Anne Mc Caffrey
Al nacer era un
monstruo, y como tal hubiera sido condenada si no hubiera logrado pasar el test
encefalográfico requerido para todos los niños recién nacidos. Existía siempre
la posibilidad de que, aunque los miembros estuvieran retorcidos, el cerebro
estuviera en perfecto estado, y de que aunque los oídos apenas pudieran oír y
los ojos percibieran muy vagamente las imágenes, la mente que había tras ellos
fuera receptiva y estuviera alerta.
El
electroencefalograma fue totalmente favorable, incluso más de lo que se
esperaba, y así se les informó a los apenados padres que esperaban el
resultado. Finalmente, se les presentaba la última y más dura decisión:
practicarle la eutanasia a su hijo o permitir que se convirtiera en un
«cerebro» encapsulado, en un mecanismo director al que se enseñaría un buen
número de profesiones diversas. Si optaban por esto último, su hija no sufriría
dolor alguno, viviría una existencia confortable en una cápsula de metal
durante varios siglos realizando un servicio inapreciable para los Mundos
Centrales.
Se le permitió
vivir y se le dio un nombre, Helva. Durante sus tres primeros meses de vida
vegetativa, agitó sus muñones, pataleó débilmente con sus piececitos deformes y
disfrutó de la rutina normal de todos los niños. No estaba sola; había otros
tres niños especiales en el gran hospital especial de la ciudad. Al poco
tiempo, fueron trasladados al Laboratorio Central, donde comenzó su delicada
transformación.
Uno de los
niños murió durante el trasplante inicial, pero los de la «clase» de Helva,
diecisiete miembros en total, sobrevivieron en cápsulas de metal. En vez de
pies con los que patalear, los impulsos neuronales de Helva movían unas ruedas;
en vez de agitar las manos manipulaba extensiones mecánicas. A medida que iba
creciendo le iban creciendo más sinapsis neuronales para que manipulara otros
mecanismos que servirían para el mantenimiento y la buena marcha de una nave
espacial. Porque Helva había sido destinada a convertirse en la mitad «cerebral»
de una nave espacial, en compañía de una mujer o un hombre, lo que ella
quisiera escoger, que actuaría como parte móvil. Estaría entre la élite de los
de su especie. Sus tests de inteligencia iniciales registraron un nivel
superior al normal y su índice de adaptación era inusitadamente alto. Si su
desarrollo dentro de la cápsula metálica respondía a lo que se esperaba de ella
y no se producían efectos secundarios derivados de las manipulaciones sobre su
pituitaria, Helva viviría una vida plena de recompensas, rica y fuera de lo
habitual, muy distinta de la que hubiera podido esperar de haber sido un ser
«normal»,
Sin embargo, ni
los diagramas de sus circunvalaciones cerebrales, ni las primeras pruebas CI
recogían ciertos hechos acerca de Helva que la Central debería saber. Pero
tendrían que esperar el tiempo prescrito oficialmente para poder comprobarlos,
confiando en que las dosis masivas de psicología celular le serían suficientes
para preservarