
cuenco. Kent los seguía de cerca con ojos febriles. Se detuvo en medio de la
sala y dijo con voz fatigada pero hostil:
- Quiero que
todos observen esto. Aunque sus palabras incluían a todos los presentes,
interpelaba aun grupo de científicos que estaban sentados en una sección
reservada. Grosvenor se puso de pie y echó un vistazo al cuenco que llevaban
esos dos hombres. Contenía un brebaje parduzco.
Smith, el
biólogo, también se puso de pie.
- Un momento,
Kent. En cualquier otra circunstancia yo no cuestionaría sus actos. Pero usted
parece descompuesto. Está demasiado tenso. ¿Tiene autorización de Morton para
este experimento?
Kent giró
lentamente y Grosvenor, que se había sentado de nuevo, vio que las palabras de
Smith sólo comunicaban una parte de la realidad. El jefe de química tenía
profundas ojeras, y las mejillas hundidas.
- Lo invité
avenir aquí - dijo -. Se negó a participar. Opina que si esta criatura hace
voluntariamente lo que yo quiero, no se causará ningún daño.
- ¿Qué tiene
allí? - preguntó Smith -. ¿Qué hay en el cuenco?
- He
identificado el elemento faltante - dijo Kent -. Es potasio. En el cuerpo de
Jarvey quedaban sólo dos tercios o tres cuartos de la cantidad normal de
potasio. Usted sabe que el potasio se aloja en las células corporales en
conexión con una gran molécula de proteína, y la combinación brinda la base
para la carga eléctrica de la célula. Es fundamental para la vida.
Habitualmente, después de la muerte, las células expulsan el potasio a la
corriente sanguínea, volviéndola venenosa. He probado que en las células de
Jarvey falta potasio, pero no se descargo en la sangre. No sé bien qué
significa, pero me propongo averiguarlo.
- ¿Qué hay del
cuenco de comida? - interrumpió alguien. Los hombres estaban guardando sus
revistas y libros, mirando con interés.
- Tiene células
vivientes con potasio en suspensión. Podemos hacer eso artificialmente. Tal vez
por eso rechazó nuestra comida a la hora del almuerzo. No contenía potasio en
una forma que él pudiera aprovechar. Mi idea es que detectará el olor, o lo que
utilice en vez de olor...
- Creo que
detecta la vibración de las cosas - intervino Gourlay, arrastrando la voz -. A
veces, cuando agita esos zarcillos, mis instrumentos registran una clara y
potente onda de estática y luego no hay reacción. Sospecho que alcanza un punto
más alto o más bajo en la escala ondulatoria. Parece controlar las vibraciones
a voluntad. Doy por sentado que el movimiento de los zarcillos no genera estas
frecuencias.
Con manifiesta
impaciencia, Kent esperó a que Gourlay terminara.
- De acuerdo -
continuó después -, entonces detecta vibraciones. Pronto sabremos cuál es su
reacción ante esta vibración. - y concluyó con tono conciliador -: ¿Qué le
parece, Smith?
- Hay tres
errores en su plan - respondió el biólogo -. En primer lugar, usted parece
suponer que es sólo un animal. Parece haber olvidado que él pudo quedar ahíto
después de alimentarse con Jarvey, si así ocurrió. Y parece creer que él no
sospechará nada. Pero apoye el cuenco. Su reacción quizá nos revele algo.
El experimento
de Kent era razonablemente válido, aunque estaba impulsado por sus emociones.
La criatura ya había demostrado que podía reaccionar violentamente ante un
estímulo repentino. No se podía desechar la reacción que había tenido al quedar
encerrada en el ascensor. Así pensaba Grosvenor.
Coeurl miró con
ojos imperturbables mientras los dos hombres le ponían el cuenco delante. Se
alejaron deprisa, y Kent se adelantó. Coeurl lo reconoció como el que empuñaba
el arma esa mañana. Observó un instante al bípedo, luego se concentró en el
cuenco. Sus zarcillos auditivos identificaron la palpitante emanación de id.
Era tenue, tan tenue que la habría pasado por alto si no se hubiera
concentrado. Y permanecía suspendida de un modo que le resultaba casi inútil.
Pero la vibración era tan fuerte como para indicarle el motivo de este
incidente. Con un gruñido, Coeurl se irguió. Cogió el cuenco con las ventosas
del extremo de un sinuoso tentáculo, y vació el contenido en la cara de Kent,
que retrocedió con un aullido.
Explosivamente,
Coeurl arrojó el cuenco a un costado y rodeó la cintura del alarmado científico
con un grueso tentáculo. No se molestó con el arma que colgaba del cinturón de
Kent. Era sólo un arma de vibración, intuyó; usaba energía atómica pero no era
un desintegrador atómico. Arrojó al trémulo Kent a un rincón, y comprendió con
un gemido de consternación que debería haberlo desarmado. Ahora tendría que
revelar sus poderes defensivos.
Kent se enjugó
furiosamente el rostro con una mano, y con la otra empuñó el arma. Irguió el
cañón, y el blanco haz de luz trazadora buscó la maciza cabeza de Coeurl. Los
zarcillos auditivos zumbaron mientras cancelaban automáticamente la energía.
Entornó los redondos ojos negros al detectar el movimiento de hombres que
buscaban sus vibradores.
- ¡Alto! -
gritó Grosvenor desde la puerta -. Nos arrepentiremos si actuamos
histéricamente.
Kent apagó el
arma y miró con desconcierto a Grosvenor. Coeurl se agazapó, mirando con furia
al hombre que le había obligado a revelar su capacidad para controlar energías
que eran externas a su cuerpo. Ahora no podía hacer nada, salvo esperar
atentamente las consecuencias.
Kent miró de
nuevo a Grosvenor. Entornó los ojos.
- ¿Desde cuándo
nos da órdenes?
Grosvenor no
respondió. Su participación había terminado. Había reconocido una crisis
emocional y había dicho las palabras necesarias en el tono adecuado. No
importaba que quienes le habían obedecido ahora cuestionaran su autoridad. La
crisis había concluido.
Lo que había
hecho no guardaba la menor relación con la culpa o la inocencia de Coeurl.
Fuera cual fuese el resultado de su intervención, cualquier decisión acerca de
la criatura debía surgir de las autoridades competentes, no de un solo hombre.
- Kent - dijo
fríamente Siedel -, no creo que usted haya perdido el control. Usted trató
deliberadamente de matar al gatito, sabiendo que el director le ha ordenado
mantenerlo con vida. Tengo muchas ganas de denunciarlo, y de exigir que le
impongan las penas correspondientes. Usted sabe cuáles son. Pérdida de
autoridad en su departamento, y anulación de toda candidatura para puestos
electivos.
Hubo agitación
y murmullos en un grupo de hombres a quienes Grosvenor reconoció como
partidarios de Kent.
- Siedel, no
sea tonto - dijo uno de ellos.
- No olvide que
hay testigos a favor de Kent, no sólo en contra - dijo otro con mayor cinismo.
Kent miró
adustamente el círculo de rostros.
- Korita tenía
razón al decir que la nuestra es una época muy civilizada. Es totalmente
decadente. - y continuó de manera apasionada -: Por Dios, ¿no hay aquí un
hombre que vea el horror de esta situación? Jarvey murió hace apenas unas
horas, y esta criatura, a quien todos sabemos culpable, está suelta, planeando
su próximo asesinato y la víctima quizá sea uno de nosotros. ¿Qué clase de
hombres somos? ¿Somos tontos, cínicos o monstruos? ¿O nuestra civilización es
tan racional que podemos compadecernos incluso de un asesino? - Fijó los
cavilosos ojos en Coeurl -. Morton tenía razón. No es un animal. Es un demonio
del infierno más profundo de este planeta olvidado.
- No se ponga
melodramático - dijo Siedel -. Su análisis es psicológicamente inestable, No
somos monstruos ni cínicos. Sólo somos científicos, y nos proponemos estudiar
al gatito. Ahora que sospechamos de él, dudamos de su capacidad para
arrinconarnos. Es uno contra mil, no tiene la menor oportunidad. - Miró en
derredor -. Ya que Morton no está aquí, someteré esto a votación aquí y ahora.
¿Estoy hablando en nombre de todos?
- No de mí,
Siedel - dijo Smith. Mientras el psicólogo lo miraba atónito, Smith continuó -:
En el alboroto y la momentánea confusión, nadie parece haber notado que, cuando
Kent disparó su arma de vibraciones, el rayo le dio a la criatura en plena
cabeza gatuna, y no lo lastimó.
El asombrado
Siedel dejó de mirar a Smith para mirar a Coeurl, y de nuevo a Smith.
- ¿Está seguro
de que le dio? Como usted dice, todo sucedió tan deprisa... Al ver que no
estaba herido, deduje que Kent no le había acertado.
- Yo estaba
bastante seguro de haberle dado en la cara - dijo Smith -. Un arma de vibraciones,
por cierto, no puede matar rápidamente ni siquiera aun hombre, pero puede
herirlo. El gatito parece ileso. Ni siquiera está temblando. No digo que esto
sea concluyente, pero a la luz de nuestras dudas...
- Quizá su piel
sea buen aislamiento contra el calor y la energía - observó Siedel.
- Quizá. Pero
dada nuestra incertidumbre, creo que debemos pedirle a Morton que lo encierre
en una jaula.
Mientras Siedel
fruncía el ceño dubitativamente, Kent habló.
- Al fin dice
algo sensato, Smith.
- ¿Entonces
usted quedaría satisfecho, Kent - preguntó Siedel -, si lo encerramos en una
jaula?
Kent
reflexionó, luego dijo a regañadientes:
- Sí. Si cuatro
pulgadas de microacero no logran contenerlo, será mejor entregarle la nave.
Grosvenor, que
había permanecido detrás, no dijo nada. Había comentado los problemas de
encerrar a Coeurl en su informe para Morton, y la jaula le parecía inadecuada,
sobre todo por el mecanismo del cerrojo.
Siedel caminó
hacia un comunicador, habló en voz baja con alguien, regresó.
- El director
dice que está de acuerdo, siempre que podamos llevarlo a la jaula sin
violencia. De lo contrario, debemos encerrarlo en cualquier habitación donde se
encuentre. ¿Qué opinan ustedes?
- ¡La jaula! -
exclamó al unísono una veintena de voces.
Grosvenor
aguardó un momento de silencio y dijo:
- Déjenlo
afuera durante la noche. Él no se alejará.
La mayoría de
los hombres lo ignoraron. Kent lo miró de soslayo.
- No se decide,
¿verdad? - dijo agriamente -. Primero le salva el pellejo, después reconoce que
es peligroso.
- Él mismo
salvó su pellejo - replicó Grosvenor.
Kent se alejó,
encogiéndose de hombros.
- Lo pondremos
en la jaula. Es el lugar que le corresponde a un asesino.
- Ahora que nos
hemos decidido - dijo Siedel -, ¿cómo lo haremos?
- ¿De veras lo
quiere encerrar en la jaula? - preguntó Grosvenor. No esperaba una respuesta, y
no la obtuvo. Caminó hacia Coeurl y tocó un tentáculo.
El tentáculo se
retrajo levemente, pero Grosvenor estaba decidido. Cogió el tentáculo con
firmeza y señaló la puerta. El animal titubeó un instante, luego echó a andar.
- Tenemos que
actuar con total coordinación - dijo Grosvenor -. Prepárense.
Un instante
después Coeurl seguía dócilmente a Grosvenor por otra puerta. Se encontró en
una habitación cuadrada de metal, con una segunda puerta en la pared de
enfrente. El hombre la atravesó. Cuando Coeurl quiso seguirlo, la puerta se le
cerró en la cara. Simultáneamente hubo un ruido metálico detrás de él. Giró, y
vio que la primera puerta también estaba cerrada. Sintió un flujo de energía
mientras el cerrojo eléctrico se trababa. Entre abrió los labios en una mueca
de odio al comprender el propósito de la trampa, pero no dio ninguna otra
señal. Era consciente de la diferencia entre su reacción anterior ante el
encierro y la presente. Durante cientos de años había buscado comida, solamente
comida. Ahora mil recuerdos del pasado despertaban en su cerebro. En su cuerpo
quedaban poderes que había dejado de usar tiempo atrás. Al recordarlos, su
mente automáticamente acomodaba sus posibilidades a la situación actual.
Se apoyó en las
gruesas y ágiles ancas en que terminaba su cuerpo esbelto. Con los zarcillos
auditivos examinó el contenido energético de ese entorno. Al fin se acostó, los
ojos relucientes de desdén. ¡Esos tontos!
Una hora más
tarde oyó que el hombre - Smith - manejaba un mecanismo encima de la jaula.
Coeurl se levantó de un brinco, sobresaltado. Temió haber juzgado erróneamente
a esos hombres, y que la ejecutaran sumariamente. Había pensado que le darían
tiempo y podría hacer la que tenía planeado.
El peligro la
confundió. y cuando de pronto detectó una radiación muy por debajo del nivel de
visibilidad, preparó todo su sistema nervioso contra un posible peligro. Tardó
varios segundos en comprender lo que sucedía. Alguien estaba tomando imágenes
del interior de su cuerpo.
Al cabo de un
rato el hombre se marchó. Luego, por un tiempo, hubo ruidos de hombres que
trabajaban a la lejos. Los ruidos murieron gradualmente. Coeurl esperó
pacientemente a que el silencio envolviera la nave. En el lejano pasado, antes
de alcanzar una relativa inmortalidad, los coeurls también dormían de noche.
Viendo a los hombres que dormitaban en la biblioteca, él había recordado ese
hábito, Había un ruido que no moría. Aun cuando el silencio dominó la nave,
pudo oír los dos pares de pies. Pasaron rítmicamente frente a su celda, se
alejaron, regresaron. El problema era que los guardias no estaban juntos.
Primero pasaba un par de pisadas. Luego, a diez metros, el segundo par.
Coeurl los dejó
pasar varias veces. Calculó cuánto tardaban. Al fin estuvo satisfecho. Esperó
una vez más a que hicieran su ronda. Esta vez, en cuanto pasaron, sintonizó sus
sentidos para concentrarse en un alcance mucho más vasto que las vibraciones de
origen humano. La violencia pulsátil de la pila atómica de la sala de máquinas
tartamudeaba blandamente en su sistema nervioso. Las dínamos eléctricas
tarareaban su sofocada canción de energía pura. Sintió el susurro de ese flujo
en los cables de las paredes de la jaula, y en el cerrojo eléctrico de la
puerta. Impuso una tensa inmovilidad a su cuerpo trémulo, mientras intentaba
sintonizar esa sibilante tempestad de energía. Abruptamente, sus zarcillos
auditivos vibraron en armonía con ella.
Hubo un áspero
chasquido de metal contra metal. Con el suave toque de un tentáculo, Coeurl
abrió la puerta. Salió al corredor. Por un instante volvió a sentir desdén, un
aura de superioridad, mientras pensaba en las estúpidas criaturas que osaban
usar su limitada inteligencia contra un coeurl. y en ese momento recordó que
había otros coeurls en ese planeta. Era un pensamiento extraño e inesperado.
Pues él los había odiado y los había combatido implacablemente. Ahora veía a
ese grupo menguante como su especie. Si les daban la oportunidad de
multiplicarse, nadie - y mucho menos esos hombres - podría contra ellos.
Pensando en esa
posibilidad, se sintió abrumado por sus limitaciones, su necesidad de otros
coeurls, su soledad... uno contra mil, cuando la galaxia estaba en juego. El universo
cuajado de estrellas despertaba su vasta y rapaz ambición. Si fracasaba, no
tendría una segunda oportunidad. En un mundo sin alimentos no podría resolver
el secreto del viaje espacial. Ni siquiera los constructores se habían liberado
del planeta.
Atravesó un
vasto salón y salió al corredor contiguo. Llegó a la puerta del primer
dormitorio. Estaba cerrada eléctricamente, pero él la abrió sin ruido. Entró de
un brinco y desgarró la garganta del hombre que dormía en la cama. La cabeza
sin vida rodó desmañadamente. El cuerpo se sacudió una vez. Las emanaciones de
id eran abrumadoras, pero Coeurl se obligó a seguir adelante.
Siete
dormitorios; siete muertos. Luego, en silencio, regreso a la jaula y cerró la
puerta. Su coordinación era exquisitamente precisa. Al poco tiempo llegaron los
guardias, miraron por el audioscopio y siguieron su camino. Coeurl emprendió su
segunda incursión, y al cabo de varios minutos había invadido cuatro
dormitorios más. Luego llegó aun dormitorio donde dormían veinticuatro hombres.
Había matado rápidamente, consciente del momento exacto en que debía regresar a
la jaula. La oportunidad de destruir a tantos hombres lo confundió. Durante más
de mil años había liquidado todas las formas vivientes que podía capturar. Aun
en los comienzos, eso le había dado una criatura de id por semana. Nunca había
sentido la necesidad de contenerse. Atravesó esa sala como el gran gato que
era, silencioso pero mortífero, y emergió de la voluptuosa alegría de la
matanza sólo cuando despachó a todos los hombres del dormitorio.
Al instante
comprendió que se había demorado más de la cuenta. Quedó pasmado ante la
magnitud del error. Había planeado una noche de matanza, con cada oleada de
muerte coordinada con tal exactitud que podría regresar a su cárcel y estar
allí cuando los guardias pasaran, como habían hecho en cada ronda. La esperanza
de capturar esa enorme nave durante un período de sueño ahora corría peligro.
Coeurl se
aferró de los jirones evanescentes de su razón. Frenéticamente, sin preocuparse
por el ruido, atravesó el salón a la carrera. Salió al corredor de la jaula,
tenso, temiendo enfrentar descargas energéticas demasiado fuertes para
contrarrestarlas.
Los dos
guardias estaban juntos, lado a lado. Era obvio que habían descubierto la puerta
abierta. Alzaron la cabeza simultáneamente, brevemente paralizados por esa
pesadilla de garras y tentáculos, la feroz cabeza gatuna y los ojos llenos de
odio. Demasiado tarde, uno de ellos cogió su pistola. Pero el otro estaba
físicamente congelado por el destino que no podía evitar. Lanzó un alarido, un
ronco grito de horror. El perturbador sonido atravesó los corredores,
despertando a los hombres. El sonido terminó en un espantoso gorgoteo cuando
Coeurl, con un vigoroso movimiento, arrojó los dos cadáveres al otro extremo
del largo corredor. No quería que hallaran los cadáveres cerca de la jaula. Era
su única esperanza.
Presa de la
conmoción, consciente de su terrible error y sin poder pensar con coherencia,
se metió en su cárcel. La puerta se cerró con un chasquido tenue. La energía
atravesó nuevamente el cerrojo eléctrico. Se agazapó en el piso, simulando que
dormía, al oír el susurro de muchos pies y detectar el ruido de voces
alborotadas. Supo que alguien encendía el audioscopio de la jaula para mirarlo.
La crisis estallaría cuando descubrieran los otros cuerpos.
Lentamente, se
preparó para la mayor lucha de su vida.
4
- ¡Muerto
Siever! - dijo Morton con voz de asombro -. ¿Qué haremos sin Siever? ¡Y Brecken
Ridge! Y Coultery... ¡Qué espanto!
El corredor
estaba lleno de hombres. Grosvenor, que se había acercado, estaba en el extremo
de un grupo. Dos veces intentó abrirse camino, pero fue rechazado por hombres
que ni siquiera miraron para ver quién era. Le cerraban el paso
impersonalmente. Grosvenor desistió de ese fútil esfuerzo, y comprendió que
Morton estaba a punto de decir algo más. El director miró hurañamente la
muchedumbre. Su enérgica barbilla parecía más prominente que de costumbre.
- Si alguien
tiene alguna idea, que la diga.
- ¡La locura
del espacio!
Esta sugerencia
irritó a Grosvenor. Era una frase sin sentido, todavía en uso después de tantos
años de viaje espacial. El hecho de que algunos hombres hubieran enloquecido en
el espacio, presa de la soledad, el miedo y la tensión, no indicaba que
padecieran una enfermedad específica. Había ciertos peligros emocionales en un
viaje tan prolongado - era uno de los motivos por los cuales él iba a bordo -,
pero la locura por soledad no era uno de ellos.
Morton
vacilaba. Era evidente que él tampoco daba valor a ese comentario. Pero no era
momento para discutir sutilezas. Los hombres estaban tensos y atemorizados.
Querían acción y tranquilidad, la sensación de que se adoptarían las
precauciones adecuadas. En esos momentos, los directores de expediciones, los
comandantes en jefe y otros dueños de la autoridad podían perder para siempre
la confianza de sus seguidores. Grosvenor sospechó que Morton pensaba en ello
cuando habló de nuevo, tan cautas eran sus palabras.
- Hemos pensado
en ello - dijo el director -. El doctor Eggert y sus asistentes revisarán a
todo el mundo, desde luego. En este momento está examinando los cadáveres.
Una tonante voz
de barítono bramó casi al oído de Grosvenor:
- Aquí estoy,
Morton. Ordene a esta gente que me deje pasar.
Grosvenor giró
y reconoció al doctor Eggert. Los hombres ya le estaban cediendo el paso.
Eggert avanzó. Sin vacilar, Grosvenor se puso detrás de él. Como había
esperado, todos entendieron que estaba con el doctor. Cuando se acercaron a
Morton, el doctor Eggert dijo:
- Le oí,
director, y puedo asegurarle que la teoría de la locura del espacio no sirve.
Estos hombres fueron degollados por algo que tenía la fuerza de diez seres
humanos. Las víctimas no tuvieron la menor oportunidad de gritar.
Al cabo de una
pausa, Eggert preguntó lentamente:
- ¿Qué hay de
nuestro gran gato, Morton?
El director
sacudió la cabeza.
- El gatito
está en su jaula, doctor, caminando de aquí para allá. Me gustaría pedir la
opinión de los expertos. ¿Podemos sospechar de él? Esa jaula fue construida
para albergar cuatro bestias del cuádruple de su tamaño. Cuesta creer que sea
culpable, a menos que aquí haya una nueva ciencia que supere todo lo que
podemos imaginar.
- Morton - dijo
hoscamente Smith -, tenemos todas las pruebas que necesitamos. Odio decir esto.
Usted sabe que preferiría conservar al gato con vida. Pero usé la cámara de
teleflúor con él, y traté de tomar algunas imágenes. Todas salieron en blanco.
Recuerde lo que dijo Gourlay. Al parecer esta criatura puede recibir y enviar
vibraciones en cualquier longitud de onda. El modo en que dominó la descarga
del arma de Kent es prueba suficiente para nosotros, después de lo que ha
sucedido, de que tiene una capacidad especial para interferir con la energía.
- ¿Qué demonios
pasa aquí? - gruñó un hombre -. Si él puede controlar esa energía e irradiarla
en cualquier longitud de onda, nada le impide matamos a todos.
- Lo cual
demuestra - dijo Morton - que no es invencible, o lo habría hecho tiempo atrás.
Caminó
resueltamente hacia el mecanismo que controlaba la jaula.
- ¡No pensará
abrir esa puerta! - jadeó Kent, echando mano de su pistola.
- No, pero si
bajo esta palanca, la electricidad fluirá por el piso y electrocutará lo que
está adentro. Hicimos construir así las jaulas para especimenes, como
precaución especial.
Destrabó la
palanca de electrocución y la movió con fuerza. Por un instante la electricidad
estuvo a toda potencia. Luego un fuego azul chisporroteó sobre el metal, y una
hilera de fusibles se ennegreció encima de la cabeza de Morton. Morton alzó la
mano, sacó uno y lo miró con mal ceño.
- Qué extraño -
dijo -. Esos fusibles no tendrían que haber volado. - Sacudió la cabeza - Bien,
ahora ni siquiera podemos mirar dentro de la jaula. La descarga también arruinó
el audio.
- Si el gato
pudo interferir con el cerrojo eléctrico y abrir la puerta - comentó Smith -,
es muy probable que haya investigado todos los peligros posibles y estuviera
dispuesto a interferir cuando usted movió la palanca.
- Al menos eso
demuestra que es vulnerable a nuestras energías - señaló Morton -, ya que tuvo
que neutralizarlas. Lo importante es que lo tenemos detrás de cuatro pulgadas
del metal más resistente. En el peor de los casos, podemos abrir la puerta y
apuntarle con un arma semiportátil. Pero, primero, creo que intentaremos enviar
electricidad por el cable del teleflúor.
Un ruido lo
interrumpió desde el interior de la jaula. Un cuerpo pesado se estrelló contra
una pared. Luego siguieron estampidos sostenidos, como si muchos objetos cayeran
en el piso. Grosvenor lo comparó mentalmente con un pequeño alud.
- Conoce
nuestras intenciones - le dijo Smith a Morton -. Apuesto a que ese gatito está
muy irritado. Fue un tonto en regresar a la jaula, y ahora se da cuenta.
La tensión se
estaba disipando. Los hombres sonreían nerviosamente. Incluso hubo una oleada
de risotadas secas ante la imagen con que Smith había descrito la incomodidad
del monstruo. Grosvenor estaba intrigado. No le gustaban los ruidos que había
oído. El oído era el sentido más engañoso. Era imposible saber qué había
sucedido o estaba sucediendo en la jaula.
- Lo que me
gustaría saber - dijo Pennons, el jefe de máquinas - es por qué el medidor del
teleflúor saltó y vibró a toda potencia cuando el gatito hizo ese ruido. Lo tengo
ante mis narices, y aún no logro entender qué sucedió.
Hubo silencio
dentro y fuera de la jaula. De pronto algo se agitó junto a la puerta, detrás
de Smith. El capitán Leeth y dos oficiales con uniforme militar entraron en el
corredor.
El comandante,
un nervudo cincuentón, dijo:
- Creo que me
haré cargo de la situación. Parece que los científicos disienten en cuanto a la
ejecución de este monstruo, ¿verdad?
Morton sacudió
la cabeza.
- El conflicto
ha terminado. Ahora todos creemos que debemos ejecutarlo.
El capitán
Leeth asintió.
- Eso iba a
ordenar. Creo que la seguridad de esta nave está amenazada, y ése es mi
territorio. - Elevó la voz -. ¡Hagan lugar! ¡Retrocedan!
Tardaron varios
minutos en aliviar la presión dentro del corredor. Grosvenor se alegró cuando
terminaron. Si la criatura hubiera salido mientras los que estaban delante no
podían retroceder rápidamente, habría podido destruir o herir a muchos hombres.
Ese peligro no había pasado del todo, pero había disminuido.
- Qué raro -
comentó alguien -. La nave pareció moverse.
Grosvenor
también lo había sentido, como si por un instante alguien probara el motor. La
gran nave tembló mientras se recobraba de ese momento de tensión.
- Pennons -
preguntó el capitán Leeth -, ¿quién está en la sala de máquinas?
El jefe de
máquinas palideció.
- Mi asistente
y sus ayudantes. No entiendo cómo...
Hubo una
sacudida brusca. La gran nave se inclino, amenazando con caer de flanco.
Grosvenor fue arrojado al suelo con cruel violencia. Hizo un gran esfuerzo para
recobrarse del aturdimiento. Había otros hombres despatarrados alrededor.
Algunos gruñían de dolor. El director Morton gritó algo, una orden que
Grosvenor no oyó. El capitán Leeth se levantó trabajosamente, maldiciendo.
- ¿Quién
demonios puso en marcha esos motores? - preguntó airadamente.
La espantosa
aceleración continuó. Era de por lo menos cinco gravedades, quizá seis. Tras
verificar que podía vencer esa tremenda fuerza, Grosvenor se levanto
penosamente. Buscó el comunicador de pared más próximo y tecleó el número de la
sala de máquinas, aunque sin esperar que funcionara. Un hombre bramó a sus
espaldas. Grosvenor giró sorprendido. Era Morton. El corpulento director gritó:
- ¡Es el gato!
Está en la sala de máquinas. y nos dirigimos hacia el espacio exterior.
Mientras Morton
hablaba, la pantalla se ennegreció. y la presión de la aceleración continuaba.
Grosvenor entró en el salón a trompicones, salió a un segundo corredor. Recordó
que allí había un almacén donde guardaban los trajes espaciales. Mientras se
acercaba, vio que el capitán Leeth lo precedía y estaba enfundándose en un
traje. Cuando Grosvenor se acercó, el comandante cerró el traje y manipuló su
unidad antiaceleratoria.
Giró
rápidamente para ayudar a Grosvenor. Un minuto después, Grosvenor suspiró de
alivio mientras reducía la gravedad del traje a un G. Ahora ya eran dos, y
otros hombres se estaban incorporando. Tardaron pocos minutos en agotar la
provisión de trajes de ese almacén. Bajaron al otro piso y sacaron trajes de
allí. Pero ahora había muchos tripulantes disponibles para la tarea. El capitán
Leeth ya había desaparecido, y Grosvenor, suponiendo cuál era el siguiente
paso, regresó rápidamente a la jaula donde antes habían encarcelado al gran
gato. Encontró a una veintena de científicos reunidos ante la puerta, que al
parecer acababa de abrirse.
Grosvenor se
acercó y miró por encima del hombro de los que tenía delante. Había un boquete
en la pared trasera de la jaula. El boquete tenía tamaño suficiente para que
pasaran cinco hombres a la vez. El metal estaba retorcido y deformado. El
boquete daba a otro corredor.
- Juro que es
imposible - susurró Pennons por el casco abierto de su traje espacial -. El
martillo de diez toneladas del taller no pudo sino mellar cuatro pulgadas de microacero
de un golpe. y sólo oímos uno. El desintegrador atómico habría tardado por lo
menos un minuto en hacerlo, pero toda la zona estaría venenosamente radiactiva
durante varias semanas. Morton, ¡es una supercriatura!
El director no
respondió. Grosvenor vio que Smith examinaba el agujero. El biólogo alzó la
vista.
- Ojalá
Breckenridge no hubiera muerto. Necesitamos un metalúrgico para explicar esto.
¡Mire!
Tocó el mellado
borde del metal. Un fragmento se le desmenuzó entre los dedos y cayó en una
lluvia de polvo. Grosvenor se acercó a empellones.
- Yo sé algo de
metalurgia - dijo. Varios hombres le cedieron el paso automáticamente, y pronto
estuvo junto a Smith. El biólogo frunció el entrecejo.
- ¿Asistente de
Breckenridge? - preguntó. Grosvenor fingió no oír. Se agachó y pasó los dedos
del traje espacial por la pila de polvo metálico que había en el piso. Se
enderezó rápidamente.
- No hay ningún
milagro - declaró -. Como todos sabemos, estas jaulas se hacen en moldes
electromagnéticos, y usamos un polvo metálico muy fino para el trabajo. La
criatura usó sus poderes especiales para interferir con las fuerzas que
mantienen unido el metal. Eso explicaría ese drenaje de energía en el cable del
teleflúor, lo que observó el señor Pennons. La cosa usó la energía eléctrica,
con su cuerpo como transformador, derribó la pared, atravesó el corredor y bajó
a la sala de máquinas.
Le sorprendió
que le permitieran completar su apresurado análisis. Pero era obvio que lo
habían aceptado como asistente del difunto Breckenridge. Era un error natural
en una nave tan grande, donde los hombres aún no habían tenido tiempo de
identificar a todos los técnicos de menor rango.
- Entretanto,
director - murmuró Kent -, lidiamos con una supercriatura que controla la nave,
domina por completo la sala de máquinas y su potencia casi ilimitada, y está en
posesión de la principal sección de talleres.
Era una simple
descripción de la situación. y Grosvenor notó el impacto que producía en los
otros hombres. No podían ocultar su angustia.
Un oficial
habló. - El señor Kent se equivoca - dijo -. La cosa no domina del todo la sala
de máquinas. Aún tenemos el puente, que nos da control primario sobre todas las
máquinas. Ustedes, caballeros, siendo supernumerarios, quizá no conozcan
nuestra configuración mecánica. Sin duda la criatura podría desconectamos, pero
en este momento podemos des activar todos los interruptores de la sala de
máquinas.
- ¡Por amor de
Dios! - exclamó alguien -. ¿Por qué no cortó la potencia en vez de poner a mil
hombres en trajes espaciales?
El oficial
habló con voz precisa.
- El capitán
Leeth cree que estamos más seguros dentro del campo de fuerza de nuestros
trajes. Es probable que la criatura nunca haya estado sometida a cinco o seis
gravedades de aceleración. Sería imprudente abandonar esa y otras ventajas en
maniobras precipitadas.
- ¿Qué otras
ventajas tenemos?
- Yo puedo
responder - dijo Morton -. Sabemos cosas sobre él. y le sugeriré al capitán
Leeth que hagamos una prueba de inmediato. - Se volvió hacia el oficial -.
¿Puede pedirle al comandante que autorice un pequeño experimento?
- Será mejor
que se lo pida usted mismo, director. Puede hablarle por el comunicador. Él
está en el puente.
Morton regresó
a los pocos minutos.
- Pennons -
dijo -, ya que usted es oficial de la nave y jefe de la sala de máquinas, el
capitán Leeth quiere que se encargue de esta prueba.
Grosvenor creyó
detectar cierta irritación en la voz de Morton. Evidentemente, el comandante de
la nave había hablado en serio al decir que se haría cargo. Era la vieja
historia de los mandos divididos. La línea divisoria se había definido con la
mayor precisión posible, pero las autoridades no podían predecir todas las
contingencias. En última instancia, muchas cosas dependían de la personalidad de
los individuos. Hasta ahora, los oficiales y tripulantes, todos militares,
habían cumplido meticulosamente con su deber, subordinándose al propósito del
largo viaje. No obstante, la experiencia de otras naves demostraba que por
algún motivo los militares no tenían en gran estima a los científicos. En estos
momentos, esa hostilidad oculta se ponía en evidencia. En rigor, no había
motivos para que Morton no dirigiera su ataque experimental.
- Director -
dijo Pennons -, no hay tiempo para que usted me explique los detalles. Imparta
las Órdenes. Si di siento con alguna, hablaremos sobre ello.
Era una grácil
cesión de prerrogativas. Pero Pennons, como jefe de máquinas, era un científico
cabal.
Morton no
perdió tiempo.
- Señor Pennons
- dijo enérgicamente -, envíe cinco técnicos a cada una de las cuatro entradas
de la sala de máquinas. Yo encabezaré un grupo. Kent, encárguese del número
dos. Smith, del número tres. y Pennons, por cierto, del número cuatro. Usaremos
calentadores móviles para destrozar las grandes puertas. He advertido que todas
están cerradas. La bestia se ha parapetado adentro.
- Selenski,
vaya al puente y apague todo excepto los motores. Páselos a la llave maestra y
corte todo al mismo tiempo. Pero deje la aceleración a plena potencia. No se debe
aplicar antiaceleración a la nave. ¿Entendido?
- ¡Sí, señor! -
El piloto se cuadró y echó a andar por el corredor.
- Infórmeme por
los comunicadores si una de las máquinas se pone de nuevo en funcionamiento -
le dijo Morton.
Los hombres
escogidos para asistir al director eran miembros de la tripulación de combate.
Grosvenor con varios otros, se dispuso a observar la acción a cincuenta metros
de distancia. Tenía la hueca sensación de esperar el desastre mientras traían
los proyectores móviles e instalaban las pantallas protectoras. Comprendía la
magnitud y el propósito del inminente ataque. Pero había tantos imponderables
que podía ocurrir cualquier cosa. El asunto se manejaba según un antiquísimo
modo de organizar a los hombres y sus conocimientos. Lo más irritante era que
él sólo podía esperar y presentar críticas negativas.
La voz de
Morton llegó por el comunicador general.
- Como he
dicho, éste es un ataque de prueba. Se basa en el supuesto de que el gato no ha
estado en la sala de máquinas el tiempo suficiente para hacer nada. Eso nos da
la oportunidad de vencerlo ahora, antes de que tenga tiempo de prepararse.
Pero, aparte de la posibilidad de que podamos destruirlo de inmediato, tengo
una teoría. Mi idea es la siguiente: esas puertas están construidas para
soportar explosiones potentes, y los calentadores tardarán por lo menos quince
minutos en derribarlas. Durante ese período, la criatura no tendrá energía,
pues Selenski está por desactivarla. El motor estará encendido, pero eso es una
explosión atómica. Sospecho que la criatura no puede tocar ese material. Dentro
de pocos minutos verán a qué me refiero... espero. - Elevó la voz -.
¿Preparado, Selenski?
- Preparado.
- ¡Desactive la
llave maestra!
El corredor -
toda la nave, como sabía Grosvenor - quedó abruptamente sumido en la oscuridad.
Grosvenor encendió la luz de su traje espacial. Uno por uno, los otros hombres
hicieron lo mismo. En el reflejo de los haces, sus rostros lucían tensos y
pálidos.
- ¡Ahora! - La
orden de Morton resonó clara y aguda en el comunicador.
Las unidades
móviles palpitaron. El calor que irradiaban no era atómico, aunque era generado
atómicamente. Lamió el duro metal de la puerta. Grosvenor vio que las primeras
gotas se desprendían del metal y empezaban a rodar. Otras gotas siguieron,
hasta formar varios hilillos. La pantalla transparente comenzó a enturbiarse, y
pronto costó ver lo que pasaba con la puerta. Luego, en la brumosa pantalla, la
puerta comenzó a brillar con la luz de sus propias llamas. El fuego tenía un aire
infernal. Chisporroteaba como una gema mientras el calor de las unidades
móviles devoraba el metal con lenta furia.
Pasó el tiempo.
Al fin se oyó la áspera voz de Morton.
- ¡Selenski!
- Aún no hay
nada, director.
- Pero debe de
estar haciendo algo - susurró Morton -. No puede estar esperando ahí como una
rata acorralada, Selenski.
- Nada,
director.
Pasaron siete,
diez, doce minutos.
- ¡Director! -
Era la tensa voz de Selenski -. Ha activado la dínamo eléctrica.
Grosvenor
suspiró profundamente. La voz de Kent sonó en el comunicador.
- Morton, no
podemos penetrar más. ¿Es esto lo que usted esperaba?
Por la
pantalla, Grosvenor vio que Morton miraba la puerta. Aun desde esa distancia,
le pareció que el metal no estaba tan caliente como antes. La puerta se puso
visiblemente más roja, luego adoptó un color frío y oscuro.
Morton suspiró.
- Es todo por
ahora. ¡Deje tripulantes para custodiar cada corredor! ¡Deje los calentadores
en su sitio! ¡Que los jefes de departamento se reúnan en el puente!
Grosvenor
comprendió que la prueba había terminado.
5
Grosvenor
entregó sus credenciales al guardia de la entrada del puente. El hombre las
examinó dubitativamente.
- Supongo que
está bien - dijo al fin -. Pero hasta ahora no he dejado pasar a nadie que tenga
menos de cuarenta años. ¿Cómo logró que lo admitieran?
Grosvenor
sonrió.
- Entré por la
planta baja de una nueva ciencia. El guardia miró la tarjeta de nuevo.
- ¿Nexialismo?
- preguntó mientras se la devolvía -. ¿Qué es eso?
- Holismo
aplicado - dijo Grosvenor, y traspuso el umbral.
Al mirar hacia
atrás, vio que el hombre lo seguía con ojos desconcertados. Grosvenor sonrió y
olvidó el incidente. Era la primera vez que visitaba el puente. Miró en torno
con curiosidad, impresionado y fascinado. A pesar de ser compacto, el tablero
de control era una estructura inmensa. Estaba construido en una serie de
grandes hileras curvas. Cada arco de metal tenía sesenta metros de largo, y una
escalinata abrupta conducía de una grada ala otra. Los instrumentos se podían
manipular desde el piso o, más rápidamente, desde una silla de control articula
da que colgaba del cielo raso en el extremo de una grúa eléctrica invertida.
El nivel
inferior de la sala era un auditorio con un centenar de cómodas butacas. Tenían
tamaño suficiente para hombres vestidos con traje espacial, y ya había una
veintena de hombres así vestidos sentados en ellas. Grosvenor se instaló en un
lugar apartado. Un minuto después, Morton y el capitán Leeth entraron desde la
oficina del capitán, que se abría desde el puente. El comandante se sentó.
Morton empezó sin preámbulos.
- Sabemos que,
entre todas las máquinas de la sala de máquinas, la más importante para el
monstruo es la dínamo eléctrica. Debe de haber trabajado con frenético terror
para ponerla en marcha antes de que penetráramos las puertas. ¿Algún
comentario?
- Me gustaría
que alguien me describiera qué hizo para lograr que esas puertas fueran
inexpugnables - dijo Pennons.
- Hay un
conocido proceso electrónico - explicó Grosvenor - por el cual los metales se
pueden endurecer mucho provisoriamente, pero nunca oí que se hiciera sin varias
toneladas de equipo especial, el cual no existe en esta nave.
Kent se volvió
para mirarlo.
- ¿De qué sirve
saber cómo lo hizo? - exclamó con impaciencia -. Si no podemos atravesar esas
puertas con nuestros desintegradores atómicos, es el acabose. Puede hacer lo
que quiera con esta nave.
Morton sacudió
la cabeza.
- Tendremos que
trazar algunos planes, y para eso estamos aquí. - Alzó la voz -. ¡Selenski!
El piloto se
asomó desde la silla de control. Su repentina aparición sorprendió a Grosvenor.
No había visto que había un hombre en la silla.
- ¿Qué
necesita, director? - preguntó Selenski.
- ¡Active todas
las máquinas!
Selenski giró
habilidosamente hacia la llave maestra. Con sumo cuidado, puso la gran palanca
en posición. La nave se sacudió con un zumbido audible, el suelo tembló durante
varios segundos. Luego la nave se estabilizó, las máquinas se dedicaron a su
trabajo y el zumbido se diluyó en una vaga vibración.
- Pediré a
varios expertos que den sus sugerencias para luchar contra el gato - dijo
Morton -. Aquí necesitamos una consulta entre muchas especialidades y, por
interesantes que sean las posibilidades teóricas, lo que se requiere es un enfoque
práctico.
Y eso, pensó
Grosvenor con amargura, elimina por completo a Elliott Grosvenor, nexialista.
No debería ser así. Morton quería la integración de muchas ciencias, y para eso
estaba el nexialismo. Grosvenor sospechaba, sin embargo, que él no sería uno de
los expertos en cuyos consejos prácticos se interesaría Morton. Su sospecha era
acertada.
Dos horas
después, el director dijo con voz fatigada:
- Creo que será
mejor que nos tomemos media hora para comer y descansar. Ahora llegamos al
punto crucial, y necesitaremos todas nuestras fuerzas.
Grosvenor se
dirigió a su departamento. No tenía interés en comer y descansar. A los treinta
y un años podía saltarse alguna comida o una noche de sueño. Contaba con media
hora para resolver el problema de lo que se debía hacer con el monstruo que se
había apoderado de la nave.
El problema era
que el acuerdo a que habían llegado los científicos no era integral. Varios
especialistas habían unido sus conocimientos en un nivel superficial. Cada cual
había bosquejado sus ideas ante personas que no estaban entrenadas para
aprehender la riqueza de asociaciones que implicaba cada concepto. El plan de
ataque carecía de unidad.
A Grosvenor le
inquietaba comprobar que él, un joven de treinta y un años, era quizá la única
persona de a bordo con la formación necesaria para ver las debilidades del
plan. Por primera vez desde que había subido a bordo seis meses antes, cayó en
la cuenta del gran cambio que había sufrido en la Fundación Nexial. No era
exagerado decir que todos los sistemas educativos previos eran obsoletos.
Grosvenor no se atribuía ningún mérito personal por la formación que había
recibido. Él no la había creado. Pero, como graduado de la Fundación, como
persona a quien habían puesto a bordo del Beagle Espacial con un propósito
específico, no tenía más alternativa que buscar una solución definida, y luego
usar todos los medios posibles para convencer a los que estaban al mando.
Pero necesitaba
más información. La buscó del modo más rápido posible. Llamó a varios
departamentos por el comunicador.
Ante todo,
habló con subordinados. Se presentaba como jefe de departamento, y el efecto
era notable. Los científicos jóvenes aceptaban su identificación y eran muy
serviciales, aunque no siempre. Nunca faltaba el sujeto que decía: «Necesito la
autorización de mis superiores.» Un jefe de departamento, Smith, le habló
personalmente y le dio toda la información que necesitaba. Otro fue cortés y le
pidió que llamara de vuelta cuando hubieran destruido al gato. Grosvenor se comunicó
con el departamento de química en último lugar y preguntó por Kent, dando por
sentado que no pasarían su llamada. Estaba dispuesto a pedirle la información
al subordinado. Para su fastidio y asombro, lo comunicaron con Kent de
inmediato.
El jefe de
química lo escuchó con mal disimulada impaciencia, y lo interrumpió
abruptamente.
- Usted puede
obtener nuestra información por los canales habituales. Sin embargo, los
descubrimientos realizados en el planeta del gato no estarán disponibles en
algunos meses. Tenemos que verificar todos nuestros hallazgos.
Grosvenor
insistió.
- Señor Kent,
le encarezco que autorice la liberación inmediata de toda información
relacionada: con el análisis cuantitativo de la atmósfera del planeta. Puede
ser importante para el plan que se trazará en la reunión. Sería complicado
explicarle detalladamente, pero le aseguro...
- Oiga,
muchacho - interrumpió Kent socarronamente -, no es momento de discusiones
académicas. Usted no parece entender que corremos peligro mortal. Si algo sale
mal, usted, yo y los demás sufriremos un ataque físico. No será un ejercicio de
gimnasia intelectual. Hágame el favor, no me moleste en diez años.
Hubo un
chasquido cuando Kent cortó la conexión. Grosvenor se quedó quieto varios
segundos, irritado por esa salida insultante. Al fin sonrió resignadamente e
hizo las últimas llamadas.
Su diagrama de
altas probabilidades contenía, entre otras cosas, tildes en los espacios
impresos que mostraban la cantidad de polvo volcánico de la atmósfera del planeta,
la historia natural de varias, formas vegetales según lo indicado por estudios
preliminares de sus semillas, el tipo de sistema digestivo que los animales
necesitarían para comer las plantas examinadas y, por extrapolación, cuáles
serían las probables variaciones de tipo y estructura entre los animales que se
alimentaban de los animales que comían las plantas.
Grosvenor
trabajó de prisa y, como se limitaba a poner tildes en un diagrama ya impreso,
en poco tiempo tuvo su gráfico. Era intrincado. No era fácil explicárselo a
alguien que no estuviera familiarizado con el nexialismo. Pero para él
presentaba un cuadro bastante claro. En la emergencia, señalaba posibilidades y
soluciones que no se podían pasar por alto. Así le parecía a Grosvenor.
Bajo el encabezamiento
«Recomendaciones generales», escribió: «Toda solución que se adopte debe
incluir una válvula de seguridad.»
Con cuatro
ejemplares del diagrama, se dirigió al departamento de matemáticas. Había
guardias, lo cual era inusitado, una obvia protección contra el gato. Cuando se
negaron a dejarle ver a Morton, Grosvenor exigió ver aun secretario del
director. Un hombre joven salió de otra sala, examinó cortésmente el diagrama y
dijo que «trataría de presentárselo al director Morton».
- Ya he oído
antes esa patraña - respondió Grosvenor de mal humor -. Si el director Morton
no ve ese diagrama, pediré una junta examinadora. Aquí pasa algo muy raro con
los informes que presento a la oficina del director, y si esto se repite habrá
problemas.
El secretario
era cinco años mayor que Grosvenor. Era distante y hostil. Se inclinó, y dijo
con una sonrisa irónica:
- El director
es un hombre muy ocupado. Muchos departamentos compiten por su atención.
Algunos de ellos tienen una larga trayectoria, y un prestigio que les da
precedencia sobre las ciencias y los... científicos... más jóvenes. - Se
encogió de hombros -. Pero le preguntaré si desea examinar el diagrama.
- Pídale que
lea las recomendaciones - dijo Grosvenor -. No hay tiempo para más.
- Lo pondré al
corriente - dijo el secretario. Grosvenor se dirigió a la habitación del
capitán Leeth. El comandante lo recibió y escuchó sus palabras. Luego examinó
el diagrama. Al fin sacudió la cabeza.
- Las fuerzas
armadas tienen otro enfoque de estas cuestiones - declaró -. Estamos preparados
para tomar riesgos calculados con miras a metas específicas. Esa idea de que
sería prudente dejar escapar a esta criatura es contraria a mi actitud. He aquí
un ser inteligente que ha iniciado actos hostiles contra un navío espacial
armado. Es una situación intolerable. Estoy seguro de que él inició dicha
acción con pleno conocimiento de las consecuencias. - Sonrió apretando los
labios -. Las consecuencias son la muerte.
Grosvenor pensó
que el resultado final podía ser la muerte de las personas que tenían modos
inflexibles de lidiar con un peligro inusitado. Quiso aclarar que su intención
no era que el gato escapara. Antes que él pudiera hablar, el capitán Leeth se
puso de pie.
- Ahora tendré
que pedirle que se marche - dijo. Le habló a un oficial -.. Muéstrele la salida
al señor Grosvenor.
- Conozco la
salida - respondió amargamente Grosvenor.
A solas en el
corredor, miró su reloj. Faltaban cinco minutos para la hora del ataque.
Se dirigió
desconsolada mente al puente. La mayoría de los otros ya estaba en su sitio
mientras él buscaba un asiento. Un minuto después, el director Morton entró con
el capitán Leeth. Se pidió orden en la sala.
Nervioso,
visiblemente tenso, Morton caminaba de aquí para allá delante de su público. Su
pelo lustroso y negro estaba desmelenado. La leve palidez de su fuerte rostro
enfatizaba la impetuosa agresividad de su mandíbula. Se detuvo súbitamente.
Habló con voz cortante.
- Para
asegurarnos de que nuestros planes estén plenamente coordinados, pediré a cada
experto que describa su función en el ataque contra esta criatura. Señor
Pennons, adelante.
Pennons se puso
de pie. No era un hombre fornido pero parecía corpulento, quizá por su aire de
autoridad. Como los demás, tenía una formación especializada, pero dada la
naturaleza de su campo necesitaba el nexialismo menos que otros. Este hombre
conocía las máquinas y la historia de las máquinas. Según sus antecedentes -
que Grosvenor había examinado - había estudiado desarrollo de máquinas en cien
planetas. Quizá no hubiera nada fundamental que no supiera en materia de
ingeniería práctica. Podía haber hablado mil horas sin revelar todos sus
conocimientos.
- En esta sala
de control hemos instalado un repetidor que activará y desactivará cada motor
rítmicamente. La palanca funcionará cien veces por segundo. El efecto
consistirá en crear vibraciones de muchos tipos. Existe la posibilidad de que
una o más máquinas se destruyan, por el mismo principio de los soldados que
cruzan un puente marchando... sin duda todos conocen esa vieja historia. Pero
en mi opinión no hay auténtico peligro de destrucción. Nuestro propósito es
interferir la interferencia de la criatura, y derribar las puertas.
- Gourlay,
adelante - dijo Morton. Gourlay se levantó perezosamente. Parecía tener sueño,
como si la situación lo aburriera un poco. Grosvenor sospechó que le gustaba
que la gente lo considerase excéntrico. Tenía el título de ingeniero jefe de
comunicaciones, y su archivo consignaba un intento sostenido de adquirir
conocimientos en su especialidad. Si los diplomas servían de algo, tenía una
educación ortodoxa de primer nivel. Cuando al fin habló, arrastraba la voz con
parsimonia. Grosvenor notó que esa actitud surtía un efecto tranquilizador
sobre los demás. Los rostros angustiados se distendieron. Los cuerpos adoptaron
una pose más descansada.
- Hemos
preparado pantallas de vibración - explicó Gourlay - que funcionan por el
principio del reflejo. Una vez dentro, las usaremos de tal modo que la mayor
parte de las vibraciones que él irradie le sean devueltas. Además disponemos de
suficiente energía eléctrica para alimentarlo con tazas de cobre móviles. Tiene
que haber un límite para su capacidad de manipular energía con esos nervios
aislados.
- ¡Selenski! -
llamó Morton. El jefe de pilotos estaba de pie cuando Grosvenor atinó a
mirarlo. Se había levantado con tanta celeridad como si hubiera previsto que
Morton lo llamaría a él. Grosvenor lo estudió fascinado. Selenski era un hombre
flaco de cara flaca, con ojos azules asombrosamente vívidos. Parecía
físicamente fuerte y capaz. Según sus antecedentes, no era un hombre de gran
cultura. Lo compensaba con sus nervios de acero, su reacción veloz ante los
estímulos y su capacidad para trabajar sin pausa.
- A mi
entender, el plan debe ser acumulativo - dijo -. Cuando la criatura crea que no
puede aguantar más, aparecerá otra cosa para sumarse a su problema y confusión.
Cuando el alboroto alcance su punto máximo, activaré la antiaceleración. El
director y Gunlie Lester creen que esta criatura no sabe nada sobre
antiaceleración. Es un desarrollo de la ciencia del vuelo interestelar y no se
habría alcanzado de otra manera. Pensamos que la criatura no sabrá qué hacer
cuando sienta los primeros efectos de la antiaceleración. Todos recordarán esa sensación
de oquedad que todos sentimos la primera vez. - Se sentó.
- ¡Korita,
adelante! - dijo Morton.
- Yo sólo puedo
ofrecerles aliento - dijo el arqueólogo -, partiendo de mi teoría de que el
monstruo tiene todas las características del criminal de las primeras etapas de
una civilización. Smith ha sugerido que su conocimiento científico es
desconcertante. En su opinión, esto podría significar que nos enfrentamos a un
real habitante de la ciudad muerta que visitamos, no sólo un descendiente. Esto
implicaría que nuestro enemigo goza de virtual inmortalidad, una posibilidad en
parte sostenida por su capacidad para respirar tanto oxígeno como cloro... o
ninguno de ambos. Pero su inmortalidad no sería importante en sí misma. Él
pertenece acierta época de su civilización, y ha caído tan bajo que sus ideas
son ante todo recuerdos de esa época. A pesar de su capacidad para controlar la
energía, perdió la cabeza en el ascensor cuando entró en la nave. Al no
controlar sus emociones cuando Kent le ofreció comida, se vio obligado a
revelar su capacidad especial contra un arma de vibraciones. Cometió una
torpeza con sus asesinatos masivos de hace unas horas. Como todos pueden ver,
demuestra la astucia de una mente primitiva y egotista, que no tiene
comprensión de sus procesos corporales en un sentido científico, y ninguna idea
de la vasta organización a la que se enfrenta. Es como el antiguo soldado
germánico que se sentía superior al anciano estudioso romano en cuanto
individuo, aunque el segundo formaba parte de una poderosa civilización que el
germano de esos tiempos no podía sino admirar. Tenemos, pues, aun ser
primitivo, y ese ser primitivo está en medio del espacio, lejos de su hábitat
natural. La victoria será nuestra.
Morton se
levantó. Su macizo rostro mostraba una sinuosa sonrisa.
- Según mi plan
anterior - dijo -, el estimulante discurso de Korita precedería a nuestro
ataque. Sin embargo, en la última hora he recibido un documento de un joven que
está a bordo de esta nave en representación de una ciencia sobre la cual sé muy
poco. El hecho de que esté a bordo me impone prestar oídos a sus opiniones. En
su convicción de que tenía la solución para este problema, él no sólo visito
mis aposentos sino los del capitán Leeth. El comandante y yo hemos acordado,
pues, conceder al señor Grosvenor unos minutos para que describa su solución y
nos convenza de que sabe de qué está hablando.
Grosvenor se
puso de pie tímidamente.
- En la
Fundación Nexial - declaró - enseñamos que detrás de los aspectos más gruesos
de toda ciencia hay una intrincada ligazón con otras ciencias.. Es un viejo
concepto, desde luego, pero hay una diferencia entre hablar de una idea de los
dientes para afuera y aplicarla en la práctica. En la Fundación hemos
desarrollado técnicas para aplicarla. En mi departamento tengo algunas de las
máquinas educativas más notables que se hayan visto. No puedo describirlas
ahora, pero puedo asegurarles que una persona formada por esas máquinas y
técnicas resolvería el problema del gato.
- Primero, las
sugerencias hechas hasta ahora son superficiales. Son satisfactorias dentro de
sus alcances, pero esos alcances son limitados. En este momento tenemos datos
suficientes para presentar un cuadro detallado de la historia del gato. Los
enumeraré. Hace mil ochocientos años, las plantas resistentes de este planeta
comenzaron a recibir menos luz solar en ciertas longitudes de onda. Esto se
debió a la aparición de grandes cantidades de polvo volcánico en la atmósfera.
Resultado: de la noche a la mañana, la mayoría de las plantas murieron. Ayer,
una de nuestras naves exploradoras, volando acierta distancia de la ciudad
muerta, detectó varias criaturas vivientes del tamaño de un venado terrícola,
peto al parecer más inteligentes. Eran tan cautelosas que no pudimos
capturarlas. Hubo que abatirlas, y el departamento de Smith realizó un análisis
parcial. Los cuerpos contenían potasio con la misma configuración química y
eléctrica que se halla en los seres humanos. No avistamos otros animales. Quizá
ésta sea una de las fuentes de potasio del gato. En el estómago de los animales
muertos, los biólogos hallaron partes de las plantas en diversas fases de
digestión. Éste parece ser el ciclo: vegetación, herbívoro, depredador. Es
probable que, cuando las plantas fueron destruidas, los animales que se
alimentaban de ellas perecieran en cantidad proporcional. De la noche a la
mañana, la provisión alimentaria del gato desapareció.
Grosvenor echó
un rápido vistazo a su público. Con una excepción, todos los presentes lo
miraban intensamente. La excepción era Kent. El jefe de química tenía una
expresión de enfado. Su atención parecía estar en otra parte.
El nexialista
se apresuró a continuar:
- La galaxia
presenta muchos ejemplos de la dependencia total de ciertas formas de vida
respecto de un tipo único de alimento. Pero en ningún planeta hemos encontrado
otro ejemplo de vida inteligente que sea tan quisquillosa con la dieta. Parece
que estas criaturas no han pensado en cultivar o criar sus alimentos, y el
alimento de sus alimentos. Una increíble falta de previsión, sin duda. Tan
increíble que toda explicación que no tenga en cuenta este factor sería
automática mente insatisfactoria.
Grosvenor hizo
otra pausa, pero sólo para recobrar el aliento. No miró directamente a los
presentes. Era imposible demostrar lo que estaba por decir. Cada jefe de
departamento tardaría semanas en verificar los datos relacionados con su
especialidad. Lo único que podía hacer era presentar la conclusión, algo que no
se había atrevido a hacer en su diagrama de probabilidades ni en su
conversación con el capitán Leeth. Terminó apresuradamente.
- Los datos son
ineludibles. El gato no es uno de los constructores de esa ciudad, ni un
descendiente de esos constructores. Él y su especie eran animales con que los
constructores hacían experimentos. ¿Qué ocurrió con los constructores? No
podemos saberlo con certeza. Quizá se exterminaron en una guerra atómica hace
mil ochocientos años. La ciudad aplanada, la súbita aparición de polvo
volcánico en la atmósfera en cantidades tales que oscurecerían el sol durante
miles de años, son significativas. El voluble hombre casi logró hacer lo mismo,
así que no debemos juzgar a esta raza extinguida con demasiada dureza. ¿Pero
adónde nos lleva esto?..
Una vez más,
Grosvenor recobró el aliento y se apresuro a continuar.
- SI el gato
hubiera sido un constructor, a estas alturas tendríamos prueba de todos sus
poderes sabríamos con qué nos enfrentamos. Como no lo es, por el momento
lidiamos con una bestia que no tiene una clara comprensión de su potencial.
Arrinconado o presionado, quizá descubra en sí mismo una capacidad que aún
desconoce para destruir seres humanos y controlar máquinas. Debemos darle una
oportunidad de escapar. Una vez fuera de esta nave, estará a nuestra merced.
Eso es todo. Gracias por escucharme.
Morton miró a
los presentes.
- Bien,
caballeros, ¿qué piensan ustedes?
- Nunca oí
semejante historia en mi vida - resopló Kent -. Posibilidades. Probabilidades.
Fantasías. Si esto es el nexialismo, tendrán que presentármelo mucho mejor para
que llegue a interesarme.
- La
explicación es inaceptable - dijo sombríamente Smith -, sin contar con el
cuerpo del gato para examinarlo.
- Dudo que un
examen demuestre definitivamente que es una bestia experimental - intervino Von
Grossen, jefe de física -. El análisis de Grosvenor es totalmente
controvertido, y no hay manera de resolverlo.
- Una nueva
exploración de la ciudad podría revelar pruebas de la teoría de Grosvenor -
dijo Korita. y añadió cautelosamente -: No refutaría del todo la teoría
cíclica, pues esa inteligencia experimental tendería a reflejar las actitudes y
creencias de quienes le enseñaron.
- Una de
nuestras naves salvavidas está ahora en el taller - dijo el jefe de máquinas,
Pennons -. Está parcialmente desmantelada y ocupa el único foso de reparaciones
que está disponible abajo. Llevarle al gato una nave salvavidas utilizable
requeriría tanto esfuerzo como el ataque total que estamos planeando. Desde
luego, si el ataque fracasa, siempre podemos pensar en sacrificar una nave
salvavidas, aunque aún no sé cómo podrá sacarla del Beagle. Allá abajo no hay
cámaras estancas.
Morton se
volvió hacia Grosvenor. - ¿Qué responde a eso?
- Hay una
cámara estanca al final del corredor contiguo a la sala de máquinas. Debemos
darle acceso a ella.
El capitán
Leeth se puso de pie.
- Como le dije
al señor Grosvenor cuando vino a verme, la mente militar tiene una actitud más
firme en estas cuestiones. Nosotros estamos dispuestos a aceptar bajas. El
señor Pennons ha expresado mi opinión. Si nuestro ataque falla, pensaremos en
otras medidas. Gracias, señor Grosvenor, por su análisis. ¡Pero ahora, manos a
la obra!
Era una orden.
El éxodo comenzó de inmediato.
6
Coeurl
trabajaba en el radiante fulgor del gigantesco taller. Había recobrado casi
todos sus recuerdos, las aptitudes que le habían enseñado los constructores, su
capacidad para adaptarse a nuevas máquinas y nuevas situaciones. Había
encontrado la nave salvavidas en un foso. Estaba parcialmente desmantelado.
Coeurl
trajinaba para repararlo. Comprendía cada vez más la importancia de escapar.
Así tendría acceso a su planeta y otros coeurls. Con las aptitudes que él podía
enseñarles, serían invencibles. De este modo, la victoria sería segura. En
cierto modo, pues, estaba decidido. Pero era reacio a abandonar la nave. No
estaba convencido de estar en peligro. Después de examinar las fuentes de
energía del taller, y de recordar lo que había ocurrido, le parecía que esos
seres bípedos no tenían el equipo para vencerlo.
Era presa del
conflicto mientras trabajaba. Sólo cuando se detuvo a examinar la nave
comprendió qué gran tarea de reparación había realizado. Sólo quedaba cargar
las herramientas e instrumentos que quería llevar. y luego... ¿se marcharía o
lucharía? Sintió angustia al oír que se aproximaban los hombres. Captó el
súbito cambio en el tempestuoso trueno de los motores, un zumbido rítmico y
espasmódico, más agudo, más penetrante, más irritante que la palpitación pareja
y gutural que lo había precedido. El ruido era enervante. Coeurl procuró
adaptarse, y su cuerpo se estaba concentrando para lograrlo cuando intervino un
nuevo factor. Potentes proyectores móviles escupieron rugientes llamas contra
las macizas puertas de la sala de máquinas. Al instante, debió decidir si
combatiría contra los proyectores o se adaptaría al nuevo ritmo. Descubrió que
no podía hacer ambas cosas.
Empezó a
concentrarse en escapar. Tensó cada músculo de su potente cuerpo mientras
llevaba grandes cargamentos de máquinas, herramientas e instrumentos y los arrojaba
en cualquier espacio disponible que hubiera dentro de la nave salvavidas. Al
fin se detuvo frente ala puerta para el penúltimo acto de su partida. Sabía que
las puertas estaban por caer. Media docena de proyectores devoraba lenta pero
inexorablemente las pulgadas restantes. Coeurl titubeó, luego retiró toda
resistencia energética. Se concentró intensamente en el casco externo de la
gran nave, hacia donde apuntaba la roma nariz del salvavidas de diez metros. Su
cuerpo huía del chorro de electricidad que fluía de las dínamos. Sus zarcillos
auditivos encauzaban ese temible poder hacia la pared. Se sentía en llamas. Le
dolía todo el cuerpo. Sospechó que estaba peligrosamente cerca del límite de su
capacidad para manipular energía.
A pesar de sus
esfuerzos, nada ocurrió. La pared no cedió. Ese metal era duro, y más fuerte
que todo lo que él conocía. Mantenía su forma. Sus moléculas eran monoatómicas
pero su disposición era inusitada. El efecto de apiñamiento se conseguía sin la
gran densidad que habitualmente lo acompañaba.
Oyó caer una de
las puertas de la sala de máquinas. Los hombres gritaron. Los proyectores
rodaron hacia adelante, incontenibles. El piso de la sala de máquinas rezongó
mientras esas andanadas de calor quemaban el metal. Ese estrépito tremendo y
amenazador se acercaba. En un minuto los hombres atravesarían las débiles
puertas que separaban la sala de máquinas del taller.
Durante ese
minuto, Coeurl obtuvo su victoria. Sintió el cambio en la aleación resistente.
La pared perdió cohesión. Parecía igual, pero no había duda. La energía fluía
fácilmente por su cuerpo. Siguió concentrándola durante varios segundos, hasta
quedar satisfecho. Con un gruñido de triunfo, brincó a la pequeña nave y movió
la palanca que cerraba la puerta.
Uno de sus tentáculos
abrazó el motor con ternura casi sensual. La máquina saltó hacia adelante
cuando él la lanzó contra la gruesa pared externa. La nariz de la nave la tocó,
y la pared se disolvió en una reluciente lluvia de polvo. Notó pequeñas
sacudidas de retardo mientras el peso del polvo metálico que debía apartar del
camino restaba velocidad ala navecilla. Pero lo atravesó y se lanzó
irresistiblemente al espacio.
Pasaron
segundos. Coeurl notó que había partido de la gran nave en ángulo recto con su
curso.
Aún estaba tan
cerca que podía ver el boquete irregular por donde había escapado. Hombres con
armadura se recortaban contra el resplandor. Ellos y la nave se encogían a ojos
vistas. Luego los hombres desaparecieron y sólo quedó la nave con el resplandor
de mil portillas borrosas.
Coeurl se
alejaba rápidamente. Su tablero de instrumentos indicaba una curva de noventa
grados. Fijó los controles para aceleración máxima. Así, un minuto después de
su escape, enfiló hacia la dirección de donde venía la gran nave.
Detrás de él,
el gigantesco globo se redujo rápidamente, se empequeñeció tanto que no se
veían las portillas. Adelante, Coeurl vio una diminuta y opaca esfera de luz.
Su propio sol, comprendió. Allí, con otros coeurls, podría construir una nave
interestelar y viajar a estrellas que tuvieran planetas habitados. Había dejado
de mirar las pantallas retrovisoras. Las miró de nuevo. El globo aún estaba
allí, un diminuto punto de luz en la inmensa negrura del espacio. De pronto
parpadeó y desapareció.
Por un instante
tuvo la desconcertante sensación de que se había movido justo antes de
desaparecer. Pero no podía ver nada. Se preguntó nerviosamente si habían
apagado todas las luces y lo seguían en la oscuridad. Era evidente que no
estaría del todo a salvo hasta aterrizar.
Preocupado e
inseguro, volvió a mirar las pantallas delanteras. Sintió una profunda
consternación. El sol opaco hacia donde se dirigía no aumentaba de tamaño. Era
visiblemente más pequeño. Se convirtió en un punto en la oscura lejanía.
Desapareció.
El miedo
estremeció a Coeurl como un viento
helado. Durante
minutos miró tensamente el espacio, esperando frenética mente que su única
referencia volviera a ser visible. Pero allí sólo brillaban las remotas
estrellas, puntos quietos contra el terciopelo de una distancia insondable.
Pero uno de
esos puntos estaba creciendo. Con los músculos tensos, Coeurl observó cómo el
punto crecía hasta convertirse en una esfera de luz y seguía expandiéndose.
Cada vez más grande. De pronto titiló. Allí estaba, delante de él, luces en
cada portilla, el gran globo de la nave espacial, la misma nave que minutos
antes había desaparecido detrás de él.
Algo le sucedió
a Coeurl en ese momento. Su mente giraba como un volante, cada vez más rápido.
Se astilló en un millón de fragmentos dolorosos. Los ojos se le salían de las
órbitas mientras, como un animal enloquecido, rabiaba en la pequeña cabina. Sus
tentáculos aferraron preciosos instrumentos y los arrojaron con colérica
frustración. Sus zarpas rasgaron las paredes de la nave. Al fin, en un ramalazo
de cordura, Supo que no podría enfrentar el inevitable fuego de los
desintegradores que ahora le apuntarían desde prudente distancia.
Fue sencillo
crear el violento caos celular que liberó cada gota de id de sus órganos
vitales.
Un último
gruñido de desafío le torció los labios. Sus tentáculos se agitaron ciegamente.
y luego, súbitamente fatigado y sin fuerzas para combatir, se hundió. La muerte
llegó apaciblemente después de tantas horas de violencia.
El capitán
Leeth no corrió riesgos. Cuando cesó el fuego y pudieron aproximarse a lo que
quedaba de la nave salvavidas, los exploradores encontraron pequeñas masas de
metal fundido, y sólo aquí y allá restos de lo que había sido el cuerpo de
Coeurl.
- Pobre gato -
dijo Morton -. Me pregunto qué habrá pensado cuando nos vio delante de él,
después de que desapareció su propio sol. Al no entender nada sobre
antiaceleradores, no sabía que podíamos frenar súbitamente en el espacio,
mientras que él tardaría más de tres horas. Al parecer iba rumbo a su planeta,
pero en realidad se alejaba cada vez más. No pudo saber que cuando frenamos nos
pasó, y que entonces sólo teníamos que seguirle y fingir que éramos el sol,
hasta que estuvimos lo suficientemente cerca para destruirle. Todo el cosmos
debe haber girado como un trompo para él.
Grosvenor
escuchó el relato con emociones ambiguas. Todo el incidente se disolvía
deprisa, perdiendo forma, disipándose en la oscuridad. Los detalles de cada
momento ya nunca serían recordados por un individuo tal como habían ocurrido.
El peligro que habían corrido ahora parecía remoto.
- ¡Olvidémonos
de la compasión! - oyó que decía Kent -. Tenemos una misión. Liquidar a todos
los gatos de ese mísero mundo.
Korita murmuró
suavemente.
- Eso será
sencillo. Sólo son primitivos. Sólo tenemos que instalarnos y vendrán a
nosotros, esperando engañarnos con su astucia. - Se volvió hacia Grosvenor -.
Aún creo que será así - dijo con voz amigable -, aunque la teoría de nuestro
joven amigo resultara ser correcta. ¿Qué piensa, Grosvenor?
- Yo iría un
poco más lejos - dijo Grosvenor -. Como historiador, sin duda convendrá en que
ningún intento conocido de exterminio total ha tenido éxito. No olvide que el
ataque del gato se basaba en una desesperada necesidad de comida; los recursos
de este planeta no pueden sostener a su raza mucho tiempo más. Los hermanos del
gato no saben nada sobre nosotros, así que no son una amenaza. ¿Por qué no
dejamos que simplemente se mueran de hambre?
7
El nexialismo
es la ciencia de unir ordenadamente el conocimiento de una especialidad con el
de otras especialidades. Brinda técnicas para acelerar los procesos de
absorción de conocimiento y usar efectivamente lo que se ha aprendido. Están
cordialmente invitados a asistir.
Conferencista,
ELLIOT GROSVENOR
Lugar:
Departamento Nexial
Fecha: 71911 a
las 15:50
Grosvenor colgó
el aviso en el atestado tablero de anuncios. Luego retrocedió para examinar su
trabajo. El anuncio competía con otras ocho conferencias, tres películas,
cuatro filmes educativos, nueve grupos de discusión y varios eventos
deportivos. Además habría gente que se quedaría en su habitación a leer,
reuniones espontáneas de amigos, la media docena de bares y comedores, cada uno
de los cuales contaría con todos sus parroquianos.
No obstante,
confiaba en que alguien leería el anuncio. Era un adminículo de un centímetro
de grosor. La estampa era una silueta que se expandía por la superficie desde
el interior. Una rueda cromática de material liviano, delgada como un papel,
giraba magnéticamente y brindaba la fuente de luz multicolor. Las letras
cambiaban de color a solas y en grupos. Como la frecuencia de la luz emitida
era alterada sutil y magnéticamente momento a momento, nunca se repetían los
mismos colores.
El letrero
resaltaba en su descolorido entorno como un cartel de neón. Era bien visible.
Grosvenor se
dirigió al comedor. Al entrar, un hombre que había en la puerta le puso una
tarjeta en la mano. Grosvenor la miró con curiosidad.
KENT PARA
DIRECTOR
Kent es jefe
del mayor departamento de nuestra nave. Es célebre por su colaboración con
otros departamentos. Gregory Kent es un científico sensible, que comprende los
problemas de otros científicos. Recuerde que esta nave, además de su
complemento militar de 180 oficiales y soldados rasos, lleva 804 científicos
encabezados por una administración apresuradamente elegida por una pequeña
minoría antes del despegue. Es preciso rectificar esta situación. Tenemos
derecho a una representación democrática.
MITIN ELECTORAL
71911 15:00 horas
ELIJA DIRECTOR
A KENT
Grosvenor se
guardó la tarjeta en el bolsillo y entró en la sala iluminada. Los individuos
rígidos como Kent no pensaban en las consecuencias de sus esfuerzos para
dividir a un grupo de hombres en bandos hostiles. El cincuenta por ciento de
las expediciones interestelares de los últimos doscientos años no había
regresado. Las razones sólo se podían deducir a partir de lo que había sucedido
en las naves que sí habían regresado. Siempre había choques entre los miembros
de la expedición, amargas disputas, desacuerdos en cuanto a los objetivos, y la
formación de grupos disidentes. Éstos se multiplicaban casi en proporción
directa con la duración del viaje.
Las elecciones
eran una innovación reciente en tales expediciones. Se había otorgado el
permiso para celebrarlas porque los hombres eran reacios a someterse
irrevocablemente a la voluntad de dirigentes designados. Pero una nave no era
un país en miniatura. Una vez en camino, no podía reemplazar las bajas. Frente
a la catástrofe, sus recursos humanos eran limitados.
Evaluando la
situación, lamentando que la hora del mitin político coincidiera con su
conferencia, Grosvenor se dirigió a su mesa. El comedor estaba atestado. Sus
compañeros de la semana ya estaban comiendo. Había tres de ellos, científicos
jóvenes de distintos departamentos.
Mientras él se
sentaba, uno de los hombres comentó jovialmente:
- Bien, ¿qué
personaje femenino indefenso asesinaremos hoy?
Grosvenor rió
con buen humor, pero sabía que el comentario no era sólo humorístico. La
conversación entre los jóvenes siempre era similar, y giraba sobre las mujeres
y el sexo. En esta expedición compuesta únicamente por hombres, el problema del
sexo se había resuelto químicamente mediante la inclusión de drogas específicas
en la dieta general. Eso eliminaba la necesidad física, pero era emocionalmente
insatisfactorio.
Nadie respondió
la pregunta. Carl Dennison, un joven químico, miró con mal ceño al que había
hablado y se volvió hacia Grosvenor.
- ¿Cómo piensas
votar?
- Por voto
secreto - dijo Grosvenor -. Ahora volvamos a la rubia que Allison mencionaba
esta mañana...
- Votarás por
Kent, ¿verdad? - insistió Dennison. Grosvenor sonrió esquivamente.
- No he pensado
en ello. Aún faltan dos meses para las elecciones. ¿Qué tiene de malo Morton?
- Es
prácticamente un hombre designado por el gobierno.
- También yo.
También tú.
- Es sólo un
matemático, no un científico en el auténtico sentido de la palabra.
- Eso es nuevo
para mí - comentó Grosvenor -. He trabajado durante años bajo la ilusión de que
los matemáticos eran científicos.
- De eso se
trata. Por la semejanza superficial, es una ilusión. - Evidentemente Dennison
intentaba imponer una concepción propia. Era un sujeto ferviente y robusto, y
se inclinó hacia adelante como si acabara de explicar su causa -. Los
científicos deben unirse. Imagínate, somos una nave entera, ¿y a quién ponen al
mando? A un hombre que maneja abstracciones. Eso no sirve para enfrentar
problemas prácticos.
- Qué curioso.
Pensé que se las apañaba bastante bien para solucionar nuestros problemas.
- Los podemos
solucionar nosotros mismos - replicó Dennison con irritación.
Grosvenor había
pulsado algunos botones. Su comida comenzó a subir por el cinturón vertical del
centro de la mesa. La olfateó.
- Ah, aserrín
asado, directo del departamento de química. Huele delicioso. Me pregunto si han
puesto el empeño necesario para lograr que el aserrín de broza del planeta de
los gatos sea tan nutritivo como el aserrín que trajimos. - Alzó la mano -. No
respondas. No deseo quedar desilusionado con la integridad de departamento de
Kent, aunque no me gusta su conducta. Verás, le pedí esa colaboración que
mencionan en la tarjeta, y él me pidió que lo llamara en diez años. Supongo que
se olvidó de las elecciones. Además, tiene el descaro de organizar un mitin
político en la misma noche en que yo doy una conferencia. - Se puso a comer.
- Ninguna
conferencia es tan importante como esta reunión. Discutiremos cuestiones que
afectarán a todos los que viajan en esta nave, tú incluido. - Dennison tenía la
cara roja, la voz áspera -. Mira, Grosvenor, no puedes tener nada contra un
hombre que ni siquiera conoces bien. Kent es la clase de persona que no se
olvida de sus amigos.
- Apuesto a que
también tiene un tratamiento especial para quienes no le caen bien - dijo
Grosvenor. Se encogió de hombros con impaciencia -. Carl, para mí Kent
representa todo lo que es destructivo en nuestra actual civilización. Según la
teoría de los ciclos históricos de Korita, estamos en la etapa «invernal» de
nuestra cultura. Uno de estos días le pediré una explicación más detallada,
pero la caricatura de campaña democrática de Kent es un ejemplo de los peores
aspectos de este período.
Le habría
gustado añadir que estaba abordo precisamente para impedir esas cosas, pero
desde luego no podía hacerlo. Una discordia como ésta había llevado el desastre
a muchas expediciones anteriores. En consecuencia, sin que los hombres lo
supieran, las naves se habían convertido en campos de prueba para los experimentos
sociológicos: nexialismo, elecciones, mando dividido, estos y muchos otros
cambios pequeños se estaban probando con la esperanza de que la expansión del
hombre en el espacio resultara menos costosa.
Dennison lo
miró con cara burlona.
- ¡Escuchad al
joven filósofo! - comentó, y añadió sin rodeos -: Vota por Kent si sabes lo que
conviene.
Grosvenor
contuvo su irritación.
- ¿Qué hará él?
¿Reducir mi ración de aserrín? Tal vez yo mismo debería ser candidato a
dictador. Conseguir los votos de todos los hombres de treinta y cinco años para
abajo. A fin de cuentas, superamos en número a los mayores, por tres o cuatro a
uno. La democracia exige que tengamos nuestra representación proporcional.
Dennison
parecía haberse recobrado.
- Cometes un
grave error, Grosvenor. Ya lo descubrirás.
El resto de la
comida transcurrió en silencio.
Cinco minutos
antes de las 15:50 del día siguiente, Grosvenor sospechó que su aviso no había
llamado la atención. Lo desconcertaba. Podía entender que Kent hubiera
prohibido a sus simpatizantes que asistieran a conferencias dictadas por
hombres que habían indicado que no lo respaldarían. Pero aunque el jefe de
química controlara a una mayoría de los votantes, quedaban cientos de
individuos que no habían sufrido su influencia. Grosvenor no pudo sino recordar
lo que un funcionario del gobierno con formación nexialista le había dicho en
la víspera de la partida.
- Tu tarea a
bordo del Beagle no será fácil. El nexialismo es un enfoque totalmente nuevo
del aprendizaje y la asociación. Los mayores lo combatirán por instinto. Los
jóvenes, si ya fueron educados con métodos comunes, serán automáticamente
hostiles a cualquier cosa que sugiera que sus técnicas recién adquiridas son
anticuadas. y tú deberás usar en la práctica lo que aprendiste en teoría,
aunque en tu caso esa transición forma parte de tu entrenamiento. Sólo recuerda
que un hombre que tiene razón con frecuencia se hace oír en una crisis.
A las 16:10,
Grosvenor visitó los tableros de anuncios de dos salas de estar y el corredor
central, y cambió la hora de su conferencia para las 17:00. A las 17:00 la
cambió para las 17:50, y luego para las 18:00.
- Tienen que
salir - se decía -. El mitin no puede durar para siempre, y las otras
conferencias duran a lo sumo dos horas.
A las 18:00 menos
cinco, oyó los pasos de dos hombres que se acercaban lentamente por el
corredor. Hicieron silencio mientras se detenían frente a la puerta abierta.
- Éste es el
lugar, en efecto - dijo uno. Se rieron sin motivo aparente. Un momento después,
los dos entraron. Grosvenor titubeó, luego saludó cordialmente. Desde el primer
día de viaje, se había impuesto la tarea de identificar a los individuos de a
bordo, su voz, su rostro, su nombre, todo lo que pudiera descubrir. Con tantos
hombres para investigar, aún no había completado esa tarea, pero recordaba a
estos dos. Ambos pertenecían al departamento de química.
Los observó
cautelosamente mientras caminaban mirando la exhibición de aparatos educativos.
Algo parecía divertirles. Al fin se instalaron en dos sillas, y uno preguntó
con exagerada cortesía:
- ¿Cuándo
empieza la conferencia, Grosvenor? Grosvenor miró el reloj.
- En cinco
minutos - dijo. Durante ese intervalo entraron ocho hombres. Fue un gran
estímulo para Grosvenor después de su mal comienzo, sobre todo porque uno de
los hombres era Donald McCann, jefe del departamento de geología. Ni siquiera
le molestaba que cuatro de los presentes pertenecieran al departamento de
química.
Complacido,
inició su conferencia sobre los reflejos condicionados y su desarrollo desde
los días de Pavlov, hasta ser una piedra angular de la ciencia del nexialismo.
Después McCann
se acercó para hablarle.
- He notado que
parte de la técnica es la máquina de sueños, que educa mientras uno duerme - le
dijo. Rió entre dientes -. Recuerdo que un viejo profesor mío comentaba que uno
tardaría mil años en aprender todo lo que se sabe en ciencias. Usted no admitió
esa limitación.
Grosvenor notó
que los ojos grises del otro lo observaban con un destello amable. Sonrió.
- Esa limitación
- respondió - se debía en parte al viejo método de usar la máquina sin
entrenamiento preliminar. Hoy la Fundación Nexial usa la hipnosis y la
psicoterapia para romper la resistencia inicial. Por ejemplo, cuando me
examinaron, me dijeron que normalmente yo sólo podía usar la máquina de sueños
cinco minutos cada dos horas.
- Una
tolerancia muy baja - dijo McCann -. La mía era de tres minutos cada media
hora.
- Pero usted lo
aceptó, ¿verdad? - ¿y qué hizo usted? Grosvenor sonrió.
- No hice nada.
Fui condicionado con diversos métodos hasta que pude dormir profundamente ocho
horas, mientras la máquina funcionaba sin cesar. Otras técnicas suplementaron
este proceso.
El geólogo
ignoró la última oración.
- ¡Ocho horas
seguidas! - exclamó con verdadero asombro.
- Seguidas -
convino Grosvenor. El hombre pareció reflexionar.
- Aun así -
dijo al fin -, eso sólo reduce la cifra por un factor de tres. Aun sin
condicionamiento, hay muchas personas que pueden aprovechar cinco minutos de
cada cuarto de hora de un período de sueño sin despertar.
Grosvenor
respondió despacio, estudiando la reacción del otro.
- Pero es
preciso repetir la información muchas veces. - Por la expresión de asombro de
McCann, comprendió que se había hecho entender. Se apresuró a continuar -: Sin
duda usted ha tenido la experiencia de ver u oír algo una vez y no olvidarlo
nunca. Pero en otras ocasiones lo que parece una impresión igualmente profunda
se disipa al extremo de que no lo recordamos con precisión ni siquiera cuando
se menciona. Hay motivos para ello. La Fundación Nexial descubrió cuáles eran.
McCann no dijo
nada. Fruncía los labios. Por encima del hombro, Grosvenor vio que los cuatro
hombres del departamento de química se habían agrupado cerca de la puerta del
corredor. Hablaban en voz baja. Les echó una ojeada y le dijo al geólogo:
- Al principio
hubo momentos en que creí que la presión sería intolerable para mí. Comprenderá
que no hablo de la máquina de sueños. En cantidad, eso representaba sólo el
diez por ciento del total.
McCann sacudió
la cabeza.
- Esas cifras
me abruman. Supongo que el mayor porcentaje se relaciona con esas películas
donde cada imagen dura sólo una fracción de segundo.
Grosvenor
asintió.
- Usábamos las
películas taquistoscópicas tres horas por día, pero constituían un cuarenta y
cinco por ciento del entrenamiento. El secreto es la velocidad y la repetición.
- ¡Una ciencia
entera de una sentada! - exclamó McCann -. Eso es lo que ustedes llaman
aprendizaje holístico.
- Ésa es una
faceta. Aprendíamos con todos los sentidos, a través de los dedos, los oídos,
los ojos, incluso el olfato y el gusto.
Una vez más
McCann frunció el entrecejo. Grosvenor vio que los jóvenes químicos se
marchaban de la sala. Un murmullo de risas llegó desde el corredor. Pareció arrancar
a McCann de su concentración. El geólogo extendió la mano.
- ¿Por qué no
viene un día a mi departamento? - preguntó -. Quizá podamos elaborar un método
para coordinar su conocimiento integrador con nuestro trabajo de campo. Podemos
probarlo cuando aterricemos en otro planeta...
Al regresar a
su dormitorio, Grosvenor silbaba entre dientes. Había obtenido su primera
victoria, y la sensación era agradable.
8
A la mañana
siguiente, cuando Grosvenor se aproximaba a su departamento, vio con asombro que
la puerta estaba abierta. Una brillante franja de luz cruzaba el penumbroso
corredor. Apuró el paso y se detuvo en la puerta.
Al primer
vistazo, vio a siete técnicos químicos, incluidos dos que habían asistido a la
conferencia. Habían introducido máquinas en la sala. Había varias cubas, una
serie de unidades calentadoras y todo un sistema de tubos para llevar
sustancias químicas a las cubas.
Grosvenor
recordó cómo habían actuado los químicos durante la conferencia. Atravesó la
puerta, tenso ante la situación y temiendo que hubieran dañado su equipo. Usaba
esta sala externa para propósitos generales. Normalmente contenía algunas
máquinas, pero sobre todo estaba diseñada para usar la producción de las otras
salas con propósitos de instrucción grupal. Las otras cuatro salas contenían su
equipo especial.
Por la puerta
abierta que conducía a su estudio de grabación de imágenes y sonidos, Grosvenor
vio que también lo habían tomado. El shock le impuso silencio. Ignorando a esos
hombres, atravesó la sala I externa y cada una de las cuatro secciones
especiales. Los químicos invasores habían ocupado tres. Eso incluía, además del
estudio de grabación, El laboratorio y la sala de herramientas. La cuarta
sección, con sus dispositivos técnicos, y un almacén contiguo, estaban libres
de intrusos. Allí habían apilado la maquinaria móvil y los muebles de las otras
salas. Una puerta conducía de la cuarta sección aun corredor más pequeño.
Grosvenor tuvo la desagradable sospecha de que a partir de entonces sería su
entrada en el departamento.
Aún contenía su
furia, evaluando la situación. Esperarían que protestara ante Morton. Kent se
las ingeniaría para usar ventajosamente el episodio para las elecciones.
Grosvenor no entendía cómo esto podía beneficiar al químico en su campaña, pero
era evidente que Kent pensaba que sería así.
Regresó
lentamente a la sala externa, su auditorio. Notó por primera vez que las cubas
eran máquinas de fabricación de alimentos. Muy listos. Daría la impresión de
que el espacio se usaba para buenos fines, algo que - podrían alegar - no se
hacía antes. El astuto plan cuestionaba su integridad.
Parecía haber
pocas dudas en cuanto al porqué. Kent le tenía inquina. Al oponerse verbalmente
ala elección de Kent - algo que sin duda le habían comunicado -, había
intensificado esa inquina. Pero la vengativa reacción del jefe de química podía
usarse contra él, siempre que Grosvenor supiera manejarla.
Debía evitar
que Kent sacara partido de esta invasión. Se acercó a uno de los hombres.
- ¿Por qué no
corres la voz de que me agrada esta oportunidad de mejorar la educación del
personal del departamento de química, y que espero que nadie se oponga a
aprender mientras trabaja?
Siguió de largo
sin esperar una respuesta. Cuando miró hacia atrás, el hombre lo seguía con
ojos desconcertados. Grosvenor reprimió una sonrisa. Se sentía de buen humor
cuando entró en la sala técnica. Ahora, al menos, enfrentaba una situación
donde podría aplicar algunos de los métodos que le habían enseñado.
Como habían
juntado sus armarios móviles y otros dispositivos en un espacio relativamente
reducido, no tardó mucho en encontrar el gas hipnótico que buscaba. Pasó casi
una hora conectando un silenciador al pico, para que la materia comprimida del
interior no siseara al salir. Cuando hubo terminado, Grosvenor llevó el
recipiente a la sala externa. Abrió un armario que tenía una puerta enrejada,
puso el recipiente dentro y abrió el gas. Se apresuró a echar llave a la
puerta.
Un leve aroma
perfumado se mezcló con el olor químico de la cuba.
Silbando
suavemente, Grosvenor cruzó la sala. Lo detuvo el jefe del grupo, uno de los
hombres que había asistido a su conferencia de la noche anterior.
- ¿Qué demonios
está haciendo?
- Dentro de un
minuto ni lo notará - respondió Grosvenor amablemente -. Es parte de mi
programa educativo para su personal.
- ¿Quién le
pidió un programa educativo?
- Vaya, señor
Malden - exclamó Grosvenor, simulando asombro -. ¿Qué otra cosa haría usted en
mi departamento? - Se echó a reír -. Sólo bromeaba. Es un ambientador. No
quiero que llenen el lugar de olores raros.
Se alejó sin
esperar respuesta, y luego se quedó en un costado observando la reacción de los
hombres ante el gas. Había quince individuos en total. Podía esperar cinco
reacciones favorables y cinco parcialmente favorables. Había maneras de saber
cómo una persona había sido afectada.
Tras varios
minutos de atenta observación, Grosvenor se aproximó, se detuvo junto a uno de
los hombres y dijo en voz baja pero firme:
- Ven al lavabo
dentro de cinco minutos y te daré algo. No te olvides.
Regresó a la
puerta que conectaba la sala externa con el estudio. Al volverse vio que Malden
se acercaba a ese hombre para hablarle. El técnico sacudió la cabeza con
evidente sorpresa.
La voz del jefe
manifestaba una asombrada furia.
- ¿Cómo que él
no te habló? Yo lo vi.
El técnico se
enfadó.
- Yo no oí
nada, y yo debería saberlo.
Si la discusión
continuó, Grosvenor no oyó ni vio nada. Por el rabillo del ojo, notó que uno de
los jóvenes de la sala contigua daba señales de respuesta suficiente. Se le
acercó con la misma displicencia, y le dijo las mismas palabras que le había
dicho al primer sujeto, aunque pidiéndole que acudiera dentro de quince minutos
en vez de cinco.
En total, seis
hombres respondieron en la medida que Grosvenor consideraba esencial para su
plan. De los nueve individuos restantes, tres - incluido Malden - manifestaron
una reacción menor.
Grosvenor dejó
al segundo grupo a solas. A estas alturas, necesitaba alguna certidumbre. Luego
probaría otro patrón para los demás.
Grosvenor
estaba esperando cuando el primer sujeto del experimento entró en el lavabo. Le
sonrió y le dijo:
- ¿Alguna vez
viste uno de éstos? - Le mostró un diminuto cristal auditivo, con pestañas para
sujetarlo dentro de la oreja.
El hombre
aceptó el pequeño instrumento, lo miró, sacudió la cabeza con asombro.
- ¿Qué es? -
preguntó.
- Date la
vuelta y te lo pondré en el oído - ordenó Grosvenor. Mientras el otro obedecía
sin chistar, Grosvenor continuó con firmeza -. Notarás que la parte externa
tiene el color de la carne. En otras palabras, sólo se puede ver si te examinan
de cerca. Si alguien lo ve, puedes decir que es un audífono.
Terminó de
instalarlo y retrocedió.
- Al cabo de un
minuto, ni recordarás que lo tienes puesto. No lo sentirás.
El técnico
parecía interesado.
- Apenas lo
siento ahora. ¿Para qué sirve?
- Es una radio
- explicó Grosvenor. Continuó despacio, enfatizando cada palabra -. Pero nunca
oirás conscientemente lo que dice. Las palabras van directamente al inconsciente.
Puedes oír lo que dicen otras personas. Puedes entablar una conversación. Más
aún, seguirás con tu vida normal sin darte cuenta de que hay algo distinto. Te
olvidarás de que existe.
- ¡Qué te
parece! - dijo el técnico. Salió sacudiendo la cabeza. Minutos después, entró
el segundo hombre; y luego, por turno, los cuatro que habían manifestado una
respuesta de trance profundo. Grosvenor les puso a todos duplicados de la radio
casi invisible.
Tarareando,
sacó otro gas hipnótico, lo puso en un recipiente, y sustituyó el que estaba en
el armario. Esta vez el jefe y otros cuatro respondieron profundamente. En
cuanto al resto, dos demostraron una reacción leve, uno - que antes parecía
levemente afectado - pareció salir totalmente de su estado, y otro no dio
ninguna señal.
Grosvenor
decidió contentarse con once sujetos en trance profundo sobre quince. Kent se
llevaría una desagradable sorpresa ante la cantidad de genios de la química que
aparecían en su departamento.
No obstante,
estaba lejos de la victoria final. Quizá ésta fuera imposible, salvo mediante
un ataque más directo contra Kent.
Rápidamente,
hizo una grabación para una emisión experimental a las radios del oído. La dejó
activada mientras caminaba entre los hombres y observaba sus reacciones. Cuatro
individuos parecían estar preocupados.
Grosvenor se
acercó a uno que sacudía la cabeza con frecuencia.
- ¿Qué sucede?
- le preguntó. El hombre rió tristemente.
- Oigo una voz.
Una tontería.
- ¿Fuerte? - No
era precisamente la pregunta que una persona solícita haría normalmente, pero
Grosvenor la hizo.
- No, es
lejana. Siempre se aleja y luego...
- Desaparecerá
- dijo Grosvenor para tranquilizarlo -. A veces la mente sufre un exceso de
estímulo. Apuesto a que se está yendo ahora mismo, por el solo hecho de que
alguien te hable y te distraiga.
El hombre ladeó
la cabeza, como escuchando. Puso expresión de asombro.
- Se ha ido. -
Se enderezó y suspiró de alivio -. Me tenía preocupado.
De los otros
tres hombres, pudo tranquilizar a dos con relativa facilidad. Pero el tercero,
aun con la sugestión adicional, siguió oyendo la voz. Al fin Grosvenor lo llevó
aparte, so pretexto de examinarle el oído, y le quitó la diminuta radio. Quizá
el hombre necesitara más entrenamiento.
Grosvenor habló
brevemente con los demás sujetos. Luego, satisfecho, regresó a la sala técnica
y preparó una serie de grabaciones para irradiarlas tres minutos de cada
quince. De vuelta en la sala externa, miró en torno y verificó que todo andaba
bien. Pensó que podía dejarlos trabajar sin preocuparse. Salió al corredor y se
dirigió a los ascensores.
Poco después
entró en el departamento de matemáticas y pidió ver a Morton. Para su sorpresa,
lo recibieron de inmediato.
Encontró a
Morton cómodamente sentado detrás de un gran escritorio. El matemático señaló
una silla, y Grosvenor se sentó.
Era la primera
vez que visitaba la oficina de Morton, y miró con curiosidad. La sala era
amplia y una pantalla ocupaba toda una pared. En ese momento, la pantalla
estaba enfocada en el espacio de tal modo que la enorme galaxia en espiral,
donde el sol era sólo una mota de polvo, era visible de borde a borde. Había
cercanía suficiente para distinguir muchas estrellas, y lejanía suficiente para
que su brumosa imponencia estuviera en el pico de su resplandor.
En el campo de
visión también había varios cúmulos estelares que, aunque estaban fuera de la
galaxia, giraban con ella a través del espacio. Esa vista le recordó a
Grosvenor que el Beagle Espacial atravesaba en ese momento uno de los cúmulos
menores.
Una vez que se
saludaron, preguntó:
- ¿Ha decidido
si nos detendremos en alguno de los soles de este cúmulo?
Morton asintió.
- Muchos se
oponen a ello, y estoy de acuerdo. Nos dirigimos hacia otra galaxia, y ya
estaremos demasiado tiempo lejos de la Tierra.
El director se
inclinó para recoger un papel del escritorio, se hundió en la silla.
- Supe que lo
han invadido - dijo abruptamente.
Grosvenor
sonrió irónicamente. Se imaginaba la satisfacción que algunos integrantes de la
expedición obtendrían con el incidente. Había hecho sentir su presencia en la
nave tanto como para que algunos se sintieran inquietos ante lo que podía hacer
el nexialismo. Esos individuos - y muchos de ellos aún no respaldaban a Kent -
se opondrían a que el director se inmiscuyera en el asunto.
Sabiendo eso,
había ido a averiguar si Morton comprendía la situación. Serenamente, Grosvenor
describió lo que había sucedido.
- Señor Morton
- dijo al fin -, quiero que le ordene a Kent que termine con este acoso. - No
deseaba que Morton impartiera esa orden, pero quería ver si el director
comprendía el peligro.
El director
negó con la cabeza.
- A fin de
cuentas, usted tiene demasiado espacio para un solo hombre. ¿Por qué no
compartirlo con otro departamento?
La respuesta
era demasiado neutra. Grosvenor no tuvo más remedio que insistir.
- ¿Debo
entender - dijo con firmeza - que es posible que el jefe de cualquier
departamento de esta nave ocupe espacio de otro departamento sin permiso de
ninguna autoridad?
Morton no
respondió de inmediato. Sonrió con desgana, jugando con un lápiz.
- Creo que
usted interpreta mal mi posición a bordo del Beagle. Antes de tomar una
decisión relacionada con un jefe de departamento, debo consultar con otros
jefes de departamento. - Miró el cielo raso -. Supongamos que yo incluyera este
asunto en el orden del día, y se decidiera que Kent puede quedarse con esa
parte de su departamento que ya ha tomado. Si se confirma la situación, sería
para siempre. - Terminó con voz resuelta -. Pensé que usted no querría sufrir
esa limitación a estas alturas.
Ensanchó su
sonrisa. Grosvenor, habiendo cumplido su propósito, sonrió a su vez.
- Me alegra
contar con su respaldo en este asunto. ¿Puedo contar con que usted no
permitirá, entonces, que Kent incluya el asunto en el orden del día?
Si Morton se
sorprendió del rápido cambio de actitud, no lo demostró.
- El orden del
día - dijo con satisfacción - es algo que controlo bastante. Mi oficina lo
prepara. Yo lo presento. Los jefes de departamento pueden votar para incluir el
requerimiento de Kent en el orden del día de una reunión subsiguiente, pero no
de la reunión en marcha.
- Deduzco que
Kent ya ha solicitado adueñarse de cuatro salas de mi departamento - dijo
Grosvenor.
Morton asintió.
Dejó el papel que sostenía y recogió un cronómetro. Lo estudió pensativamente.
- La siguiente
reunión se celebrará dentro de dos días. Luego, cada semana a menos que los
postergue. Creo - dijo como si pensara en voz alta - que no tendré dificultad
en cancelar la que está programada para dentro de doce días. - Dejó el
cronometro y se levantó animosamente -. Eso le dará veintidós días para
defenderse.
Grosvenor se
puso de pie lentamente. Decidió no comentar el límite de tiempo. Por el momento
parecía más que adecuado, pero sonaría egocéntrico si lo decía. Mucho antes de
que venciera ese plazo habría recobrado el control de su departamento o su
derrota sería definitiva.
- Hay otra cosa
que deseaba comentarle. Creo que debería tener derecho a comunicarme
directamente con los otros jefes de departamento cuando estoy usando un traje
espacial.
Morton sonrió.
- Sin duda eso
ha sido sólo un descuido. El asunto se rectificará.
Se dieron la
mano y se despidieron. Mientras regresaba al departamento nexial, Grosvenor
pensaba que el nexialismo estaba ganando terreno de una manera sumamente
indirecta.
Cuando entró en
la sala externa, se sorprendió de ver a Siedel a un costado, observando a los
químicos. El psicólogo lo vio y se le acercó, dándole la mano.
- Joven - dijo
-, ¿esto no es un poco antiético? - Grosvenor sospechó con desánimo que Siedel
había analizado lo que había hecho con esos hombres. Se apresuró a responder
con serenidad:
- Totalmente
antiético. Me siento tal como se sentiría usted si tomaran su departamento con
flagrante desconsideración por sus derechos legales.
Se preguntó por
qué Siedel estaba allí. ¿Kent le habría pedido que investigara?
Siedel se
acarició la mandíbula. Era un hombre fornido de ojos negros y brillantes.
- No me refería
a eso - dijo lentamente -. Pero veo que usted se considera justificado.
Grosvenor
cambió de táctica.
- ¿Se refiere
al método de instrucción que estoy usando con estos hombres?
No sentía el
menor remordimiento. No sabía por qué ese hombre estaba ahí, pero debía usar la
oportunidad para su provecho, si era posible. Esperaba crear un conflicto en la
mente del psicólogo, volverlo neutral en esta lucha entre Kent y él.
- En efecto -
respondió Siedel con cierta ironía -. A pedido de Kent, he examinado a los
miembros de su personal que parecían actuar de modo anormal. Ahora es mi deber
presentar mi diagnóstico a Kent.
- ¿Por qué? -
preguntó Grosvenor, y continuó con vehemencia -: Señor Siedel, mi departamento
fue invadido por un hombre que me tiene inquina porque he dicho abiertamente
que no votaré por él. Dado que él actuó a despecho de las leyes de esta nave,
tengo todo el derecho a defenderme como pueda. Le ruego, pues, que permanezca
neutral en este conflicto privado.
Siedel frunció
el entrecejo.
- Usted no
entiende. Estoy aquí como psicólogo. Considero que el uso de hipnosis sin
autorización del sujeto es totalmente antiético. Me sorprende que usted espere
que me haga cómplice de semejante cosa.
- Le aseguro
que mi código ético es tan escrupuloso como el suyo. Aunque he hipnotizado a
estos hombres sin su autorización, no he intentado dañarlos ni avergonzarlos en
lo más mínimo. Dadas las circunstancias, no sé por qué se siente obligado a
tomar partido por Kent.
Siedel volvió a
fruncir el entrecejo.
- Éste es un
conflicto entre usted y Kent... ¿verdad?
- Así. es -
dijo Grosvenor. Se imaginaba lo que seguiría.
- Sin embargo -
dijo Siedel -, usted no ha hipnotizado a Kent sino a un grupo de inocentes.
Grosvenor
recordó cómo habían actuado los cuatro químicos en su conferencia. Al menos algunos
de ellos no eran del todo inocentes.
- No discutiré
con usted sobre eso - dijo -. Podría decir que, desde el principio de los
tiempos, la mayoría no pensante ha pagado un precio por obedecer sin
cuestionamientos las órdenes de líderes cuyas motivaciones no se molestaron en
investigar. Pero en vez de meterme en eso, me gustaría hacerle una pregunta.
- Adelante.
- ¿Entró usted
en la sala técnica?
Siedel asintió
en silencio.
- ¿Vio las
grabaciones? - insistió Grosvenor..
- Sí.
- ¿Vio sobre
qué eran? Información sobre química. Eso les estoy dando - dijo Grosvenor -. Es
todo lo que me propongo darles. Considero que mi departamento es un centro
educativo. La gente que me invade recibe una educación, gústele o no.
- Confieso que
no sé cómo eso le ayudará a liberarse de ellos. Sin embargo, me alegrará
decirle a Kent lo que está haciendo. Él no se opondrá a que sus hombres
aprendan más química.
Grosvenor no
respondió. Sospechaba que Kent no deseaba tener subalternos que supieran - como
pronto sabrían - tanto como él sobre su especialidad.
Siguió a Siedel
con ojos cavilosos mientras el psicólogo desaparecía en el corredor. Sin duda
el hombre le presentaría a Kent un informe completo, lo cual significaba que él
necesitaría un nuevo plan. Era demasiado pronto para tomar medidas defensivas
drásticas. Temía que cualquier acción sostenida produjera a bordo la misma
situación que él debía impedir. A pesar de sus reservas con la historia
cíclica, convenía recordar que las civilizaciones parecían nacer, envejecer y
morir de decrepitud. Antes de hacer algo más, sería mejor conversar con Korita
y averiguar hacia qué escollos se dirigía inadvertidamente.
Encontró al
científico japonés en la biblioteca B, que estaba en el extremo de la nave, en
el mismo piso del departamento nexial. Korita se marchaba cuando él llegó, y
Grosvenor lo siguió. Sin preámbulos, le expuso su problema.
Korita no
respondió de inmediato. Atravesaron todo el corredor antes de que el alto
historiador hablara dubitativamente.
- Amigo mío,
sin duda comprende la dificultad de resolver problemas específicos a partir de
generalizaciones, que es casi todo lo que la teoría de la historia cíclica
puede ofrecer.
- Aun así,
algunas analogías podrían serme útiles. Por lo que he leído sobre este tema,
deduzco que estamos en el último período de nuestra civilización, el
«invernal». En otras palabras, en este momento cometemos los errores que
conducen a la decadencia. Tengo algunas ideas sobre eso, pero me gustaría saber
más.
Korita se
encogió de hombros.
- Trataré de
explicarlo brevemente. - Calló unos instantes, y al fin dijo -: El común
denominador que se destaca en los períodos «invernales» de la civilización es
que millones de individuos comprenden cada vez más cómo funcionan las cosas. La
gente se impacienta con las explicaciones supersticiosas o supernaturales de lo
que sucede en su mente y su cuerpo, y en el mundo circundante. Con la gradual
acumulación de conocimiento, aun las mentes más simples comprenden por primera
vez y rechazan conscientemente las pretensiones de superioridad hereditaria de
una minoría. Así comienza la ruda batalla por la igualdad.
Korita hizo una
pausa antes de continuar.
- Esta
difundida lucha por el mejoramiento personal constituye el paralelismo más
significativo entre todos los períodos «invernales» de las civilizaciones en la
historia documentada. Para bien o para mal, la lucha habitualmente se
desarrolla dentro del marco de un sistema legal que tiende a proteger a una
minoría enquistada. Los que han llegado tarde, al no entender sus motivaciones,
se lanzan ciegamente a la batalla por el poder. El resultado es un auténtico
embrollo de inteligencia indisciplinada. En su resentimiento y ambición, los
hombres siguen a líderes tan confundidos como ellos. Reiteradamente, el desorden
resultante ha conducido a un estado final fellahin. Tarde o temprano, un grupo
cobra ascendencia. Una vez en el poder, los líderes restauran el «orden» con un
derramamiento de sangre tan salvaje que amedrenta a millones. Pronto el grupo
dominante comienza a restringir las actividades. Los sistemas de licencias y
otras medidas regulatorias, necesarias en cualquier sociedad organizada, se
convierten en herramientas de represión y monopolio. Primero es difícil, luego
imposible, que el individuo acometa nuevas empresas. y así avanzamos por
rápidas etapas hacia el familiar estado de castas de la antigua India, y hacia
otras sociedades menos conocidas pero igualmente inflexibles, tales como la
romana después del 300 de nuestra era. El individuo nace en determinada
posición y no puede ascender... Bien, ¿le ayuda ese breve resumen?
- Como le decía
- respondió Grosvenor -, intento resolver el problema que me ha presentado Kent
sin caer en los errores egocéntricos del hombre de la civilización tardía que
usted ha descrito. Quiero saber si tengo una esperanza razonable de defenderme
de él sin agravar las hostilidades que ya existen a bordo del Beagle.
Korita sonrió
irónicamente.
- Si lo
consigue, será una victoria singular. Históricamente, el problema nunca se ha
resuelto en forma masiva. ¡Buena suerte, joven!
En ese momento,
sucedió.
9
Se habían
detenido ante la sala de «cristal» del piso de Grosvenor. No era cristal, y en
rigor tampoco era una sala. Era un nicho en un corredor externo, y el «cristal»
era una enorme placa curva hecha con la forma cristalizada de un metal
resistente. También era límpidamente transparente, para dar la ilusión de que
allí no había nada.
Más allá estaba
el vacío y la oscuridad del espacio. Grosvenor acababa de notar distraídamente
que la nave había llegado al borde del pequeño cúmulo estelar que estaba
atravesando. Sólo algunos de los cinco mil soles del sistema eran visibles aún.
Entreabrió los labios para decir que quería hablar de nuevo con Korita cuando
tuviera tiempo.
No llegó a
decirlo. La borrosa imagen doble de una mujer con sombrero emplumado cobraba
forma en el cristal. La imagen fluctuó y titiló. Grosvenor sintió una tensión
anormal en los músculos de los ojos. Por un momento su mente se puso en blanco.
Siguió una rápida sucesión de sonidos, relampagueos, una aguda sensación de
dolor. ¡Alucinaciones hipnóticas! La conciencia de ello fue como un shock
eléctrico.
El
reconocimiento lo salvó. Su condicionamiento le permitió rechazar
instantáneamente la sugestión mecánica de esos destellos de luz. Giró y gritó
por el comunicador más próximo:
- ¡No miren las
imágenes! ¡Son hipnóticas! ¡Nos están atacando!
Al volverse,
tropezó con el cuerpo inconsciente de Korita. Se arrodilló.
- ¡Korita! -
exclamó con voz penetrante -. ¿Puede oírme?
- Sí.
- Sólo se
dejará influir por mis instrucciones, ¿entendido?
- Sí.
- Empezará a
relajarse, a olvidar. Su mente está en calma. El efecto de las imágenes se está
disipando. Ya se ha ido. Se ha ido por completo. ¿Comprende? Se ha ido por completo.
- Entiendo.
- No pueden
volver a afectarlo. Más aún, cada vez que usted vea una imagen, recordará una
grata escena de la Tierra. ¿Está claro?
- Totalmente.
- Ahora
empezará a despertarse. Contaré hasta tres. Cuando diga «tres», usted estará totalmente
despierto. Uno... dos... tres... ¡Despierte!
Korita abrió
los ojos.
- ¿Qué sucedió?
- preguntó con voz intrigada. Grosvenor le explicó rápidamente.
- Pero ahora
venga conmigo. ¡Deprisa! - le dijo -. Esos dibujos de luz siguen atrayendo mis
ojos a pesar de la contrasugestión.
Llevó al
desconcertado arqueólogo por el corredor, hacia el departamento nexial. En el
primer recodo encontró un cuerpo humano tendido en el piso. Grosvenor lo pateó
sin mayor delicadeza. Quería una reacción de shock.
- ¿Me oye? -
preguntó. El hombre se movió.
- Sí.
- Entonces
escuche. Las imágenes lumínicas ya no lo afectan. Ahora levántese. Está
totalmente despierto.
El hombre se
incorporó y se lanzó contra él, girando salvajemente. Grosvenor lo esquivó, y
su atacante siguió de largo.
Grosvenor le
ordenó que se detuviera, pero el hombre seguía avanzando sin mirar atrás.
Grosvenor aferró el brazo de Korita.
- Parece que
llegué demasiado tarde. Korita sacudió la cabeza con aturdimiento. Volvió los
ojos hacia la pared, y por sus próximas palabras fue evidente que la sugestión
de Grosvenor no había surtido pleno efecto, o bien se debilitaba.
- ¿Pero qué
son?
- ¡No los mire!
Era
increíblemente difícil no mirar. Grosvenor pestañeó para romper el ritmo de los
relampagueos que llegaban a sus ojos desde otras imágenes de la pared. Al
principio le parecía que las imágenes estaban por todas partes. Luego notó que
esas formas femeninas - algunas dobles, otras simples - ocupaban sólo tramos de
pared transparentes o traslúcidos. De todos modos eran centenares, pero al
menos era una limitación.
Vieron más
hombres. Las víctimas estaban tumbadas en los corredores. Un par de veces se
toparon con hombres conscientes. Uno les cerró el paso con ojos ciegos, y no se
movió ni giró cuando Grosvenor y Korita siguieron de largo. El otro hombre
soltó un aullido, empuñó su vibrador y les disparó. El rayo trazador pasó junto
a Grosvenor y dio en la pared. El nexialista derribó a su oponente aplicándole
una llave. El hombre, un simpatizante de Kent, lo miró de hito en hito con ojos
malignos.
- ¡Maldito
espía! - rezongó -. Ya te pillaremos.
Grosvenor no se
detuvo a descubrir la razón de la asombrosa conducta de ese hombre. Pero se
sintió tenso mientras guiaba a Korita hacia la puerta del departamento nexial.
Si era posible estimular aun químico para que sintiera tanto odio por él, ¿qué
pasaría con los quince que se habían adueñado de sus salas?
Para su alivio,
todos estaban inconscientes. Apresuradamente, cogió dos pares de gafas oscuras,
uno para Korita y otro para él, y lanzó una andanada de luces relampagueantes
contra las paredes, el cielo raso y el piso. Al instante, la fuerte luz eclipsó
las imágenes.
Grosvenor se
dirigió a su sala técnica y allí irradió órdenes destinadas a liberar a los que
había hipnotizado. A través de la puerta abierta, observó dos cuerpos
inconscientes, esperando una reacción. Al cabo de cinco minutos, aún no había
indicios de que prestaran atención. Supuso que los patrones hipnóticos del
atacante habían sorteado, o incluso aprovechado, el condiciona miento mental,
anulando toda palabra que él pudiera usar. Era posible que al cabo de un rato
despertaran espontáneamente y se volvieran contra él.
Con la ayuda de
Korita, los arrastró al lavabo y cerró la puerta con llave. Un hecho era
evidente. Ésta era una hipnosis mecánicovisual de tal potencia que él sólo se
había salvado mediante una acción inmediata. Pero lo que había sucedido no se
limitaba a la visión. La imagen había tratado de controlarlo estimulándole el
cerebro a través de los ojos. Estaba al corriente de casi todo el trabajo que
los hombres habían hecho en ese campo, así que sabía - aunque los atacantes
aparentemente no - que un alienígena no podía controlar un sistema nervioso
humano salvo con un adaptador encefálico o su equivalente.
Sospechaba, a
partir de su propia experiencia, que los demás habían caído en sueños de trance
profundo, o bien que estaban confundidos por alucinaciones y no eran
responsables de sus actos.
Su misión era
llegar a la sala de control y encender la pantalla energética de la nave. Sin
importar de dónde viniera el ataque - de otra nave o de un planeta -, eso
serviría para frenar todo rayo que enviara el enemigo.
Con dedos
frenéticos, Grosvenor trabajó para configurar una unidad móvil de luces.
Necesitaba algo que interfiriese con las imágenes mientras se dirigía a la sala
de control. Estaba haciendo la conexión final cuando tuvo una inequívoca
sensación - un leve mareo - que pasó casi enseguida. Era una sensación que
habitualmente se producía durante un cambio de rumbo, como consecuencia del
reacomodamiento de los antiaceleradores.
¿Habrían
cambiado de curso? Tendría que verificarlo... después.
- Quiero hacer
un experimento - le dijo a Korita -. Por favor, quédese aquí.
Grosvenor llevó
su equipo de luces a un corredor cercano y lo puso en el compartimiento trasero
de un vehículo de carga eléctrico. Subió al vehículo y enfiló hacia los
ascensores.
Calculaba que
habrían pasado diez minutos desde que había visto la imagen por primera vez.
Dobló hacia el
corredor de ascensores a cuarenta kilómetros por hora, que era una gran
velocidad en esos espacios relativamente estrechos. En el nicho opuesto a los
ascensores, dos hombres forcejeaban con profunda concentración. No le prestaron
atención a Grosvenor, sino que siguieron luchando y maldiciendo, jadeando
agitadamente. Las luces de Grosvenor no modificaron el obsesivo odio que
sentían uno por el otro. El mundo alucinatorio donde estaban había echado
raíces.
Grosvenor metió
su máquina en el ascensor más próximo e inició el descenso. Comenzaba a abrigar
la esperanza de que la sala de control estuviera desierta.
Esa esperanza
murió en cuanto llegó al corredor principal. Estaba atestado de hombres. Habían
levantado barricadas, y había un inconfundible olor a ozono. Los vibradores
humeaban y siseaban. Grosvenor atisbó cautelosamente desde el ascensor,
tratando de evaluar la situación. Era visiblemente mala. Las dos entradas de la
sala de control estaban bloqueadas por veintenas de grúas volcadas. Detrás de
ellas se agazapaban hombres con uniforme militar. Grosvenor llegó a ver al
capitán Leeth entre los defensores, y del otro lado vio al director Morton tras
la barricada de uno de los grupos atacantes.
Ahora estaba
más claro. Las imágenes habían estimulado la hostilidad reprimida. Los
científicos luchaban contra los militares, a quienes siempre habían odiado
inconscientemente. Los militares, por su parte, contaban con súbita libertad
para dar rienda suelta a su rencor contra los despreciados científicos.
Grosvenor sabía
que esto no reflejaba sus auténticos sentimientos. La mente humana normalmente
equilibraba un sinfín de impulsos opuestos, de modo que el individuo medio
pudiera vivir su vida sin permitir que un sentimiento cobrara excesiva ascendencia
sobre los demás. Ese delicado equilibrio estaba alterado. El resultado
amenazaba con el desastre a toda una expedición de seres humanos, y prometía la
victoria aun enemigo cuyo propósito desconocía.
Fuera cual
fuese la razón, el camino hacia la sala de control estaba bloqueado. A
regañadientes, Grosvenor se replegó nuevamente hacia su departamento.
Korita lo
recibió en la puerta.
- ¡Mire! - le
dijo. Señalaba un comunicador de pared que estaba sintonizado a los delicados
dispositivos de guía de la proa del Beagle Espacial. La placa emisora estaba
enfocada a lo largo de una serie de mirillas. La disposición lucía más
intrincada de lo que era. Grosvenor acercó los ojos alas mirillas y vio que la
nave estaba trazando una lenta curva que, en su ápice, la llevaría directamente
hacia una estrella blanca y brillante. Había un servomecanismo que haría
ajustes periódicos para mantenerla en curso.
- ¿El enemigo
podría hacer eso? - preguntó Korita.
Grosvenor negó
con la cabeza, más intrigado que alarmado. Enfocó los instrumentos
suplementarios. Por su tipo espectral, magnitud y luminosidad, la estrella
estaba a poco más de cuatro años luz de distancia. La velocidad de la nave era
de un año luz cada cinco horas. Como todavía estaba acelerando, eso aumentaría
en una curva calculable. Estimaba que la nave llegaría a la vecindad de ese sol
en unas once horas.
Con un
movimiento espasmódico, Grosvenor apagó el comunicador. Se quedó quieto,
desconcertado pero no incrédulo. La persona alucinada que había alterado el curso
de la nave quizá pensara en destruirla. En tal caso, contaban con sólo diez
horas para impedir la catástrofe.
Aun en ese
momento, cuando no tenía un plan claro, Grosvenor pensó que sólo un ataque
contra el enemigo, mediante técnicas hipnóticas, daría resultado. Entretanto...
Se incorporó
resueltamente. Era hora de hacer un segundo intento de meterse en la sala de
control.
Necesitaba algo
que estimulara directamente las células cerebrales. Había varios aparatos que
podían lograrlo. La mayoría sólo se usaban con propósitos médicos. La excepción
era el adaptador encefálico, un instrumento que podía usarse para transmitir
impulsos de una mente a otra.
Aun con la
ayuda de Korita, Grosvenor tardó varios minutos en configurar un adaptador.
Tardó un tiempo más en probarlo y, como era una máquina delicada, tuvo que
sujetarla al vehículo de carga con resortes amortiguadores alrededor. Estos
preparativos le llevaron treinta y siete minutos.
Luego tuvo una
breve pero brusca discusión con el arqueólogo, que quería acompañarlo. Al fin,
sin embargo, Korita aceptó quedarse para custodiar su base de operaciones.
Como llevaba el
adaptador encefálico, tuvo que moderar la velocidad del vehículo mientras se
dirigía a la sala de control. Esta forzosa lentitud lo irritaba, pero también
le dio una oportunidad de observar los cambios que se habían producido desde el
primer momento del ataque.
Vio pocos
hombres inconscientes. Supuso que la mayoría de los que habían caído en un
sueño de trance profundo se habían despertado espontáneamente. Esos despertares
eran fenómenos hipnóticos comunes. Ahora respondían a otros estímulos.
Lamentablemente - aunque también era de esperar - eso significaba que sus actos
eran controlados por impulsos antes reprimidos.
Así, hombres
que en circunstancias normales simplemente se tenían antipatía ahora se odiaban
a muerte.
El factor
mortífero radicaba en que no eran conscientes del cambio. Pues la mente podía
recibir enseñanzas sin que el individuo lo supiera. Se la podía desorientar con
malas asociaciones ambientales, o mediante el ataque que ahora se realizaba
contra los hombres de la nave. En cualquier caso, cada persona actuaba como si
sus nuevas creencias tuvieran un fundamento tan sólido como las viejas.
Grosvenor abrió
la puerta del ascensor en el nivel de la sala de control, y retrocedió deprisa.
Un proyector térmico escupía llamaradas en el corredor. Las paredes de metal
ardían con un sonido áspero y susurrante. Dentro de su estrecho campo de visión
había tres hombres muertos. Mientras esperaba, oyó una estruendosa explosión.
Al instante las llamas cesaron. Un humo azul enturbió el aire, y siguió un
calor sofocante. Pocos segundos después la bruma y el calor se habían disipado.
Era obvio que el sistema de ventilación aún funcionaba.
Se asomó
cautelosamente. A primera vista, el corredor parecía desierto. Luego vio a
Morton, medio escondido en un nicho protector a media docena de metros. Casi al
mismo tiempo, el director lo vio y lo llamó con una seña. Grosvenor titubeó,
luego comprendió que tenía que correr el riesgo. Condujo el vehículo fuera del
ascensor y cruzó el corredor deprisa.
- Usted es el
hombre al que quería ver - dijo Morton -. Debemos arrebatarle el control de la
nave al capitán Leeth antes de que Kent y su grupo puedan organizar su ataque.
- La mirada de Morton era calma e inteligente. Tenía el aire de un hombre que
luchaba por la buena causa. No parecía pensar que su afirmación requería una
explicación -. Necesitaremos la ayuda de usted contra Kent. Están trayendo un
material químico que nunca he visto. Hasta ahora, nuestros ventiladores lo han
enviado de vuelta hacia ellos, pero están instalando sus propios ventiladores.
Pero no sé si tendremos tiempo para derrotar a Leeth antes de que Kent
intervenga con sus fuerzas.
El problema de
Grosvenor también era el tiempo. Discretamente, se llevó la mano derecha a la
muñeca izquierda y tocó el mecanismo que activaba las placas direccionales del
adaptador. Apuntó las placas hacia Morton.
- Tengo un
plan, director. Creo que podría servir contra el enemigo.
Se interrumpió.
Morton miraba hacia abajo.
- Ha traído un
adaptador, y está encendido - dijo el director -. ¿Qué se propone?
La tensa
reacción de Grosvenor cedió a la necesidad de una respuesta adecuada. Había
tenido la esperanza de que Morton no estuviera familiarizado con los
adaptadores encefálicos. Destruida esa esperanza, aún podía tratar de usar el
instrumento, aunque sin la ventaja inicial de la sorpresa. Con voz tensa a
pesar de sí mismo, dijo:
- De eso se
trata. Quiero usar esta máquina. Morton titubeó.
- Por los
pensamientos que entran en mi mente, deduzco que usted está transmitiendo... -
Calló. Demostró interés -. Oiga, eso es bueno. Si usted quiere difundir la idea
de que nos atacan alienígenas...
Se interrumpió.
Frunció los labios. Entornó los ojos.
- El capitán
Leeth ha intentado dos veces llegar a un trato conmigo - dijo -. Ahora
fingiremos aceptar, y usted irá allá con su máquina. Atacaremos en cuanto usted
nos dé la señal. - y explicó con dignidad -: Comprenderá que no pensaría en
tratar con Kent o el capitán Leeth salvo como un medio para la victoria. Espero
que lo entienda.
Grosvenor
encontró al capitán Leeth en la sala de control. El comandante la saludó con
envarada cordialidad.
- Esta lucha
entre los científicos - declaró - ha puesto a los militares en una posición
engorrosa. Tenemos que defender la sala de control y la sala de máquinas, y así
cumplir nuestro deber ante el conjunto de la expedición. - Sacudió la cabeza
gravemente -. Desde luego, no podemos permitir que ninguno de ellos gane. En
definitiva, nosotros estamos, dispuestos a sacrificarnos para impedir la
victoria de cualquiera de ambos grupos.
Esta
sorprendente explicación desconcertó a Grosvenor. Se había preguntado si el
capitán Leeth era responsable de apuntar la nave directamente hacia el sol.
Aquí tenía una confirmación parcial. la motivación del comandante parecía ser
que la victoria de cualquier grupo que no fueran los militares era impensable.
Con ese comienzo, bastaba un corto paso para convencerse de que era preciso
sacrificar a toda la expedición.
Disimuladamente,
Grosvenor apuntó las placas direccionales del adaptador al capitán Leeth.
Ondas
cerebrales, pulsaciones diminutas transmitidas del axón a la dendrita, de la
dendrita al axón, siempre siguiendo una senda preestablecida y dependiente de
asociaciones pasadas... era un proceso que funcionaba sin pausa entre los
noventa millones de neuronas del cerebro humano. Cada célula estaba en su
propio estado de equilibrio electrocoloidal, una intrincada maraña de tensión e
impulso. Sólo gradualmente, a través de los años, se habían desarrollado
máquinas que podían detectar el sentido del flujo de energía dentro del cerebro
con cierto grado de precisión.
El primer
adaptador encefálico era un descendiente indirecto del famoso
electroencefalógrafo. Pero su función era inversa a la de ese primer aparato.
Creaba ondas cerebrales artificiales de cualquier forma deseada. Un operador
habilidoso podía estimular cualquier parte del cerebro, e invocar recuerdos del
pasado del individuo. No era en sí mismo un instrumento de control. El sujeto
conservaba su ego. Sin embargo, podía transmitir impulsos mentales de una
persona a otra. Como los impulsos variaban según los pensamientos del emisor,
el receptor era estimulado de manera muy flexible.
Sin reparar en
la presencia del adaptador, el capitán Leeth no comprendió que sus pensamientos
ya no le pertenecían del todo.
- El ataque de
las imágenes contra la nave hace que la pelea entre los científicos sea una traición
imperdonable - dijo. Hizo una pausa, y añadió pensativamente -: He aquí mi
plan.
El plan
implicaba proyectores térmicos, una aceleración que fatigara los músculos y el
exterminio parcial de ambos grupos de científicos. El capitán Leeth ni siquiera
mencionó a los alienígenas, y no parecía ocurrírsele que estaba describiendo
sus intenciones aun emisario de lo que él consideraba el enemigo.
- Sus servicios
serán importantes, señor Grosvenor - concluyó -, en el campo de la ciencia.
Como nexialista, con su conocimiento coordinado de muchas ciencias, usted puede
cumplir un papel decisivo en la lucha contra los demás científicos...
Fatigado y
descorazonado, Grosvenor desistió. El caos era demasiado grande para que lo
resolviera un solo hombre. Por donde miraba había hombres armados. Había visto
más de una veintena de cadáveres. En cualquier momento la precaria tregua entre
el capitán Leeth y el director Morton terminaría en un estallido de fuego de
proyectores. Aún ahora oía el rugido de los ventiladores mientras Morton
resistía el ataque de Kent.
Suspiró,
volviéndose hacia el capitán.
- Necesitaré
equipo de mi propio departamento. ¿Puede llevarme hasta los ascensores
traseros? Puedo estar de vuelta en cinco minutos.
Minutos
después, mientras entraba con su máquina por la puerta trasera de su
departamento, Grosvenor pensó que ya no había dudas sobre lo que debía hacer.
Lo que antes le había parecido una idea rebuscada ahora era el único plan que
le quedaba.
Debía atacar a
los alienígenas a través de su miríada de imágenes, con sus propias armas
hipnóticas.
10
Grosvenor notó
que Korita lo observaba mientras él hacía sus preparativos. El arqueólogo se
acercó para mirar los instrumentos eléctricos que él adosaba al adaptador
encefálico, pero no hizo preguntas parecía haberse recobrado totalmente de su
experiencia.
Grosvenor
transpiraba a chorros, pero no hacía calor. La temperatura ambiente era normal.
Cuando finalizó su trabajo preliminar, comprendió que debía dejar de analizar
su angustia. Simplemente, decidió, no sabía lo suficiente sobre el enemigo.
No bastaba con
tener una teoría sobre su modo de operar. El gran misterio era un enemigo que
tenía cuerpos y rostros curiosamente femeninos, algunos dobles, otros simples.
Necesitaba un fundamento filosófico aceptable para la acción. Su plan
necesitaba ese equilibrio que sólo el conocimiento podía darle.
- En términos
de historia cíclica, ¿en qué etapa de su cultura podrían estar estos seres? -
le preguntó a Korita.
El arqueólogo
se sentó en una silla, frunció los labios.
- Dígame su
plan - dijo.
El japonés
palideció cuando Grosvenor se lo describió. Al fin hizo una pregunta casi
irrelevante.
- ¿Cómo fue que
usted pudo salvarme a mí, pero no a los demás?
- Pude
asistirlo de inmediato. El sistema nervioso humano aprende por repetición. En
su caso, el patrón lumínico no se había repetido tanto como en los demás.
- ¿Existía
algún modo de evitar este desastre? - preguntó sombríamente.
Grosvenor
sonrió con desgana.
- El
entrenamiento nexial pudo haberlo logrado, pues incluye condiciona miento
hipnótico. Hay una sola protección segura contra la hipnosis, y consiste en
tener el entrenamiento apropiado.
Interrumpió su
explicación.
- Señor Korita,
por favor responda a mi pregunta sobre la historia cíclica.
Una delgada
línea de humedad surcó la frente del arqueólogo.
- Amigo mío, no
esperará una generalización a estas alturas. ¿Qué sabemos sobre estos seres?
Grosvenor gruñó
por dentro. Admitía que era necesario deliberar, pero estaban perdiendo
instantes vitales.
- Seres que
pueden usar la hipnosis a distancia, como éstos, quizá puedan estimularse
mutuamente la mente, así que tendríamos en forma natural la telepatía que los
seres humanos sólo pueden obtener mediante el adaptador - dijo sin convicción.
Se inclinó hacia adelante con repentino entusiasmo -: Korita, ¿qué efecto
tendría en una cultura la capacidad de leer la mente sin ayuda artificial?
El arqueólogo
se irguió.
- Pues usted
tiene la respuesta, por cierto. La lectura mental retendría el desarrollo de
una raza, así que esta está en la etapa fellahm. - Miro con ojos brillantes al
intrigado Grosvenor -. ¿No lo entiende? Esta capacidad para leer la mente de
otros le haría creer que los conoce. A partir de ello, se desarrollaría un
sistema de certezas absolutas. ¿Cómo se puede dudar cuando uno sabe? Esos seres
dejarían rápidamente atrás las etapas primitivas de su cultura, y llegarían al
período fellahin en el menor tiempo posible.
Con entusiasmo,
mientras Grosvenor fruncía el entrecejo, describió cómo varias civilizaciones
de la Tierra y la historia galáctica se habían agotado y estancado hasta llegar
al período fellahin. El fellah temía la novedad y el cambio. Los fellahin no
eran crueles como grupo, pero a causa de su pobreza con frecuencia desarrollaban
cierta indiferencia por el sufrimiento de los individuos.
Cuando Korita
hubo terminado, Grosvenor preguntó:
- ¿Es posible
que su temor al cambio explique el ataque contra nuestra nave?
- Quizá -
respondió el arqueólogo con cautela. Hubo silencio. Grosvenor pensó que tendría
que actuar como si el análisis general de Korita fuera correcto. No tenía
ninguna otra hipótesis. Con esa teoría como punto de partida, podría tratar de
obtener verificación a partir de una de las imágenes.
Un vistazo al
cronómetro lo puso tenso. Tenía menos de siete horas para salvar la nave.
Apresuradamente,
enfocó un haz de luz a través del adaptador encefálico. Con rápidos
movimientos, puso una pantalla frente a la luz, de modo que una pequeña
superficie del cristal quedó en sombras excepto por la luz intermitente que se
proyectaba desde el adaptador.
Al instante
apareció una imagen. Era una de esas imágenes parcialmente dobles, y gracias al
adaptador pudo estudiarla sin peligro. Esta primera imagen nítida le asombró.
Era vagamente humanoide. Pero era comprensible que su mente antes la hubiera
identificado con una mujer. Su doble rostro superpuesto estaba coronado por un
pulcro tocado de plumas doradas. Pero la cabeza, aunque ahora le parecía de
pájaro, tenía cierta apariencia humana. No tenía plumas en la cara, que estaba
cubierta por una tracería de algo que parecían venas. La apariencia humana
derivaba del modo en que se habían agrupado. esas marcas, evocando la forma de
las mejillas y la nariz.
El segundo par
de ojos y la segunda boca estaban dos pulgadas por encima del primero. Casi
formaban una segunda cabeza que crecía literalmente a partir de la primera.
También había un segundo par de hombros, con un doble par de brazos cortos que
terminaban en manos y dedos bellamente delicados y asombrosamente largos. El
efecto general seguía siendo femenino. Grosvenor pensó que los brazos y dedos
de los dos cuerpos serían los primeros en separarse. Entonces el segundo cuerpo
podría soportar su propio peso. Partenogénesis, pensó Grosvenor. Reproducción
asexuada. El crecimiento de un retoño a partir de un cuerpo madre, y la
separación final del nuevo individuo.
La imagen de la
pared mostraba a las vestigiales. Racimos de plumas eran visibles en las
«muñecas». La criatura usaba una túnica azul brillante sobre un cuerpo
asombrosamente recto y superficialmente humanoide. Si había otros vestigios de
un pasado plumífero, estaban ocultos por la vestimenta. Era evidente que esa
ave no volaba por sus propios medios.
Korita habló
primero, con tono de desaliento.
- ¿Cómo le hará
saber que usted está dispuesto a dejarse hipnotizar a cambio de información?
Grosvenor no
respondió con palabras. Se puso de pie e hizo un dibujo de la imagen y de sí
mismo en una pizarra. Cuarenta y siete minutos y docenas de dibujos después, la
imagen del ave se borró de la pared y fue reemplazada por una escena urbana.
No era una
comunidad numerosa, y su primera visión fue desde un punto de observación
elevado. Avistó edificios altos y angostos, tan apiñados que las partes
inferiores debían de estar sumidas en la oscuridad casi todo el día. Grosvenor
se preguntó, de paso, si eso reflejaría los hábitos nocturnos de un pasado
primitivo. Su mente se aceleró. Ignoró los edificios individuales en su afán de
obtener una imagen general. Ante todo, deseaba averiguar cómo eran las máquinas
de esa cultura, cómo se comunicaban, y si ésta era la ciudad desde donde se
lanzaba el ataque contra la nave.
No veía
máquinas, aviones ni automóviles. Tampoco había nada similar al equipo de
comunicación interestelar que usaban los seres humanos, que en la Tierra
requería estaciones que abarcaban muchas hectáreas de terreno. Parecía
improbable, pues, que el ataque se originara en un lugar así.
Mientras
realizaba este descubrimiento negativo, la vista cambió. Ya no estaba en una
colina sino en un edificio, cerca del centro de la ciudad. Lo que tomaba esa
perfecta imagen en color avanzó, y él miró hacia abajo. Le interesaba la escena
general. Se preguntó cómo se la mostraban. La transición de una escena a otra
se había logrado en un abrir y cerrar de ojos. Había pasado menos de un minuto
desde que su ilustración en la pizarra les había hecho conocer su deseo de
información.
Ese
pensamiento, como los demás, fue veloz como un relámpago. Aun mientras la
tenía, miraba ávidamente hacia abajo por el flanco del edificio. El espacio que
lo separaba de los edificios cercanos no parecía superior a tres metros. Pero
ahora veía algo que no había visto desde la colina. Los edificios estaban
unidos en todos los niveles por pasarelas de pocas pulgadas de anchura. Por
ellas avanzaba el tráfico peatonal de la ciudad de las aves.
Debajo de
Grosvenor, dos individuos se aproximaban por una estrecha pasarela. No parecía
inquietarles que el suelo estuviera a treinta metros. Caminaban
despreocupadamente. Cada cual movió la pierna externa para sortear al otro, la
apoyó en la pasarela, arqueó la pierna interna, y siguieron de largo sin
detenerse. En otros niveles otras criaturas realizaban las mismas maniobras
intrincadas con la misma displicencia. Al observarlas, Grosvenor sospechó que
tenían huesos delgados y huecos, y que eran de constitución ligera.
La escena
volvió a cambiar una y otra vez. Pasó de un tramo de la calle al otro. Creyó
ver todas las variantes posibles del estado reproductivo. En algunos casos era
tan avanzado que las piernas, los brazos y la mayor parte del cuerpo estaban
libres. En otros era como él lo había visto antes. Pero el peso del nuevo
cuerpo nunca parecía afectar al progenitor.
Grosvenor trataba
de echar un vistazo al opaco interior de un edificio cuando la imagen comenzó a
borrarse de la pared. Poco después la ciudad había desaparecido por completo.
En su lugar crecía la silueta doble. Los dedos de la silueta señalaban el
adaptador encefálico. Su movimiento era inequívoco. Había cumplido su parte del
trato. Era hora de que Grosvenor cumpliera la suya.
Era ingenuo que
esperase semejante cosa. El problema era que Grosvenor no tenía más remedio. No
tenía más alternativa que cumplir su obligación.
11
- Estoy calmo y
relajado - dijo la voz grabada de Grosvenor -. Mis pensamientos son nítidos. Lo
que veo no está necesariamente relacionado con aquello que miro. Lo que oigo
puede no tener sentido para los centros de interpretación de mi cerebro. Pero
he visto la ciudad de ellos tal como ellos la conciben. Sin importar si lo que
veo y oigo tiene sentido, permanezco calmo, relajado, en paz...
Grosvenor
escuchó cuidadosamente las palabras, se volvió hacia Korita.
- Ahí está -
dijo simplemente. Podría llegar un momento en que no oyera conscientemente el
mensaje. Pero estaría allí. Sus patrones se grabarían con más firmeza en su
mente. Sin dejar de escuchar, examinó el adaptador por última vez. Todo estaba
tal como él lo quería.
- Fijaré la
interrupción automática para cinco horas - le explicó a Korita -. Si usted
empuja este interruptor - señaló una palanca roja -, puede liberarme antes de
entonces. Pero hágalo sólo en caso de emergencia.
- ¿A qué llama
emergencia?
- Si nos atacan
aquí. - Grosvenor titubeó. Le habría gustado programar una serie de
interrupciones. Pero lo que estaba por hacer no era sólo un experimento
científico. Era una apuesta de vida o muerte. Preparado para la acción, apoyó
la mano en la perilla de control. Se detuvo.
Éste era el
momento. Dentro de pocos segundos, la mente grupal de un pueblo de gentepájaro
estaría en posesión de partes de su sistema nervioso. Sin duda tratarían de
controlarlo como controlaban a los demás hombres de la nave.
Estaba bastante
seguro de que se enfrentaría con un grupo de mentes trabajando en conjunto. No
había visto máquinas, ni siquiera un vehículo con ruedas, el más primitivo de
los ingenios mecánicos. Por un breve tiempo, había pensado que usaban cámaras
de televisión o algo similar. Ahora sospechaba que había visto la ciudad a
través de los ojos de individuos. Para esas criaturas, la telepatía era un
proceso sensorial tan agudo como la visión. El poder mental masivo de millones
de personas - pájaro podía atravesar años luz de distancia. No necesitaban
máquinas.
No veía el
momento de ver el resultado de este intento de formar parte de esa mente
colectiva.
Escuchando el
grabador, Grosvenor manipuló la perilla del adaptador encefálico y modificó
levemente el ritmo de sus propios pensamientos. Tenía que modificarlo. Aunque
hubiera querido, no podía ofrecer a los alienígenas una sintonía completa. En
esas pulsaciones rítmicas estaba cada variación de la cordura, el delirio y la
locura. Tenía que limitar su recepción a ondas que el gráfico de un psicólogo
registraría como manifestaciones de cordura.
El adaptador
las sobreimpuso en un haz de luz que a su vez brillaba directamente sobre la
imagen. Si el individuo que estaba detrás de la imagen era afectado por el
patrón de luz, aún no lo había demostrado. Grosvenor no esperaba pruebas
directas, así que no quedó defraudado. Estaba convencido de que el resultado se
manifestaría sólo en los cambios que se produjeran en los patrones que dirigían
contra él. y estaba seguro de que tendría que experimentarlos con su propio
sistema nervioso.
Le costó
concentrarse en la imagen, pero persistió. El adaptador comenzó a interferir
marcadamente con su visión. Pero él aún fijaba los ojos en la Imagen.
- Estoy calmo y
relajado. Mis pensamientos están claros...
En un instante
oía claramente estas palabras. De pronto desaparecieron, reemplazadas por el
rugido de un trueno distante.
El ruido se
disipó lentamente. Se convirtió en una palpitación pareja, como un murmullo en
una gran caracola. Grosvenor reparó en una luz tenue. Estaba lejos y tenía la
brumosa opacidad de una lámpara vista a través de una niebla espesa.
- Todavía estoy
en control - se aseguró -. Estoy recibiendo impresiones sensoriales a través de
su sistema nervioso. Ellos reciben impresiones a través del mío.
Podía esperar.
Podía quedarse allí y esperar a que se despejara la oscuridad, hasta que su
cerebro comenzara a hacer una interpretación de los fenómenos sensoriales que
le estaban telegrafiando desde ese otro sistema nervioso. Podía quedarse allí y...
Se interrumpió.
Aún se preguntaba qué hacía esa criatura. Se mantuvo concentrado, alerta. Oyó
que una voz distante decía: «Sin importar si lo que veo y oigo tiene sentido,
permanezco calmo, relajado...»
Empezó a
picarle la nariz. Estas criaturas no tienen nariz, pensó; al menos yo no vi
ninguna. Entonces es mi nariz, o una especulación al azar. Estiró el brazo para
rascarse y sintió una punzada en el estómago. Se habría arqueado de dolor si
hubiera podido. No podía. No podía rascarse la nariz. No podía apoyar las manos
en el abdomen.
Comprendió que
la picazón y el dolor no eran estímulos procedentes de su propio cuerpo.
Tampoco tenían necesariamente un sentido concomitante en el sistema nervioso
del otro. Dos formas de vida muy desarrolladas intercambiaban señales -
Grosvenor esperaba que él también le enviara señales a ellos - que ninguno de
ambos podía interpretar. Su ventaja era que él lo esperaba. El alienígena, si
era fellah, y si la teoría de Korita era válida, no esperaba nada de eso. Con
esa comprensión, Grosvenor podría adaptarse. La otra criatura sólo sentiría más
confusión.
La picazón
pasó. El dolor estomacal se convirtió en una sensación de saciedad, como si
hubiera comido en exceso. Una aguja caliente le pinchó la espalda, escarbando
cada vértebra. A medio camino, la aguja se convirtió en hielo, y el hielo se
derritió y le recorrió la espalda en un goteo helado. Algo - ¿una mano, una
pieza de metal, un par de pinzas? - le aferró un manojo de músculos del brazo y
casi los arrancó de raíz. Mensajes de dolor aullaron en su mente. Casi perdió
la conciencia.
Grosvenor era
un hombre desgarrado cuando esa sensación se evaporó. Eran ilusiones. Estas
cosas no ocurrían en su cuerpo ni en el cuerpo de la criatura pájaro. Su
cerebro recibía un patrón de impulsos a través de los ojos, y los interpretaba
mal. En semejante relación, el placer se podía convertir en dolor, cualquier
estímulo podía producir cualquier sensación. No había esperado que los errores
de interpretación fueran tan extremos.
Se olvidó de
eso cuando algo blando y jugoso le acarició los labios. «Soy amado», dijo una
voz. Grosvenor rechazó ese significado. No, no «amado».De nuevo, pensó, su
cerebro trataba de interpretar fenómenos sensoriales de un sistema nervioso que
experimentaba una reacción diferente de cualquier emoción humana comparable.
Reemplazó conscientemente las palabras: «Soy estimulado por...» Dejó que esa
sensación siguiera su curso. Al final, aún no sabía la que había sentido. El
estímulo no era desagradable. Sus papilas gustativas palpitaban con una
sensación de dulzura. Evoco la Imagen de una flor. Era un clavel adorable,
rojo, terrícola, así que no podía tener ninguna relación con la flora del mundo
de Riim.
¡Riim!, pensó.
Su mente se irguió en tensa fascinación.
¿Eso le había
llegado a través del abismo del espacio? De un modo irracional, el nombre
parecía apropiado. Pero a pesar de la que recibiera, una duda permanecería en
su mente. No podía estar seguro.
La últimas
sensaciones habían sido agradables, pero el esperaba ansiosamente la próxima
manifestación. La luz aún era borrosa y turbia. Una vez más le lagrimearon los
ojos. Sintió una intensa picazón en los pies. La sensación pasó, dejándolo
inexplicablemente afiebrado, aplastado por una sofocante falta de aire.
- ¡Falso! - se
dijo -. Nada de esto está ocurriendo. Los estímulos cesaron. De nuevo oyó ese
ruido palpitante y parejo, vio el ubicuo borrón de luz. Empezaba a preocuparle.
Era posible que su método fuera acertado y que, con el tiempo, pudiera ejercer
cierto control sobre un individuo o un grupo enemigo. Pero no le sobraba
tiempo. Cada segundo lo acercaba más a la destrucción personal. Allá afuera -
aquí afuera (por un instante sintió confusión) -, en el espacio, una de las
naves más grandes y costosas jamás construidas por el hombre devoraba los
kilómetros a una velocidad incomprensible.
Sabía qué
partes del cerebro le estaban estimulando. Oía ruido sólo cuando zonas
sensibles del flanco del córtex recibían sensaciones. La superficie cerebral
que había encima de la oreja, al ser estimulada, producía sueños y viejos
recuerdos. Asimismo, cada parte del cerebro humano se había cartografiado
tiempo atrás. La localización exacta de las zonas de estímulo difería levemente
en cada individuo, pero la estructura general siempre era la misma entre los
humanos.
El ojo humano
normal era un mecanismo bastante objetivo. El cristalino proyectaba una imagen
real en la retina. A juzgar por las imágenes de la ciudad, tal como las habían
transmitido las gentes de Riim, ellos también poseían ojos objetivamente
precisos. Si él lograba coordinar sus centros visuales con los ojos de ellos,
recibiría imágenes confiables.
Transcurrieron
más minutos. ¿Es posible que me pase estas cinco horas, pensó con repentina
angustia, sin establecer un contacto útil? Por primera vez, cuestionó la
sensatez de haberse entregado tan completamente a esta situación. Cuando
trataba de apoyar la mano en la palanca de control del adaptador, nada parecía
ocurrir. Surgían varias sensaciones pasajeras, entre ellas el olor
inconfundible de la goma quemada.
Por tercera vez
le lagrimearon los ojos. y entonces llegó una imagen clara y nítida.
Desapareció tan súbitamente como había aparecido. Pero para Grosvenor,
entrenado con técnicas taquistoscópicas avanzadas, el recuerdo de la imagen
permaneció tan vívido como si la hubiera examinado largo tiempo.
Parecía estar
en uno de esos edificios altos y estrechos. El interior estaba borrosamente
iluminado por los reflejos de luz solar que entraban por las puertas abiertas.
No había ventanas. En vez de pisos, el lugar tenía pasarelas. Había
criaturas-pájaro sentadas en las pasarelas. En las paredes había muchas puertas
que indicaban la existencia de armarios y almacenes.
La
visualización lo entusiasmó y lo perturbó. Quizá estableciera una relación con
esta criatura, y fuera afectado por su sistema nervioso, mientras él afectaba
el de ella. Quizá llegara al punto en que pudiera oír con los oídos de ella,
ver con sus ojos, sentir hasta cierto punto lo que ella sentía. Éstas eran sólo
impresiones sensoriales.
¿Podía aspirar
a franquear el abismo e inducir respuestas motrices en los músculos de la
criatura? ¿Podría obligarla a caminar, mover la cabeza, agitar los brazos,
dominar su cuerpo? El ataque contra la nave era obra de un grupo que trabajaba
en conjunto, pensaba en conjunto, sentía en conjunto. Si lograba controlar a un
miembro del grupo, ¿podría controlarlos a todos?
Su visión
momentánea debía de haber llegado por los ojos de un individuo. Lo que había
experimentado hasta el momento no sugería ningún contacto grupal. Era como un
hombre encerrado en una habitación oscura, con un agujero en la pared cubierto
por capas de material traslúcido. A través del agujero se filtraba una luz
borrosa. En ocasiones, algunas imágenes penetraban el borrón y él tenía atisbos
del mundo exterior. Podía estar bastante seguro de que las imágenes eran
precisas. Pero eso no se aplicaba a los sonidos que venían por otro agujero de
una pared lateral, ni a las sensaciones que le llegaban por otros agujeros del
cielo raso y del piso.
Los seres
humanos podían oír frecuencias de hasta veinte mil vibraciones por segundo.
Allí era donde algunas razas comenzaban a oír. Bajo hipnosis, era posible
condicionar a los hombres para reír a carcajadas mientras los torturaban, y
aullar de dolor cuando les hacían cosquillas. Un estímulo que significara dolor
para una forma de vida podía no significar nada para otra.
Mentalmente,
Grosvenor dejó escapar las tensiones. No le quedaba más alternativa que
relajarse y esperar.
Esperó.
Pronto pensó
que quizá hubiera una conexión entre sus pensamientos y las sensaciones que
recibía. Esa imagen del interior del edificio... ¿qué había pensado antes de
recibirla? Ante todo, recordó, había visualizado la estructura del ojo.
La conexión era
tan obvia que su mente tembló de emoción. y había algo más. Hasta ahora se
había concentrado en el concepto de ver y sentir con el sistema nervioso del
individuo. Pero el logro de sus esperanzas dependía de que estableciera
contacto con el grupo de mentes que había atacado la nave y atinara a
controlarlo.
De pronto vio
que su problema exigía el control de su propio cerebro. Tendría que anular
ciertas zonas, mantenerlas a un nivel de desempeño mínimo. Otras debían ser
extremadamente sensibles, para que todas las sensaciones entrantes pudieran
expresarse más fácilmente a través de ellas. Como un sujeto autohipnótico
altamente entrenado, podía lograr ambos objetivos mediante la sugestión.
La visión era
lo primero. Luego el control muscular del individuo a través del cual el grupo
trabajaba contra él.
Relámpagos de
luz de color interrumpieron su concentración. Grosvenor los consideró prueba de
la efectividad de sus sugestiones. y supo que estaba en la buena senda cuando
su visión se despejó de pronto, y se mantuvo despejada.
La escena era
la misma. Su control aún estaba en una de las pasarelas del interior de ese
alto edificio. Esperando fervientemente que la visión no se disipara, Grosvenor
comenzó a concentrarse en mover los músculos del Riim.
El problema era
que la explicación definitiva de por qué se producía un movimiento era oscura.
Su visualización no podía incluir en detalle los millones de reacciones
celulares que permitían alzar un dedo. Se concentró en una extremidad entera.
Nada sucedió. Frustrado pero resuelto, Grosvenor probó con hipnosis simbólica,
usando una sola palabra clave para cubrir el complejo proceso.
Lentamente, uno
de esos brazos delgados se alzó. Otra palabra clave, y el riim se levantó
despacio. Grosvenor le obligó a mover la cabeza. Con el acto de mirar, la
criatura-pájaro recordó que esa gaveta y ese armario eran «míos». El recuerdo
apenas rozó el nivel consciente. La criatura conocía sus pertenencias y lo
aceptaba sin preocupación.
A Grosvenor le
costaba combatir su euforia. Con tensa paciencia, logró que la criatura-pájaro
se levantara, alzara los brazos, los bajara y caminara por la pasarela. Al fin
la obligó asentarse.
Debía de estar
plenamente sintonizado, con el cerebro sensible a la menor sugestión, porque
apenas comenzaba a concentrarse de nuevo cuando todo su ser fue inundado por un
mensaje que parecía afectar a cada nivel de sus pensamientos y sentimientos.
Más o menos automáticamente, Grosvenor tradujo los angustiados pensamientos a
expresiones verbales conocidas.
- Las células
llaman, llaman. Las células tienen miedo. ¡Oh, las células conocen el dolor!
Hay oscuridad en el mundo Riim. Retírate de ese ser que está lejos de Riim...
Sombras, tinieblas, turbulencia... Las células deben rechazarlo... pero no
pueden. Tenían razón al tratar de ser amigables con el ser que surgió de la
gran oscuridad, pues no sabían que era un enemigo... La noche se ahonda. Todas
las células se retiran... Pero no pueden...
Amigables,
pensó Grosvenor con un respingo. También congeniaba. Comprendió, en forma
pesadillesca, que todo lo que había sucedido hasta ahora se podía explicar tan
fácilmente de un modo como del otro. Consternado, comprendió la gravedad de la
situación. Si la catástrofe que ya había ocurrido abordo de la nave era
producto de un errado e ignorante intento de comunicación amistosa, ¿qué daños
podrían causarles si fueran hostiles?
El problema de
él era mayor que el de ellos. Si él interrumpía la conexión, quedarían en
libertad. Pero eso podía significar un ataque. Al eludirlo a él, quizá
realmente intentaran destruir el Beagle Espacial.
No le quedaba
más remedio que continuar con su plan, con la esperanza de que ocurriera algo
que él pudiera volcar a su favor.
12
Primero se
concentró en lo que parecía la etapa intermedia más lógica, la transferencia
del control a otro alienígena. La elección, en el caso de esos seres, era
obvia.
- ¡Soy amado! -
se dijo, induciendo deliberadamente la sensación que antes lo había confundido
-. Soy amado por mi cuerpo progenitor, desde el cual crezco hacia la plenitud.
Comparto los pensamientos de mi progenitor, pero ya veo con mis propios ojos, y
sé que soy parte de un grupo...
La transición
fue abrupta, como Grosvenor había esperado. Movió los dedos más pequeños, los.
duplicados. Arqueó los ágiles hombros. Luego se concentró en el riim
progenitor. El experimento fue tan satisfactorio que se sintió preparado para
el gran salto que lo pondría en asociación con el sistema nervioso de un
alienígena más distante.
y también eso
resultó ser cuestión de estimular los centros cerebrales adecuados. Grosvenor
recobró la conciencia en medio de un páramo de matorrales y cerros. Frente a él
había un arroyo angosto. Más allá, un sol anaranjado flotaba en un cielo
purpúreo salpicado de nubes algodonosas. Grosvenor hizo que su nuevo control
diera la vuelta. Vio un pequeño edificio en una arboleda, corriente abajo. Era
el único habitáculo visible. Caminó hacia él y miró adentro. En el opaco
interior distinguió varias pasarelas, y en una había dos pájaros sentados.
Ambos tenían los ojos cerrados.
Era muy
posible, pensó, que estuvieran participando en el asalto grupal contra el
Beagle Espacial.
A partir de
entonces, mediante una variación del estímulo, transfirió su control aun
individuo que estaba en una parte del planeta donde era de noche. Esta vez la
transición fue aún más rápida. Estaba en una ciudad sin luces, con edificios
fantasmales y pasarelas. Grosvenor se asoció rápidamente con otros sistemas
nerviosos. No entendía muy bien por qué el contacto se establecía con un riim y
no con otro, aunque cumpliera los mismos requisitos generales. Quizá el
estímulo afectara a algunos individuos más rápidamente que a otros. Incluso era
posible que fueran descendientes o parientes del control original. Cuando
estuvo asociado con más de una veintena de riim en todo el planeta, Grosvenor
pensó que tenía una buena impresión general.
Era un mundo de
ladrillo, piedra y madera, con una relación neurológica comunitaria que quizá
nunca pudiera ser superada. Así esa raza había sorteado la época maquinal del
hombre, con su penetración en los secretos de la materia y la energía. Pensó
que ahora podía dar el penúltimo paso de su contraataque sin peligro.
Se concentró en
un patrón que caracterizaría a uno de los seres que había proyectado una imagen
al
Beagle
Espacial. Luego tuvo la sensación de un breve pero perceptible período de
tiempo. y luego...
Estaba mirando
desde una de las imágenes, viendo la nave a través de una imagen.
Su primer
interés era el desarrollo de la batalla. Pero tenía que contener su afán de
saber, porque venir abordo era sólo parte de su precondicionamiento necesario.
Quería afectar a un grupo de quizá millones de individuos. Tenía que afectarlos
tan profundamente que debieran retirarse del Beagle Espacial y no tuvieran más
opción que permanecer alejados.
Había
demostrado que podía recibir sus pensamientos y que ellos podían recibir los
suyos. Su asociación con un sistema nervioso tras otro no habría sido posible
en caso contrario.
Así que ahora
estaba preparado. Proyectó sus pensamientos a la oscuridad.
- Vosotros
habitáis un universo. Dentro de vosotros, formáis imágenes de ese universo tal
como se os aparece. y nada sabéis de ese universo, y nada podéis saber, salvo
por las imágenes. Pero las imágenes del universo que hay dentro de vosotros no
son del universo...
¿Cómo influir
sobre una mente ajena? Alterando sus supuestos. ¿Cómo alterar los actos ajenos?
Alterando sus creencias básicas, sus certidumbres emocionales.
Grosvenor
continuó:
- Y las
imágenes que hay dentro de vosotros no muestran todo el universo, pues hay
muchas cosas que no podéis conocer directamente, pues no tenéis sentidos para
ello. Dentro del universo hay un orden. y si el orden de las imágenes que hay
dentro de vosotros no es como el orden del universo, entonces os engañáis...
En la historia
de la vida, pocos seres pensantes habían hecho algo ilógico... dentro de su
marco de referencia. Si el marco tenía una base falsa, si los supuestos no se
correspondían con la realidad, la lógica automática del individuo podía
llevarlo a conclusiones desastrosas.
Era preciso
cambiar las premisas. Grosvenor las cambió, resuelta, fría y francamente. La
hipótesis básica que lo guiaba era que los riim no tenían defensa. Eran las
primeras ideas nuevas que recibían en un sinfín de generaciones. El impacto
sería colosal. Ésta era una civilización fellah, arraigada en certidumbres que
nunca se habían cuestionado. Había muchas pruebas históricas de que un intruso
diminuto podía influir decisivamente sobre el futuro de las razas fellahin.
Unos miles de
ingleses habían derrumbado la vieja India. Análogamente, todos los pueblos
fellahin de la antigua Tierra fueron dominados fácilmente, y no revivieron
hasta que el núcleo de sus actitudes inflexibles quedó despedazado por la
comprensión de que la vida era más compleja de lo que les habían enseñado sus
rígidos sistemas.
Los riim eran
particularmente vulnerables. Su método de comunicación, aunque singular y
prodigioso, permitía influir sobre todos ellos en una sola e intensa operación.
Una y otra vez Grosvenor repitió el mensaje, añadiendo cada vez una instrucción
que se relacionaba con la nave. La instrucción era: «Cambiad el patrón que
estáis usando contra la nave, y retirad lo. Cambiad el patrón, para que ellos
puedan relajarse y dormir, y retirad lo. Vuestra acción amistosa causó grandes
daños a la nave. Nosotros también somos vuestros amigos, pero vuestra manera de
expresar la amistad nos ha dañado.»
Sólo tenía una
vaga idea de por cuánto tiempo volcó órdenes en ese tremendo circuito neural.
Calculó que unas dos horas. Sin importar cuánto fuera, terminó cuando el
interruptor del adaptador cortó automática mente la conexión entre Grosvenor y
la imagen de la pared de su departamento.
De pronto despertó
en un entorno familiar. Miró el lugar donde antes estaba la imagen. Había
desaparecido. Echó una rápida ojeada a Korita. El arqueólogo estaba
profundamente dormido en su silla.
Grosvenor se
sentó espasmódicamente, recordando la instrucción que había impartido: relajar
y dormir. Éste era el resultado. Los hombres estarían durmiendo en toda la
nave.
Deteniéndose
sólo para despertar a Korita, Grosvenor enfiló hacia el corredor. Mientras
corría, vio hombres inconscientes por todas partes, pero notó que las
brillantes paredes estaban despejadas. No vio una sola imagen en su viaje hasta
la sala de control.
Dentro de la
sala de control, caminó con cuidado sobre el dormido capitán Leeth, que estaba
tendido en el piso cerca del tablero. Con un suspiro de alivio, movió el
interruptor que activaba la pantalla externa de la nave.
Segundos
después, Elliott Grosvenor estaba en la silla de control, alterando el curso
del Beagle Espacial.
Antes de irse
de la sala de control, puso un mecanismo de tiempo en el dispositivo de guía y
lo fijó para diez horas. Precaviéndose así contra la posibilidad de que alguno
de esos hombres se despertara con ánimo suicida, se dirigió al corredor y
comenzó a prestar asistencia médica a los heridos. Todos sus pacientes estaban
inconscientes, así que tuvo que evaluar su estado por intuición. No corrió
riesgos. Si la respiración trabajosa indicaba shock, les daba plasma. Si veía
heridas peligrosas, inyectaba drogas específicas para el dolor y aplicaba
emplastos para las quemaduras y los cortes. Siete veces - ahora con la ayuda de
Korita - cargó cadáveres en grúas y los llevó a cámaras de resurrección. Cuatro
revivieron. Después de eso quedaron treinta y dos muertos que Grosvenor, tras
examinarlos, ni siquiera intentó revivir.
Aún estaban
cuidando a los heridos cuando un geólogo despertó, bostezó y gruñó consternado.
Grosvenor sospechó que había experimentado un borbotón de recuerdos, y miró
cautelosamente mientras el hombre se levantaba y se acercaba.
El técnico miró
intrigado a Korita y Grosvenor al fin dijo:
- ¿Puedo
ayudar?
Pronto varios
hombres ayudaban, con tensa concentración y algunas palabras que demostraban
conciencia de la locura temporaria que había causado semejante pesadilla de
muerte y destrucción.
Grosvenor no
supo que el capitán Leeth y el director Morton habían llegado hasta que vio a
uno de ellos hablando con Korita. Poco después Korita se alejó, y los dos
dirigentes se acercaron a Grosvenor y lo invitaron a una reunión en la sala de
control. Morton le palmeó la espalda en silencio. Grosvenor se había preguntado
si recordarían. La amnesia espontánea era un fenómeno hipnótico común. Sin sus
propios recuerdos, resultaría muy difícil explicarles convincentemente lo que
había ocurrido.
Sintió alivio
cuando el capitán Leeth dijo:
- Señor
Grosvenor, al recordar el desastre, tanto el director Morton como yo quedamos
asombrados de su intento de avisarnos de que éramos víctimas de un ataque
externo. El señor Korita nos ha contado que fue testigo de sus actos. Quiero
que cuente a los jefes de departamento aquí presentes qué sucedió.
Necesitó más de
una hora para hacer un relato ordenado. Cuando Grosvenor hubo concluido, un
hombre dijo:
- ¿Debo
entender que realmente fue un intento de comunicación amistosa?
Grosvenor
asintió.
- Me temo que
sí.
- ¿Quiere decir
que no podemos ir allá y destrozarlos a bombazos? - preguntó el otro con
irritación.
- No serviría
de nada - respondió Grosvenor con firmeza -. Podríamos acercarnos a ellos y
establecer un contacto más directo.
- Llevaría
demasiado tiempo, y tenemos una larga distancia que recorrer - intervino el
capitán Leeth. Añadió con voz amarga -: Parece ser una civilización bastante
obtusa.
Grosvenor
titubeó. Antes de que él pudiera hablar, el director Morton le preguntó:
- ¿Qué opina
sobre eso, Grosvenor?
- Supongo que
el comandante se refiere a la falta de ingenios mecánicos. Pero los organismos
vivientes pueden tener satisfacciones que no requieren máquinas: comida y
bebida, la compañía de los amigos y los seres queridos. Yo sugiero que estas
gentes - pájaro encuentran liberación emocional en el pensamiento comunitario y
su método de propagación. Hubo un tiempo en que el hombre era poco más que eso,
pero lo llamaba civilización, y en aquellos días hubo grandes hombres, así como
ahora.
- Aun así -
comentó irónicamente el físico Von Grossen -, usted no vaciló en alterar ese
modo de vida.
Grosvenor
conservó la calma.
- No es
aconsejable que los pájaros o los hombres vivan una existencia demasiado
especializada. Yo vencí su resistencia a las ideas nuevas, algo que aún no he
logrado abordo de esta nave.
Varios hombres
rieron y la reunión se disolvió. Después Grosvenor vio que Morton le hablaba a:
Yemens, el único hombre presente del departamento de química. El químico - que
ahora era el segundo de Kent - frunció el entrecejo y sacudió la cabeza varias
veces... al fin habló largamente, y él y Morton se dieron la mano.
Morton se
acercó a Grosvenor y dijo en voz baja:
- El
departamento de química sacará su equipo de su sala en un plazo de veinticuatro
horas, a condición de que no se haga nueva referencia al incidente. El señor
Yemens...
- ¿Qué piensa
Kent de esto? - interrumpió Grosvenor.
Morton titubeó.
- Recibió una
descarga de gas - dijo al fin -, y permanecerá en cama varios meses.
- Pero - objetó
Grosvenor - eso nos llevará más allá de las fechas de las elecciones.
Una vez más
Morton vaciló antes de responder.
- En efecto.
Eso significa que yo ganaré las elecciones sin dificultad, pues Kent era el
único candidato opositor.
Grosvenor
guardó silencio, evaluando la situación. Era bueno saber que Morton continuaría
su gestión. ¿Pero qué pasaba con todos los hombres disconformes que habían
respaldado a Kent?
Morton continuó
antes de que Grosvenor pudiera hablar.
- Quiero
pedirle un favor personal, Grosvenor. Convencí a Yemens de que sería imprudente
continuar con el ataque de Kent contra usted. En bien de la paz, me gustaría
que usted guardara silencio. No intente explotar su victoria. Admita sin rodeos
que fue resultado del accidente, si le preguntan, pero no saque el tema a
colación. ¿Me lo promete?
Grosvenor se lo
prometió.
- Me pregunto
si puedo hacer una sugerencia - añadió.
- Adelante.
- ¿Por qué no
nombrar a Kent como reemplazo?
Morton la
estudió con ojos entornados. Parecía desconcertado.
- Es una
sugerencia que no había esperado de usted - dijo al fin -. Personalmente, no
tengo gran interés en elevar la moral de Kent.
- No es la de
Kent - dijo Grosvenor.
Esta vez Morton
guardó silencio. Al fin dijo lentamente:
- Supongo que
aliviaría las tensiones.
Pero aún
parecía reacio.
- Parece que su
opinión de Kent es igual que la mía - dijo Grosvenor.
Morton rió
secamente.
- Hay muchos
hombres a bordo a quienes preferiría nombrar directores, pero en aras de la paz
seguiré su sugerencia.
Se despidieron,
Grosvenor con sentimientos más ambiguos de los que había manifestado. Era una
conclusión insatisfactoria del ataque de Kent. Grosvenor tenía la sensación de
que, al echar al departamento de química de sus aposentos, había ganado una
escaramuza y no una batalla. No obstante, desde su punto de vista, era la mejor
solución para lo que habría sido un feroz combate.
13
Ixtl se tendió
inmóvil en la noche ilimitada. El tiempo se arrastraba hacia la eternidad, y el
espacio era insondablemente negro. En la inmensidad fulguraban gélidos borrones
de luz. Sabía que cada cual era una galaxia de estrellas ardientes, reducidas
por increíbles distancias a relucientes remolinos de niebla. Allá había vida,
proliferando en la minada de planetas que giraban sin cesar alrededor de sus
soles. De la misma manera, la vida una vez había surgido del lodo primordial
del antiguo Glor, antes que una explosión cósmica destruyera a su poderosa raza
y arrojara su cuerpo a los abismos intergalácticos.
Él vivía, ésa
era su catástrofe personal. Tras sobrevivir al cataclismo, su cuerpo casi
indestructible se mantenía en un estado de creciente debilidad gracias a la
energía lumínica que impregnaba el espacio y el tiempo. En su cerebro palpitaba
el viejo pensamiento de siempre. Pensaba que había una probabilidad contra
billones de que alguna vez regresara aun sistema galáctico y había
probabilidades aún más infinitesimales, en ese caso, de que cayera en un
planeta y encontrara un precioso guul.
Un trillón de veces
ese pensamiento lo había llevado a la misma conclusión. Ahora era parte de él.
Era como una película interminable rodando ante el ojo de su mente. Junto con
esos remotos y rutilantes mechones en ese abismo de negrura, constituía el
mundo donde él existía. Casi había olvidado el extenso campo de sensibilidad
que mantenía su cuerpo. En tiempos pasados ese campo había sido realmente
vasto, pero ahora sus poderes declinaban y no recibía señales que estuvieran a
más de pocos años luz.
No esperaba
nada, así que el primer estímulo de la nave apenas lo afectó. Energía, dureza,
materia. Esa vaga percepción sensorial se hundió en su cerebro adormecido.
Provocó un dolor viviente, como si un músculo en desuso fuera obligado a
moverse.
El dolor se
disipó. El pensamiento se evaporó. Su cerebro regresó a su sopor milenario.
Volvió a vivir en el viejo mundo de desesperanza y brillantes manchas de luz en
un espacio negro. La sola idea de energía y materia se convirtió en un sueño
evanescente. Un rincón remoto de su mente, un poco más alerta, observó cómo se
alejaba, observó cómo las sombras del olvido extendían sus envolventes pliegues
de niebla, procurando sofocar la borrosa conciencia que había tenido esa chispa
de existencia angustiosa y efímera.
y luego, una
vez más... más fuerte, más nítido, el mensaje relampagueó desde una frontera
remota de su campo. Su largo cuerpo se convulsionó en un movimiento reflejo.
Extendió los cuatro brazos, retrajo las cuatro patas con fuerza ciega e
irracional. Era una reacción muscular.
Sus ojos
deslumbrados recobraron el foco. Su visión aturdida despertó. Aquella parte del
sistema nervioso que controlaba el campo realizó su primer acto
desestabilizador. En un relámpago de tremendo esfuerzo, lo desvió de aquellos
miles de millones de kilómetros cúbicos de donde no llegaba ninguna señal para
concentrar sus fuerzas en un intento de localizar la zona de mayor estímulo.
Mientras
procuraba localizarlo, el objeto se desplazó una gran distancia. Por primera
vez pensó en él como una nave que volaba de una galaxia a otra. Por un instante
sintió el espantoso temor de que se alejara antes de que él pudiera detectarla,
y que perdiera contacto para siempre antes de poder hacer nada.
Dejó que el
campo se extendiera levemente, y sintió el impacto cuando recibió una vez más
el inequívoco aguijonazo de materia y energía alienígena. Esta vez se aferró a
ella. Lo que había sido su campo se convirtió en un haz que concentraba toda la
energía de su cuerpo debilitado.
Por ese haz
compacto, extrajo tremendos chorros de energía de la nave. Había millones de
veces más energía de la que él podía manejar. Tenía que desviarla de sí mismo,
descargarla en la oscuridad y la distancia. Pero, como una sanguijuela
monstruosa, se extendió cuatro, cinco, diez años luz, y succionó la potencia de
la gran nave.
Tras milenios
de sobrevivir a duras penas con frágiles dardos de energía lumínica, no se
atrevía a tratar de manipular esa potencia colosal. La vastedad del espacio
absorbía el flujo como si nunca hubiera existido. Aquello que él se permitió
recibir devolvió la vida a su cuerpo. Con salvaje intensidad, comprendió que
era una gran oportunidad. Frenéticamente, ajustó su estructura atómica y se
dejó llevar a lo largo del haz.
A lo lejos, la
nave - en ese momento con el motor apagado, pero arrastrada por la inercia -
siguió de largo y empezó a alejarse. Se alejó uno, dos, tres años luz. Con
negra desesperación, Ixtl comprendió que escaparía a pesar de todos sus
esfuerzos. Entonces...
La nave se
detuvo. En pleno vuelo. Un instante antes se deslizaba a muchos años luz por
día. De pronto se detuvo en el espacio, con su impulso inhibido y transformado.
Aún estaba a enorme distancia, pero ya no se alejaba.
Ixtl sospechó
lo que ocurría. Los tripulantes de la nave habían reparado en su interferencia
y se detenían a averiguar qué había ocurrido y por qué. Su método de des
aceleración instantánea sugería una ciencia muy avanzada, aunque él no atinaba
a deducir qué técnica de antiaceleración habían usado. Había varias posibilidades.
Él mismo se proponía detenerse convirtiendo su velocidad en acción electrónica
dentro del cuerpo. Durante ese proceso se perdería muy poca energía. Los
electrones de cada átomo acelerarían levemente, y así la velocidad microscópica
se transformaría en movimiento en el nivel microscópico.
En ese nivel
detectó súbitamente que la nave estaba cerca.
Entonces
ocurrieron varias cosas, que se sucedieron con tanta celeridad que no le
dejaron pensar. La nave proyectó una impenetrable pantalla de energía. La concentración
de tanta energía activó los repetidores automáticos que él había instalado en
su cuerpo. Eso lo detuvo una fracción de segundo antes de lo que se proponía.
En términos de distancia, eso significaba cincuenta kilómetros.
Veía la nave
como un punto de luz en la negrura. La pantalla aún estaba activada, lo cual
significaba, quizá, que sus tripulantes no podían detectarlo y que él ya no
tendría esperanzas de llegar a la nave. Supuso que los delicados instrumentos
de abordo habían detectado su aproximación, lo habían identificado como un
proyectil y habían activado la pantalla defensiva.
Ixtl se acercó
ala barrera casi invisible. Allí, separado de la realización de sus esperanzas,
miró Vorazmente la nave. Estaba amenos de cincuenta metros, un monstruo de
metal redondo y oscuro, tachonado con hileras de luces refulgentes como
diamantes. El navío espacial flotaba en la negrura aterciopelada, reluciendo
como una joya inmensa, quieto pero viviente, dotado de desbordante vitalidad.
Traía una nostálgica y vívida evocación de mil planetas lejanos y una vida
indómita y pujante que había llegado a las estrellas y las había conquistado y
- a pesar de la frustración de ese momento - traía esperanza.
Hasta entonces
había tenido que hacer tantas cosas que apenas había comprendido lo que
significaría entrar a bordo. Su ánimo, reducido durante siglos a una abrumadora
desesperación, se elevó desaforadamente. Sus patas y sus brazos relucían como
lenguas de fuego viviente mientras caracoleaban bajo la luz ardiente de las
portillas. Su boca, un
tajo en esa
caricatura de cabeza humana, expulsaba una espuma blanca que flotaba en
glóbulos escarchados. Su esperanza creció tanto que se diluyó, y su visión se
borroneó. A través del borrón, vio una reluciente venilla de luz que formaba un
bulto circular en la superficie metálica de la nave. El bulto se convirtió en
una enorme puerta que rotó para abrirse y se inclinó a un costado. Un
resplandor se derramó por la abertura. Hubo una pausa, y luego aparecieron
varias criaturas bípedas. Usaban una armadura casi transparente, y empujaban o
guiaban grandes máquinas flotantes. Las máquinas se concentraron alrededor de
una zona pequeña de la superficie de la nave. Desde lejos, las llamas que
emitían parecían pequeñas, pero su deslumbrante fulgor indicaba un enorme calor
o bien una titánica concentración de otra radiación. Lo que era obviamente una
tarea de reparación continuó con alarmante celeridad.
Frenéticamente,
Ixtl palpó la pantalla que le impedía el acceso a la nave, buscando puntos
débiles. No encontró ninguno. La fuerza era demasiado compleja, sus alcances
demasiado amplios, para los recursos que él pudiera reunir contra ella. La
había detectado a distancia. Ahora enfrentaba su realidad.
La tarea - Ixtl
vio que habían quitado un grueso tramo de pared externa para reemplazarlo por
nuevo material - terminó tan prontamente como había empezado. El fulgor
incandescente de los soldadores murió en la oscuridad con un chisporroteo.
Destrabaron las máquinas, las empujaron hacia la abertura, las metieron adentro
y se perdieron de vista. Los seres bípedos las siguieron. La vasta curva
planicie de metal quedó tan desierta como el espacio.
La sorpresa
perturbó a Ixtl. No podía dejarlos escapar ahora, cuando el universo entero
estaba a su alcance... a pocos metros de distancia. Extendió los brazos, como
si pudiera retener la nave sólo con su afán. Un dolor lento y rítmico palpitaba
en su cuerpo. Su mente cayó en un negro pozo de desesperación, pero se detuvo
antes de la zambullida final.
La gran puerta
giraba lentamente. Un ser solitario atravesó el anillo de luz y corrió hacia la
zona que acababan de reparar. Recogió algo y se dirigió hacia la cámara estanca
abierta. Aún estaba acierta distancia cuando vio a Ixtl.
Se detuvo como
si lo hubieran golpeado. Es decir, se detuvo con un tambaleo. Bajo el fulgor de
las portillas, su rostro era claramente visible por el traje transparente.
Tenía los ojos desorbitados, la boca abierta. Parecía aferrarse a sí mismo.
Movía los labios rápidamente. Un minuto después, la puerta volvió a rotar. Se
abrió, y un grupo de esos seres salió para mirar a Ixtl. Debió seguir una
discusión, pues movían los labios irregularmente, primero uno, después el otro.
Al poco tiempo,
sacaron una gran jaula de metal por la cámara estanca. Había dos hombres
sentados sobre ella, y parecía desplazarse con energía propia. Ixtl supuso que
pretendían capturarlo.
Curiosamente,
no sintió euforia. Era como si lo afectara una droga, arrastrándolo aun abismo
de agotamiento. Pasmado, trató de combatir el creciente sopor. Necesitaría toda
su lucidez si quería que su raza, que había llegado al umbral del máximo
conocimiento, viviera de nuevo.
14
- ¿Cómo es
posible que algo viva en el espacio intergaláctico?
La voz, tensa e
irreconocible, llegó por el comunicador del traje espacial de Grosvenor
mientras él esperaba con los demás cerca de la cámara estanca. Le parecía que
esa pregunta creaba un lazo más estrecho en ese, pequeño grupo de hombres. Para
él, la proximidad de los otros no era suficiente. Era demasiado consciente de
la noche impalpable pero inconcebible que los rodeaba, apretando las ardientes
portillas.
Por primera vez
desde el inicio del viaje, la inmensidad de esas tinieblas afectó a Grosvenor.
Las había mirado con tanta frecuencia desde el interior de la nave que se había
vuelto indiferente. Pero ahora era súbitamente consciente de que las fronteras
estelares más remotas para el hombre eran apenas un punto en esa negrura que se
extendía millones de años luz hacia todas partes.
La voz del
director Morton llegó a través del turbado silencio.
- Llamando a
Gunlie Lester dentro de la nave... Gunlie Lester...
Hubo una pausa.
- ¿Sí,
director?
Grosvenor
reconoció la voz del jefe del departamento de astronomía.
- Gunlie -
continuó Morton -, aquí hay algo para su cerebro astromatemático. Por favor,
díganos qué probabilidades había de que los impulsores del Beagle fallaran en
el mismo punto del espacio donde flotaba esa cosa. Tómese unas horas para
calcularlo.
Las palabras
dieron nuevo dramatismo a la situación. Era típico de Morton, un matemático,
permitir que otro hombre llevara la voz cantante en un campo donde él mismo era
un maestro.
El astrónomo se
echó a reír.
- No tengo que
hacer ningún cálculo - dijo luego con seriedad -. Se necesitaría un nuevo
sistema de notación para expresar el cambio aritméticamente. Matemáticamente
hablando, esto es imposible. Aquí estamos nosotros, un grupo de seres humanos,
que se detiene a hacer reparaciones a mitad de camino entre dos galaxias... la
primera vez que enviamos una expedición fuera de nuestro universo isla. Aquí
estamos, pues, un punto diminuto que se cruza con la senda de otro punto
diminuto. Es imposible, a menos que el espacio esté saturado de estas
criaturas.
Grosvenor pensó
que había una explicación mucho más plausible. Los dos hechos podían estar en
una simple relación de causa y efecto. Habían abierto un enorme boquete en la
pared de la sala de máquinas. Torrentes de energía se habían derramado en el
espacio. Se habían detenido para reparar los daños. Entreabrió los labios para
decirlo, pero los cerró. Había otro factor, el factor de fuerzas y
probabilidades implícitas en ese supuesto. ¿Cuánta potencia se necesitaría para
succionar en pocos minutos la energía saliente de una pila? Pensó brevemente en
la fórmula pertinente, sacudió la cabeza. Las cifras que se le ocurrían eran
tan enormes que la hipótesis que iba a formular parecía quedar descartada
automáticamente. Ni mil coeurls habrían manipulado semejantes cantidades de
energía, lo cual sugería que aquí se trataba de máquinas y no de individuos.
- Deberíamos
apuntar una unidad móvil contra cualquier cosa que tenga ese aspecto - dijo
alguien.
El temblor de
la voz indujo una emoción similar en Grosvenor. La reacción debía haberse propagado
por los comunicado res porque, cuando habló el director Morton, su tono
indicaba que estaba tratando, de disipar el escozor que causaban esas palabras.
- Un
pesadillesco monstruo de sangre roja, feo como el demonio - dijo Morton -, y
quizá tan inofensivo como mortífero era nuestro gatito de hace unos meses. ¿Qué
piensa usted, Smith?
El desmañado
biólogo fue fríamente lógico.
- Esta cosa,
por lo que veo desde aquí, tiene brazos y patas, producto de una evolución
puramente planetaria. Si es inteligente, comenzará a reaccionar ante el entorno
cambiante en cuanto esté dentro de la jaula. Quizá sea un sabio venerable que
medita en el silencio del espacio, donde no hay distracciones. O quizá sea un
joven homicida, condenado al exilio, consumido por el deseo de volver a casa y
reanudar la vida en su propia civilización.
- Ojalá Korita
hubiera salido con nosotros - dijo Pennons, el jefe de máquinas, a su manera
serena y práctica -. Su análisis del gatito en el planeta de los felinos nos
dio una idea de lo que enfrentábamos y...
- Habla Korita,
señor Pennons. - Como de costumbre, la voz del arqueólogo japonés llegaba por
los comunicadores con meticulosa claridad -. Como muchos otros, he escuchado lo
que sucedía, y admito que me impresiona la imagen de esta criatura en la
pantalla que tengo ante mí. Pero me temo que un análisis basado en la historia
cíclica sería arriesgado en una etapa en que carecemos de tantos datos. En el
caso del gatito, teníamos ese planeta árido donde él vivía, y los datos arquitectónicos
de esa ciudad en ruinas. Pero aquí tenemos un ser que vive en el espacio, a un
cuarto de millón de años luz del planeta más cercano, al parecer sin comida, y
sin medios de locomoción espacial. Sugiero lo siguiente. Mantengamos activa la
pantalla, salvo por una abertura para sacar la jaula. Una vez que la criatura
esté en la jaula, estudiemos cada acción y reacción. Tomemos imágenes de sus
órganos internos funcionando en el vacío del espacio. Averigüemos todo sobre
ella, para saber qué estamos trayendo a bordo. Evitemos matar, o ser muertos.
Se deben tomar las mayores precauciones.
- Muy sensato -
dijo Morton. Comenzó a impartir órdenes. Se trasladaron más máquinas desde el
interior de la nave. Se instalaron en un tramo liso y curvo de la superficie exterior,
salvo una maciza cámara de fluorita que se adosó a la jaula móvil.
Grosvenor
escuchó con inquietud mientras el director daba las últimas instrucciones a los
hombres que guiaban la jaula.
- Abran bien la
puerta - dijo Morton - y arrojen la jaula sobre él. No permitan que aferre los
barrotes con las manos.
Es ahora o
nunca, pensó Grosvenor. Si tengo alguna objeción, debo presentarla ahora.
No parecía
haber ninguna. Podía bosquejar sus vagas dudas. Podía llevar el comentario de
Gunlie Lester a su conclusión lógica y decir que lo que había sucedido no podía
ser un accidente. Incluso podía sugerir que quizá una nave de esos demonios
rojos aguardara a lo lejos, esperando que ellos recogieran a su compañero.
Pero se habían
tomado todas las precauciones contra esas eventualidades. Si había una nave, al
abrir la pantalla protectora sólo lo suficiente para que pasara la jaula,
ofrecían un blanco mínimo. El casco externo podía ser atacado, los hombres que
estaban allí podían morir. Pero la nave estaría a salvo.
El enemigo
descubriría que su acción no había servido de nada. Se toparía con un
formidable navío acorazado y armado, tripulado por miembros de una raza que
podía librar una batalla hasta su implacable conclusión.
Grosvenor llegó
a ese punto en su especulación, y decidió no hacer comentarios. Mantendría sus
dudas en reserva.
- ¿Algún
comentario? - preguntó Morton.
- Sí. - La
nueva voz pertenecía a Von Grossen -. Yo estoy a favor de hacer un examen
exhaustivo de esa criatura. Para mí, exhaustivo significa una semana, un mes.
- ¿Sugiere que
esperemos en el espacio mientras nuestros expertos estudian al monstruo? -
preguntó Morton.
- Eso es - dijo
el físico. Morton calló varios segundos. - Tendré que deliberar con los demás,
Von Grossen. Ésta es una expedición exploratoria. Estamos equipados para llevar
miles de especímenes. Siendo científicos, todo es agua para nuestro molino.
Todo debe ser investigado. Pero si nos detenemos un mes en el espacio por cada
espécimen que llevamos a bordo, objetarán que este viaje durará quinientos años
en vez de cinco o diez. No es mi objeción personal. Obviamente, es preciso
examinar y encarar cada espécimen según sus propias características.
- Sólo digo que
lo pensemos - respondió Von Grossen.
- ¿Alguna otra
objeción? - preguntó Morton. Como no hubo ninguna, concluyó en voz baja -: De
acuerdo, muchachos. Salgan a buscarlo.
15
Ixtl esperaba.
Sus pensamientos continuaban dividiéndose en recuerdos caleidoscópicos de todas
las cosas que había conocido o pensado. Tuvo una visión de su planeta natal,
destruido tiempo atrás. La imagen suscitaba orgullo, y un creciente desprecio
por estos seres bípedos que esperaban capturarlo.
Recordaba una
época en que su raza controlaba el movimiento de sistemas solares enteros por
el espacio. Eso fue antes de que abandonaran el viaje espacial para adoptar una
existencia más apacible, construyendo belleza a partir de las fuerzas
naturales, en un éxtasis de prolongada producción creativa.
Observó
mientras llevaban la jaula hacia él. La jaula atravesó una abertura de la
pantalla, que se cerró al instante. La transición fue imperceptible. Aunque
hubiera querido, no habría podido aprovechar esa efímera abertura. No deseaba
hacerlo. No debía hacer un solo movimiento hostil hasta estar dentro de la
nave. Lentamente la jaula se acercó. Sus dos operadores eran cautos y atentos.
Uno empuñaba un arma. Ixtl sospechó que descargaba un proyectil atómico. ESo le
inspiró respeto, aunque también reconocía sus limitaciones. Se podía usar
contra él en el exterior, pero no se atreverían a emplear una energía tan
violenta en el interior de la nave.
Con creciente
lucidez, Concentró su voluntad. ¡Subir a la nave! ¡Meterse dentro!
Mientras crecía
su determinación, la boca de la jaula lo devoró. La puerta de metal se cerró en
silencio. Ixtl cogió el barrote más próximo, lo aferró tenazmente. Sintió
vértigo. ¡Estaba a salvo! Su mente se expandía Con la fuerza de esa realidad.
Había un efecto físico, no sólo mental. Enjambres de electrones libres se
descargaron dentro de su cuerpo desde el caos de sistemas atómicos giratorios,
y frenéticamente buscaron la unión Con otros sistemas. Estaba a salvo después
de miles de millones de años de desesperación. A salvo en un cuerpo material.
Al margen de lo que ocurriera después, el control de la fuente energética de
esa jaula lo liberaba para siempre de su incapacidad para dirigir sus
movimientos. Nunca más estaría sostenido a los débiles tirones de galaxias
remotas. A partir de ahora, podía viajar en cualquier dirección que deseara y
había ganado todo eso sólo con la jaula.
Mientras se
aferraba a loS barrotes, su prisión comenzó a moverse hacia la superficie de la
nave. La pantalla protectora se entreabrió cuando se acercaron, y se cerró
detrás. De cerca, esos hombres eran patéticos. Su necesidad de utilizar trajes
espaciales demostraba su incapacidad para adaptarse a entornos radicalmente
diferentes, lo cual significaba que físicamente estaban en un plano inferior de
la evolución. Sería imprudente, sin embargo, subestimar sus logros científicos.
Aquí había cerebros agudos, capaces de crear y utilizar potentes máquinas. y
ahora habían aproximado varias de esas máquinas, evidentemente con el propósito
de estudiarlo. Eso revelaría su intención, identificaría los preciosos objetos
que llevaba ocultos en el pecho, y expondría algunos de sus procesos vitales.
No podía permitir que hicieran ese examen.
Vio que varios
de esos seres no llevaban una sino dos armas. Estaban metidas en fundas, al
alcance de la mano, en cada traje espacial. Una de esas armas era el lanzador
de proyectiles atómicos con el cual ya lo habían amenazado. La otra tenía una
manija chispeante y traslúcida. Ixtl lo analizó y dedujo que era una pistola de
vibraciones. Los hombres de la jaula también estaban armados con el segundo
tipo de arma.
Mientras la
jaula descendía al improvisado laboratorio, una cámara avanzó hacia la angosta
abertura que separaba dos barrotes. Ixtl entró en acción. Sin esfuerzo, se
elevó al cielo raso de la jaula. Aguzó la visión, que se volvió sensible a
frecuencias muy cortas. Al instante pudo ver la fuente energética del vibrador
como una mancha brillante que estaba a su alcance.
Un brazo, con
sus ocho dedos sinuosos, se lanzó con indescriptible celeridad hacia el metal,
lo atravesó, desenfundó el vibrador de uno de los hombres de la jaula.
No intentó
reacomodar la estructura atómica del arma como había reacomodado su brazo. Era
importante que no supieran quién había disparado. Procurando mantener su
incómoda posición, apuntó el arma a la cámara y al grupo de hombres que había
detrás. Haló el gatillo. En un movimiento continuo, Ixtl soltó el vibrador,
retiró la mallo y bajó al suelo. Su temor inmediato se había disipado. La
energía puramente molecular había resonado por la cámara y había afectado a la
mayor parte del equipo del improvisado laboratorio. La película sensible sería
inútil; habría que ajustar los medidores, examinar los calibradores, probar
cada máquina. Tal vez tuvieran que reemplazar todos esos trebejos. y lo mejor
era que lo sucedido, por su naturaleza, se consideraría un accidente.
Grosvenor oyó
maldiciones en el comunicador, y supuso con alivio que los demás combatían,
como él, la irritante vibración que el material de sus trajes espaciales había
amortiguado sólo en parte. Sus ojos se adaptaron lentamente. Al fin volvió a
ver el metal curvo donde estaba apoyado, y más allá la árida cresta de la nave
y los ilimitados kilómetros de espacio, abismos oscuros, insondables,
inconcebibles. También vio un borrón entre las sombras, la jaula de metal.
- Lo lamento,
director - se disculpó uno de los hombres que estaba sobre la jaula -. El
vibrador se debe de haber resbalado de mi cinturón y se disparó.
- Director -
intervino Grosvenor -, esa explicación es poco plausible, dada la ausencia de
gravedad.
- Bien dicho,
Grosvenor - dijo Morton -. ¿Alguien vio algo?
- Tal vez la
toqué sin darme cuenta, señor - sugirió el hombre cuya arma había causado el
alboroto. Hubo rezongos de Smith. El biólogo masculló algo parecido a «ese
estrábico erisipelatoso...». Grosvenor no entendió el resto, pero supuso que
así insultaban los biólogos. Lentamente, Smith se enderezó.
- Un minuto -
murmuró -. Trataré de recordar lo que vi. Yo estaba en plena línea de fuego...
Ah, ya, mi cuerpo ha dejado de temblar. - Su voz cobró nitidez -. No podría
jurarlo, pero antes de que me sobresaltara ese vibrador, la criatura se movió.
Creo que saltó al cielo raso. Admito que estaba demasiado negro para ver algo
más que un borrón, pero... - No concluyó la frase.
- Crane -
ordenó Morton -, encienda la luz de la jaula, y veamos qué tenemos aquí.
Con los otros,
Grosvenor dio la vuelta mientras un fulgor luminoso bañaba a Ixtl, que estaba
agazapado en el fondo de la jaula. Guardó silencio, pasmado a pesar de sí
mismo. El lustre metálico y rojizo del cuerpo cilíndrico de la criatura, los
ojos como ascuas, los dedos sinuosos, y el aire de perfidia escarlata lo
sobresaltaron.
- Quizá sea muy
guapo... para sí mismo - jadeó Siedel por el comunicador.
Esa leve
humorada rompió el hechizo del horror.
- Si la vida es
evolución - dijo rígidamente un hombre -, y nada evoluciona salvo para
utilizarse, ¿cómo puede una criatura que vive en el espacio tener patas y
brazos? Sus entrañas deben ser interesantes. Pero ahora la cámara no sirve. Esa
vibración distorsionó la lente, y la película está estropeada. ¿Hago enviar
otra?
- No -
intervino Morton dubitativamente, pero pronto continuó con voz más firme -.
Hemos perdido mucho tiempo, ya fin de cuentas podemos recrear el vacío del
espacio en los laboratorios de la nave, viajando con plena aceleración.
- ¿Debo
entender que ignorará mi sugerencia? - Era Von Grossen, el físico. Continuó -:
Recordará que recomendé estudiar ala criatura por lo menos una semana antes de
tomar la decisión de llevarla a bordo.
Morton titubeó.
- ¿Alguna otra
objeción? - preguntó al fin. Parecía preocupado.
- No creo que
debamos pasar de la cautela extrema a la total ausencia de precauciones - dijo
Grosvenor.
- ¿Alguien más?
- murmuró Morton. Cuando no recibió respuesta, añadió -: ¿Smith?
- Obviamente la
llevaremos a bordo - dijo Smith -. No olvidemos que una criatura que vive en el
espacio es lo más extraordinario que hemos encontrado. Aun el gatito, que se
sentía a sus anchas tanto con oxígeno como con cloro, necesitaba algún tipo de
calor, y el frío y la falta de presión del espacio le habrían resultado
fatales. Si, como sospechamos, el hábitat natural de esta criatura no es el
espacio, debemos encontrar cómo y por qué llegó adonde está.
Morton frunció
el entrecejo.
- Veo que
tendremos que someterlo a votación. Podríamos forrar la jaula con un metal que
tuviera una pantalla externa. ¿Eso le satisfaría, Von Grossen?
- Ahora
hablamos con sensatez - dijo Von Grossen -. Pero tendremos más discusiones
antes de desactivar la pantalla energética.
Morton rió.
- Una vez que
hayamos emprendido el regreso, usted y los demás pueden discutir los pros y los
contras hasta el final del viaje. ¿Alguna otra objeción? ¿Grosvenor?
Grosvenor
sacudió la cabeza.
- Creo que la pantalla
servirá, director
- Si alguien
está en contra, que lo diga - dijo Morton. Como nadie habló, dirigió una orden
a los hombres de la jaula -. Muevan esa cosa hacia aquí, así podremos
prepararla para la energización.
Ixtl sintió una
tenue palpitación en el metal cuando arrancaron los motores, vio que los
barrotes se movían. Luego reparó en un cosquilleo agudo y agradable. Era una
actividad física dentro de su cuerpo, y mientras se producía detenía el
funcionamiento de su mente. Cuando pudo pensar de nuevo, estaba bajo el suelo
de la jaula, tendido en la dura superficie del casco externo de la nave
espacial.
Con un rugido,
se incorporó mientras comprendía la verdad. Se había olvidado de readaptar los
átomos de su cuerpo después de disparar el vibrador. Había atravesado el suelo
metálico de la jaula.
- ¡Santo cielo!
- La exclamación de Morton casi ensordeció a Grosvenor.
El largo cuerpo
escarlata de Ixtl correteó por las sombras del impenetrable metal del casco
externo de la nave, hacia la cámara estanca. Se zambulló en sus deslumbrantes
honduras. Su cuerpo adaptado se disolvió en las dos puertas internas. Apareció
en el extremo de un corredor largo y reluciente, a salvo por el momento. y
había un dato importante.
En la inminente
lucha por el control de la nave tendría una gran ventaja, aparte de su
superioridad individual. Sus oponentes aún desconocían sus mortíferas
intenciones.
16
Veinte minutos
después, Grosvenor estaba sentado en una de las butacas del auditorio de la
sala de control. Morton y el capitán Leeth deliberaban en voz baja en una de
las gradas que conducían ala sección principal del tablero de instrumentos.
La sala estaba
atestada. Con excepción de los guardias apostados en centros clave, se había
ordenado la asistencia de todos. Los militares y sus oficiales, los jefes de
los departamentos de ciencias con su personal, las ramas administrativas y los
técnicos que no pertenecían a ningún departamento, todos estaban en la sala o
congregados en los corredores contiguos.
Sonó una campana.
El murmullo de la conversación comenzó a apagarse. La campana sonó de nuevo.
Toda conversación cesó. El capitán Leeth se adelantó.
- Caballeros,
siguen surgiendo problemas, ¿verdad? Me temo que los militares no hemos sabido
valorar a los científicos en el pasado. Creí que vivían en laboratorios, lejos
del peligro, pero comienzo a advertir que los científicos pueden descubrir
problemas donde antes no existían.
Vaciló
brevemente, y continuó con el mismo tono humorístico y seco.
- El director
Morton y yo hemos acordado que este problema no afecta sólo a las fuerzas
militares. Mientras la criatura esté suelta, cada hombre debe ser su propio
policía. Deben ir armados, en pareja o en grupo... cuantos más, mejor.
Una vez más
escrutó al público, y continuó con tono más sombrío.
- Sería una
tontería creer que esta situación no implicará peligro o muerte para algunos de
nosotros. Puedo ser yo. Pueden ser ustedes. Prepárense para ello. Acepten la
posibilidad. Pero si alguien tiene el destino de establecer contacto con esta
peligrosa criatura, que se defienda hasta morir. Que trate de llevársela
consigo. Que no sufra ni muera en vano. - Se volvió hacia Morton -. Ahora el
director coordinará una discusión donde decidiremos cómo usar los considerables
conocimientos científicos que haya bordo de esta nave contra nuestro enemigo.
Señor Morton.
Morton se
adelantó lentamente. Su cuerpo robusto y vigoroso quedaba empequeñecido por el
gigantesco tablero de instrumentos que se erguía a sus espaldas, pero aun así
era imponente. Los ojos grises del director recorrieron inquisitivamente la
hilera de rostros sin detenerse en ninguno, como si evaluara el estado de ánimo
general. Comenzó por alabar la actitud del capitán Leeth.
- He examinado
mis propios recuerdos de lo que ocurrió - dijo a continuación -, y creo que
puedo decir con franqueza que nadie es culpable de que la criatura esté abordo,
ni siquiera yo. Habíamos decidido, como recordarán, subirla a bordo dentro de
un campo de fuerza. Esa precaución satisfacía a nuestros críticos más
meticulosos, y fue lamentable que no se tomara a tiempo. El ser entró en la
nave por sus propios poderes, mediante un método que era imprevisible. - Hizo
una pausa. Su aguda mirada barrió la sala -. ¿O alguien tenía algo más que una
premonición? En tal caso, hablen, por favor.
Grosvenor
irguió el cuello, pero nadie alzó la mano. Se reclinó en el asiento, y se
sorprendió al ver que Morton le clavaba los ojos grises.
- Señor
Grosvenor, ¿la ciencia del nexialismo le permitió predecir que esta criatura
podía disolver su cuerpo y atravesar una pared?
- No -
respondió claramente Grosvenor.
- Gracias -
dijo Morton.
Parecía
satisfecho, pues no le preguntó a nadie más. Grosvenor ya había comprendido que
el director trataba de justificar su propia posición. El hecho de que debiera
hacerlo era un triste comentario sobre la política de a bordo. Pero lo que más
interesó a Grosvenor fue que apelara al nexialismo como una especie de
autoridad definitiva.
Morton hablaba
de nuevo.
- Siedel - dijo
-, denos una descripción psicológicamente aceptable de lo que ha sucedido.
- Para capturar
a este ser - dijo el jefe de psicología -, debemos tener una idea clara de lo
que es. Tiene brazos y patas, pero flota en el espacio y permanece con vida. Se
deja atrapar en una jaula, pero sabe que la jaula no puede retenerlo. Luego
atraviesa el fondo de la jaula, lo cual es una tontería si no quiere que
sepamos que puede hacerlo. Hay un motivo por el cual los seres inteligentes
cometen errores, una razón fundamental que debería permitirnos hacer ciertas
conjeturas acerca de su origen y analizar por qué está aquí. Smith, háblenos de
su configuración biológica.
El desmañado y
huraño Smith se puso de pie.
- Ya hemos
comentado el obvio origen planetario de sus manos y sus patas. Su capacidad
para vivir en el espacio, si es producto dé la evolución, es por cierto un
atributo notable. Sugiero que aquí tenemos al miembro de una raza que ha
resuelto los problemas finales de la biología. Y si supiera cómo buscar a una
criatura que se puede escabullir a través de una pared, mi consejo sería
perseguirla y matarla al instante.
- Ah... -
suspiró Kellie, el sociólogo. Era un hombre calvo, cuarentón, de ojos grandes e
inteligentes. Cualquier ser que pueda adaptarse ala vida en el vacío sería
señor del universo. Su especie habitaría todos los planetas, atestaría las
galaxias. Enjambres de sus congéneres flotarían en el espacio. Pero sabemos que
su raza no infesta nuestra zona galáctica. Una paradoja digna de investigación.
- No entiendo
adónde quiere llegar, Kellie - dijo Morton.
- Es simple.
Una raza que ha resuelto los secretos máximos de la biología debe estar
milenios por delante del hombre. Sería altamente simpodial, es decir, capaz de
adaptarse a cualquier entorno. según la ley de la dinámica vital, se expandiría
hasta la frontera más lejana del universo, tal como el hombre intenta hacer.
- Es una
contradicción - admitió Morton -, y parece demostrar que la criatura no es un
ser superior. Korita, ¿cuál es la historia de esta cosa?
El científico
japonés se encogió de hombros, pero se puso de pie.
- Me temo que
puedo ser de muy poca ayuda con datos tan escasos. Ustedes conocen la teoría
predominante: que la vida se eleva, si elevarse es el término apropiado,
mediante una serie de ciclos. Cada ciclo comienza con el campesino, que está
arraigado al suelo. El campesino llega al mercado, y lentamente el mercado se
transforma en ciudad, con un contacto cada vez menos «interior» con la tierra.
Luego tenemos ciudades y naciones, y al fin las impersonales ciudades
planetarias y una lucha devasta dora por el poder, una serie de guerras
espantosas que arrastran a los hombres al estado fellah, y así al primitivismo,
a un nuevo estadio campesino. La pregunta es si esta criatura está en la era
campesina de su ciclo, o en una era de grandes ciudades, de megalópolis, o en
cuál.
Hizo una pausa.
Grosvenor pensó que se habían presentado algunas imágenes muy elocuentes. Las
civilizaciones parecían operar en ciclos. Cada período del ciclo debía tener su
propio fondo psicológico. Había muchas explicaciones posibles para el fenómeno,
y el concepto spengleriano de los ciclos era sólo uno. Incluso era posible que
Korita pudiera prever los actos del alienígena gracias a la teoría cíclica. En
el pasado había demostrado que el sistema funcionaba y podía realizar
predicciones. Por el momento, tenía la ventaja de ser el único enfoque
histórico con técnicas que se podían aplicar a una situación dada.
La voz de
Morton cortó el silencio. - Korita, dado nuestro limitado conocimiento de este
ser, ¿qué rasgos básicos deberíamos buscar, suponiendo que esté en la etapa
megalopolitana de su cultura?
- Tendría un
intelecto casi invencible, temible en alto grado. En su propio juego, no
cometería ningún tipo de error, y sólo sería derrotado en circunstancias que
escaparan a su control. El mejor ejemplo - observó Korita con discreción - es
el muy entrenado ser humano de nuestra época.
- Pero ya ha
cometido un error - señaló Von Grossen -. Cayó tontamente por el fondo de la
jaula. ¿Es la clase de cosa que haría un campesino?
- Supongamos
que está en la etapa campesina - sugirió Morton.
- Entonces -
respondió Korita - sus impulsos básicos serían mucho más simples. Ante todo
estaría el deseo de reproducirse, de tener un hijo, de saber que ha legado su
sangre. Suponiendo una gran inteligencia, este impulso podría cobrar, en un ser
superior, la forma de un fanático afán de asegurar la supervivencia de la raza.
Yeso es todo lo que diré con los datos disponibles.
Se sentó.
Morton permaneció junto al tablero de instrumentos y miró a su público de
expertos. Detuvo la mirada en Grosvenor.
- Recientemente
- dijo - he llegado a entender que la ciencia del nexialismo puede ofrecer un
nuevo enfoque para la solución de problemas. Como es un enfoque holístico de la
vida, llevado ala enésima potencia, puede ayudarnos a tomar una decisión rápida
en un momento en que se requiere una decisión rápida. Grosvenor, por favor,
díganos qué opina de esta criatura alienígena.
Grosvenor se
puso de pie.
- Puedo ofrecer
una conclusión basada en mis observaciones. Podría presentar una teoría propia
en cuanto a cómo hicimos contacto con esta criatura, el modo en que succionó la
energía de la pila, obligándonos a reparar la pared externa de la sala de
máquinas... y hubo intervalos de tiempo significativos... pero en vez de
explayarme sobre eso me gustaría decirles, en los próximos minutos, cómo
deberíamos matar...
Hubo una
interrupción. Media docena de hombres se abrían paso en medio del grupo que
cubría la puerta. Grosvenor hizo una pausa y miró inquisitivamente a Morton. El
director se había vuelto hacia el capitán Leeth. El capitán avanzó hacia los
recién llegados, y Grosvenor vio que Pennons, el jefe de máquinas, era uno de
ellos.
- ¿Ha
concluido, señor Pennons? - preguntó Leeth. El jefe de máquinas asintió.
- Sí, señor. -
y añadió con tono de advertencia -: Es esencial que todos los hombres estén
vestidos con traje de cauchita, y que usen guantes y zapatos de cauchita.
El capitán
Leeth explicó.
- Hemos energizado
las paredes de los dormitorios. Quizá tardemos un poco en atrapar a esta
criatura, y así no correremos el riesgo de que nos asesine mientras dormimos.
Nosotros... - Se interrumpió, preguntando de mal humor -: ¿Qué pasa, señor
Pennons?
Pennons miraba
un pequeño instrumento que tenía en la mano.
- ¿Estamos
todos aquí, capitán? - preguntó lentamente.
- Sí, salvo los
guardias de la sala de máquinas.
- Entonces hay
algo atrapado en las murallas de fuerza. ¡Pronto, debemos rodearlo!
17
Ixtl sufrió un
shock devastador cuando regresaba a los pisos superiores después de explorar
los inferiores. Primero pensaba con complacencia en las secciones metálicas de
la bodega de la nave, donde secretaría sus guuls. De pronto quedó atrapado en
el chispeante y furioso centro de una pantalla energética.
El dolor le
ennegreció la mente. Nubes de electrones se liberaron en su interior. Saltaban
de sistema en sistema, buscando la unión, para ser violentamente repelidos por
sistemas atómicos que luchaban tenazmente para conservar la estabilidad.
Durante esos largos, fatídicos segundos, el maravilloso equilibrio de su
estructura estuvo al borde del colapso. Se salvó porque el genio colectivo de
su raza había previsto incluso esta peligrosa eventualidad.
Al imponerse una
evolución artificial, habían tenido en cuenta la posibilidad de un encuentro
fortuito con una radiación violenta. Como el rayo, su cuerpo se ajustaba una y
otra vez, y cada estructura recién construida soportaba la intolerable carga
durante una fracción de microsegundo. y luego saltó de la pared, y estuvo a
salvo.
Concentró su
mente en la situación. La muralla de fuerza defensiva tendría un sistema de
alarma conectado. Eso significaba que los hombres se aproximarían desde los
corredores adyacentes en un intento organizado de acorralarlo. Los ojos de Ixtl
eran relucientes estanques de fuego cuando comprendió su oportunidad. Estarían
desperdigados, y él podría pillar a uno, investigar sus posibilidades y usarlo
para el primer guul.
No había tiempo
que perder. Se metió en la pared no energizada más próxima, una silueta alta,
desgarbada. Sin pausa, corrió de sala en sala, manteniéndose paralelo aun
corredor principal. Sus sensitivos ojos siguieron las figuras borrosas de los
hombres que pasaban corriendo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco en este corredor.
El quinto estaba a cierta distancia de los demás. Era una ventaja pequeña, pero
era todo lo que Ixtl necesitaba.
Como un
espectro atravesó la pared, apareció delante del último hombre, embistió con
ímpetu irresistible. Era una danzante y temible monstruosidad de ojos
centelleantes y boca repulsiva. Extendió los cuatro brazos color fuego, y con
su inmensa fuerza aferró al ser humano. El hombre se resistió espasmódicamente,
y al fin fue doblegado y arrojado al suelo.
Quedó tendido
de espaldas. Ixtl vio que abría y cerraba la boca en una serie despareja de
movimientos. Cada vez que la abría, Ixtl sentía un cosquilleo en los pies. La
sensación no era difícil de identificar. Eran las vibraciones de una llamada de
auxilio. Con un gruñido, Ixtl se lanzó sobre él. Con su manaza trituró la boca
del hombre. El cuerpo se aflojó. Pero todavía estaba vivo y consciente, e Ixtl
hundió dos manos en él.
Ese acto
paralizó al hombre. Dejó de resistirse. Con ojos desorbitados, miró los brazos
largos y sinuosos que entraban por su camisa y le revolvían el pecho. Luego,
horrorizado, miró el cuerpo rojo y cilíndrico que se erguía sobre él
El interior del
cuerpo del hombre parecía ser de carne sólida. Ixtl necesitaba un espacio
abierto, o un espacio que se pudiera abrir, mientras la presión no matara a su
víctima. Para sus propósitos, necesitaba carne viviente.
¡Deprisa,
deprisa! Sus pies detectaban las vibraciones de pisadas que se acercaban.
Venían sólo de una dirección, pero se aproximaban rápidamente. En su ansiedad,
Ixtl cometió el error de acelerar su investigación. Endureció sus dedos
momentáneamente, llevándolos a un estado de semisolidez. En ese momento tocó el
corazón. El hombre suspiró convulsivamente, tiritó y cayó muerto.
Un instante
después los dedos de Ixtl descubrieron el estómago y los intestinos. Se
enfureció consigo mismo. Ahí estaba lo que necesitaba, y lo había inutilizado.
Se enderezó despacio, aplacando su furia y consternación, No había previsto que
estos seres inteligentes murieran tan fácilmente. Eso cambiaba y simplificaba
todo. Estaban a su merced, no a la inversa. Ya no necesitaba ser tan cauto para
enfrentarlos.
Dos hombres con
vibradores desenfundados doblaron el recodo más próximo y se detuvieron al ver
esa aparición que gruñía junto al cadáver de su compañero. Cuando salieron de
su momentánea parálisis, Ixtl se metió en la pared. Primero era un borrón
escarlata en ese luminoso corredor, y de pronto desapareció como si nunca
hubiera existido. Sintió la vibración de las armas mientras la energía
desgarraba en vano las paredes.
Ahora su plan
estaba claro. Capturaría media docena de hombres y los usaría como guuls. Luego
mataría a los demás, pues ya no serían necesarios. Después seguiría viaje hacia
la galaxia a la que se dirigía la nave para adueñarse del primer planeta
habitado. Después de eso, la conquista del universo alcanzable sólo sería
cuestión de tiempo.
Grosvenor se
detuvo frente aun comunicador de pared con otros hombres, y observó la imagen
del grupo que se había reunido alrededor del técnico muerto. Le habría gustado
estar ahí, pero tardaría varios minutos en llegar. Durante ese tiempo estaría
fuera de contacto. Prefería observar, y ver y oír todo.
El director
Morton estaba cerca de la pantalla transmisora, a un metro de donde el doctor
Eggert examinaba al hombre muerto. Parecía tenso. Apretaba la mandíbula. Cuando
habló, su voz era apenas un susurro. Pero las palabras cortaron el silencio
como un latigazo.
- ¿Bien,
doctor? El doctor Eggert se levantó y giró hacia Morton. Enfrentó la pantalla.
Grosvenor vio que fruncía el entrecejo.
- Paro cardíaco
- dijo.
- ¿Paro
cardíaco?
- Está bien,
está bien. - El doctor alzó las manos defensivamente -. Sé que parece que le
hubieran aplastado los dientes contra el cerebro. Y, habiéndolo examinado
muchas veces, sé que su corazón estaba perfecto. No obstante, parece un paro
cardíaco.
- Le creo -
dijo amargamente un hombre -. cuando doblé ese recodo y vi a esa bestia, yo
también estuve a punto de sufrir un paro cardíaco.
- Estamos
perdiendo el tiempo. - Grosvenor reconoció la voz de Von Grossen antes de ver
al físico de pie entre dos hombres, del otro lado de Morton. El científico
continuó -: Podemos derrotar a ese ser, pero no hablando de él y sintiéndonos mal
cada vez que hace algo. Si soy el siguiente en su lista de víctimas, quiero
saber que el mejor grupo de científicos del sistema no está llorando por mi
destino sino que está devanándose los sesos para vengar mi muerte.
- Tiene razón -
intervino Smith -. Nuestro problema es que nos hemos sentido inferiores. Hace
menos de una hora que está en la nave, pero veo claramente que algunos de
nosotros morirán. Acepto mi suerte. Pero organicémonos para combatirlo.
- Señor Pennons
- dijo Morton -, aquí hay un problema. Tenemos tres kilómetros cuadrados de
superficie en nuestros treinta niveles. ¿Cuánto tardaremos en energizar cada
pulgada?
Grosvenor no
pudo ver al jefe de máquinas. No estaba al alcance de la lente curva de la
pantalla. Pero la expresión del oficial debía de ser digna de verse. Cuando le
respondió a Morton había asombro en su voz.
- Podría
recorrer la nave y quizá prepararla por completo en una hora. No entraré en
detalles. Pero una energización no controlada matará a todo ser viviente de
abordo.
Morton daba la
espalda a la pantalla comunicadora que transmitía las imágenes y las voces de
los que estaban junto al cadáver del hombre a quien Ixtl había matado.
- ¿No podría
introducir más energía en esas paredes, Pennons?
- ¡No! -
exclamó el jefe de máquinas -. Las paredes no lo soportarían. Se derretirían.
- ¡Las paredes
no lo soportarían! - jadeó un hombre -. ¿Se da cuenta de lo que eso implica
sobre la resistencia de esta criatura?
Grosvenor vio
que había consternación en la cara de los hombres cuya imagen se transmitía. La
voz de Korita interrumpió el tenso silencio.
- Director, lo
estoy observando por un comunicador de la sala de control. Ante la sugerencia
de que nos enfrentamos a una supercriatura, quiero recordarles esto: cometió el
error de caer en la muralla de fuerza, y retrocedió asustado sin entrar en los
dormitorios. y empleo la palabra error deliberadamente, pues nos indica que no
es infalible.
- Eso me lleva,
una vez más - dijo Morton -, a lo que usted dijo antes sobre las características
psicológicas que debemos esperar en las diversas etapas cíclicas. Supongamos
que es un campesino de su ciclo.
La respuesta de
Korita fue entusiasta, tratándose de alguien que siempre hablaba con suma
cautela.
- En tal caso,
no comprende el poder de la organización. Es muy probable que piense que para
controlar la nave sólo tendrá que luchar contra los hombres que hay en ella.
Por instinto, restará importancia al hecho de que formamos parte de una gran
civilización galáctica. La mente de los auténticos campesinos es muy
individualista, casi anárquica. Su deseo de reproducirse, de legar su propia
sangre, es una forma de egoísmo. Esta criatura, si está en una etapa campesina
de desarrollo, quizá desee tener seres similares a él para que le ayuden en su
lucha. Le gusta la compañía pero no quiere interferencias. Cualquier sociedad
organizada puede dominar a una comunidad campesina, porque sus miembros nunca
logran formar sino una unión informal contra los forasteros.
- Una unión
informal de esos demonios sería suficiente - comentó ácida mente un técnico -.
Yo... ah... sus palabras se perdieron en un aullido. Abrió la mandíbula. Sus
ojos, claramente visibles para Grosvenor, se hincharon. Todos los hombres que
eran visibles en la pantalla retrocedieron un par de metros; Ixtl apareció en
el centro de la pantalla.
18
Allí estaba,
temible espectro de un infierno escarlata. Sus ojos penetrantes brillaban,
aunque ya no estaba alarmado. Había evaluado a esos seres humanos, y los
despreciaba, pues sabía que podía zambullirse en la pared más próxima antes de
que cualquiera de ellos lo atacara con su vibrador.
Había venido en
busca de su primer guul. Al arrebatar ese guul del centro del grupo,
desmoralizaría a todos los demás. Grosvenor sintió que una oleada de irrealidad
lo envolvía mientras miraba la escena. Sólo algunos de esos hombres estaban
dentro del campo del comunicador. Von Grossen y dos técnicos eran los que
estaban más cerca de Ixtl. Morton estaba detrás de Von Grossen, y cerca de uno
de los técnicos se veía parte de la cabeza y el cuerpo de Smith. Como grupo
parecían oponentes insignificantes para esa monstruosidad alta, gruesa y
cilíndrica que se erguía ante ellos.
Fue Morton
quien rompió el silencio. Con lentitud, apartó la mano de la culata traslúcida
del vibrador, y dijo con voz firme:
- No traten de
dispararle. Se mueve como el rayo y no estaría aquí si pensara que podemos
liquidarlo. Además, no podemos arriesgarnos a fracasar. Ésta puede ser nuestra
única oportunidad.
Continuó
deprisa, con voz urgente:
- Todas las
dotaciones de emergencia que estén escuchando, rodeen este corredor. Traigan
las armas portátiles más pesadas, e incluso algunas semiportátiles, para quemar
las paredes. Abran una senda clara alrededor de esta área, y barran ese espacio
con sus rayos en haz angosto. ¡Ya!
- ¡Buena idea,
director! - El rostro del capitán Leeth apareció un instante en el comunicador
de Grosvenor, tapando la imagen de Ixtl y los demás -. Estaremos allí si puede
retener a ese demonio tres minutos. - Su rostro se alejó tan rápidamente como
había llegado.
Grosvenor
abandonó su comunicador. Sabía que estaba demasiado lejos de la escena para
lograr la clase de observación precisa en que un nexialista debía basar sus
actos. No formaba parte de una dotación de emergencia, así que se proponía
reunirse con Morton y los demás en la zona de peligro.
Mientras
corría, pasó frente a otros comunicadores, y notó que Korita daba consejos
desde lejos.
- Morton,
aproveche esta oportunidad, pero no cuente con el éxito. Vea que ha reaparecido
antes de que tuviéramos la posibilidad de prepararnos. No importa si nos
presiona intencional o accidentalmente. El resultado, sea cual fuere la
motivación, es que estamos en fuga, corriendo sin ton ni son. Hasta ahora no
hemos aclarado nuestros pensamientos.
Grosvenor
estaba bajando en un ascensor. Abrió la puerta y echó acorrer.
- Estoy
convencido - siguió la voz de Korita desde el comunicador del siguiente
corredor - de que los vastos recursos de esta nave pueden derrotar a cualquier criatura
que haya existido... - Si Korita dijo algo más, Grosvenor no lo oyó. Había
doblado el recodo. Adelante estaban los hombres, y más allá Ixtl. Vio que Von
Grossen acababa de dibujar algo en su libreta. Mientras Grosvenor observaba con
aprensión, Von Grossen se adelantó y le mostró la hoja a Ixtl. La criatura
titubeó, la aceptó. Le echó un vistazo y retrocedió con un gruñido siniestro.
- ¿Qué demonios
ha hecho?
Von Grossen
sonreía tensamente.
- Acabo de
mostrarle cómo podemos derrotarlo - murmuró -. Y sus palabras fueron
interrumpidas. Grosvenor, todavía lejos, vio el incidente como un mero
espectador. Todos los demás del grupo participaron en la crisis.
Morton debió de
comprender lo que sucedía. Avanzó como para interponerse entre el monstruo y
Von Grossen. Una mano de dedos largos y sinuosos arrojó al director contra los
hombres que estaban detrás. Cayó, volteando a los que estaban más cerca. Se
recobró, cogió el vibrador, quedó paralizado.
Como a través
de un espejo deformante, Grosvenor vio que la cosa aferraba a Von Grossen con
cuatro brazos color fuego. El físico, que pesaba más de cien kilos, se
contorsionaba y retorcía en vano. Los delgados y duros músculos lo sostenían
como grilletes. Grosvenor no disparaba su vibrador porque era imposible acertarle
a la criatura sin acertarle a Von Grossen. Como el vibrador no podía matar a un
ser humano pero podía dejarlo inconsciente, se preguntó si debía activar el
arma o tratar desesperadamente de sonsacarle información a Von Grossen. Optó
por lo segundo.
- Von Grossen -
exclamó con voz apremiante -, ¿qué le mostró usted? ¿Cómo podemos derrotarlo?
Von Grossen
oyó, porque movió la cabeza. Sólo tuvo tiempo para eso. En ese momento ocurrió
algo descabellado. La criatura echó a correr y desapareció en la pared, aún
aferrando al físico. Por un instante, Grosvenor pensó que su visión le había
hecho una jugarreta. Pero sólo quedaban la lisa y reluciente pared y once
hombres pasmados y sudorosos, siete de ellos empuñando armas que acariciaban
con impotencia.
- ¡Estamos
perdidos! - susurró uno de ellos -... Si puede, ajustar nuestras estructuras
atómicas y llevamos con él por la materia sólida, no podemos luchar contra él.
Grosvenor notó
que el comentario irritaba a Morton. Era la irritación de un hombre que procuraba
mantener el equilibrio en circunstancias difíciles.
- ¡Mientras
vivamos, podemos combatirlo! - exclamó airadamente el director. Se acercó aun
Comunicador y preguntó -: Capitán Leeth, ¿qué ha conseguido?
Tras una
demora, la cabeza y los hombros del comandante aparecieron en pantalla.
- Nada - dijo
sucintamente -. El teniente Clay cree haber visto un relámpago escarlata que
atravesaba un piso, bajando. Por el momento, podemos circunscribir nuestra
búsqueda a la mitad inferir de la nave. En cuanto a los demás, estábamos
alineando nuestras unidades cuando sucedió. No nos dieron tiempo.
- No fue
nuestra decisión - dijo hurañamente Morton.
Grosvenor pensó
que esa afirmación no era del todo cierta. Von Grossen había apresurado su
captura al mostrarle a la criatura un diagrama de cómo la derrotarían. Era un
acto típicamente humano y egocéntrico, con poco valor de supervivencia. Más
aún, reforzaba su argumento contra el especialista que actuaba unilateralmente
y era incapaz de colaborar inteligentemente con otros científicos. Detrás de lo
que había hecho Von Grossen había una actitud secular. Esa actitud había sido
valiosa en los primeros tiempos de la investigación científica, pero no servía
de mucho ahora que cada desarrollo requería el conocimiento y la coordinación
de muchas ciencias.
Grosvenor se
preguntó si Von Grossen realmente había dado con una técnica para derrotar a
Ixtl. Dudaba de que una técnica victoriosa se limitara a una sola especialidad.
La figura que Von Grossen hubiera dibujado para la criatura debía de estar
limitada a lo que sabía un físico.
Morton
interrumpió sus reflexiones.
- Me gustaría
tener alguna teoría acerca de lo que Von Grossen dibujó en el papel que le
mostró a la criatura.
Grosvenor
esperó a que otro respondiera. Como nadie hablaba, dijo:
- Creo tener
una, director. Morton vaciló apenas un instante.
- Adelante -
dijo al fin. - El único modo de llamar la atención de un alienígena - dijo
Grosvenor - sería mostrarle un símbolo universalmente reconocido. Como Von
Grossen es físico, el símbolo que habría usado es evidente.
Hizo una
enfática pausa y miró en torno. Era un gesto melodramático pero inevitable. A
pesar de la amistad de Morton, y del incidente de Riim, no era reconocido como
autoridad en esa nave, así que sería mejor que la respuesta se les ocurriera
espontáneamente a varias personas.
Morton rompió
el silencio. - Adelante, joven. No nos haga esperar.
- Un átomo -
dijo Grosvenor.
Todos lo
miraron con desconcierto.
- Pero eso no
significa nada - dijo Smith -. ¿Por qué le mostraría un átomo?
- No cualquier
átomo. Apuesto a que Von Grossen dibujó para la criatura una representación
estructural del excéntrico átomo del metal que constituye el casco externo del
Beagle.
- ¡Ha dado en
la tecla! - exclamó Morton.
- Un momento -
dijo el capitán Leeth desde la pantalla del comunicador -. Confieso que no soy
físico, pero me gustaría saber en qué tecla ha dado.
- Grosvenor
quiere decir - explicó Morton - que sólo dos partes de la nave están compuestas
por ese material increíblemente resistente, el casco externo y la sala de
máquinas. Si usted hubiera estado con nosotros cuando capturamos a la criatura,
habría notado que el duro metal del casco externo de la nave la detuvo cuando
atravesó el suelo de la jaula. Parece que no puede atravesar ese metal. El
hecho de que tuviera que correr a la cámara estanca para entrar es otra prueba
de ello. Lo extraño es que no hayamos pensado en ello de inmediato.
- Si Von
Grossen le mostraba a la criatura la naturaleza de nuestras defensas - objetó
el capitán Leeth -, ¿no estaría señalando las pantallas energéticas que pusimos
en las paredes? ¿Esa teoría no es tan válida como la del átomo?
Morton miró
inquisitivamente a Grosvenor.
- La criatura -
dijo el nexialista - ya había experimentado la pantalla energética y había
sobrevivido. Sin duda Von Grossen creía haber dado con algo nuevo. Además, el
único modo en que se puede mostrar un campo de fuerza en el papel es mediante
una ecuación que contiene símbolos arbitrarios.
- Ese
razonamiento es confortante - dijo el capitán Leeth -. Al menos tenemos un
lugar a bordo donde estaremos a salvo, la sala de máquinas, y quizá cierta
protección con las pantallas energéticas de nuestro dormitorio. Entiendo por
qué Von Grossen pensaba que eso nos daba una ventaja. Todo el personal de esta
nave se concentrará sólo en esas zonas, salvo por autorización u orden
específica. - Se volvió hacia otro comunicador, repitió la orden y dijo -: Los
jefes de departamento deben estar preparados para responder preguntas
relacionadas con su especialidad. Quizá se encomienden misiones especiales a
los individuos debidamente entrenados. Grosvenor, considérese incluido en esta
categoría. Doctor Eggert, reparta antisomníferos. Nadie se acostará hasta que
esta bestia haya muerto.
- ¡Buen
trabajo, capitán! - dijo cálidamente Morton.
El capitán
Leeth cabeceó y desapareció de la pantalla.
- ¿y qué hay de
Von Grossen? - preguntó un técnico en el corredor.
- La única
manera de ayudar a Von Grossen - replicó Morton - es destruyendo a su captor.
19
En esa vasta
sala de vastas máquinas, los hombres parecían enanos en una residencia de
gigantes. Grosvenor parpadeaba involuntariamente ante cada estallido de luz
azul que chisporroteaba y bailaba sobre el reluciente cielo raso y había un
sonido que le carcomía los nervios tanto como la luz afectaba a sus ojos.
Estaba en el aire mismo. Un zumbido de poder aterrador, un murmullo semejante
al trueno en el horizonte, la trémula reverberación de un inconcebible flujo de
energía.
El motor estaba
encendido. El navío espacial aceleraba, internándose cada vez más en el abismo
de negrura que separaba la galaxia en espiral donde la Tierra era un diminuto
átomo giratorio de otra galaxia de tamaño casi similar. Ése era el trasfondo de
la batalla decisiva que ahora se estaba librando. La más numerosa y ambiciosa
expedición exploratoria que jamás había partido del sistema solar corría el
mayor peligro de su existencia.
Grosvenor lo
creía con firmeza. Esta bestia no era Coeurl, cuyo cuerpo excesivamente
estimulado había sobrevivido a las guerras devastadoras de la raza muerta que
había realizado experimentos biológicos con los animales del planeta de los
gatos. Tampoco era comparable con el peligro de las gentes de Riim. Después de
ese errado intento de comunicación, él había controlado cada acción en lo que
había considerado una lucha entre un hombre y una raza.
El monstruo
escarlata pertenecía inequívocamente a una clase aparte.
El capitán
Leeth subió por la escalera de metal que conducía a un pequeño balcón. Poco
después Morton se juntó con él y miró a los hombres reunidos. Tenía un fajo de
notas en la mano, e insertaba un dedo para separar dos pilas. Los dos hombres
estudiaron las notas.
- Éste es el
primer descanso - dijo Morton - que hemos tenido desde que la criatura subió
abordo. Por increíble que parezca, eso ocurrió hace menos de dos horas. El
capitán Leeth y yo hemos leído las recomendaciones presentadas por los jefes de
departamento. Hemos dividido estas recomendaciones en dos categorías. Dejaremos
una de esas categorías para después, pues es de índole teórica. La otra
categoría, que se relaciona con planes mecánicos para acorralar a nuestro
enemigo, naturalmente tiene prioridad. Ante todo, sin duda todos ansiamos
conocer qué planes hay para localizar y rescatar a Von Grossen. Señor Zeller,
cuente a los demás lo que tiene en mente.
Zeller se
adelantó, un enérgico joven de poco más de treinta y cinco años. Había
ascendido a jefe del departamento de metalurgia cuando Coeurl mató a Breckenridge.
- El
descubrimiento de que la criatura no puede penetrar las aleaciones que llamamos
metales resistentes automáticamente nos dio una pista en cuanto al tipo de
material que usaríamos para construir un traje espacial. Mi asistente ya está
trabajando en el traje, y estará listo dentro de tres horas. Para la búsqueda,
naturalmente, usaremos una cámara de fluorita. Si alguien tiene sugerencias...
- ¿Por qué no
hacer varios trajes? - preguntó alguien.
Zeller sacudió
la cabeza.
- Tenemos una
cantidad limitada de material. Podríamos fabricar más, pero sólo por
transmutación, y eso lleva tiempo. Además, nuestro departamento siempre ha sido
pequeño. Tendremos suerte de completar un traje en el tiempo que he fijado.
No hubo más
preguntas. Zeller desapareció en el taller contiguo a la sala de máquinas.
El director
Morton alzó la mano. Cuando los hombres guardaron silencio, dijo:
- Por mi parte,
me siento mejor sabiendo que, una vez que el traje esté construido, la criatura
tendrá que seguir moviendo a Von Grossen para impedir que descubramos el
cuerpo.
- ¿Cómo saben
que está vivo? - preguntó alguien.
- Porque ese
maldito monstruo pudo haberse llevado el cuerpo del hombre que mató, pero no lo
hizo. Nos quiere con vida. Las notas de Smith nos han dado una posible pista de
sus intenciones, pero pertenecen a la categoría dos, y se comentarán más tarde.
Después de una
pausa, continuó:
- Entre los
planes presentados para destruir a la criatura, tengo aquí el de dos técnicos
del departamento de física, y el de Elliott Grosvenor. El capitán Leeth y yo
hemos comentado estos planes con el jefe de máquinas Pennons y otros expertos,
y hemos decidido que la idea de Grosvenor es demasiado peligrosa para los seres
humanos, así que la usaremos como último recurso. Comenzaremos de inmediato con
el otro plan, a menos que se presenten objeciones importantes. Se han hecho
varias sugerencias adicionales, y se han incorporado. Aunque es habitual
permitir que cada individuo exponga sus propias ideas, creo que ahorraremos
tiempo si yo resumo el plan que han aprobado los expertos. - Morton miró los
papeles que tenía en la mano -. Los dos físicos, Lomas y Hindley, admiten que
su plan depende de que la criatura nos permita realizar las necesarias
conexiones energéticas. Eso parece probable, dada la teoría de la historia
cíclica de Korita, en el sentido de que un «campesino» está tan obsesionado con
sus propósitos reproductivos que suele ignorar el potencial de una oposición
organizada. Sobre esta base, siguiendo el plan modificado de Lomas y Hindley,
energizaremos los niveles siete y nueve... sólo el suelo, no las paredes.
Nuestra esperanza es la siguiente. Hasta ahora, la criatura no ha realizado un
intento sistemático de matamos. Korita opina que, siendo un campesino, el
monstruo aún no ha comprendido que debe destruimos porque en caso contrario lo
destruiremos. Tarde o temprano, sin embargo, incluso un campesino comprenderá
que debe matamos. Si no interfiere con nuestra tarea, lo atraparemos en el
nivel ocho, entre los dos pisos energizados. Allí, en circunstancias en que no
podrá subir ni bajar, lo buscaremos con nuestros proyectores. Como Grosvenor
comprenderá, este plan es mucho menos arriesgado que el suyo, y por tanto tiene
prioridad.
Grosvenor tragó
saliva, titubeó, y al fin objetó: - Si lo que tenemos en cuenta es el riesgo,
¿por qué no nos quedamos en la sala de máquinas y esperamos a que él desarrolle
un método para atacarnos? Por favor, que nadie crea que trato de promover mis
propias ideas, pero personalmente... creo que el plan que usted acaba de
describir es inconducente.
Morton estaba
genuinamente pasmado. Frunció el entrecejo.
- ¿No es un
juicio un poco duro?
- Entiendo que
el plan que acaba de describir no es el original, sino una versión modificada.
¿Qué se excluyó?
- Los dos
físicos - respondió el director - recomendaban energizar cuatro niveles...
siete, ocho, nueve y diez.
Grosvenor
titubeó una vez más. No deseaba ser excesivamente crítico. En cualquier
momento, si se empecinaba, dejarían de pedirle su opinión.
- Eso está
mejor - dijo al fin. Desde atrás de Morton, el capitán Leeth interrumpió:.
- Señor
Pennons, explique al grupo por qué no es aconsejable energizar más de dos
pisos.
El jefe de
máquinas se adelantó, frunciendo el entrecejo.
- La principal
razón es que nos llevaría tres horas adicionales, y todos hemos convenido en
que el tiempo apremia. Si el tiempo no importara, sería mucho mejor energizar
toda la nave bajo un sistema controlado, las paredes además de los suelos. Así
no podría escapársenos. Pero eso requeriría unas cincuenta horas. Como he
declarado anteriormente, la energización no controlada sería un suicidio. Hay
otro factor que hemos comentado puramente como seres humanos. La criatura nos
buscará porque necesita más hombres, así que, cuando empiece, tendrá a uno de
nosotros con él, Queremos que ese hombre, sea quien fuere, tenga una
oportunidad de vivir. - Su voz enronqueció -. Durante las tres horas que
tardaremos en poner en efecto el plan modificado, estaremos indefensos salvo
por los vibradores móviles de alta potencia y los proyectores térmicos. No nos
atrevemos a usar nada más pesado dentro de la nave, y estas armas se usarán con
cautela, pues pueden matar seres humanos. Desde luego, cada hombre deberá
defenderse con su propio vibrador. - Retrocedió -. ¡En marcha!
- No tan rápido
- protestó el capitán Leeth -. Quiero oír las otras objeciones de Grosvenor.
- Si tuviéramos
tiempo - dijo Grosvenor -, sería interesante ver cómo reacciona esta criatura
ante las paredes energizadas.
- No entiendo -
dijo un hombre con fastidio -. Si esta criatura queda atrapada entre dos
niveles energizados, será su fin. Sabemos que no puede atravesarlos.
- No lo sabemos
- objetó Grosvenor con firmeza -. Sólo sabemos que se metió en una muralla de
fuerza y escapó. Suponemos que no le gustó. Está claro que no puede permanecer
dentro de un campo energético durante mucho tiempo. Para nuestra desgracia, sin
embargo, no podemos usar una pantalla energética plena contra él, las paredes,
como ha aclarado Pennons, se derretirían. Quiero decir que sólo escapó de lo
que teníamos.
El capitán
Leeth parecía desconcertado.
- Caballeros -
dijo -, ¿por qué no se mencionó esto durante la discusión? Sin duda es una
objeción válida.
- Yo estaba a
favor de invitar a Grosvenor a la discusión - señaló Morton -, pero se votó en
contra de mi moción por respeto a una larga tradición por la cual el hombre
cuyo plan se comenta no está presente. Por la misma razón, no se invitó a los
dos físicos.
Siedel se
aclaró la garganta.
- No creo que
Grosvenor comprenda lo que acaba de hacernos - dijo -. Nos habían asegurado que
la pantalla energética de esta nave es uno de los grandes logros científicos
del hombre. Eso me daba una sensación personal de bienestar y seguridad. Ahora
él nos dice que este ser puede penetrarla.
- Yo no dije
que la pantalla fuera vulnerable, Siedel - replicó Grosvenor -. Más aún, hay
motivos para creer que el enemigo no podrá atravesarla, pues esperó fuera de
ella hasta que lo trajimos adentro. la energización del piso, que ahora
comentamos, es una versión mucho más débil.
- Aun así -
dijo el psicólogo -, ¿no cree usted que los expertos inconscientemente suponen
una similitud entre ambas formas? la justificación sería: si esta energización
no sirve, estamos perdidos. Ergo, debe servir.
El capitán
Leeth intervino fatigosamente.
- Me temo que
el señor Siedel ha analizado con precisión nuestra debilidad. Ahora recuerdo
haber pensado en ello.
Desde el centro
de la sala, Smith dijo:
- Quizá debamos
oír el plan alternativo de Grosvenor.
El capitán
Leeth miró de soslayo a Morton, quien vaciló y dijo:
- Él sugirió
que nos dividiéramos en tantos grupos como proyectores atómicos haya bordo...
No pudo seguir.
- ¡Energía
atómica... dentro de una nave! - exclamó pasmado un físico.
Se armó un
alboroto que duró más de un minuto. Cuando volvió la calma, Morton continuó
como si no lo hubieran interrumpido.
- Tenemos
cuarenta y un proyectores. Si aceptáramos el plan de Grosvenor, cada cual sería
manejado por artilleros militares, mientras los demás nos dispersamos como
carnada a la vista de uno de los proyectores. Los artilleros tendrían órdenes
de disparar aunque algunos estuviéramos en la línea de fuego.
Morton sacudió
la cabeza y continuó.
- Quizá sea la
sugerencia más efectiva que se ha presentado. Pero su crueldad nos pasmó a
todos. La idea de disparar contra nuestra propia gente, aunque no es nueva, es
más chocante de lo que Grosvenor parece creer. Para ser justo, sin embargo,
debo añadir que hubo otro factor que decidió a los científicos contra ese plan.
El capitán Leeth estipuló que quienes actuaran como carnada debían ir
desarmados. Para la mayoría de nosotros, eso era ir demasiado lejos. Cada
hombre debería tener derecho a defenderse. - El director se encogió de hombros -.
Como había un plan alternativo, votamos por él. Personalmente, yo estoy ahora a
favor de la idea de Grosvenor, pero me opongo a la estipulación del capitán
Leeth.
A la primera
mención de la sugerencia del comandante, Grosvenor se había vuelto para mirar
duramente al capitán. El capitán Leeth sostuvo adusta mente la mirada. Al cabo
de un instante, Grosvenor dijo enfáticamente:
- Creo que
debería correr el riesgo, capitán. El comandante aceptó esas palabras con una
leve inclinación formal.
- Muy bien - dijo
-. Retiro mi estipulación.
Grosvenor notó
que Morton quedaba desconcertado por ese breve diálogo. El director miró a
Grosvenor y al capitán. Una expresión de asombro le alumbró el fuerte rostro.
Bajó por la escalera de metal y se acercó a Grosvenor.
- Pensar que no
comprendí por qué lo proponía - murmuró -. Obviamente él cree que en una
crisis... - Calló, y se volvió para mirar de hito en hito al capitán.
- Creo que
ahora comprende que cometió un error al mencionar ese asunto - dijo Grosvenor
conciliatoriamente.
Morton cabeceó.
- Supongo que
en definitiva tiene razón - dijo a regañadientes -. El instinto de
supervivencia, siendo básico, puede imponerse sobre los condicionamientos
posteriores. Aun así... - Frunció el entrecejo.
Será mejor no
mencionarlo. Creo que los científicos se sentirían insultados, y ya hay
bastante resentimiento a bordo.
Giró para
enfrentar al grupo.
- Caballeros -
dijo con voz resonante -, parece obvio que Grosvenor ha sabido defender su
plan. Los que estén a favor, alcen la mano.
Para decepción
de Grosvenor, sólo se alzaron unas cincuenta manos. Morton titubeó, luego dijo:
- Los que estén
en contra, alcen la mano.
Esta vez sólo
se alzaron una docena de manos. Morton señaló aun hombre de la primera línea.
- Usted no alzó
la mano en ninguna de ambas ocasiones. ¿Cuál es el problema?
El hombre se
encogió de hombros.
- Soy neutral.
No sé si estoy a favor o en contra. No sé lo suficiente.
- ¿Y usted? -
Morton señaló a otro individuo.
- ¿Qué hay de
la radiación secundaria? - preguntó el hombre.
- La
bloquearemos - respondió el capitán Leeth -. Sellaremos toda la zona. - Se
volvió hacia Morton -. Director, no entiendo esta demora. El voto fue de
cincuenta y nueve contra catorce a favor del plan de Grosvenor. Aunque mi
jurisdicción sobre los científicos es limitada aun durante una crisis,
considero que este voto es decisivo.
Morton
vacilaba.
- Pero casi
ochocientos hombres se abstuvieron - protestó.
- Es privilegio
de ellos - declaró formalmente el capitán -. Se supone que la gente adulta
conoce su propio parecer. La idea de la democracia se basa en esa suposición.
En consecuencia, ordeno que actuemos de inmediato.
Morton titubeó,
y al fin habló lentamente.
- Bien,
caballeros, me veo obligado a coincidir. Creo que será mejor que nos pongamos
manos a la obra. Llevará tiempo instalar los proyectores atómicos, así que
comencemos a energizar los niveles siete y nueve mientras esperamos. A mi
entender, convendría combinar ambos planes, y abandonar uno u otro según cómo
se presenten las cosas.
- Eso sí que
tiene sentido - dijo un hombre, con evidente alivio.
La sugerencia
parecía tener sentido para muchos de los presentes. Las expresiones adustas se
distendieron. Alguien lanzó un hurra, y pronto la gran masa humana salía de la
enorme cámara.
Grosvenor se
volvió hacia Morton.
- Ése fue un
toque de genio - dijo -. Yo estaba tan en contra de la energización limitada
que no pensé en esa solución intermedia.
Morton aceptó
gravemente el cumplido.
- Lo tenía en
reserva - dijo -. Al tratar con seres humanos he notado que habitualmente no
sólo hay que resolver un problema sino la tensión entre quienes deben
resolverlo. - Se encogió de hombros -. Durante el peligro, trabajo duro.
Durante el trabajo duro, toda la relajación posible. - Extendió la mano -.
Bien, buena suerte, joven. Espero que salga ileso.
Mientras se
daban la mano, Grosvenor dijo:
- ¿Cuánto
tardarán en sacar los cañones atómicos?
- Una hora,
quizá un poco más. Entretanto, tendremos los grandes vibradores para
protegernos... La reaparición de los hombres llevó a Ixtl precipitadamente al
nivel siete. Durante muchos minutos fue una forma anormal que se deslizaba a
través de paredes y suelos. Dos veces lo vieron, y le dispararon con los
proyectores. Estos vibradores eran tan diferentes de las armas manuales que
había enfrentado hasta el momento como la vida de la muerte. Despedazaban las
paredes por donde saltaba para escapar. Una vez el rayo le tocó un pie. La
caliente vibración de violencia molecular le hizo tropezar. El pie volvió a la
normalidad en menos de un segundo, pero le dio una idea de las limitaciones de
su cuerpo frente a esas potentes unidades móviles.
Pero todavía no
estaba alarmado. Velocidad, astucia, coordinación de cada uno de sus ataques:
estas medidas compensarían la potencia de esas nuevas armas. Lo importante era
saber qué se proponían los hombres. Obviamente, cuando se encerraron en la sala
de máquinas, habían concebido un plan, y lo estaban llevando a cabo con
determinación. Con ojos relucientes e impasibles, Ixtl observó qué forma
adoptaba ese plan.
En cada
corredor, los hombres trajinaban con hornos, macizos objetos de metal negro. Un
resplandor blanco y furibundo brotaba de un agujero de la parte superior de
cada horno. Ixtl vio que los hombres estaban encandilados por el blanco
resplandor del fuego. Usaban traje espacial, aunque la cristalita, comúnmente
transparente, estaba oscurecida eléctricamente. Pero ningún blindaje de metal
liviano podía desviar todo el efecto del resplandor. De los hornos salían
relucientes lonjas de material.
Máquinas
herramienta recogían cada lonja, la trabajaban hábilmente según mediciones
exactas y la pegaban en los suelos de metal. Ixtl notó que ni una pulgada del
suelos dejaba de ser cubierta por esas lonjas. y en cuanto adherían el metal
caliente, enormes refrigeradores se acercaban para enfriarlo.
Al principio su
mente se negó a aceptar el resultado de sus observaciones. Su cerebro insistía
en buscar intenciones más profundas, una astucia de alcances vastos y difíciles
de discernir. Al fin decidió que esto era todo. Los hombres intentaban
energizar dos pisos con un sistema de controles. Luego, cuando comprendieran
que su limitada trampa no servía, quizá recurrieran a otros métodos. Ixtl no
sabía cuándo ese sistema defensivo representaría un peligro para él. Lo
importante era que cuando lo considerase peligroso sería sencillo seguir a los
hombres y cortar las conexiones energizantes.
Desdeñosamente,
Ixtl desechó el problema. Los hombres sólo le facilitaban las cosas, dándole
acceso a los guuls que aún necesitaba. Escogió con cuidado a su próxima
víctima. Había descubierto, al examinar al hombre que había matado
involuntariamente, que el estómago y el tracto intestinal eran adecuados para
su propósito. Automáticamente, incluyó en su lista a los hombres de estómago
más grande.
Hizo una
investigación preliminar, y luego atacó. Antes de que un solo proyector pudiera
dispararle, se había ido con ese cuerpo que se resistía. Fue sencillo adaptar
su estructura atómica en cuanto atravesó un techo, y así frenar su caída en el
piso de abajo. Rápidamente se disolvió para atravesar ese piso, y así hasta
llegar al nivel inferior. Descendió a la vasta bodega de la nave. Podría haber
ido más rápidamente, pero tenía que cuidarse de no dañar el cuerpo humano.
La bodega ya
era territorio familiar para el firme andar de sus pies de dedos largos. Había
explorado breve pero exhaustivamente el lugar después de abordar la nave. Y, al
llevar a Von Grossen, había aprendido qué rumbo debía seguir. Infaliblemente
cruzó el interior penumbroso, dirigiéndose a la pared opuesta. Había grandes
cajas de embalaje apiladas hasta el techo. Las atravesó o las sorteó, según su
antojo, y pronto se encontró en un gran tubo. El interior tenía tamaño
suficiente para permitirle estar de pie. Formaba parte de un sistema de aire
acondicionado de kilómetros de longitud.
Su escondrijo
habría sido oscuro a la luz común. Para su visión infrarroja, un fulgor
crepuscular bañaba el tubo. Vio el cuerpo de Von Grossen, y apoyó a su otra
víctima al lado. Se insertó una sinuosa mano en el pecho, sacó un precioso
huevo y lo depositó en el estómago del ser humano.
El hombre aún
se resistía, pero Ixtl esperó pacientemente. Poco a poco el cuerpo se puso
tieso. Los músculos se endurecieron. El hombre se contorsionó presa del pánico
al comprender que la parálisis lo invadía. Implacablemente, Ixtllo sostuvo
hasta que la acción química se completó. Al fin, el hombre quedó inmóvil, los
músculos rígidos. Abría los ojos desorbitados. El sudor le perlaba el rostro.
Al cabo de unas
horas, las crías saldrían del cascarón dentro del estómago de cada hombre.
Rápidamente, esas diminutas réplicas de Ixtl comerían hasta alcanzar todo su
tamaño. Satisfecho, Ixtl salió de la bodega. Necesitaba más nidos para sus
huevos, más guuls.
Cuando había
conseguido un tercer cautivo, los hombres trabajaban en el nivel nueve. Oleadas
de calor rodaban por el corredor. Era un viento infernal. Aun las unidades
refrigeradoras de los trajes espaciales tenían dificultades para enfrentar el
aire recalentado. Los hombres sudaban dentro del traje. Descompuestos de calor,
aturdidos por el resplandor, trabajaban casi por instinto.
De pronto, al
lado de Grosvenor, un hombre exclamó:
- ¡Allá vienen!
Grosvenor miró
hacia donde el hombre señalaba, y quedó tieso a su pesar. La máquina que rodaba
hacia ellos no era grande. Era una masa globular con un casco externo de
carburo de tungsteno, y un pico sobresalía del globo. La estructura,
estrictamente funcional, estaba montada sobre un pedestal universal, que a su
vez descansaba sobre una base de cuatro ruedas de caucho.
Alrededor de
Grosvenor, los hombres habían dejado de trabajar. Con el rostro pálido, miraban
esa monstruosidad metálica. Uno de ellos se acercó a Grosvenor y le dijo
airadamente:
- Maldito seas,
Grosvenor, tú eres responsable de esto. Si debo ser fulminado por una de estas
cosas, primero me gustaría romperte la nariz.
- Aquí estaré -
dijo Grosvenor impasiblemente -. Si tú mueres, yo también.
Eso pareció
aplacar al otro. Pero su actitud aún era violenta cuando dijo:
- ¿Qué
disparate es éste? Sin duda hay planes mejores que el utilizar a los seres
humanos como carnada.
- Hay otra cosa
que podemos hacer - dijo Grosvenor.
- ¿Y qué es?
- ¡Suicidamos!
- respondió Grosvenor, y lo decía en serio.
El hombre lo
miró con cara de pocos amigos y se alejó mascullando algo sobre las bromas
estúpidas y los bromistas retardados. Grosvenor sonrió sin alegría y siguió
trabajando. Casi de inmediato, vio que los hombres habían perdido el entusiasmo
por el trabajo. Una tensión eléctrica saltaba de un individuo al otro. La menor
torpeza de una persona exasperaba a los demás.
Eran carnada.
En diversos niveles, el miedo a la muerte los afectaría. Nadie podía ser
inmune, pues la voluntad de sobrevivir estaba incorporada al sistema nervioso.
Los militares bien entrenados, como el capitán Leeth, podían mostrarse
imperturbables, pero la tensión estaría justo bajo la superficie. Asimismo, las
personas como Elliott Grosvenor podían actuar con huraña resolución,
convencidas de la sensatez de un plan y dispuestas a correr el riesgo.
- ¡Atención,
todo el personal! Grosvenor saltó con los demás cuando esa voz rugió del
comunicador más próximo. Tardaron un instante en reconocer que pertenecía al
comandante de la nave.
- Todos los
proyectores - continuó el capitán Leeth - están en posición en los niveles
siete, ocho y nueve. Les alegrará saber que he comentado los peligros con mis
oficiales. Hacemos las siguientes recomendaciones. Si ven a la criatura, no
esperen ni miren alrededor. Arrójense al suelo al instante. Todos los
artilleros, preparen los cañones para disparar a 50: 1112. Eso les dará un
margen de medio metro. No los protegerá de la radiación secundaria, pero el
doctor Eggert y su personal de la sala de máquinas podrán salvarles la vida si
se arrojan al suelo a tiempo. En conclusión - el capitán parecía más tranquilo
ahora que había dado su mensaje principal -, permítanme asegurar a todos los
rangos que no hay privilegiados a bordo. Salvo los médicos y tres pacientes
inválidos, todos los individuos corren el mismo peligro que ustedes. Mis
oficiales y yo estamos repartidos entre los diversos grupos. El director Morton
se halla en el nivel siete. El señor Grosvenor, que ideó el plan, está en el
nivel nueve, y así sucesivamente. Buena suerte, caballeros.
Hubo un
instante de silencio. Luego el jefe de artilleros que estaba cerca de Grosvenor
anunció con voz amigable:
- Oigan,
amigos, hemos hecho los ajustes. No correrán peligro si se aplastan bien contra
el suelo.
- Gracias,
amigo - respondió Grosvenor. Por un instante, la tensión se alivió.
- Grosvenor,
endúlzalo un poco con palabras suaves - dijo un técnico en biología matemática.
- Siempre amé a
los militares - dijo otro hombre - y en un ronco aparte, añadió en voz bien
alta -. Eso debería contenerlos durante ese segundo adicional que necesitaré.
Grosvenor
apenas prestaba atención. Carnada, pensó de nuevo. y ningún grupo sabría en qué
momento otro grupo corría peligro. En el instante «armacrit» - una forma
modificada de masa crítica, donde una pila pequeña desarrollaba una energía
enorme sin explotar -, una luz trazadora saltaría del cañón, aureolada de
radiación dura, silente, invisible.
Cuando todo
terminara, los sobrevivientes notificarían al capitán Leeth en su banda
privada. En el momento oportuno, el comandante informaría a los otros grupos.
- Grosvenor.
En cuanto la
brusca voz sonó, Grosvenor se arrojó al suelo. Chocó dolorosamente, pero se
levantó de inmediato en cuanto reconoció la voz del capitán Leeth.
Otros hombres
se incorporaban penosamente.
- Maldición,
eso no ha sido justo - murmuró un hombre.
Grosvenor se
acercó al comunicador. Mirando cautelosamente el corredor, respondió:
- Sí, capitán.
- ¿Quiere venir
de inmediato al nivel siete? Corredor central. Aproxímese desde las nueve en
punto.
- Sí, señor.
Grosvenor fue con una sensación de espanto. le alarmaba el tono del capitán.
Algo andaba mal. Encontró una pesadilla. Al aproximarse vio que un cañón
atómico estaba volcado. Junto a él, muertos, incinerados e irreconocibles,
estaban tres de los cuatro artilleros del proyector. En el suelo, inconsciente
pero todavía contorsionándose por efecto de una descarga de vibrador, estaba el
cuarto artillero.
Del otro lado
del cañón, veinte hombres yacían inconscientes o muertos, entre ellos el
director Morton.
Los camilleros,
usando ropas protectoras, llegaron precipitadamente, recogieron a una de las
víctimas y se la llevaron en una grúa.
Hacía varios
minutos que estaban haciendo ese trabajo de rescate, así que quizá hubiera más
hombres inconscientes al cuidado del doctor Eggert y su personal en la sala de
máquinas.
Grosvenor se
detuvo ante una valla que habían instalado precipitadamente en un recodo del
corredor. Allí estaba el capitán Leeth. El comandante estaba pálido pero
tranquilo. En pocos minutos, Grosvenor supo qué había ocurrido.
Ixtl había
aparecido. Un joven técnico - el capitán Leeth no mencionó su nombre - se
olvidó, en medio del pánico, que debía arrojarse al suelo. Cuando el cañón
apuntó, ese histérico joven disparó su vibrador contra los artilleros,
aturdiéndolos a todos. Al parecer habían vacilado al ver al técnico en la línea
de fuego. Poco después, cada artillero aportaba involuntariamente su parte del
desastre. Tres de ellos cayeron contra el cañón, lo abrazaron instintivamente y
lo volcaron de flanco. El cañón rodó, arrastrando al cuarto.
El problema fue
que había cogido el activador, y debió de oprimirlo durante un segundo. Sus
tres compañeros estaban en la línea de fuego. Perecieron al instante. El cañón
terminó de caer, rociando una pared.
Morton y su
grupo, aunque no estaban en la línea de fuego directo, recibieron radiación
secundaria. Aún no habían podido evaluar bien sus lesiones, pero estarían en
cama por lo menos un año. Algunos morirían.
- Fuimos un
poco lentos - confesó el capitán Leeth -. Al parecer esto sucedió poco después
de que terminé de hablar, pero pasó casi un minuto hasta que alguien oyó el
estrépito de la caída del cañón y tuvo la curiosidad de mirar a la vuelta del
recodo. - Suspiró fatigosamente -. En el peor de los casos, no esperaba que
perdiéramos a un grupo completo. Grosvenor callaba. Por este motivo el capitán
había querido que los científicos estuvieran desarmados. En una crisis, un
hombre se protegía así mismo. No podía evitarlo. Como un animal, luchaba
ciegamente por su vida.
Trató de no
pensar en Morton, quien había comprendido que los científicos se habrían
opuesto a estar desarmados y había elaborado el modus operandi que permitiría
que el uso de energía atómica resultara aceptable para todos.
- ¿Por qué me
llamó a mí? - preguntó. - Sospecho que este fracaso afecta a su plan. ¿Qué
opina usted?
Grosvenor
asintió con renuencia.
- Hemos perdido
el elemento sorpresa - admitió -. Era importante que la bestia llegara sin
sospechar lo que le esperaba. Ahora se andará con cuidado.
Imaginó al
monstruo escarlata asomando la cabeza por una pared, escudriñando un corredor,
acercándose audazmente aun cañón y secuestrando aun artillero. La única
precaución adecuada sería poner otro proyector para cubrir el primero.
Pero eso era
imposible. Sólo disponían de cuarenta y uno en toda la nave.
Grosvenor
sacudió la cabeza.
- ¿Ha capturado
a otro hombre? - preguntó.
- No.
Una vez más
Grosvenor guardó silencio. Ignoraba tanto como los demás por qué esa criatura
necesitaba hombres vivos. Una conjetura se basaba en la teoría de Korita de que
el monstruo estaba en una etapa campesina y deseaba reproducirse. Eso sugería
una posibilidad escalofriante, y una necesidad que impulsaría a la criatura a
buscar más víctimas humanas.
- Opino que
volverá - dijo el capitán Leeth -. Mi idea es que dejemos los cañones donde
están por el momento, y terminemos de energizar tres niveles. El siete está
completo, el nueve está casi, listo, así que podemos pasar al ocho. Esto nos
dará tres pisos en total. Por otra parte, debemos tener en cuenta que el
monstruo ha capturado a tres hombres aparte de Von Grossen. En cada caso vimos
que los llevaba hacia abajo. Sugiero que, en cuanto hayamos energizado los tres
niveles, vayamos al piso nueve para esperarlo. Cuando capture a uno de
nosotros, esperaremos un instante, y luego Pennons activará el interruptor que
instala el campo de fuerza en los pisos. La criatura llegará al nivel ocho y la
encontrará energizado. Si intenta atravesarlo, descubrirá que el siete también
estará energizado. Si sube, encontrará el nivel nueve en el mismo estado
mortífero. De un modo u otro, lo obligamos a establecer contacto con dos pisos
energizados. - El comandante hizo una pausa, miró pensativamente a Grosvenor -.
Sé que usted pensaba que el contacto con un solo nivel no lo mataría. Pero no
estaba tan seguro con dos. - Calló, esperando una objeción.
- Lo acepto -
dijo Grosvenor al cabo de un instante de vacilación -. En realidad, no sabemos
cómo le afectará. Quizá nos llevemos una grata sorpresa.
No lo creía.
Pero había otro factor en esta situación: las convicciones y esperanzas de los
hombres. Sólo un hecho real modificaría la actitud de algunas personas. Cuando
la realidad contradijera sus ideas, entonces - y sólo entonces - estarían
emocionalmente preparados para soluciones más drásticas.
Grosvenor pensó
que estaba aprendiendo, lenta pero seguramente, a influir sobre los hombres. No
bastaba con poseer información y conocimiento, no bastaba con tener razón. Era
preciso persuadir y convencer. A veces eso llevaba más tiempo del que había. A
veces no se podía lograr. y así caían civilizaciones, se perdían batallas y se
destruían naves, porque el hombre o el grupo con las ideas salvadoras no
celebraba el prolongado ritual de convencer a los demás.
Si él podía
evitarlo, eso no sucedería aquí. - Podemos mantener los proyectores atómicos en
su sitio hasta que terminemos de energizar los pisos - dijo -. Entonces
tendremos que moverlos. La energización podría provocar armacrit aunque los
cañones no estén abiertos. Estallarían.
Así retiró su
plan de la batalla contra el enemigo.
20
Ixtl subió dos
veces durante la hora y tres cuartos que se necesitaba para terminar el nivel
ocho. Le quedaban seis huevos, y se proponía usarlos todos salvo dos. Su único
fastidio era que cada guul le llevaba más tiempo. La defensa contra él parecía
más alerta, y la presencia de los cañones atómicos le obligaba a buscar a los
hombres que operaban los proyectores.
Aun observando
esa limitación, cada fuga requería una coordinación precisa. Pero no estaba
preocupado. Era preciso hacer estas cosas. En su momento se encargaría de los
hombres.
Cuando el nivel
ocho estuvo terminado, los cañones retirados, y todos reunidos en el nivel
nueve, Grosvenor oyó que el capitán Leeth decía bruscamente:
- Señor
Pennons, ¿está preparado para usar la energía?
- Sí, señor. -
la voz del ingeniero era un crujido seco en los comunicadores. Terminó aún más
bruscamente -: Cinco hombres perdidos, y falta uno. Hemos tenido suerte, pero
debemos perder por lo menos uno más.
- ¿Oyen eso,
caballeros? Falta uno. Uno de nosotros será carnada, gústele o no. - Era una
voz familiar, pero una voz que había guardado silencio mucho tiempo. El hombre
continuó gravemente -: Habla Gregory Kent. Lamento decir que les hablo desde la
seguridad de la sala de máquinas. El doctor Eggert me ha dicho que pasará otra
semana para que me eliminen de la lista de inválidos. Les hablo ahora porque el
capitán Leeth me ha entregado los papeles del director Morton, así que me
gustaría que Kellie se explayase sobre la nota que él presentó. Aclarará algo
muy importante. Nos dará a todos una imagen más clara de lo que enfrentamos. No
nos vendrá mal saber lo peor.
- Ah... - La
voz quebrada del sociólogo sonó en los comunicadores -. He aquí mi
razonamiento. Cuando descubrimos a la criatura, flotaba aun cuarto de millón de
años luz del sistema estelar más próximo, al parecer sin medios de locomoción
espacial. Imaginemos esa pasmosa distancia, y preguntémonos cuánto se
necesitaría, relativamente, para que un objeto la recorriera sólo por azar.
Lester me dio las cifras, así que me gustaría que él explicara lo que me dijo a
mí.
- ¡Lester al
habla! - La voz del astrónomo sonaba asombrosamente animada -. La mayoría
conocemos la teoría predominante acerca de los orígenes del actual universo.
Hay pruebas de que llegó a existir como resultado de la desintegración de un
universo anterior, hace varios millones de millones de años. Hoy se cree que
dentro de unos millones de millones de años, nuestro universo completará su
ciclo y estallará en una explosión cataclísmica. Ignoramos la naturaleza de
dicha explosión - suspiró, y siguió adelante -. En cuanto a la pregunta de
Kellie, sólo puedo ofrecer este cuadro. Supongamos que el ser escarlata fue
lanzado hacia el espacio cuando ocurrió la gran explosión. Se encontraría
viajando hacia el espacio intergaláctico, sin modo de cambiar su curso. En esas
circunstancias, podría flotar para siempre sin acercarse a una estrella más que
doscientos cincuenta mil años luz. ¿Eso es lo que quería, Kellie?
- Sí. La
mayoría de ustedes recordarán que he mencionado que era una paradoja que un
desarrollo puramente simpodial, Como esta criatura, no poblara todo el
universo. La respuesta es, lógicamente, que si esta raza tuvo que dominar el
universo, entonces lo dominó. Podemos ver, sin embargo, que gobernaba un
universo anterior, no el actual. Naturalmente, la criatura ahora pretende que
su especie domine también nuestro universo. Ésta es al menos una teoría
plausible, si no es algo más.
...Kent
intervino.
- Sin duda
todos los científicos de abordo comprenden que especulamos, por fuerza, sobre
asuntos en los que disponemos de pocas pruebas. Creo que es bueno que creamos
que nos enfrentamos al sobreviviente de la raza suprema de un universo. Puede
haber otros Como él en el mismo trance. Esperamos que ninguna nave se acerque a
otro. Biológicamente, esta raza podría llevarnos miles de millones de años de
delantera. Pensando así, se justificará que pidamos el mayor esfuerzo y
sacrificio personal de todos los miembros.
El agudo
chillido de un hombre lo interrumpió
- ¡Me ha
atrapado! Pronto... me arranca del traje... - Las palabras terminaron en un
gorgoteo.
- Ése era Dack,
principal asistente del departamento de geología - dijo Grosvenor. Identificó
la voz sin pensar. Ahora las reconocía rápida y automáticamente.
Otra voz chilló
en los comunicadores.
- ¡Está
bajando! ¡Le vi bajar!
- La energía
está activada - dijo una tercera voz, más serena. Era Pennons.
Grosvenor se
halló mirando curiosamente el suelo, donde titilaba un fuego chispeante,
brillante, bello y azul. Zarcillos de llamas corcovearon vorazmente a pocas
pulgadas de su traje de cauchita, como desconcertados por una fuerza invisible
que protegía el traje. Ahora no había sonido. Con la mente casi en blanco, miró
un corredor que vibraba con ese fuego azul y sobrenatural. Por un instante tuvo
la ilusión de estar mirando las honduras de la nave.
Pero pronto
recobró la concentración. Con ojos fascinados, vio que el furor azul de la
energización procuraba invadir su traje protegido.
Pennons habló
de nuevo, esta vez en un susurro.
- Si el plan ha
funcionado, tenemos a ese demonio en los niveles ocho o siete.
El capitán
Leeth dio una orden tajante.
- Todos los
hombres cuyo apellido comience con las letras A a L, que me sigan al nivel
siete. El grupo M a Z que siga a Pennons al nivel ocho. Todos los artilleros
permanezcan en sus puestos. Los equipos de cámaras procedan como se ordenó.
Los hombres que
precedían a Grosvenor se pararon en seco en el segundo recodo después de los
ascensores del nivel siete. Grosvenor estaba entre los que avanzaron para mirar
el cuerpo humano tendido en el suelo. Parecía aferrado al metal por brillantes
dedos de fuego azul. El capitán Leeth rompió el silencio.
- ¡Libérenlo!
Los hombres avanzaron con cautela y tocaron el cuerpo. Las llamas azules
brincaron hacia ellos como tratando de ahuyentarlos. Los hombres saltaron, y el
vínculo se rompió. Llevaron el cuerpo en ascensor al nivel diez, que no estaba
energizado. Grosvenor fue con ellos, y se detuvo en silencio mientras
depositaban el cuerpo en el piso. El cuerpo sin vida siguió pateando varios minutos,
descargando torrentes de energía, y luego cobró gradualmente la quietud de la
muerte.
- ¡Espero
informes! - ladró el capitán Leeth. Pennons habló al cabo de un segundo.
- Los hombres
están desperdigados en los tres niveles, según el plan. Están tomando fotos
continuas con cámaras de fluorita. Si está por aquí, lo veremos. Nos llevará
por lo menos treinta minutos más.
Al fin llegó el
informe.
- ¡Nada! - La
voz de Pennons reflejaba su consternación -. Comandante, se debe de haber
escabullido.
Una voz
plañidera sonó en el circuito momentáneamente abierto de los comunicadores.
- ¿Qué haremos
ahora?
Grosvenor pensó
que esas palabras expresaban la duda y la angustia de todos los viajeros del
Beagle Espacial.
21
El silencio se
prolongó. Los grandes hombres de la nave, que normalmente eran tan elocuentes,
parecían haber perdido la voz. Grosvenor se negaba a pensar en el nuevo plan
que tenía en mente, pero poco a poco afrontó la realidad que ahora pesaba sobre
la expedición. Aun así, esperó. No le correspondía hablar el primero.
Fue Kent, el
jefe de química, quien rompió el hechizo.
- Parece que
nuestro enemigo puede atravesar las paredes energizadas con la misma facilidad
que las otras. Podemos suponer que la experiencia no le resulta agradable, pero
que su recuperación es tan rápida que lo que siente en un piso ya no surte
efecto cuando atraviesa el aire para pasar al siguiente.
- Me gustaría
hablar con Zeller - dijo el capitán Leeth -. ¿Dónde está?
- Zeller al
habla - La animada voz del metalúrgico sonó en los comunicadores -. He
terminado el traje resistente, capitán. y he iniciado mi búsqueda en el fondo
de la nave.
- ¿Cuánto
tardaría en construir trajes resistentes para todos los miembros de la
expedición?
Zeller tardó en
responder.
- Tenemos que
instalar una unidad de producción - dijo al fin -. Primero tendríamos que
fabricar las herramientas para fabricar las herramientas que fabricaran tales
trajes en cantidad con cualquier metal. Simultáneamente, dedicaríamos una pila
atómica ala tarea de fabricar metal resistente. Como usted sabrá, sale
radiactivo, con una medida de vida de cinco horas, que es un largo tiempo.
Calculo que el primer traje saldría de la línea de montaje dentro de doscientas
horas.
Para Grosvenor,
era un cálculo conservador. La dificultad de fabricar metal resistente era
enorme. Las palabras del metalúrgico parecían haber enmudecido al capitán
Leeth. Fue Smith quien habló.
- ¡Entonces eso
queda descartado! - El biólogo parecía inseguro -. y como la energización total
también demoraría demasiado, estamos fregados. No nos queda nada más.
Gourlay, el
experto en comunicaciones, intervino con inusitada exasperación.
- No veo por
qué. Todavía estamos con vida. Sugiero que nos pongamos manos a la obra y
hagamos todo lo posible en el menor tiempo posible.
- ¿Qué le hace
pensar - preguntó fríamente Smith - que esa criatura no puede triturar el metal
resistente? Como ser superior, quizá posea conocimientos de física superiores a
los nuestros. Quizá le resulte relativamente sencillo construir un rayo que
destruya todo lo que poseemos. No olvide que el gatito podía pulverizar el
metal resistente. y Dios sabe que hay muchas herramientas disponibles en los
diversos laboratorios.
- ¿Sugiere que
abandonemos? - preguntó Gourlay con desdén.
- No - replicó
airadamente el biólogo -. Sugiero que usemos el sentido común. No nos limitemos
a trabajar ciegamente en busca de una meta inalcanzable.
La voz de
Korita sonó en los comunicadores, poniendo fin a ese duelo verbal.
- Coincido con
Smith. Afirmo además que ahora lidiamos con un ser que pronto comprenderá que
no puede darnos tiempo para nada importante. Por ese y otros motivos, creo que
la criatura se interpondría si intentáramos preparar la nave para una
energización controlada completa.
El capitán
Leeth guardaba silencio. La voz de Kent, llegó nuevamente desde la sala de
máquinas.
- ¿Qué cree que
hará cuando comprenda que es peligroso permitir que nos sigamos organizando
contra él?
- Comenzará a
matar. No sé cómo podremos detenerlo, salvo replegándonos a la sala de
máquinas. y creo, con Smith, que con el tiempo podrá ir a buscarnos allí.
- ¿Alguna
sugerencia? - Era el capitán Leeth.
Korita titubeó.
- Francamente,
no. Yo diría que no debemos olvidar que lidiamos con una criatura que parece
estar en la etapa campesina de su ciclo. Para un campesino, el terruño y la
prole o... por usar un nivel más alto de abstracción... la propiedad y la
sangre son sagrados. Lucha ciegamente contra el cerco. Como una planta, se
apega a una propiedad, y allí hunde sus raíces y nutre su sangre. - Korita
vaciló, luego continuó -. Ésa es la idea general, caballeros. En este momento,
ignoro cómo debe aplicarse.
- No veo cómo
puede ayudarnos - dijo el capitán Leeth -. Quiero que cada jefe de departamento
consulte a sus ejecutivos medios en su banda privada, y se comunique dentro de
cinco minutos si ha dado con una idea valiosa.
Grosvenor, que
no tenía asistentes en su departamento, dijo:
- ¿Podría hacer
algunas preguntas al señor Korita mientras se realizan las deliberaciones
departamentales?
El capitán
meneó la cabeza.
- Si nadie se
opone, tiene usted mi autorización. No hubo objeciones.
- Señor Korita
- dijo Grosvenor -, ¿está usted disponible?
- ¿Quién habla?
- Grosvenor.
- Claro que sí,
Grosvenor. Ahora reconozco su voz. Adelante.
- Usted
mencionó que el campesino se aferra con tenacidad a su terruño. Si esta
criatura está en la etapa campesina de una de sus civilizaciones, ¿Puede
imaginar nuestra diferente perspectiva de la propiedad?
- No creo que
pueda.
- ¿Trazaría sus
planes con la convicción de que no podemos escapar de él, porque estamos
arrinconados en esta nave?
- Es una
suposición bastante sensata. No podemos abandonar la nave y sobrevivir.
- ¿Pero estamos
en un ciclo donde la propiedad significa poco para nosotros? - insistió
Grosvenor -. ¿No estamos ciegamente apegados a ella?
- Todavía no
entiendo a qué se refiere - respondió el intrigado Korita.
- Estoy
llevando su concepto a su conclusión lógica en esta situación.
El capitán
Leeth interrumpió. - Grosvenor, creo que empiezo a entender adónde quiere
llegar. ¿Está por presentarnos otro plan?
- Sí -
respondió Grosvenor, sin poder contener el temblor de su voz.
El capitán
habló tensamente.
- Grosvenor -
dijo -, si mi presentimiento es correcto, su solución demuestra coraje e
imaginación. Quiero que se la explique a los demás en... - Vaciló, miró su
reloj -. Bien, en cuanto terminen los cinco minutos.
Al cabo de un
breve silencio, Korita habló de nuevo.
- Señor
Grosvenor, su razonamiento es válido. Podemos hacer ese sacrificio sin sufrir
un colapso espiritual. Es la única solución.
Un minuto
después, Grosvenor presentó su análisis a todos los miembros de la fuerza
expedicionaria. Cuando terminó, fue Smith quien dijo con una voz que era como
un susurro estridente:
- ¡Grosvenor,
tiene usted razón! Significa sacrificar a Von Grossen y los demás. Significa un
sacrificio individual para cada uno de nosotros. Pero tiene razón. la propiedad
no es sagrada para nosotros. En cuanto a Von Grossen y los otros cuatro... no
he tenido la oportunidad de mencionar las notas que le entregué a Morton. Él no
las comentó porque yo sugería un posible paralelismo con cierta especie de
avispa de la Tierra.. El pensamiento es tan escalofriante que creo que una
muerte rápida será una liberación para esos hombres.
- ¡La avispa! -
jadeó un hombre -. Tiene razón, Smith. Cuanto antes mueran, mejor.
Fue el capitán
Leeth quien dio la orden.
- ¡A la sala de
máquinas! Debemos...
Una voz
alborotada lo interrumpió desde los comunicadores. Grosvenor tardó un largo
segundo en reconocer a Zeller, el metalúrgico.
- ¡Capitán,
pronto! Envíe hombres y proyectores a la bodega los encontré en el tubo de aire
acondicionado. El monstruo está aquí, y lo estoy manteniendo a raya con mi
vibrador. No le hace mucha mella, así que apúrese.
El capitán
Leeth impartió órdenes con velocidad de ametralladora mientras los hombres
corrían a los ascensores.
- ¡Los
científicos y su personal, a las cámaras estancas! ¡El personal militar, a los
ascensores de carga! - Continuó -: Quizá no podamos acorralarlo ni matarlo en
la bodega. Pero, caballeros - añadió con voz grave y resuelta -, nos libraremos
de este monstruo, y lo haremos a cualquier precio. Ya no podemos pensar en
nosotros mismos.
Ixtl retrocedió
de mala gana mientras el hombre se llevaba sus guuls. El escalofriante miedo a
la derrota envolvió su mente como la cavilosa noche que rodeaba la nave.
Ansiaba saltar entre ellos y exterminarlos, pero esas feas y relucientes armas
contenían ese impulso desesperado. Se replegó con abatimiento. Había perdido la
iniciativa. Ahora los hombres descubrirían sus huevos. Al destruirlos,
destruirían su oportunidad inmediata de contar con el refuerzo de otros ixtls.
Su cerebro
urdió una estrecha urdimbre de determinación. A partir de ese momento, mataría.
Le asombraba haber pensado primero en la reproducción, poniendo lo demás en
segundo plano. Ya había desperdiciado tiempo valioso. Para matar, necesitaba un
arma que pulverizara todo. Al cabo de un segundo de reflexión, enfiló hacia el
laboratorio más próximo. Sentía una urgencia ardiente que nunca había conocido.
Mientras
trabajaba, el cuerpo encorvado y el rostro concentrado en el reluciente metal
del mecanismo, sus sensibles pies captaron una diferencia en la sinfonía de
vibraciones que recorría la nave con armoniosa melodía. Hizo una pausa, se
enderezó. Comprendió qué era. Los motores callaban. El titánico navío espacial
había detenido su aceleración y permanecía quieto en las negras profundidades.
Ixtl sintió alarma. Sus dedos largos, negros y sinuosos se convirtieron en
objetos relampagueantes mientras realizaba, diestra y frenéticamente, delicadas
conexiones.
Se detuvo de
nuevo. Volvió a presentir que algo estaba mal, peligrosamente mal. Los músculos
de sus pies se tensaron. Y entonces supo qué era. Ya no sentía la vibración de
los hombres. ¡Habían abandonado la nave!
Ixtl se apartó
del arma inconclusa y se zambulló en una pared. Conocía su destino con una
certidumbre que sólo hallaba esperanzas en la negrura del espacio.
Corrió por
pasillos desiertos, presa del odio, un monstruo escarlata del antiguo Glor. Las
relucientes paredes parecían burlarse de él. El mundo de ese gran navío
espacial, lleno de promesas, era ahora el lugar donde un infierno energético
podía desatarse en cualquier momento. Con alivio, vio una cámara estanca
delante. Atravesó la primera sección, la segunda, la tercera... y de pronto
estuvo en el espacio. Pensaba que los hombres estarían esperando su aparición,
así que interpuso una violenta repulsión entre su cuerpo y la nave. Tenía una
sensación de creciente liviandad mientras su cuerpo salía disparado del flanco
de la nave hacia la negra noche.
Detrás de él,
las luces de las portillas se apagaron y fueron reemplazadas por un fulgor
azul. Al principio ese fulgor era irradiado por la inmensa piel externa de la
nave. El fulgor azul se disipó gradualmente, casi con renuencia. Mucho antes de
que se disipara por completo, la potente pantalla energética se encendió,
cerrándole para siempre el acceso a la nave. Algunas luces parpadearon y
cobraron brillo. Mientras potentes máquinas se recobraban del devastador
chispazo de energía, las luces encendidas se fortalecieron, y otras se
encendieron.
Ixtl, que se
había retirado varios kilómetros, se aproximó. Tuvo cuidado. Ahora que estaba
en el espacio, podían dispararle con cañones atómicos y destruirlo sin riesgo
para sí mismos. Se aproximó a un kilómetro de la pantalla, y allí se detuvo.
Vio que la primera nave salvavidas salía de la oscuridad, atravesaba la
pantalla y entraba en el gran navío por una abertura del flanco. Siguieron
otras naves pequeñas, bajando en rápidos arcos, siluetas borrosas contra el
fondo del espacio. Eran apenas visibles en la luz fulgurante que volvían a
irradiar las portillas.
La abertura se
cerró, y la nave desapareció. De pronto, donde estaba esa vasta esfera de metal
negro sólo se veía una brillante mancha en espiral, una galaxia que flotaba más
allá de un abismo de un millón de años luz.
El tiempo se
arrastraba hacia la eternidad. Ixtl se tendió, inmóvil y desesperado, en la
noche ilimitada. No podía dejar de pensar en los jóvenes ixtls que ahora no
nacerían, y en el universo que se había perdido por culpa de sus errores.
Grosvenor
observaba los dedos habilidosos del cirujano mientras el cuchillo electrificado
hendía el estómago del cuarto hombre. Depositaron el último huevo en el fondo
de la alta cuba de metal resistente. Los huevos eran objetos grises y redondos,
y uno de ellos estaba levemente agrietado.
Varios hombres
se acercaron con armas térmicas mientras la grieta se ensanchaba. Asomó una
cabeza fea, redonda y escarlata, con ojos diminutos y gelatinosos y una boca
que era un tajo. La cabeza giró sobre el corto cuello y los ojos destellaron
con ferocidad. Con una rapidez que los tomó por sorpresa, la criatura se irguió
e intentó salir de la cuba. Las lisas paredes se lo impidieron. Resbaló y se
disolvió en las llamas que le arrojaban.
- ¿y si escapó
y se disolvió en una pared? - dijo Smith, relamiéndose los labios.
Nadie
respondió. Grosvenor vio que los hombres miraban la cuba. Los huevos se
derretían con renuencia bajo el calor de las armas, pero al fin ardieron con
luz dorada.
- Ah - dijo el
doctor Eggert, y todos se volvieron hacia él y el cuerpo de Von Grossen -. Sus
músculos empiezan a relajarse, y sus ojos están abiertos y vivos. Creo que él
sabe lo que está ocurriendo. Era una forma de parálisis inducida por el huevo,
y se disipa ahora que el huevo no está presente. No hay ningún problema grave. Todos
se repondrán en poco tiempo. ¿Qué hay del monstruo?
- Los
tripulantes de dos naves salvavidas - respondió el capitán Leeth - declaran que
vieron un fogonazo rojo que salía de la cámara estanca principal mientras
barríamos la nave con energización no controlada. Debía de ser nuestro
mortífero amigo, pues no hemos hallado su cuerpo. No obstante, Pennons recorre
la nave con su gente, tomando fotos con cámaras de fluorita, y lo sabremos con
certeza en pocas horas. Aquí está. ¿y bien, señor Pennons?
El ingeniero
entró vivazmente y apoyó un deforme objeto de metal en una mesa.
- Aún no
tenemos datos definitivos... pero hallé esto en el principal laboratorio de
física. ¿Qué le parece?
Los jefes de
departamento que se aproximaron a la mesa para ver mejor empujaron a Grosvenor
hacia adelante. Entornó los ojos para examinar ese objeto de aire delicado, con
su intrincada red de cables. Había tres tubos que parecían cañones que
penetraban en tres esferas pequeñas que brillaban con luz plateada. La luz
penetraba la mesa, volviéndola transparente como cristalita. Y, lo más extraño
de todo, las esferas absorbían calor como una esponja térmica. Grosvenor
extendió la mano hacia una esfera, y sintió que las manos se le endurecían por
pérdida de calor. Las retiró rápidamente.
Pennons cabeceó
y Smith expresó la idea.
- Parece que la
criatura trabajaba en ella cuando sospechó que algo andaba mal. Debe de haber
comprendido la verdad, pues abandonó la nave. Eso parece desmentir su teoría,
Korita. Usted dijo que, como auténtico campesino, ni siquiera imaginaría qué
nos proponíamos hacer.
El arqueólogo
japonés sonrió fatigosamente.
- Señor Smith -
dijo cortésmente -, es indudable que éste sí lo imaginó. Quizá la respuesta sea
que la categoría del campesino es sólo una analogía. El monstruo rojo era,
evidentemente, el campesino más complejo con que nos hemos topado.
- Ojalá
nosotros tuviéramos algunas de esas limitaciones campesinas - gruñó Pennons -.
¿Sabe que tardaremos por la menos tres meses en reparar esta nave, después de
esos tres minutos de energización no controlada? Por un instante temí que... -
Calló dubitativamente.
- Yo terminaré
esa frase, Pennons - dijo el capitán Leeth con una hosca sonrisa -. Usted temía
que la nave fuera destruida por completo. Creo que la mayoría de nosotros
comprendimos el riesgo que corríamos al adoptar el plan final de Grosvenor.
Sabíamos que nuestras naves salvavidas sólo tendrían antiaceleración parcial.
Así que nos habríamos quedado varados a doscientos cincuenta mil años luz de
casa.
- Me pregunto -
reflexionó un hombre - si la bestia escarlata, en caso de haberse adueñado de
la nave, se habría salido con la suya y habría logrado conquistar la galaxia. A
fin de cuentas, el hombre está bien establecido en ella... y además es bastante
terco.
Smith meneó la
cabeza.
- Prevaleció
una vez, podría prevalecer de nuevo. Usted se apresura a suponer que el hombre
es un dechado de justicia, olvidando que tiene una historia larga y salvaje. Ha
matado otros animales no sólo para alimentarse, sino por placer; ha esclavizado
al prójimo, ha asesinado a sus oponentes, y se ha regodeado sádicamente en el
sufrimiento de otros. No es imposible que en nuestros viajes encontremos otras
criaturas inteligentes mucho más dignas de gobernar el universo.
- ¡Por todos
los cielos! - exclamó un hombre -. No permitamos que una criatura peligrosa
vuelva a abordar esta nave. Mis nervios están hechos trizas, y no me siento tan
bien como cuando subí abordo del Beagle.
- Habla usted
en nombre de todos - dijo el director interino Kent por el comunicador.
22
Alguien
susurraba al oído de Grosvenor, tan suavemente que no entendía las palabras. Un
gorjeo siguió al susurro, igualmente suave y carente de sentido.
Grosvenor miró
en torno. Estaba en la sala de filmación de su departamento, y no había nadie a
la vista. Caminó hacia la puerta que llevaba al auditorio. Allí tampoco había
nadie.
Regresó a su
mesa de trabajo, preguntándose si alguien le habría apuntado con un adaptador
encefálico. Era la única comparación que se le ocurría, pues había creído oír
un sonido.
Al cabo de un
instante, esa explicación le pareció improbable. Los adaptadores eran efectivos
sólo a corta distancia. Más aún, su departamento estaba protegido contra la
mayoría de las vibraciones. Además, estaba demasiado familiarizado con el
proceso mental implícito en la ilusión que había experimentado. Eso le impedía
olvidar el incidente.
Como
precaución, exploró las cinco habitaciones y examinó los adaptadores de su sala
técnica.
Estaban donde
debían estar, bien guardados. Grosvenor regresó en silencio a la sala de
filmación y reanudó su estudio de las luces hipnóticas, basado en las imágenes
que los riim habían usado contra la nave.
Sintió un
escalofrío de terror. De nuevo oyó ese susurro, suave como antes, pero
colérico, increíblemente hostil.
Asombrado,
Grosvenor se enderezó. Tenía que ser un adaptador encefálico. Alguien
estimulaba su mente desde lejos con una máquina tan potente que penetraba el
escudo protector de su departamento.
Frunció el
entrecejo, se preguntó quién sería, y al fin llamó al departamento de
psicología pensando que allí estaría el culpable. Atendió Siedel, y Grosvenor
empezó a explicar lo que ocurría. Lo interrumpieron.
- Estaba apunto
de consultarle a usted - dijo Siedel -. Creí que usted era el responsable.
- ¿Quiere decir
que todos están siendo afectados? - preguntó Grosvenor lentamente, tratando de
imaginar las implicaciones.
- Me sorprende
que usted lo haya recibido en ese departamento protegido - dijo Siedel -. Hace
más de veinte minutos que recibo quejas, y algunos de mis instrumentos fueron
afectados varios minutos antes.
- ¿Qué
instrumentos? - El detector de ondas cerebrales, el registro de impulsos
nerviosos y los detectores eléctricos más sensibles. Kent pedirá una reunión en
la sala de control. Le veré allí.
Grosvenor no lo
dejó escapar tan rápidamente.
- ¿Ya hubo
deliberaciones? - preguntó.
- Bien, todos
partimos de un supuesto.
- ¿Y cuál es?
- Estamos a
punto de entrar en la gran galaxia M-33. Suponemos que esto viene de allí.
Grosvenor rió
secamente.
- Es una
hipótesis razonable. Pensaré en ello, y le veré dentro de unos minutos.
- Prepárese
para sorprenderse cuando salga al corredor. Aquí la presión es continua.
Sonidos, borbotones de luz, sueños, turbulencia emocional... estamos recibiendo
una buena dosis de estimulación.
Grosvenor
cabeceó y cortó la conexión. Cuando hubo terminado de guardar sus películas,
Kent anunció la reunión por el comunicador. Un minuto después, al abrir la
puerta externa, entendió a qué se refería Siedel.
Se detuvo
cuando esa andanada de estímulos comenzó a afectarle el cerebro. Luego enfiló
turbadamente hacia la sala de control.
Se sentó con
los demás. La noche susurraba, la inmensa noche del espacio que envolvía la
nave. Caprichosa y mortífera, llamaba y advertía. Gorjeaba con frenético
deleite, gruñía con salvaje frustración. Murmuraba de miedo y bramaba de
hambre. Moría, regodeándose en su dolor, y volvía a florecer en eufórica vida.
Pero siempre amenazaba insidiosamente.
- He aquí mi
opinión - dijo alguien detrás de Grosvenor -. Esta nave debería regresar a
casa.
Grosvenor no
pudo identificar la voz y movió la cabeza para ver quién había hablado. Esa
persona no dijo nada más. Volviéndose de nuevo hacia adelante, Grosvenor vio
que el director interino Kent no se había apartado del telescopio por el cual
miraba. O bien entendía que ese comentario era indigno de respuesta, o bien no
lo había oído. Nadie hizo ninguna observación.
Al prolongarse
el silencio, Grosvenor cogió el brazo comunicador de su butaca y pronto vio una
borrosa imagen de lo que Kent y Lester observaban por el telescopio.
Lentamente, olvidó a los espectadores y se concentró en la escena nocturna que
aparecía en pantalla. Estaban en los lindes de un sistema galáctico, pero las
estrellas más próximas aún estaban tan lejos que el telescopio apenas podía
resolver la miríada de puntos brillantes que constituían esa nebulosa en
espiral, M-33, en Andrómeda, su destino.
Grosvenor alzó
la vista cuando Lester se alejó del telescopio.
- Lo que sucede
es increíble - dijo el astrónomo -. Podemos detectar vibraciones que surgen de
una galaxia de miles de millones de soles. - Hizo una pausa -. Director, me
parece que este problema no es para un astrónomo.
- Todo lo que
abarque una galaxia entera entra en la categoría de fenómeno astronómico -
respondió Kent, alejándose del ocular -. ¿O quiere mencionar otra ciencia?
Lester titubeó,
y al fin respondió lentamente.
- La escala de
la magnitud es inconcebible. Creo que todavía no debemos suponer un alcance
galáctico. Esta andanada puede llegar en un haz que se concentra en nuestra
nave.
Kent se volvió
hacia los hombres, que ocupaban hileras de butacas acolchadas frente al ancho y
colorido panel de control.
- ¿Alguien
tiene alguna idea o sugerencia? Grosvenor miró en torno, esperando que el
hombre no identificado que había hablado antes se explicara. Pero esa persona
siguió guardando silencio.
Innegablemente,
los hombres no se sentían tan libres de expresarse como cuando Morton era
director. Kent había insinuado más de una vez que despreciaba la opinión de
quienes no fueran jefes de departamento. También era evidente que se negaba a
considerar el nexialismo como un departamento legítimo. Durante varios meses,
él y Grosvenor se habían tratado con cortés distanciamiento, procurando
eludirse. Durante ese tiempo, el director interino había consolidado su
posición introduciendo en el consejo varias mociones que daban a su oficina más
autoridad en ciertas actividades, so pretexto de que así se evitaba una
superposición de tareas.
Grosvenor
estaba seguro de que sólo otro nexialista habría comprendido que para la moral
de la nave era muy importante alentar la iniciativa individual, aun a costa de
cierta eficiencia. Él no se había molestado en protestar. y así se habían
impuesto más restricciones a esa comunidad de seres humanos ya peligrosamente
regimentada y confinada.
Desde el fondo
de la sala, Smith fue el primero en responder al pedido de Kent.
- Veo que
Grosvenor se retuerce en su silla - dijo secamente el anguloso y huesudo
biólogo -. ¿Será que aguarda cortésmente a que los mayores den su opinión? ¿Qué
piensa usted, Grosvenor?
Grosvenor
esperó a que se silenciaran las risas - en las que Kent no participó - y dijo:
- Hace unos
minutos alguien sugirió que debíamos volver a casa. Me gustaría que esa persona
explique sus razones.
No hubo
respuesta. Grosvenor vio que Kent fruncía el entrecejo. Parecía extraño que
nadie a bordo estuviera dispuesto a admitir una opinión, aunque hubiera sido
pasajera. Otros hombres miraban alrededor con asombro.
- ¿Cuándo oyó
eso? - preguntó al fin Smith -. Yo no recuerdo haberlo oído.
- Yo tampoco -
dijeron otros. Los ojos de Kent relucían. Grosvenor pensó que abordaba una
discusión como un hombre previendo una victoria personal.
- Seamos claros
- dijo -. O bien alguien dijo eso, o bien nadie lo dijo. ¿Quién más lo oyó?
Alcen la mano.
Nadie alzó la
mano.
- Señor
Grosvenor - dijo Kent con voz sutilmente maliciosa -, ¿qué oyó usted
exactamente?
- Por lo que
recuerdo, las palabras fueron: «He aquí mi opinión. Esta nave debería regresar
a casa» - dijo Grosvenor. Hizo una pausa. No hubo ningún comentario, así que
continuó -: Parece claro que esas palabras son producto del estímulo de los
centros auditivos de mi cerebro. Allá afuera hay algo que desea que nos
vayamos, y yo lo detecté. - Se encogió de hombros -. Desde luego, no estoy
seguro de tener razón.
- Todavía
tratamos de entender, Grosvenor - dijo rígidamente Kent -, por qué usted oyó
esa frase, y no los demás.
Una vez más
Grosvenor ignoró el tono de esas palabras, y respondió serenamente:
- Estaba
pensando en ello. Recuerdo que durante el incidente de Riim mi cerebro fue
sometido a estímulos continuos. Es posible que ahora sea más sensible a esa
forma de comunicación.
Comprendió que
quizá esa sensibilidad especial explicara por qué había recibido los susurros
en sus salas protegidas. No le sorprendió el mal ceño de Kent. El químico había
demostrado que prefería no pensar en la gente - pájaro y lo que había hecho con
la mente de los miembros de la expedición.
- Tuve el
privilegio de escuchar una trascripción de su versión del episodio - dijo ácida
mente Kent - Si no recuerdo mal, usted afirmó que el motivo de su victoria fue
que estos seres de Riim no entendieron que era dificultoso controlar el sistema
nervioso del miembro de una raza alienígena. ¿Cómo explica entonces que esa
irradiación - señaló la dirección adonde se dirigía la nave - haya llegado a su
mente y haya estimulado con tal precisión las zonas de su cerebro que
produjeron exactamente las palabras de advertencia que usted nos acaba de
repetir?
Grosvenor pensó
que el tono de Kent, sus palabras y su actitud presuntuosa, eran
desagradablemente personales.
- Director, el
que haya estimulado mi cerebro podría estar al corriente del problema que
presenta un sistema nervioso alienígena. No tenemos que suponer que habla
nuestro idioma. Además, su solución del problema fue parcial, porque yo soy la
única persona que respondió al estímulo. Presiento que por el momento no
debemos discutir cómo lo recibí, sino por qué, y qué haremos al respecto.
McCann, jefe de
geología, se aclaró la garganta.
- Grosvenor
tiene razón. Creo, caballeros, que será mejor enfrentar el hecho de que hemos
invadido un territorio ajeno. y el dueño de ese territorio tiene recursos.
El director
interino se mordió el labio. Titubeó antes de hablar.
- Creo - dijo
al fin - que no debemos sacar conclusiones apresuradas. Pero entiendo que
debemos actuar como si nos enfrentáramos a una inteligencia superior a la
humana, superior a la vida tal como la conocemos.
Hubo silencio
en la sala de control. Grosvenor notó que los hombres se tensaban
inconscientemente. Apretaban los labios y entornaban los ojos. Vio que otros
también observaban la reacción.
- Ah - murmuró
Kellie, el sociólogo -, me alegra ver que nadie da muestras de querer regresar.
Eso es bueno. Como servidores de nuestro gobierno y nuestra raza, tenemos el
deber de investigar el potencial de una nueva galaxia, sobre todo ahora que su
forma de vida dominante sabe que existimos. Nótese, por favor, que estoy
adoptando la sugerencia del director Kent y hablando como si nos enfrentáramos
a una criatura inteligente. Su capacidad para estimular más o menos
directamente la mente de una persona de abordo indica que nos ha observado y
sabe mucho sobre nosotros. No podemos permitir que ese conocimiento sea
unilateral.
Kent se sentía
de nuevo a sus anchas.
- Kellie - dijo
-, ¿qué opina usted del ámbito hacia el cual nos dirigimos?
El calvo
sociólogo se ajustó los quevedos.
- Ah... es una
pregunta muy amplia, director.
Pero estos
susurros podrían ser el equivalente de las ondas radiales cruzadas que
envuelven nuestra galaxia. O quizá sean sólo señales externas, como si
saliéramos de un desierto para entrar en una zona civilizada.
Kellie hizo una
pausa. Nadie hizo comentarios, así que continuó.
- Recuerden que
el hombre también ha dejado su impronta imperecedera en su galaxia. Al
rejuvenecer soles muertos, ha producido incendios, novas que se ven a doce
galaxias de distancia. Ha sacado planetas de sus órbitas. Ha cubierto de verdor
mundos muertos. Ahora hay mares donde antes había desiertos sin vida bajo soles
más tórridos que el Sol. y aun nuestra presencia aquí es una emanación de su poder,
que llega más lejos de lo que han podido ir estos susurros que nos rodean.
- Las improntas
del hombre no son permanentes en un sentido cósmico - dijo Gourlay, del
departamento de comunicaciones -. No entiendo cómo puede mencionarlas en
relación con esto. Estas pulsaciones están vivas. Son formas de pensamiento tan
fuertes, tan ubicuas, que todo el espacio nos susurra. Éste no es un gato con
tentáculos, ni un monstruo escarlata, ni una raza fellah confinada a un
sistema. Podría ser una inconcebible totalidad de mentes que dialogan a través
de los kilómetros y los años de su espacio-tiempo. Ésta es la civilización de
la segunda galaxia. y si su vocero nos ha lanzado una advertencia... - Gourlay
calló con un jadeo, y alzó un brazo como para defenderse.
No fue el único
que lo hizo. En toda la sala, los hombres se agazaparon o se hundieron en las
butacas cuando el director Kent, en un movimiento espasmódico, cogió su
vibrador y disparó contra el público. Tras esquivarlo instintivamente,
Grosvenor notó que el rayo del arma apuntaba encima de su cabeza, no hacia
ella.
Detrás de él,
oyó un estruendoso aullido de dolor, y luego un estrépito que sacudió el suelo.
Grosvenor giró
con los demás, y miró pasmado la bestia blindada de diez metros que se
contorsionaba en el piso a tres metros de la última hilera de butacas. Al
instante, una réplica de ojos rojos de la primera bestia se materializó en el
aire y aterrizó a poca distancia. Un tercer monstruo demoníaco apareció, chocó
contra el segundo, rodó y se levantó rugiendo.
Segundos
después había una docena. Grosvenor desenfundó su vibrador y disparó. El rugido
de las bestias se intensificó. Escamas duras como metal raspaban paredes y
pisos de metal. Se oyó el crujido de zarpas aceradas, el andar de pesados pies.
Alrededor de
Grosvenor, todos disparaban sus vibradores. y seguían apareciendo bestias.
Grosvenor giro, saltó sobre dos hileras de butacas y brincó a la plataforma más
baja del tablero de instrumentos. El director dejó de disparar mientras
Grosvenor subía a ese nivel.
- ¿Adónde
diablos cree que va, cobarde? - aulló airadamente.
Le apuntó con
el vibrador, y Grosvenor la derribó de un puñetazo, haciéndole caer el arma.
Estaba furioso, pero no dijo nada. Al saltar a la siguiente plataforma, vio que
Kent se arrastraba hacia el vibrador. Grosvenor no dudó que el químico le
dispararía. Con un jadeo de alivio, alcanzó el interruptor que activaba la gran
pantalla de energía múltiple de la nave, lo empujó y se arrojó al suelo...
justo a tiempo. El rayo del vibrador de Kent mordió el metal del panel de
control a poca distancia de Grosvenor. Luego el rayo se cortó. Kent se puso de
pie y gritó por encima del alboroto.
- No comprendí
lo que se proponía.
Esa disculpa no
satisfizo a Grosvenor. El director había creído que podía justificar su acto
homicida porque Grosvenor rehuía la batalla. Grosvenor pasó junto al químico
sin decir una palabra. Durante meses había tolerado a Kent, pero ahora pensaba
que esa conducta demostraba que no servía para director. En las difíciles
semanas que les esperaban, sus tensiones personales podían ser un mecanismo de
activación que destruiría la nave.
Cuando
Grosvenor bajó a la plataforma más baja, volvió a sumar la energía de su
vibrador a la de los otros hombres. Por el rabillo del ojo, vio que tres
hombres ponían en posición un proyector térmico. Cuando el proyector escupió su
llama irresistible, las bestias estaban inconscientes por efecto de la energía
molecular, y no fue difícil matarlas.
Pasado el
peligro, Grosvenor tuvo tiempo para comprender que esos monstruos habían sido
transportados con vida a través de los siglos luz. Era como un sueño, demasiado
fantástico para haber ocurrido.
Pero el olor de
la carne chamuscada era real. y también era real la sangre azulada que manchaba
el piso y la prueba definitiva era esa docena de cadáveres escamosos
despatarrados en la sala.
23
Cuando
Grosvenor vio a Kent minutos más tarde, el director estaba impartiendo frías
órdenes por un comunicador. Entraron grúas flotantes y empezaron a retirar
cuerpos. Un torrente de mensajes zumbaba en los comunicadores. Pronto la
situación se clarificó.
Las criaturas
sólo habían irrumpido en la sala de control. El radar de la nave no registraba
ningún objeto material, como una nave enemiga. La distancia hasta la estrella
más cercana en cualquier dirección era de mil años luz. En toda la sala,
hombres sudorosos maldecían mientras asimilaban esos escasos datos.
- ¡Diez siglos
luz! - exclamó Selenski, el jefe de pilotos -. Vaya, nosotros ni siquiera
podemos transmitir mensajes a esa distancia sin repetidores.
El capitán
Leeth entró apresuradamente. Habló con varios científicos y convocó un consejo
de guerra. El comandante inició las deliberaciones.
- No hace falta
aclarar el peligro al que nos enfrentamos. Somos una sola nave contra lo que
parece ser una civilización galáctica hostil. Por el momento estamos a salvo
detrás de nuestra pantalla energética. la índole de la amenaza nos impone
objetivos limitados, aunque no tan limitados. Debemos descubrir por qué desean
ahuyentarnos. Debemos precisar la naturaleza del peligro y evaluar a la
inteligencia que lo plantea. Veo que nuestro jefe de biología todavía está
examinando a nuestros difuntos adversarios. Señor Smith, ¿qué clase de bestias
son?
Smith dejó de
mirar al monstruo que estaba estudiando.
- La Tierra -
dijo lentamente - pudo haber producido algo semejante durante la era de los
dinosaurios. A juzgar por el tamaño diminuto de lo que parece ser el cerebro,
su inteligencia debía de ser muy baja.
- El señor
Gourlay dice que las bestias pudieron irrumpir a través del hiperespacio - dijo
Kent -. Quizá podríamos pedirle que se explayase.
- Señor Gourlay
- dijo el capitán Leeth -, tiene la palabra.
Arrastrando la
voz como de costumbre, el experto en comunicaciones dijo:
- Es sólo una
teoría, y bastante reciente, pero compara el universo con un globo inflado.
Cuando se pincha la superficie, el globo comienza a desinflarse, y
simultáneamente repara esa ruptura. Ahora bien, extrañamente, cuando un objeto
penetra por la superficie externa del globo, no regresa necesariamente al mismo
punto del espacio. Presuntamente, si uno conociera un método para controlar el
fenómeno, podría usarlo como forma de teleportación. Si esto suena
extravagante, recuerden que lo que ha sucedido también lo es.
- Cuesta creer
que alguien sea tanto más listo que nosotros - comentó ácidamente Kent -. Tiene
que haber soluciones simples a los problemas del hiperespacio que los
científicos humanos han pasado por alto. Quizá aprendamos algo. - Hizo una
pausa y añadió -: Korita, me extraña su silencio. ¿Por qué no nos cuenta con
qué nos enfrentamos?
El arqueólogo
se levantó y extendió las manos con desconcierto.
- Ni siquiera
tengo una conjetura. Deberemos aprender algo más sobre la motivación del ataque
antes de establecer comparaciones basadas en la historia cíclica. Por ejemplo,
si el propósito era capturar la nave, atacarnos de esa manera fue un error. Si
la intención sólo era asustarnos, el ataque fue un éxito resonante.
Estallaron
carcajadas mientras Korita se sentaba. Pero Grosvenor notó que la expresión del
capitán Leeth seguía siendo solemne y reflexiva.
- En cuanto a
la motivación - dijo lentamente el capitán -, se me ha ocurrido una posibilidad
desagradable que debemos estar dispuestos a afrontar. Concuerda con los datos
que hemos recogido. Es la siguiente. Supongamos que esta gran inteligencia, sea
lo que fuere, desea conocer nuestra procedencia.
Hizo una pausa,
y por la inquietud de los demás, era evidente que sus palabras habían tocado un
punto sensible. El oficial siguió hablando.
- Mirémoslo
desde su punto de vista. Se aproxima una nave. En la dirección de donde viene,
a diez millones de años luz, hay gran número de galaxias, cúmulos estelares y
nebulosas. ¿Cuál es la nuestra?
Se hizo
silencio. El comandante se volvió hacia Kent.
- Director, si
usted no se opone, sugiero que examinemos algunos de los sistemas planetarios
de esta galaxia.
- No tengo
objeción - respondió Kent -. Pero ahora, a menos que alguien...
Grosvenor alzó
la mano.
- ¡Doy esta
reunión por...! - continuó Kent. Grosvenor se levantó.
- ¡Señor Kent!
- exclamó.
- ¡Terminada! -
concluyó Kent.
Los hombres se
quedaron sentados. Kent vaciló, y al fin dijo:
- Disculpe,
señor Grosvenor. Tiene la palabra.
- Cuesta creer
que este ser sea capaz de interpretar refinadamente nuestros símbolos - dijo
Grosvenor con firmeza -, pero creo que deberíamos destruir nuestros mapas
estelares.
- Iba a sugerir
lo mismo - dijo alborotadamente Von Grossen -. Continúe, Grosvenor.
Hubo un coro de
aprobación. Grosvenor continuó.
- Estamos
actuando sobre la creencia de que nuestra pantalla principal puede protegernos.
En rigor, no tenemos más opción que continuar como si así fuera. Pero cuando
aterricemos, será aconsejable tener disponibles grandes adaptadores
encefálicos. Podríamos usarlos para crear ondas cerebrales desorientadoras, e
impedir que nos lean la mente.
Una vez más,
los presentes lanzaron hurras aprobatorios.
- ¿Algo más,
Grosvenor? - preguntó Kent con voz seca.
- Sólo un
comentario general - dijo Grosvenor -. Los jefes de departamento podrían
revisar el material que controlan, con miras a destruir todo lo que pueda poner
en peligro a nuestra raza si el Beagle es capturado.
Se sentó en
medio de un pasmado silencio. Al transcurrir el tiempo, parecía claro que esa
inteligencia hostil se abstenía de nuevas acciones, o bien que la pantalla era
una buena defensa. No hubo más incidentes.
Los soles de
este linde remoto de la galaxia eran lejanos y solitarios. El primer sol creció
en el espacio, una bola de luz y calor que ardía furiosamente en la vasta
noche. Lester y su personal localizaron cinco planetas que estaban cerca del
astro y merecían ser investigados. Los visitaron todos. Uno de los cinco era
habitable, un mundo brumoso y selvático poblado por bestias gigantes. La nave
partió después de sobrevolar un mar interior y un gran continente pantanoso. No
había indicios de ninguna civilización, y mucho menos esa portentosa
civilización cuya existencia tenían motivos para sospechar.
El Beagle
Espacial aceleró trescientos años luz. Y llegó aun sol pequeño con dos planetas
que se acurrucaban contra su tibieza roja. Uno de los dos planetas era
habitable, y también era un mundo brumoso y selvático poblado por saurios
gigantes. Lo abandonaron sin explorarlo, después de sobrevolar un mar pantanoso
y un continente sofocado por junglas exuberantes.
Ahora había más
estrellas. Constelaban la negrura de los próximos ciento cincuenta años luz. Un
gran sol blanco azulado, con un cortejo de veinte planetas, llamó la atención
de Kent, y la rápida nave voló hacia allí. Los siete planetas más cercanos al
sol eran infiernos ardientes, sin esperanza de soportar vida. La nave dejó
atrás otros tres planetas habitables, y luego se zambulló en la vastedad
interestelar sin examinar los demás.
Detrás de
ellos, tres humeantes planetas selváticos giraban en su órbita alrededor del
tórrido sol que los había engendrado. A bordo, Kent convocó una reunión de los
jefes de departamento y sus principales asistentes.
Inició la
deliberación sin preámbulos.
-
Personalmente, considero que las pruebas aún no son concluyentes, pero Lester
me ha solicitado que los reúna. - Se encogió de hombros -. Quizá aprendamos
algo.
Hizo una pausa,
y Grosvenor, al observarlo, quedó intrigado por el aura de satisfacción que
rodeaba al hombrecillo. Se preguntó qué se proponía. Parecía raro que el
director se hubiera tomado la molestia de renunciar de antemano a atribuirse
cualquier resultado positivo que derivara de la reunión.
- Gunlie - dijo
Kent con tono amigable -, ¿quiere venir aquí para explicarse?
El astrónomo
subió a la plataforma. Era un hombre delgado y alto, como Smith. Tenía ojos
azules en una cara inexpresiva. Pero al hablar, su voz trasuntaba emoción.
- Caballeros,
los tres planetas habitables de ese último sistema eran gemelos, trillizos
producidos artificialmente. No sé cuántos de ustedes conocen la actual teoría
concerniente a la formación de sistemas planetarios. Quienes la desconocen
deberán aceptar mi palabra de que la distribución de masa del sistema que
acabamos de visitar es dinámicamente imposible. Puedo asegurar que dos de los
tres planetas habitables de ese sol fueron desplazados a su posición actual. En
mi opinión, deberíamos regresar e investigar. Alguien parece estar creando
planetas primitivos, aunque no entiendo por qué. - Hizo una pausa y miró a Kent
con hostilidad. El químico se adelantó sonriendo. - Gunlie acudió a mí - dijo -
y me pidió que ordenara regresar a uno de esos planetas selváticos. Dada su
opinión sobre el asunto, ahora pido una deliberación, y una votación.
Conque eso era.
Grosvenor suspiró. No admiraba a Kent, pero debía conceder que era astuto. El
director no intentaba explicar por qué se oponía. Era posible que realmente no
se opusiera al plan del astrónomo. Pero al solicitar una reunión donde se
votaría contra él, demostraba su aceptación del procedimiento democrático. Era
una manera diestra aunque demagógica de conservar la buena voluntad de sus
simpatizantes.
A decir verdad,
había objeciones válidas contra el requerimiento de Lester. Costaba creer que
Kent las conociera, porque eso significaría que estaba pasando por alto
posibles peligros para la nave. Grosvenor decidió darle a Kent el beneficio de
la duda y aguardó pacientemente mientras varios científicos le hacían preguntas
de menor importancia al astrónomo. Una vez que él las respondió y pareció claro
que la discusión había terminado, Grosvenor se puso de pie.
- En este
asunto, me gustaría argumentar a favor de la perspectiva del señor Kent.
- Vaya, señor
Grosvenor - respondió fríamente Kent -, la brevedad de la discusión parece
revelar la opinión del grupo, y perder más tiempo...
En ese punto se
detuvo. Debía de haber captado el auténtico sentido de las palabras de Grosvenor.
Una expresión de sorpresa cubrió su rostro. Gesticuló vagamente, como pidiendo
ayuda a los demás. Nadie habló, así que Kent bajó el brazo y murmuró:
- Grosvenor,
tiene la palabra.
- El señor Kent
tiene razón - dijo Grosvenor con firmeza -. Es demasiado pronto. Hasta ahora
hemos visitado tres sistemas planetarios. No deben ser menos de treinta,
escogidos al azar. Ésa es la cantidad mínima, en relación con el orden de
magnitud de nuestra búsqueda, que necesitamos para llegar a una conclusión
firme. Con gusto entregaré mis cálculos al departamento de matemáticas para que
los corrobore. Más aún, al aterrizar tendríamos que salir de nuestra pantalla
energética protectora. Tendríamos que estar preparados para resistir el ataque
sorpresivo de una inteligencia que puede usar el medio instantáneo del
hiperespacio para transportar sus fuerzas. Tengo una imagen mental de mil
millones de toneladas de materia lanzadas contra nosotros mientras estamos
indefensos en un planeta. Caballeros, a mi modo de ver, nos falta un par de
meses de preparativos detallados. Durante ese tiempo, naturalmente, deberíamos,
visitar la mayor cantidad posible de soles. Si sus planetas habitables también
son principalmente del tipo primitivo, tendremos fundamentos para pensar, como
sugiere Lester, que son artificiales. - Grosvenor hizo una pausa y concluyó -:
Señor Kent, ¿he expresado lo que usted tenía en mente?
Kent había
recobrado la compostura.
- Casi
literalmente, Grosvenor. - Miró alrededor -. A menos que haya más comentarios,
propongo que votemos la propuesta de Gunlie.
El astrónomo se
puso de pie.
- La retiro -
dijo -. Confieso que no había pensado en esos argumentos contra un aterrizaje
prematuro.
Se sentó.
Kent vaciló,
luego dijo:
- Si alguien
quiere presentar la propuesta de Gunlie...
Al cabo de
varios segundos de silencio, Kent continuó confiadamente:
- Quiero que
cada jefe de departamento me prepare una explicación detallada de lo que puede
aportar al éxito del aterrizaje que con el tiempo deberemos efectuar. Es todo,
caballeros.
En el corredor,
Grosvenor sintió una mano en el brazo. Se volvió y reconoció a McCann, el jefe
de geología.
- En estos
meses hemos estado tan ocupados con reparaciones - dijo McCann - que no tuve la
oportunidad de invitarlo avenir a mi departamento. Sospecho que cuando
aterricemos el equipo del departamento de geología se usará para fines a los
que no estaba destinado. Un nexialista sería muy útil.
Grosvenor
reflexionó, y aceptó.
- Estaré allí
mañana por la mañana. Deseo preparar mis recomendaciones para el director.
McCann lo miró
con curiosidad.
- No creerá que
él tiene interés, ¿verdad? Conque otros habían notado que Kent le tenía
inquina.
- Sí - dijo
Grosvenor lentamente -, porque no tendrá que atribuirme el mérito.
McCann cabeceó.
- Bien, buena
suerte, muchacho. Estaba por marcharse cuando Grosvenor lo detuvo.
- ¿Por qué cree
que Kent es un líder tan popular? - le preguntó.
McCann vaciló,
pareció reflexionar.
- Es humano -
dijo al fin -. Tiene simpatías y antipatías. Se entusiasma con las cosas. Tiene
mal genio, comete errores y procura fingir que no los cometió. Está desesperado
por ser director. Cuando la nave regrese a la Tierra, la publicidad girará
alrededor del oficial ejecutivo. Hay algo de Kent en todos nosotros. Él es...
bien... es un ser humano.
- No ha dicho
nada sobre sus aptitudes para el puesto - dijo Grosvenor.
- No es una
posición vital, en general. Él puede obtener consejo de los expertos sobre todo
lo que desee saber. - McCann frunció los labios -. Es difícil expresar la
atracción de Kent con palabras, pero creo que los científicos siempre están a
la defensiva en lo concerniente a su presunto intelectualismo y frialdad. Así
que les gusta contar con el liderazgo de alguien que es emotivo pero cuyas
credenciales científicas son incuestionables.
Grosvenor meneó
la cabeza.
- No acepto que
el puesto de director no sea vital. Todo depende del modo en que ese individuo
ejerza su considerable autoridad.
McCann lo
estudió.
- Los hombres
lógicos como usted nunca comprenden la atracción masiva de las personas como
Kent - dijo al fin -. Pero políticamente no tienen muchas probabilidades de
vencerlas.
Grosvenor
sonrió secamente.
- No es su
devoción por el método científico lo que derrota a los tecnólogos, sino su
integridad. El hombre entrenado suele entender las tácticas que se usan contra
él mejor que la persona que las usa, pero no puede responder con la misma
moneda sin sentirse corrompido.
McCann frunció
el entrecejo.
- Huelga
decirlo. ¿Pero me está diciendo que usted no tiene esos escrúpulos?
Grosvenor
guardó silencio.
- Si pensara
que es preciso expulsar a Kent - insistió McCann -, ¿qué haría usted?
- Por el
momento, mis ideas son muy constitucionales - respondió Grosvenor con cautela.
Le sorprendió
ver alivio en la expresión de McCann. El hombre mayor le cogió el brazo
cordialmente.
- Me alegra
saber que sus intenciones son legales. Desde que dio esa conferencia, he
comprendido algo que los demás no han captado... que usted es potencialmente el
hombre más peligroso de esta nave. El conocimiento integrado que posee usted,
aplicado con determinación y propósito, podría resultar más desastroso que
cualquier ataque externo.
Al cabo de un
momento de asombro, Grosvenor meneó la cabeza.
- No es para
tanto - dijo -. Matar a un hombre solo es fácil.
- Veo - dijo
McCann - que usted no niega la posesión de ese conocimiento.
Grosvenor
extendió la mano para despedirse.
- Gracias por
su elevada opinión de mí. Aunque es exagerada, la encuentro psicológicamente
confortante.
24
La trigésimo
primera estrella que visitaron era del tamaño y el tipo del Sol. De sus tres
planetas, uno seguía una órbita de ciento cuarenta millones de kilómetros. Como
todos los mundos habitables que habían visto, era una selva humeante y un
mar... primigenio.
El Beagle
Espacial atravesó el gaseoso envoltorio de aire y vapor de agua y voló a baja
altura, una gran esfera metálica en una tierra fantástica.
En el
laboratorio de geología, Grosvenor observaba un grupo de instrumentos que
analizaba la naturaleza del terreno. Era una tarea compleja que exigía la mayor
atención, pues la interpretación de los datos exigía los procesos asociativos
de una mente bien entrenada. El constante caudal de reflexiones de las señales
ultrasónicas y de onda corta que se enviaban afuera tenía que introducirse en
los dispositivos de cómputo adecuados en el momento indicado para el análisis
comparado. A las técnicas convencionales de McCann, Grosvenor había añadido
algunos refinamientos acordes con los principios nexiales, y así estaban
tabulando la corteza externa del planeta de forma asombrosamente exhaustiva.
Durante una
hora Grosvenor permaneció sentado, sumido en sus conjeturas. Los datos variaban
mucho en detalle, pero un análisis de los elementos indicaba cierta similitud
geológica: lodo, piedra arenisca, arcilla, granito, detritos orgánicos -
probablemente depósitos de carbón -, silicatos con forma de arena encima de la
roca, agua...
Las agujas de
varios medidores oscilaron abruptamente y se mantuvieron firmes. Esa reacción
indicaba indirectamente la presencia de hierro metálico en grandes cantidades,
con rastros de carbono, molibdeno...
Grosvenor bajó
una palanca que precipitó una serie de acontecimientos. Sonó una campanilla.
McCann vino a la carrera. La nave se detuvo. A poca distancia de Grosvenor,
McCann se puso a hablar con el director, Kent.
- Sí, director,
acero, no sólo mineral de hierro. - No mencionó el nombre de Grosvenor, pero
continuó -: Fijamos nuestros instrumentos aun máximo de treinta metros. Podría
ser una ciudad sepultada, o escondida, en el lodo de la jungla.
- Lo sabremos
en pocos días - dijo secamente Kent. La nave se mantuvo cautelosamente encima
de la superficie, y bajaron el equipo necesario mediante una abertura
provisoria en la pantalla energética. Instalaron palas gigantes, grúas y
transportadores móviles, junto con dispositivos suplementarios. Habían ensayado
todo tan cuidadosamente que a los treinta minutos de iniciar la descarga de
material la nave se dirigía nuevamente hacia el espacio.
La tarea de
excavación se realizó por control remoto. Hombres adiestrados observaban la
escena en pantallas comunicadoras y operaban las máquinas que estaban en
tierra. En cuatro días, esa integrada masa de implementos había cavado un foso
de cien metros de profundidad por ciento cincuenta de anchura y doscientos de
longitud. No expuso una ciudad sino las increíbles ruinas de una ciudad.
Parecía que los
edificios se habían derrumbado bajo un peso demasiado grande. El nivel de la
calle estaba a cien metros de profundidad, y allí empezaron a descubrir huesos.
Se dio orden de interrumpir la excavación y varias naves salvavidas
descendieron en la turbia atmósfera. Grosvenor fue con McCann, y al poco tiempo
estaba con otros científicos junto a los restos de un esqueleto.
- Muy aplastado
- dijo Smith -. Pero creo que puedo armarlo.
Sus expertos
dedos ordenaron los huesos.
- Cuatro
piernas - dijo. Acercó un dispositivo fluoroscópico a una de las extremidades
-. Parece que éste murió hace veinticinco años.
Grosvenor se
alejó. Los restos triturados podían albergar el secreto del carácter físico
fundamental de una raza extinguida. Pero era improbable que los esqueletos
contuvieran alguna clave de la identidad de los despiadados seres que los
habían asesinado. Éstas eran las indefensas víctimas, no los arrogantes y
mortíferos destructores.
Se dirigió al
sitio donde McCann examinaba el suelo de la calle.
- Creo que se
justificará hacer un análisis estratigráfico de varios cientos de metros de
profundidad - dijo el geólogo.
A su orden, los
operadores de un taladro se pusieron manos a la obra. Durante la hora
siguiente, mientras la máquina horadaba roca y arcilla, Grosvenor estuvo
ocupado. Un hilillo constante de muestras del suelo pasaba bajo sus ojos. En
ocasiones, sometía un trozo de piedra o tierra a un proceso de análisis
químico. Cuando las naves salvavidas regresaron a la nave madre, McCann pudo
presentarle a Kent un informe preciso y general. Grosvenor se mantuvo fuera del
campo emisor de la pantalla mientras McCann presentaba el informe.
- Director,
recordará que se me pidió que confirmara si éste podía ser un planeta selvático
artificial. Así parece. Los estratos que hay debajo del Iodo parecen pertenecer
a un planeta más viejo y menos primitivo. Cuesta creer que se haya arrancado
una capa de jungla de un planeta distante para ponerla en éste, pero las
pruebas así lo indican.
- ¿Qué hay de
la ciudad? - preguntó Kent -. ¿Cómo fue destruida?
- Hemos hecho
algunos cálculos, y podemos afirmar cautamente que el enorme peso de la roca,
el suelo y el agua pudo causar todo los daños que vimos.
- ¿Ha hallado
datos que indiquen cuándo ocurrió esta catástrofe?
- Tenemos
algunos datos geomorfológicos. En varios lugares que examinamos, la nueva
superficie ha formado depresiones en la antigua, indicando que el peso
adicional está hundiendo las zonas más débiles de abajo. Al identificar el tipo
de grieta que se hundiría en tales circunstancias, tenemos cifras que nos
proponemos introducir en una máquina de cómputos. Un matemático competente... -
se refería a Grosvenor - ha estimado que la presión del peso se aplicó
inicialmente hace un centenar de años. Como la geología trata sobre
acontecimientos que requieren miles y millones de años, la máquina sólo puede
verificar el cálculo manual. No puede darnos una estimación más precisa.
Hubo una pausa.
- Gracias - dijo formalmente Kent -. Creo que usted y su personal han hecho un
buen trabajo. Una pregunta más. En su investigación, ¿encontró algo que nos
indique la naturaleza de la inteligencia que pudo causar una destrucción tan
cataclísmica?
- Hablando sólo
por mi cuenta, sin haber consultado con mis asistentes, no.
Grosvenor pensó
que McCann hacía bien en circunscribir su negación. Para el geólogo, la
investigación de este planeta era el comienzo de la búsqueda del enemigo. Para
él, era el eslabón final en una cadena de descubrimientos y razonamientos que
había empezado cuando comenzó a oír los extraños murmullos del espacio.
Conocía la
identidad de la inteligencia alienígena más monstruosa que podía concebirse.
Podía adivinar su terrible propósito. Había analizado cuidadosamente lo que se
debía hacer.
Su problema ya
no consistía en saber cuál era el peligro. Había llegado a la etapa en que
necesitaba exponer su solución sin medias tintas. Lamentablemente, los hombres
que sólo conocían una o dos ciencias no podrían ni querrían comprender el
potencial del peligro más mortífero al que jamás se había enfrentado la vida en
todo el universo intergaláctico. La solución misma podría ser el eje de una
violenta controversia.
En
consecuencia, Grosvenor consideraba que el problema eran tan político como
científico. Decidió, con aguda conciencia de la naturaleza de la lucha
inminente, que su táctica debía ser cuidadosamente elaborada y aplicada con
férrea determinación.
Era demasiado
pronto para decidir cuán lejos debía llegar. Pero no se atrevía a limitar sus
actos. Haría lo que fuera necesario.
25
Cuando estuvo
preparado para actuar, Grosvenor escribió una carta a Kent.
Director
interino
Oficinas
administrativas
Navío
expedicionario Beagle Espacial
Querido señor
Kent: Debo hacer una comunicación importante a todos los jefes de departamento.
La comunicación se relaciona con la inteligencia alienígena de esta galaxia,
sobre cuya naturaleza he acopiado pruebas adecuadas para emprender una acción a
gran es cala.
¿Tendría usted
la amabilidad de ordenar una reunión especial, para que yo pueda presentar mi
sugerencia?
Firmó:
«Sinceramente suyo, Elliott Grosvenor», y se preguntó si Kent notaría que él
ofrecía la solución pero no los datos. Mientras esperaba una respuesta,
trasladó el resto de sus pertenencias personales de su cabina al departamento
nexial. Era el último acto en un plan defensivo que incluía la posibilidad de
un sitio.
La respuesta
llegó la mañana siguiente.
Querido señor
Grosvenor:
He comunicado
al señor Kent la esencia de su memorándum de ayer por la tarde. Él sugiere que
usted presente un informe en el formulario adjunto A-16-4, y se manifestó
sorprendido de que no lo hubiera presentado así.
Estamos
recibiendo otros datos y teorías acerca de este asunto. La suya será
oportunamente examinada con el resto.
Por favor,
presente el formulario, debidamente rellenado, cuanto antes.
Sinceramente
suyo,
JOHN FOOHRAN En
representación del señor Kent
Grosvenor leyó
la carta de mal humor. Sin duda Kent le había hecho comentarios incisivos al
secretario acerca del único nexialista de la nave. Aun así, era probable que
hubiera moderado su lenguaje. El turbulento sedimento de odio que anidaba en
ese hombre aún estaba reprimido. Si Korita tenía razón, afloraría en una
crisis. Éste era el período «invernal» de la civilización humana, y culturas
enteras se habían desmoronado por culpa del egocentrismo desaforado de ciertos
individuos.
Aunque no se
proponía ofrecer información fáctica, Grosvenor decidió llenar el formulario
que el secretario le había enviado. Sin embargo, se limitó a enumerar las
pruebas. No las interpretó, ni ofreció su solución. Bajo el encabezamiento
«Recomendaciones», escribió: «La conclusión será inmediatamente obvia para
cualquier persona calificada.»
El dato
saliente era que cada prueba que había presentado era conocida por alguno de
los departamentos científicos del Beagle Espacial. Esos datos acumulados habían
estado semanas en el escritorio de Kent.
Grosvenor
presentó el formulario en persona. No esperaba una respuesta pronta, pero se
quedó en su departamento. Incluso dispuso que le enviasen allí la comida.
Pasaron dos períodos de veinticuatro horas, y al fin llegó una nota de Kent.
Querido señor
Grosvenor: Al echar un vistazo al formulario A-16-4 que usted sometió a la
consideración del consejo, noto que no ha especificado sus recomendaciones.
Como hemos recibido otras recomendaciones sobre el particular, y nos proponemos
combinar los mejores rasgos de cada cual en un plan general, agradeceríamos nos
enviara una recomendación detallada.
Le encarezco
que lo haga de inmediato.
Estaba firmado
«Gregory Kent, director interino». Grosvenor consideró que la firma del
director implicaba que él había dado en el blanco, y que las acciones estaban
por comenzar.
Se administró
drogas que producirían síntomas que no se distinguirían de la gripe. Mientras
esperaba que su cuerpo reaccionara, escribió otra nota para Kent, esta vez
indicando que estaba demasiado enfermo para preparar las recomendaciones, «que
son necesariamente largas, pues deben incluir gran cantidad de razonamientos
interpretativos basados en datos conocidos de muchas ciencias. Aun así, sería
prudente iniciar de inmediato una propaganda preliminar con miras a acostumbrar
a los miembros de la expedición a la idea de pasar cinco años más en el
espacio».
En cuanto
deslizó la carta en el buzón, llamó al consultorio del doctor Eggert. Su
coordinación fue más precisa de lo que había anticipado. En diez minutos el
doctor Eggert entró y apoyó su maletín.
Mientras él se
enderezaba, sonaron pasos en el corredor. Poco después entraron Kent y dos
adustos técnicos de química.
El doctor
Eggert cabeceó jovialmente al reconocer al jefe de química.
- Hola, Greg -
saludó con su voz profunda. Tras reconocer la presencia del otro, prestó toda
su atención a Grosvenor -. Bien, parece que aquí tenemos un germen, amigo mío.
Es asombroso. A pesar de la protección que ofrecemos en los aterrizajes,
algunos virus o bacterias nos invaden en ocasiones. Lo haré llevar a la sala de
aislamiento.
- Preferiría
quedarme aquí. El doctor Eggert frunció el entrecejo, se encogió de hombros.
- En su caso,
es viable. - Empacó sus instrumentos -. Mandaré aun asistente para que cuide de
usted. No corremos riesgos con gérmenes extraños.
Kent gruñó.
Grosvenor, que antes había mirado al director interino simulando asombro, lo
interrogó con los ojos.
- ¿Cuál es el
problema, doctor? - preguntó Kent con fastidio.
- Aún no lo sé.
Veremos qué dicen los estudios. - Frunció el ceño -. He tomado muestras de todo
su cuerpo. Hasta ahora, los síntomas son fiebre y un poco de líquido en los
pulmones. - Meneó la cabeza -. Me temo que no puedo dejarte hablar con él
ahora, Greg. Esto puede ser grave.
- Tendremos que
correr el riesgo - dijo Kent bruscamente -. Grosvenor posee valiosa información
y sospecho que aún tiene fuerzas suficientes para brindarla.
El doctor
Eggert miró a Grosvenor.
- ¿Cómo se
siente? - preguntó.
- Todavía puedo
hablar - murmuró Grosvenor. Sentía calor en la cara. Le dolían los ojos. Pero
una de las dos razones por las cuales había fingido esta enfermedad era la
esperanza de atraer a Kent a su departamento.
La otra razón
era que no deseaba asistir personalmente a una reunión de científicos
organizada por Kent. Aquí y sólo aquí, en su departamento, podría defenderse de
las acciones apresuradas que los demás decidieran tomar contra él.
El doctor miró
su reloj.
- Haremos lo
siguiente - le dijo a Kent, y más indirectamente a Grosvenor -. Enviaré aun
asistente. La conversación debe haber concluido cuando él llegue aquí, ¿de
acuerdo?
- De acuerdo -
respondió Kent con falsa cordialidad.
Grosvenor
cabeceó. Desde la puerta, el doctor Eggert dijo:
- Fander estará
arriba en veinte minutos. Una vez que Eggert se marchó, Kent se acercó a la
cama y miró a Grosvenor. Se quedó así un largo instante, y dijo con voz
engañosamente amable:
- No entiendo
qué se propone. ¿Por qué no nos da la información que tiene?
- Kent, ¿de
veras se sorprende? Una vez más se hizo silencio. Grosvenor notó que estaba
frente a un hombre encolerizado que apenas lograba contenerse.
- Soy el
director de esta expedición - dijo Kent con voz tensa -. Exijo que nos haga sus
recomendaciones de inmediato.
Grosvenor meneó
la cabeza lentamente. De pronto sentía calor y pesadez.
- No sé qué
responder - dijo -. Usted es un hombre muy previsible, señor Kent. Verá,
esperaba que usted manejara mis cartas tal como lo hizo. Esperaba que usted
viniera aquí con... - Miró a los otros dos hombres -. Bien, con un par de
matones. Dadas las circunstancias, creo que tengo derecho a exigir una reunión
de jefes, para que yo pueda presentar mis recomendaciones personalmente.
Si hubiera
tenido tiempo, habría alzado el brazo para defenderse. Demasiado tarde, vio que
Kent estaba más furioso de lo que él sospechaba.
- Muy listo -
rezongó el químico. Alzó la mano. Le pegó en la cara con la palma. Habló
apretando los dientes -. ¿Conque enfermo, eh? La gente que sufre enfermedades
raras a veces pierde la cabeza, ya veces hay que manejarla con severidad porque
en su locura puede atacar a sus amigos más queridos.
Grosvenor lo
miró turbiamente. Se apoyó la mano en la cara. Y, como estaba afiebrado y realmente
débil, le costó deslizarse el antídoto en la boca. Fingió que se apoyaba la
mano en la mejilla, donde Kent le había pegado. Tragó la nueva droga.
- De acuerdo,
estoy loco - murmuró -. ¿y ahora qué?
Si la reacción
sorprendió a Kent, sus palabras no lo demostraron.
- ¿Qué quiere
en verdad? - rezongó. Grosvenor tuvo que combatir un instante de náusea. Cuando
hubo pasado, respondió:
- Quiero que
difunda propaganda diciendo que, a su juicio, lo que se ha descubierto sobre la
inteligencia hostil requerirá que los miembros de esta expedición se adapten a
la idea de permanecer en el espacio cinco años más de lo que esperaban. Eso es
todo por ahora. Cuando lo haya hecho, le diré lo que quiere saber.
Empezaba a
sentirse mejor. El antídoto surtía efecto. La fiebre bajaba. y había dicho esas
palabras en serio. Su plan no era inflexible. En cualquier etapa, Kent o el
resto del grupo podía aceptar sus propuestas, y allí terminarían sus
estratagemas.
Kent entreabrió
los labios dos veces, como si quisiera hablar, pero los cerró las dos veces.
- ¿Esto es todo
lo que piensa ofrecerme? - preguntó al fin con voz estrangulada.
Bajo la sábana,
Grosvenor apoyaba los dedos en un botón, preparado para apretarlo.
- Le juro que
obtendrá lo que quiere. - Imposible - protestó Kent -. No puedo consentir
semejante locura. Los hombres no aceptarán ni siquiera una ampliación de un
año.
- El hecho de
que usted esté aquí - replicó Grosvenor - sugiere que no cree que mi solución
sea factible.
Kent abrió y
cerró las manos.
- ¡Es imposible!
¿Cómo explicaría mi acción ante los jefes de departamento?
Observando al
hombrecillo, Grosvenor sospechó que la crisis era inminente.
- No tiene que
explicarles ahora. Sólo tiene que prometerles la información.
Uno de los
técnicos, que había observado la cara de Kent, habló.
- Mire, jefe,
este hombre no parece comprender que está hablando con el director. ¿Quiere que
lo ablandemos? - Kent, que estaba por decir algo más, guardó silencio.
Retrocedió, relamiéndose los labios. Luego asintió vigorosamente.
- Tienes razón,
Bredder. No sé por qué he discutido con él. Sólo un minuto, mientras echo llave
a la puerta. Luego...
- Yo que usted
no la cerraría - advirtió Grosvenor -. Activará alarmas en toda la nave.
Kent, con una
mano en la puerta, se detuvo y giró. Sonreía.
- Muy bien -
dijo rígidamente -, lo ablandaremos con la puerta abierta. Empiece a hablar,
amigo mío.
Los dos
técnicos se le acercaron.
- Bredder -
dijo Grosvenor -, ¿alguna vez oyó hablar de cargas electrostáticas periféricas?
- Los dos hombres titubearon, y él continuó -: Si me tocan, arderán. Se les
ampollarán las manos. La cara...
Ambos hombres
empezaban a retroceder. El rubio Bredder miró tímidamente a Kent.
- La cantidad
de electricidad que hay en el cuerpo de un hombre no puede matar una mosca -
dijo airadamente Kent.
Grosvenor
sacudió la cabeza.
- ¿No está
fuera de su especialidad, Kent? La electricidad no está en mi cuerpo, pero
estará en el de ustedes si me tocan.
Kent desenfundó
su vibrador y lo ajustó resueltamente.
- ¡Atrás! -
ordenó a sus asistentes -. Le daré una rociadura de una décima de segundo. No
lo dejará inconsciente, pero le desgarrará cada molécula del cuerpo.
- Yo no lo
intentaría, Kent - murmuró Grosvenor -. Se lo advierto.
O bien el
hombre no le oyó, o bien estaba demasiado colérico para prestar atención. El
haz trazador encandiló a Grosvenor. Hubo un siseo y un crujido, y Kent lanzó un
grito de dolor. La luz se apagó. Grosvenor vio que Kent trataba de deshacerse
del arma. Se le pegaba a la mano, pero al fin cayó al suelo con un retintín
metálico. Con evidente dolor, Kent se cogió la mano y se arqueó.
- ¿Por qué no
me escuchó? - preguntó Grosvenor, con una especie de furiosa compasión -. Las
placas de esta pared tienen un alto potencial eléctrico, y como un vibrador
ioniza el aire, usted recibió un shock eléctrico que simultáneamente anuló la
energía que usted descargó, salvo cerca del cañón. Espero que no se haya
quemado demasiado.
Kent recobró la
compostura. Estaba blanco tenso, pero tranquilo.
- Lo pagará
caro - murmuró -. Cuando los demás sepan que un hombre trata de imponer sus
ideas. - Se interrumpió y llamó a sus matones Con un gesto imperioso -. Vamos,
por el momento hemos terminado.
Fander llegó
ocho minutos después. Grosvenor tuvo que explicarle pacientemente, varias
veces, que ya no estaba enfermo y necesitó aún más tiempo para Convencer al
doctor Eggert cuando el joven lo llamó. Grosvenor no temía que lo descubrieran.
Se necesitaba una sospecha clara, y una investigación considerable, para identificar
la droga que había usado.
Al fin lo
dejaron a solas, con el consejo de que permaneciera en su cuarto durante un
día. Grosvenor les aseguró que seguiría sus instrucciones, y lo decía en serio.
En los duros días que sobrevendrían, el departamento nexial sería su fortaleza.
No sabía qué podrían hacer contra él, pero ahí estaría preparado.
Una hora
después de que partieron los médicos, Sonó un chasquido en el buzón. Era un
mensaje de Kent, el anuncio de una reunión Convocada, según lo que decía, a pedido
de Elliott Grosvenor. Citaba una frase de la primera carta de Grosvenor a Kent,
y pasaba por alto todo lo que había ocurrido después. El formulario impreso
terminaba: «Dados los antecedentes del señor Grosvenor, el director interino
entiende que tiene derecho a una audiencia.» Al pie del anuncio, Kent había
escrito a mano: «Estimado señor Grosvenor, en vista de su enfermedad, he
solicitado al personal de Gourlay que conecte su comunicador Con el auditorio
de la sala de control para que usted pueda participar desde su lecho de
convalecencia. Por lo demás, la reunión será privada.»
A la hora
designada, Grosvenor se comunicó con la sala de control. Al aparecer la imagen,
vio que toda la sala estaba nítidamente ante él, y que la pantalla receptora
debía ser el gran comunicador que había encima del panel de control. En ese
momento, su rostro era una imagen de tres metros que miraba a esos hombres. Por
una vez, pensó con ironía, su presencia en una reunión sería conspicua.
Una rápida
ojeada le mostró que la mayoría de los jefes de departamento ya estaban
sentados. Debajo de la pantalla receptora, Kent hablaba con el capitán Leeth.
Debía de ser el fin de una conversación, no el principio, porque pronto miró a
Grosvenor, sonrió adustamente y se volvió hacia el pequeño público. Grosvenor
vio que llevaba una venda en la mano izquierda.
- Caballeros -
dijo Kent -, sin más preámbulos llamaré al señor Grosvenor. - Miró nuevamente
la pantalla, con la misma sonrisa huraña en la cara -. Señor Grosvenor,
adelante.
- Caballeros -
comenzó Grosvenor -, hace una semana tuve pruebas suficientes para justificar
una acción de esta nave contra la inteligencia alienígena de esta galaxia.
Parecerá una declaración melodramática, pero lamentablemente sólo puedo
presentar mi interpretación de los datos disponibles. No puedo demostrar a
todos los presentes que ese ser realmente existe. Algunos comprenderán que mi
razonamiento es sólido. Otros, careciendo del conocimiento de ciertas ciencias,
entenderán que las conclusiones son controvertidas. Me he devanado los sesos
buscando el modo de convencerles de que mi solución es la única segura.
Informarles de los experimentos que realicé parecía ser uno de los pasos
razonables.
No mencionó que
había tenido que elaborar una compleja estratagema para obtener una audiencia.
A pesar de lo ocurrido, no deseaba reñir con Kent más de lo necesario.
- Ahora quiero
llamar al señor Gourlay - continuó -. Sin duda no se sorprenderá cuando le diga
que todo esto se remite al C-9 automático. Me pregunto si puede hablar con sus
colegas sobre ello.
El jefe de
comunicaciones miró a Kent, que cabeceó encogiéndose de hombros. Gourlay
titubeó, luego dijo:
- Es imposible
decir cuándo se encendió el C-9. Para quienes lo ignoran, el C-9 es una
pantalla menor que se activa automáticamente cuando el polvo del espacio
circundante alcanza una densidad que podría ser peligrosa para una nave en
movimiento. La densidad aparente del polvo en cualquier volumen dado de espacio
es relativamente mayor a velocidades altas que a velocidades bajas. Un miembro
de mi personal reparó en el hecho de que había suficiente polvo para activar el
C-9 poco antes de que esos lagartos irrumpieran en la sala de control. -
Gourlay se reclinó en el asiento -. Eso es todo.
- Von Grossen -
dijo Grosvenor -, ¿qué averiguó su departamento sobre el polvo espacial de esta
galaxia?
El corpulento
Von Grossen se movió en la silla.
- No hay nada
que consideremos extravagante ni inusitado - respondió sin levantarse -. Es un
poco más denso que en nuestra galaxia. Juntamos una pequeña cantidad de polvo
por medio de placas ionizadoras de alto potencial, y luego las raspamos. En
general era sólido, y había presentes algunos elementos simples y rastros de
muchos elementos compuestos, que se hallaron en el momento de la
condensación... un poco de gas libre, en general hidrógeno. Ahora bien, el
problema es que aquello que obtuvimos quizá se parezca muy poco al polvo del
exterior, pero el problema de acopiarlo en su forma original nunca se ha
resuelto satisfactoriamente. El proceso usado para capturarlo produce muchos
cambios. No sabemos con certeza cómo funciona en el espacio. - El físico alzó
las manos con impotencia -. Es todo lo que puedo decir por ahora.
- Podría seguir
preguntando a varios jefes de departamento qué averiguaron - continuó Grosvenor
-. Pero creo que puedo sintetizar sus descubrimientos con bastante exactitud.
Los departamentos de Smith y Kent se encontraron con el mismo problema que Von
Grossen. Creo que Smith, por diversos medios, saturó la atmósfera de una jaula
con el polvo. Los animales que puso en la jaula no revelaron efectivos nocivos,
así que al fin la probó en sí mismo. Señor Smith, ¿desea agregar algo?
Smith meneó la
cabeza.
- Si es una
forma de vida, no pude demostrarlo conmigo. Admito que obtuvimos la muestra más
parecida a la cosa real cuando salimos en una nave salvavidas, abrimos todas
las puertas, las cerramos, y dejamos entrar aire en la nave. Hubo pequeños
cambios en el contenido químico del aire, pero nada importante.
- Hasta ahí -
dijo Grosvenor -, los datos fácticos. Entre otras cosas, yo también realicé el
experimento de sacar una nave salvavidas y dejar que el polvo espacial entrara
por las puertas abiertas. Lo que me interesaba era esto. Si es vida, ¿de qué se
alimenta? Así que después de volver a introducir aire en la nave, lo analicé.
Luego maté un par de animales pequeños, y de nuevo analicé la atmósfera. Envié
muestras de la atmósfera, tal como era antes y después, a Kent, Von Grossen y
Smith. Había cambios químicos diminutos. Se podrían atribuir aun error
analítico. Pero me gustaría que Von Grossen les dijera lo que encontró.
Von Grossen
pestañeó y se irguió.
- ¿Ésas eran
pruebas? - preguntó sorprendido. Giró en el asiento y se enfrentó a sus colegas
con gesto caviloso -. No me parece significativo, pero las moléculas de aire de
la muestra marcada «Después» tenían una carga eléctrica ligeramente mayor.
Era, el momento
decisivo. Grosvenor miró el rostro erguido de los científicos y esperó a que la
luz de una interpretación errada llegara a por lo menos un par de ojos.
Los hombres
callaban con expresión de intriga. Al fin alguien dijo con voz huraña:
- Supongo que
espera que lleguemos a la apresurada conclusión de que lidiamos con una
inteligencia propia del polvo nebuloso. Es demasiado.
Grosvenor no
dijo nada. El salto mental que quería provocar era aún más osado, aunque la
diferencia era sutil. Se sentía muy decepcionado. Empezó a prepararse para el
paso siguiente.
- Vamos, vamos,
señor Grosvenor - protestó Kent -. Explíquese, y luego nos decidiremos.
- Caballeros -
comenzó Grosvenor a regañadientes -, el hecho de que nadie vea la respuesta a
estas alturas me resulta muy perturbador. Preveo que tendremos problemas.
Piensen ustedes en mi posición. Les he dado las pruebas disponibles, incluida
una descripción de los experimentos que me permitieron identificar a nuestro
enemigo. Ya está claro que mis conclusiones se considerarán controvertidas. No
obstante, si tengo razón, y estoy convencido de ello, será desastroso para la
raza humana y para toda otra vida inteligente del universo que no hagamos
aquello que tengo en mente. He aquí la situación: si les cuento a ustedes, la
decisión ya no estará en mis manos. Decidirá la mayoría, y no habrá modo de
cuestionar legalmente esa decisión.
Hizo una pausa
para que asimilaran la idea. Algunos se miraron entre sí, frunciendo el
entrecejo.
- Esperen -
dijo Kent -, ya me he tropezado contra la pared de piedra de la egolatría de
este hombre.
Era el primer
comentario hostil de la reunión. Grosvenor lo miró rápidamente, desvió los ojos
y continuó.
- Tengo la
desdicha de informarles, caballeros, que en estas circunstancias este problema
deja de ser científico y se torna político. En consecuencia, debo insistir en
que se acepte mi solución. Se debe lanzar una propaganda satisfactoria, y el
director Kent y cada jefe de departamento debe hacerse a la idea de que el
Beagle Espacial permanecerá en el espacio por el equivalente de cinco años
terrícolas adicionales, aunque deberíamos actuar como si fueran cinco años
estelares. Les daré mi interpretación, pero quiero que cada jefe se adapte a la
noción de que debe apostar su reputación y su buen nombre a este asunto. El
peligro, a mi entender, es tan inmenso que cada riña mezquina que tengamos será
más vergonzosa cuanto más tiempo le dediquemos.
Sucintamente,
les informó de cuál era el peligro. Luego, sin esperar su reacción, describió
su método para afrontarlo.
- Tendremos que
encontrar algunos planetas de hierro y consagrar la capacidad productiva de
nuestra nave a la fabricación de torpedos atómicamente inestables. Preveo que
tendremos que pasar casi un año atravesando esta galaxia y lanzando esos
torpedos en gran cantidad al azar y luego, cuando logremos que este sector del
espacio sea inhabitable para el enemigo, partiremos y le ofreceremos la
oportunidad de seguirnos, en un momento en que no tendrá más remedio que
perseguir nuestra nave con la esperanza de que lo conduzca a una mejor fuente
de alimentos. Debemos cerciorarnos de no guiarlo hacia nuestra propia galaxia.
Hizo una pausa.
- Bien,
caballeros - continuó -, ahí lo tienen. Veo en varias caras que la reacción
será ambigua y que nos espera una de esas mortales controversias.
Calló. Se hizo
silencio, y luego un hombre dijo:
- Cinco años.
Era casi un
suspiro, y sirvió de detonante. En toda la sala, los hombres se movieron con
ansiedad.
- Años
terrícolas - aclaró Grosvenor. Tenía que insistir en ello. Había escogido lo
que parecía el modo más largo de calcular el tiempo, de modo que, al traducirlo
a años estelares, pareciera un poco menos. Lo cierto era que el tiempo estelar,
con su hora de cien minutos, su día de veinticuatro horas y su año de
trescientos sesenta días era un recurso psicológico. Una vez adaptada al día
más largo, la gente olvidaba cuánto tiempo transcurría según su antiguo modo de
pensar.
De la misma
manera, ahora, esperaba que sintieran alivio al comprender que el tiempo
adicional sólo sumaría tres años de tiempo estelar.
- ¿Algún otro
comentario? - preguntó Kent. - No puedo aceptar el análisis de Grosvenor - dijo
el compungido Von Grossen -. Siento gran respeto por él, dados sus
antecedentes. Pero nos pide que aceptemos como artículo de fe lo que sin duda
podríamos comprender si realmente tuviera pruebas fehacientes. Rechazo la
noción de que el nexialismo brinda una integración tan aguda de las ciencias
que sólo los individuos formados en sus métodos pueden comprender los fenómenos
más intrincados.
- ¿No rechaza
con cierta precipitación algo que nunca se molestó en investigar? - preguntó
incisivamente Grosvenor.
Von Grossen se
encogió de hombros.
- Quizá.
- En mi opinión
- dijo Zeller -, dedicaremos muchos años y mucho esfuerzo, pero nunca tendremos
pruebas directas de que el plan está funcionando.
Grosvenor vaciló.
Entonces comprendió que no tenía más remedio que seguir haciendo declaraciones
antagónicas. El problema era demasiado importante. No podía reparar en sus
sentimientos.
- Yo sabré si
hemos triunfado - dijo -, y si algunos se dignan venir al departamento nexial
para aprender algunas de nuestras técnicas, ustedes también lo sabrán cuando
llegue el momento.
- El señor
Grosvenor tiene esto a su favor - comentó irónicamente Smith -. Siempre nos
invita a aprender a ser sus iguales.
- ¿Más
comentarios? - Era Kent, con voz más aguda y triunfal.
Varios hombres
gesticularon como para hablar, pero aparentemente se arrepintieron.
- En vez de
perder tiempo - continuó Kent -, creo que deberíamos votar para ver qué opina
la mayoría sobre la propuesta de Grosvenor. Sin duda, todos deseamos tener una
reacción general.
Caminó despacio
hacia adelante. Grosvenor no le veía la cara, pero había arrogancia en su
porte.
- Alcemos la
mano - dijo Kent. Todos los que estén a favor del método de Grosvenor, que
supone quedarse cinco años más en el espacio, alcen la mano.
No se alzó una
sola mano.
- Me tomaré un
rato para pensar en ello - dijo un hombre de voz quejumbrosa.
- Estamos
tratando de obtener una opinión inmediata - replicó Kent -. Es importante para
todos nosotros saber qué piensan los principales científicos de esta nave.
Pidió que
alzaran la mano los que estaban decididamente en contra. Se alzaron todas menos
tres. Grosvenor los identificó de una ojeada. Eran Korita, McCann y Von
Grossen. Tardíamente vio que el capitán Leeth, que estaba cerca de Kent,
también se había abstenido.
- Capitán Leeth
- dijo Grosvenor -, éste es un momento en que se aplicaría su derecho
constitucional a controlar la nave. El peligro es obvio.
- Señor
Grosvenor - dijo lentamente el capitán -, eso sería cierto si hubiera un
enemigo visible. En estas circunstancias, sólo puedo guiarme por el consejo de
los expertos científicos.
- Hay un solo
experto a bordo - dijo fríamente Grosvenor -. Los demás son un puñado de
aficionados que apenas rozan la superficie de las cosas.
La declaración
asombró a todos los presentes. Varios hombres intentaron hablar al mismo
tiempo. Cayeron en un airado silencio.
Al fin fue el
capitán Leeth quien dijo con tono mesurado:
- Señor
Grosvenor, no puedo aceptar esa afirmación infundada.
- Bien,
caballeros - dijo irónicamente Kent -, ahora conocemos la verdadera opinión que
Grosvenor tiene de nosotros.
No parecía
importarle el insulto, sino que demostraba satisfacción. Parecía haber olvidado
que, como director interino, tenía el deber de mantener una atmósfera de
dignidad y cortesía.
Meader, jefe de
botánica, se la recordó coléricamente:
- Señor Kent,
no entiendo cómo puede tolerar un comentario tan insolente.
- Muy bien -
dijo Grosvenor -, defiendan sus derechos. Todo el universo corre peligro
mortal, pero ustedes deben proteger su dignidad.
McCann habló
por primera vez.
- Korita, si
hubiera allí afuera una entidad como la que nos describe Grosvenor, ¿cómo
encajaría eso en la historia cíclica?
El arqueólogo
sacudió la cabeza tristemente.
- Muy mal, me
temo. Podríamos postular una forma de vida primitiva. - Miró alrededor -. Me
preocupan mucho más las pruebas de la realidad de la historia cíclica entre mis
amigos. Complacencia en la derrota de un hombre que nos ha perturbado un poco
con sus logros. La egolatría súbitamente revelada de ese hombre. - Miró con
tristeza la imagen de Grosvenor -. Señor Grosvenor, me defrauda mucho que usted
haya hecho esas declaraciones.
- Señor Korita
- dijo Grosvenor con serenidad -, si hubiera adoptado otra actitud, ustedes ni
siquiera habrían tenido el privilegio de oírme contar a estos honorables
caballeros, a muchos de los cuales admiro como individuos, lo que les he
contado, y lo que todavía tengo que decir.
- Confío - dijo
Korita - en que los miembros de esta expedición harán lo que sea necesario, al
margen del sacrificio personal.
- Cuesta
creerlo - dijo Grosvenor -. Creo que muchos se opusieron porque mi plan exige
cinco años más en el espacio. Confieso que es una necesidad cruel, pero les
aseguro que no hay alternativa. En verdad, esperaba este resultado, y me
preparé para ello. Caballeros, me han obligado a tomar una decisión que lamento
inexpresablemente. He aquí mi ultimátum.
- ¿Ultimátum? -
exclamó el sorprendido Kent, palideciendo.
Grosvenor lo
ignoró.
- Si para las
10:00 de mañana no se ha aceptado mi plan, tomaré el control de la nave. Todos
los que están abordo harán lo que yo ordene, les guste o no. Naturalmente,
espero que los científicos coordinen sus conocimientos para impedirme cumplir
con ese propósito. Pero la resistencia será inútil.
Estalló un
alboroto que todavía continuaba cuando Grosvenor cortó la conexión entre su
comunicador y la sala de control.
26
Una hora
después de la reunión, McCann llamó a Grosvenor por el comunicador.
- Me gustaría
verle - dijo el geólogo.
- Venga - dijo
Grosvenor de buen humor. McCann vaciló.
- Supongo que
habrá puesto trampas en el corredor.
- Pues sí,
supongo que podría decirse eso - convino Grosvenor -, pero no tendrá problemas.
- ¿Y si fuera
con la secreta intención de asesinarlo?
- Aquí en mis
aposentos - dijo Grosvenor con una firmeza con la que esperaba impresionar a
otros que estuvieran escuchando -, no podría matarme ni siquiera con un
garrote.
- Subiré
enseguida - dijo McCann, y cortó la conexión.
Debía de estar
muy cerca, pues menos de un minuto después los detectores ocultos en el
corredor indicaron que se aproximaba. Pronto su cabeza y sus hombros pasaron
por una pantalla, y un relé se puso en posición. Como formaba parte de un
proceso de defensa automático, Grosvenor lo desactivó manualmente.
Segundos
después McCann traspuso la puerta. Se detuvo en el umbral, entró sacudiendo la
cabeza.
- Estaba
preocupado. A pesar de sus palabras, tuve la sensación de que me apuntaban con
baterías de armamentos. Pero no vi nada. - Escrutó el rostro de Grosvenor -.
¿Esto es una farsa?
- Yo también
estoy preocupado - dijo lentamente Grosvenor -. Don, he perdido mi fe en su
integridad. Francamente, no esperaba que viniera aquí con una bomba.
McCann
palideció.
- Pero no es
así. Si sus instrumentos muestran semejante... - Calló. Se quitó el abrigo.
Empezó a palparse. De pronto se movió con mayor lentitud. Palideció mientras
sacaba un objeto gris y delgado de dos pulgadas de longitud -. ¿Qué es esto?
- Una aleación
de plutonio estabilizado.
- ¡Atómica!
- No, tal como
está no es radiactiva. Pero se puede disolver en un gas radiactivo mediante el
haz de un transmisor de alta frecuencia. El gas nos produciría quemaduras
radiactivas a ambos.
- Grosvenor, le
juro que no sabía nada.
- ¿Le dijo a
alguien que venía?
- Desde luego.
Toda esta parte de la nave está aislada.
- En otras
palabras, ¿pidió autorización?
- Sí. A Kent.
Grosvenor
titubeó, luego dijo:
- Quiero que
reflexione sobre esto. ¿Durante la entrevista con Kent tuvo en algún momento la
sensación de que la habitación estaba caliente?
- Así es. Ahora
lo recuerdo. Tuve la sensación de que me sofocaba.
- ¿Cuánto duró
eso?
- Un segundo.
- Mmm, eso
significa que usted perdió la conciencia unos diez minutos.
- ¿La
conciencia? - McCann frunció el ceño -. Que me cuelguen. Ese maldito me drogó.
- Quizá pueda
averiguar qué dosis le administraron - dijo Grosvenor con firmeza -. Un
análisis de sangre...
- Hágalo. Eso
demostraría...
Grosvenor
sacudió la cabeza.
- Sólo
demostraría que usted sufrió esa experiencia. No demostraría que no lo hizo
voluntariamente. Pero creo que ningún hombre que estuviera en sus cabales
permitiría que disolvieran aleación de plutonio en su presencia. Según mis
anuladores automáticos, hace por lo menos un minuto que intentan disolverla.
McCann estaba
blanco.
- Grosvenor, he
terminado con ese buitre. Admito que no sabía qué pensar, y convine en
presentarle el resultado de mi conversación con usted... pero me proponía
avisarle de que debía presentar ese informe.
Grosvenor
sonrió.
- Está bien,
Don. Le creo. Siéntese.
- ¿Y qué hay de
esto?
McCann le
alcanzó el objeto de metal. Grosvenor lo llevó a la pequeña bóveda donde
guardaba su material radiactivo. Regresó y se sentó.
- Supongo que
habrá un ataque - dijo -. El único modo en que Kent podrá justificarse ante los
demás será diciendo que quería rescatarnos a tiempo para tratar médicamente
nuestras quemaduras radiactivas. Podemos observarlo en esa pantalla.
El ataque se
registró primero en varios detectores electrónicos semejantes a ojos
eléctricos. Luces tenues titilaron en un tablero de instrumentos de la pared, y
sonó una chicharra.
Vieron las
imágenes de los atacantes en la gran pantalla. Doce hombres con traje espacial
doblaron un recodo distante y se acercaron por el corredor. Grosvenor reconoció
a Von Grossen y dos asistentes del departamento de física, cuatro químicos, dos
de los cuales pertenecían a la división de bioquímica, tres expertos en
comunicaciones de Gourlay, y dos oficiales de armamentos. Tres soldados
custodiaban la retaguardia, conduciendo, respectivamente, un vibrador móvil, un
arma térmica móvil y un enorme lanzador de bombas de gas.
McCann se
alarmó.
- ¿Este sitio
no tiene otra entrada? Grosvenor asintió.
- Está
vigilada.
- ¿Qué hay
arriba y abajo? - McCann señaló el piso y el cielo raso.
- Arriba hay un
almacén, y abajo una sala de proyección. Ambos están vigilados.
Callaron.
Luego, mientras el grupo de hombres del corredor se detenía, McCann dijo:
- Me sorprende
ver a Von Grossen entre ellos. Creo que él lo admira.
- Lo irrité
cuando dije que todos eran aficionados - dijo Grosvenor -. Ha venido para
comprobar por sí mismo de qué soy capaz.
En el corredor,
el grupo de atacantes parecía deliberar.
- ¿Qué lo trae
a usted aquí? - preguntó Grosvenor.
McCann miraba
la pantalla.
- Quería que
usted supiera que no está totalmente solo. Varios ejecutivos me pidieron que le
avisara de que estaban con usted. - Se interrumpió distraídamente -. No
hablemos ahora, mientras pasa todo eso.
- Ahora es un
momento tan bueno como cualquier otro.
McCann no
pareció oírle.
- No entiendo
cómo los detendrá - dijo aprensivamente -. Allí tienen energía suficiente para
quemar estas paredes.
Grosvenor no
hizo comentarios, y McCann lo enfrentó.
- Tengo que ser
franco con usted. Soy presa de un conflicto. Estoy seguro de que usted tiene
razón, pero sus tácticas son antiéticas.
No pareció
darse cuenta de que había dejado de mirar la pantalla.
- Sólo existe
otra táctica posible - dijo Grosvenor -, y es oponerme a Kent en elecciones.
Como él es sólo director interino, y no fue elegido, yo podría pedir elecciones
para dentro de un mes.
- ¿Por qué no
lo hace?
- Porque tengo
miedo - dijo Grosvenor, tiritando -. Ese monstruo que está ahí afuera se está
muriendo de hambre. En cualquier momento intentará mudarse a otra galaxia, y
quizá vaya a la nuestra. No podemos esperar un mes.
- Pero - señaló
McCann -, usted propone echarlo de esta galaxia, y ha calculado que eso nos
costará un año.
- ¿Alguna vez
intentó arrebatarle comida a un carnívoro? - preguntó Grosvenor -. Trata de
retenerla, ¿verdad? Incluso lucha por ella. Mi idea es que, cuando este ser
comprenda que intentamos expulsarlo, se aferrará a lo que tiene todo el tiempo
que pueda.
- Entiendo. -
McCann cabeceó -. Además, debe admitir que sus probabilidades de ganar una
elección con su plataforma son casi nulas.
Grosvenor meneó
la cabeza enérgicamente.
- Yo ganaría.
Quizá no crea en mi palabra, pero lo cierto es que las personas que están
obsesionadas con el placer, la emoción y la ambición son fáciles de controlar.
Yo no diseñé las tácticas que usan. Existen desde hace siglos. Pero los
Intentos históricos de analizarlas no llegaron a las raíces del proceso. Hasta
hace poco, la relación de la fisiología con la psicología era puramente
teórica. El entrenamiento las nexialla redujo a técnicas definidas.
McCann lo
estudiaba en silencio.
- ¿Qué clase de
futuro piensa que tendrá el hombre? ¿Cree que todos nos convertiremos al
nexialismo?
- A bordo de
esta nave, es una necesidad. Para, la raza en su conjunto, todavía no es
práctico. A la larga, sin embargo, no habrá excusa para que un individuo no
sepa todo lo que puede saber. ¿Por qué no lo haría? ¿Por qué contemplaría el
cielo de su planeta con los estúpidos ojos de la superstición y la ignorancia,
tomando decisiones vitales a partir de los engaños de otros? Las civilizaciones
perdidas de la antigüedad de la Tierra demuestran lo que sucede con los
descendientes de un hombre cuando reacciona ciegamente, o cuando depende de
doctrinas autoritarias. - Se encogió de hombros -. En este momento, es posible
un objetivo más limitado. Debemos lograr que los hombres sean escépticos. El
astuto pero analfabeto campesino a quien debemos mostrarle pruebas concretas es
el antepasado espiritual del científico. En todo nivel del entendimiento, el
escéptico compensa parcialmente su falta de conocimiento específico con esa
actitud que dice: «Demuéstramelo. Tengo una mente abierta, pero lo que dices no
basta para convencerme.»
McCann
reflexionó.
- Ustedes, los
nexialistas, romperán con el esquema de la historia cíclica. ¿Es eso lo que
tiene en mente?
Grosvenor
titubeó, luego dijo:
- Confieso que
no era muy consciente de su importancia hasta que conocí a Korita. Me
impresionó. Creo que la teoría necesita muchas revisiones. Las palabras tales
como «raza» y «sangre» no tienen mayor sentido, pero el concepto general parece
concordar con los hechos.
McCann miraba
de nuevo a los atacantes.
- Parecen
tomarse mucho tiempo para empezar - dijo, intrigado -. Cualquiera diría que ya
habrían trazado sus planes antes de llegar tan lejos.
Grosvenor no
dijo nada... McCann lo miró intensamente.
- Un momento -
dijo -. Todavía no han llegado a sus defensas, ¿verdad?
Como Grosvenor
aún callaba, McCann se levantó, se aproximó a la pantalla y la miró de cerca.
Miró atentamente a dos hombres que estaban de rodillas.
- ¿Pero qué
hacen? ¿Qué los detiene?
Grosvenor
titubeó, luego explicó:
- Tratan de no
caerse por el suelo. A pesar de su intento de conservar la calma, la emoción
hizo que le temblase la voz.
El otro no
comprendió que lo que hacía era nuevo para él. Hacía largo tiempo que tenía el
conocimiento, pero ésta era una aplicación práctica. Estaba haciendo algo que
nunca se había hecho de esta manera. Había usado fenómeno de muchas ciencias,
improvisando para someterlos a su intención y adaptarlos al ámbito donde
operaba. Estaba funcionando, tal como él había esperado. Su saber, tan sólido y
agudo, dejaba poco margen para el error. Pero la realidad concreta lo
emocionaba a pesar del conocimiento previo.
McCann regresó
y se sentó.
- ¿El suelo se
derrumbará?
Grosvenor negó
con la cabeza.
- Usted no
entiende. El suelo no está modificado. Ellos se hunden en el suelo. Si siguen
avanzando, caerán a través de él. - Se echó a reír -. Me gustaría ver la cara
de Gourlay cuando sus asistentes le informen. Ésta es su noción del globo del
hiperespacio y la teleportación, con una idea tomada de la geología del
petróleo y dos técnicas de química de plantas.
- ¿Cuál es la
idea tomada de la geología? - preguntó McCann, y se interrumpió -. Que me
cuelguen. Se refiere al método para obtener petróleo sin perforar. Se crean
condiciones en la superficie que atraen todo el petróleo de las inmediaciones.
- Frunció el ceño -. Pero, un momento, hay un factor que...
- Hay muchos
factores, amigo mío - dijo Grosvenor -. Repito, eso es material de laboratorio.
Muchas cosas funcionan de cerca con muy poca energía.
- ¿Por qué no
usó estos trucos contra el gatito y el monstruo escarlata?
- Ya le he
dicho. He preparado esta situación. Pasé muchas horas en vela instalando mi
equipo, cosa que no tuve oportunidad de hacer contra nuestros enemigos alienígenas.
Créame, si hubiera tenido el control de esta nave, no habríamos perdido tantas
vidas en ambos incidentes.
- ¿Por qué no
tomó el control?
- Era demasiado
tarde. No había tiempo. Además, esta nave se construyó años antes de que
existiera la Fundación Nexial. Tuvimos suerte de conseguir un departamento
abordo.
- No sé cómo
tomará la nave mañana, pues deberá salir de su laboratorio - dijo McCann. Miró
la pantalla y dijo con alarma -: Han traído balsas antigravedad. Llegarán
flotando a su piso.
Grosvenor no
respondió. Ya las había visto.
27
Las balsas
antigravedad operaban según el mismo principio que el motor de antiaceleración.
La reacción que sufría un objeto cuando superaba la inercia era, según se había
descubierto, un proceso molecular que no era inherente a la estructura de la
materia. Un campo antiacelerador movía levemente los electrones en su órbita.
Esto creaba una tensión molecular que resultaba en un reacomodamiento pequeño
pero general.
La materia así
alterada actuaba como si fuera inmune a los efectos del aumento o disminución
de velocidad. Una nave que avanzara con antiaceleración podía detenerse en
pleno vuelo, aunque viajara a millones de kilómetros por segundo.
El grupo que
atacaba el departamento de Grosvenor cargó sus armas en las largas y angostas
balsas, trepó a bordo, sintonizó una intensidad de campo apropiada. Luego,
usando atracción magnética, avanzó hacia la puerta abierta que estaba a sesenta
metros.
Avanzaron cinco
metros, redujeron la velocidad, se detuvieron, comenzaron a retroceder. Se
detuvieron de nuevo.
Grosvenor, que
estaba ocupado ante su tablero de instrumentos, regresó y se sentó junto al
desconcertado McCann.
- ¿Qué hizo? -
le preguntó el geólogo.
- Como usted
vio - respondió Grosvenor -, ellos avanzaron apuntando imanes direccionales a
las paredes de acero de delante. Yo instalé un campo repelente, lo cual no es
nada nuevo. Pero esta versión forma parte de un proceso de temperatura más
relacionado con el modo en que usted y yo mantenemos el calor corporal que con
la física térmica. Ahora tendrán que usar propulsión de chorro, o hélices
comunes, o incluso... remos - añadió con una carcajada.
- No se tomarán
esa molestia - dijo McCann, mirando la pantalla -. Dispararán su proyector.
¡Será mejor que cierre la puerta!
- ¡Espere!
McCann tragó
saliva.
- Pero el calor
entrará aquí. Nos asaremos.
Grosvenor negó
con la cabeza.
- Ya le he
dicho, lo que hice forma parte de un proceso de temperatura. Con nueva energía,
el ámbito metálico procurará mantener su equilibrio en un nivel más bajo. Mire.
El proyector
térmico móvil se estaba poniendo blanco. Esa blancura hizo que McCann maldijera
entre dientes.
- Escarcha -
murmuró -. ¿Pero cómo...?
Mientras
miraban, se formó hielo en las paredes y los pisos. El proyector relucía en su
funda escarchada, y una ráfaga helada entró por la puerta. McCann tiritó.
- Temperatura -
murmuró -. Un equilibrio un poco más bajo.
Grosvenor se
levantó.
- Creo que es
hora de que vuelvan a casa. No quiero que les pase nada.
Caminó hasta un
instrumento que había contra una pared del auditorio, y se sentó en una silla
frente a un teclado. Las teclas eran pequeñas y de diversos colores. Había
veinticinco por fila, y veinticinco filas.
McCann se
acercó para mirar el instrumento.
- ¿Qué es? -
preguntó -. No recuerdo haberlo visto antes.
Con un
movimiento rápido, ondulante, displicente, Grosvenor hundió siete teclas, luego
tocó un interruptor. Se oyó una nota clara, suave, musical. Su melodía colgó en
el aire varios segundos.
- ¿Qué asociación
le provocó eso? - preguntó Grosvenor.
McCann titubeó.
Tenía una expresión extraña en la cara.
- Evoqué un
órgano tocando en una iglesia. Luego eso cambió, y me encontré en un mitin
político donde el candidato había provisto música rápida y estimulante para
hacer felices a todos. - Se interrumpió, y dijo sin aliento -: Conque así es
como usted podría ganar una elección.
- Uno de los
métodos.
McCann estaba
tenso.
- Qué poder
tremendo tiene usted.
- Pues no me
afecta - dijo Grosvenor.
- Pero usted
está condicionado. No pensará condicionar a toda la raza humana.
- Un bebé es
condicionado cuando aprende a caminar, a mover los brazos, a hablar. ¿Por qué
no extender el condicionamiento al hipnotismo, las reacciones químicas, los
efectos de la comida? Era posible hace cien años. Prevendría muchas
enfermedades y padecimientos, las catástrofes que derivan de la incomprensión
de nuestro cuerpo y mente.
McCann
observaba el ahusado instrumento.
- ¿Cómo
funciona?
- Es una
combinación de cristales con circuitos eléctricos. Usted sabe que la
electricidad puede distorsionar ciertas estructuras cristalinas. Al organizar
un patrón, se emite una vibración ultrasónica, la cual sortea el oído y
estimula directamente el cerebro. Puedo tocar esto tal como un músico toca su
instrumento, creando estados de ánimo que ninguna persona no entrenada puede
resistir.
McCann regresó
a su silla y se sentó. Había palidecido.
- Usted me
asusta - murmuró -. Me parece antiético. No puedo evitarlo.
Grosvenor lo
estudió. Luego se inclinó y afinó el instrumento. Apretó el botón. Esta vez el
sonido era más triste, más dulce. Era persistente, como si incesantes
vibraciones palpitaran en el aire, aun cuando el sonido se había disipado.
- ¿Qué recibió
esta vez? - preguntó. McCann titubeó de nuevo.
- Pensé en mi
madre - dijo de pronto -. Tuve el súbito deseo de regresar a casa. Quería
Grosvenor frunció el entrecejo.
- Eso es
demasiado peligroso - comentó -. Si lo intensificara, algunos hombres
regresarían a la posición fetal. - Hizo una pausa -. ¿y qué hay de esto?
Rápidamente
compuso un nuevo patrón, tocó el interruptor. Obtuvo un sonido de cencerro con
un tintineo suave en la lejanía.
- Yo era un
bebé - dijo McCann -, y era hora de dormir. Cielos, tengo sueño. - No pareció
notar que había pasado al tiempo presente. Bostezó involuntariamente.
Grosvenor abrió
una gaveta y sacó dos auriculares de plástico. Le dio uno a McCann.
- Mejor póngase
esto.
Se colocó el
otro, mientras su compañero la imitaba con evidente renuencia.
- Supongo que
no sirvo para ser maquiavélico - dijo McCann -. Supongo que usted me dirá que
ya se han usado sonidos para suscitar emociones e influir sobre la gente.
Grosvenor, que
estaba sintonizando una perilla, se detuvo para responder.
- La gente cree
que algo es ético o antiético según las asociaciones que acudan a su mente en
ese momento, o cuando analiza el problema retrospectivamente. Eso no significa
que ningún sistema ético tenga validez. Personalmente, suscribo el principio de
que nuestra vara de medición ética debería ser aquello que beneficie a la
mayoría, siempre que no incluya el exterminio, la tortura ni la negación de los
derechos de los individuos que no se adaptan. La sociedad tiene que aprender a
rescatar al hombre enfermo o ignorante. Fíjese que nunca he usado este aparato.
Nunca usé la hipnosis, salvo cuando Kent invadió mi departamento... aunque por
cierto me propongo hacerlo ahora. Desde que comenzó el viaje, pude haber traído
gente aquí estimulándola de muchos modos insospechados. ¿Por qué no lo hice?
Porque la Fundación Nexial elaboró un código ético para sí misma y sus
egresados, y estoy condicionado por él. Puedo romper ese condicionamiento, pero
sólo con gran dificultad.
- ¿Lo está
rompiendo ahora?
- No.
- Entonces me
parece que es bastante elástico.
- Exacto.
Cuando creo con firmeza, como ahora; que mis actos se justifican, no hay
problema nervioso ni emocional interno.
McCann calló.
Grosvenor continuó.
- Creo que
usted me ve como un dictador que derroca una democracia por la fuerza. Esa
imagen es falsa, porque una nave en curso sólo se puede dirigir con métodos
cuasi democráticos y la mayor diferencia de todas es que al final del viaje
seré responsable de mis actos.
McCann suspiró.
- Supongo que
tiene razón - dijo. Miró la pantalla. Grosvenor siguió esa mirada y vio que los
hombres con traje espacial trataban de avanzar empujando la pared. Sus manos se
hundían en las paredes, pero había cierta resistencia. Avanzaban lentamente -.
¿Qué hará ahora?
- Me propongo
dormirlos... así. - Tocó el interruptor.
El sonido de
cencerro no parecía más fuerte que antes, pero los hombres del corredor se
desplomaron.
Grosvenor se
levantó.
- Eso se
repetirá cada diez minutos, y tengo resonadores en toda la nave, para recoger
las vibraciones y repetirlas. Venga.
- ¿Adónde
vamos?
- Quiero
instalar un cortacircuitos en el principal sistema de interruptores eléctricos
de la nave.
Cogió el
cortacircuitos en la sala de filmación, y poco después encabezaba la marcha por
el corredor. Dondequiera que iban, había hombres dormidos. Al principio McCann
lanzaba exclamaciones. Luego calló, con aire preocupado.
- Es duro creer
que los seres humanos somos básicamente tan desvalidos - dijo al fin.
- Es aún peor
de lo que usted piensa - respondió Grosvenor.
Estaban en la
sala de máquinas, y él se arrastró hasta una hilera inferior del tablero
eléctrico. Necesitó menos de diez minutos para instalar el cortacircuitos. Bajó
despacio, y no explicó qué había hecho ni qué se proponía hacer.
- No lo
mencione - le dijo a McCann -. Si lo descubren, tendré que bajar y poner otro.
- ¿Piensa
despertarlos ahora?
- Sí, en cuanto
regrese a mis aposentos. Pero primero quiero que me ayude a llevar a Von
Grossen y los demás a sus dormitorios. Quiero que se enfade consigo mismo.
- ¿Cree que
cederán?
- No.
Estaba en lo
cierto. Así, a las 10:00 del día siguiente, apretó un interruptor que encauzaba
la corriente eléctrica por el cortacircuitos que había instalado. En toda la
nave, las luces parpadearon en una versión nexial del patrón hipnótico riim. Al
instante, sin saberlo, cada hombre de a bordo estaba profundamente hipnotizado.
Grosvenor se
puso a tocar su máquina inductora de emociones. Se concentró en pensamientos de
coraje y sacrificio, de deber a la raza frente al peligro. Incluso elaboró un
complejo patrón emocional que estimularía la sensación de que el tiempo
transcurría mucho más rápido.
Luego activó la
llamada general del comunicador de la nave y dio órdenes precisas. Tras dar las
principales instrucciones, dijo a los hombres que cada cual respondería
instantáneamente a una palabra clave sin saber cuál era esa palabra ni
recordarla después. Luego indujo amnesia para que olvidaran la experiencia
hipnótica.
Bajó a la sala
de máquinas y extrajo el cortacircuitos.
Regresó a su
habitación, despertó a todo el mundo, llamó a Kent.
- Retiro mi
ultimátum - le dijo -. Estoy dispuesto a entregarme. De pronto comprendí que no
puedo obrar contra los deseos de los otros miembros de la expedición. Me
gustaría tener otra reunión, donde apareceré en persona. Naturalmente, me
propongo pedir una vez más que libremos una guerra total contra la inteligencia
alienígena de esta galaxia.
No se
sorprendió cuando los ejecutivos de la nave, extrañamente unánimes en su cambio
de opinión, convinieron en que las pruebas eran contundentes y que el peligro
era urgente.
El director
interino Kent recibió instrucciones de perseguir al enemigo implacablemente,
sin consideración por la comodidad de los expedicionarios. Grosvenor, que no
había alterado la personalidad general de ningún individuo, observó con ironía
la renuencia con que Kent admitía que era preciso emprender esa acción.
La gran batalla
entre el hombre y el alienígena estaba por comenzar.
28
El Anabis
existía en un estado inmenso, difuso, amorfo, desperdigado por todo el espacio
de la segunda galaxia. Se retorcía débilmente en mil millones de partes de su
cuerpo, encogiéndose automáticamente para escapar del calor y la radiación
destructiva de doscientos mil millones de soles ardientes. Pero se acurrucaba
contra esa miríada de planetas y abrazaba con hambre febril e insaciable el
billón de puntos punzantes donde perecían las criaturas que le daban vida.
No era
suficiente. El temible conocimiento de una inminente hambruna llegaba a los
recovecos más lejanos de su cuerpo. Por doquier las incontables y tenues
células de su estructura recibían mensajes anunciando que la comida no
alcanzaba. Hacía tiempo que todas las células se arreglaban con menos.
Lentamente, el
Anabis había comprendido que era demasiado grande, o demasiado pequeño. Había
cometido un error fatal al crecer con tanto abandono en sus primeros días. En
aquella época, el futuro parecía ilimitado. El espacio galáctico, donde su
forma podía crecer sin pausa, parecía infinito. Se había expandido con el
ímpetu y el regocijo de un organismo de origen inferior que cobra conciencia de
un destino magnífico.
Era de origen
inferior. En el opaco comienzo había sido sólo gas brotando de un pantano
brumoso. Era un gas inodoro y sin sabor, pero en algún momento dio con una
combinación dinámica. y hubo vida.
Al principio
era sólo una bocanada de niebla invisible. Sobrevolaba las aguas turbias y
lodosas que lo habían engendrado, zigzagueando, zambulléndose, persiguiendo sin
cesar y con creciente necesidad y lucidez, buscando estar presente cuando algo
- cualquier cosa - moría.
Pues la muerte
de otros era su vida. Ignoraba que el proceso por el cual sobrevivía era uno de
los más intrincados que había producido la química biológica natural. Su
interés estaba en el placer y la exaltación, no en la información. Qué alegría
sentía al abalanzarse sobre dos insectos que zumbaban en una furiosa lucha a
muerte, envolverlos, y esperar, temblando en cada uno de sus gaseosos átomos, a
que la fuerza vital de los derrotados se derramara con un cosquilleo en sus
insustanciales elementos.
Hubo un período
interminable en que su vida era sólo esa búsqueda de comida. y su mundo era un
estrecho pantano, un ámbito gris y nuboso donde vivía su existencia satisfecha,
activa, idílica, obtusa. Pero aun en esa región de difusa luz solar creció
inadvertidamente. Necesitaba más comida, más de la que podía obtener con la
búsqueda azarosa de insectos moribundos.
Y así adquirió
conocimiento, pequeños datos que congeniaban con el húmedo pantano. Aprendió
qué insecto era el depredador, y cuál era la presa. Aprendió las horas de
cacería de cada especie, y dónde acechaban los diminutos monstruos que no
volaban. Los que volaban eran más difíciles de seguir. Pero, como el Anabis descubrió,
también ellos tenían sus hábitos alimentarios. Aprendió a usar su forma
vaporosa como una brisa que arrastraba víctimas incautas a su destino.
Su provisión de
comida fue adecuada, luego más que adecuada. Creció, y nuevamente tuvo hambre.
Por necesidad, fue consciente de que había vida más allá del pantano. y un día,
cuando se aventuró más lejos que nunca, se topó con dos bestias gigantescas y
blindadas en la sangrienta culminación de una lucha a muerte. Sintió un
prolongado hormigueo cuando la fuerza vital del monstruo derrotado corrió por
sus entrañas, y la energía que recibió le brindó un éxtasis mayor del que había
experimentado en toda su vida. En pocas horas, mientras el vencedor devoraba a
su rival agonizante, el Anabis creció diez mil veces por diez mil.
Durante el día
y la noche que siguieron, se extendió por toda esa jungla humeante. El Anabis
desbordó océanos y continentes, y se expandió hacia donde las eternas nubes
daban paso a la pura luz del sol. Luego, en los días de su inteligencia, pudo
analizar lo que había ocurrido entonces. Cuando aumentaba de tamaño, absorbía
ciertos gases de la atmósfera. Para provocarlo, se necesitaban dos agentes, no
sólo uno. Estaba la comida que debía buscar. y estaba la acción natural de la
radiación ultra violeta del sol. En el pantano, muy por debajo de los estratos
superiores de esa atmósfera cargada de agua, sólo recibía una cantidad diminuta
de las necesarias ondas cortas. Los resultados eran pues diminutos y
localizados, de alcances sólo planetarios.
Cuando emergió
de la bruma, estuvo cada vez más expuesto a la luz ultravioleta. La expansión
dinámica que empezó entonces no se detuvo en milenios. En el segundo día, llegó
al planeta más próximo. En tiempo mensurable, se propagó hasta los límites de
la galaxia y buscó automáticamente el brillante material de otros sistemas
estelares. Pero allí fue derrotado por distancias que no parecían ofrecer nada
a su ansiosa y tenue materia.
Asimilaba
conocimientos mientras asimilaba comida, y en los primeros días creía que los
pensamientos eran suyos. Gradualmente comprendió que la energía nerviosa
eléctrica que absorbía en cada escena de muerte incluía la materia mental de
una bestia victoriosa y una bestia moribunda. Por un tiempo, ése fue su nivel
mental. Adquirió la astucia, animal de muchos cazadores carnívoros, y la
destreza evasiva de los cazados. Pero aquí y allá, en diversos planetas,
estableció contacto con un grado de inteligencia distinto: seres pensantes,
civilización, ciencia.
Por ellos
descubrió, entre muchas otras cosas, que al concentrar sus elementos podía
abrir agujeros en el espacio, atravesarlos y salir en un punto distante.
Aprendió a transportar materia de este modo. Comenzó a generar selvas en los
planetas, porque los mundos primigenios brindaban la mayor cantidad de fuerza
vital. Transportó grandes tajadas de mundos selváticos por el hiperespacio.
Acercó planetas fríos a sus soles.
No bastaba. Los
días de su poder parecían sólo un instante. Cuando se alimentaba, crecía. A
pesar de su enorme inteligencia, no podía alcanzar un equilibrio. Con espanto,
comprendió que estaba condenado.
La llegada de
la nave trajo esperanza. Estirándose peligrosa mente en una dirección, seguiría
a la nave al lugar de donde venía. Así iniciaría una lucha desesperada para
conservar la vida saltando de galaxia en galaxia, expandiéndose cada vez más en
la inmensa noche. Durante esos años, cifraría su esperanza en la posibilidad de
crear más planetas selváticos, y en que el espacio no tuviera fin.
A los hombres
no les importaba la oscuridad. El Beagle espacial estaba posado en una vasta
planicie de metal irregular. Cada portilla derramaba luz. Grandes faros
alumbraban filas de máquinas que abrían enormes agujeros en el mundo de hierro.
Al principio, el hierro se arrojaba a una sola máquina de manufacturación, que
producía inestables torpedos, uno por minuto, y los lanzaba de inmediato al
espacio.
Al amanecer de
la mañana siguiente, la máquina empezó a fabricar más máquinas, y alimentadores
robóticos arrojaban hierro crudo en cada nueva unidad. Pronto, cientos y miles
de máquinas manufacturaban esos oscuros torpedos. En números crecientes
surcaban la noche circundante, desperdigando por doquier su sustancia
radiactiva. Durante treinta mil años esos torpedos distribuirían sus átomos
destructores. Estaban diseñados para permanecer dentro del campo gravitatorio
de su galaxia, pero no para caer en un planeta o un sol.
Mientras la
lenta y roja alborada de la segunda mañana iluminaba el horizonte, el ingeniero
Pennons respondió a la llamada general.
- Ahora estamos
produciendo nueve mil por segundo, y creo que podemos dejar que las máquinas
terminen la tarea. Puse una pantalla parcial alrededor del planeta para impedir
interferencias. Si localizamos otros cien mundos de hierro, nuestro inmenso
amigo empezará a sentir un hueco en sus partes vitales. Es hora de ponernos en
marcha.
Meses después
llegó el momento en que decidieron que su destino sería la nebulosa NGC-50,
437. El astrónomo Lester explicó el porqué de la elección.
- Esa galaxia
está a novecientos millones de años luz. Si esta inteligencia gaseosa nos
sigue, incluso su enorme yo se perderá en una noche que literalmente no tiene
fin.
Se sentó, y
Grosvenor se levantó para hablar.
- Sin duda
todos entendemos que no iremos a ese remoto sistema estelar. Tardaríamos siglos
o milenios en llegar. Sólo queremos que esta forma de vida hostil vaya allí a
morirse de hambre. Podremos saber si nos sigue por el murmullo de sus
pensamientos. y sabremos que ha muerto cuando cesen estos murmullos.
Fue exactamente
lo que ocurrió. El tiempo pasó. Grosvenor entró en el auditorio de su
departamento y vio que su clase había vuelto a crecer. Todos los asientos
estaban ocupados, y habían traído varias sillas de salas contiguas. Inició su
conferencia de la noche.
- Los problemas
que enfrenta el nexialismo son problemas integrales. El hombre ha dividido la
vida y la materia en compartimientos estancos de conocimiento y existencia. y
aunque a veces usa palabras que indican su conciencia de la totalidad de la
naturaleza, sigue comportándose como si ese universo único y cambiante tuviera
muchas partes separadas. Las técnicas que comentaremos esta noche...
Hizo una pausa.
Miraba por encima de su público, y de pronto fijó los ojos en una figura familiar
que estaba al fondo. Al cabo de un titubeo, Grosvenor continuó.
- Mostraremos
cómo se puede superar esta disparidad entre la realidad y la conducta del
hombre.
Pasó a
describir las técnicas, y en el fondo de la sala Gregory Kent tomó sus primeras
notas sobre la ciencia del nexialismo.
Y, llevando su
porción de civilización humana, el navío expedicionario Beagle Espacial aceleró
a creciente velocidad en una noche que no tenía fin.
Ni principio.
FIN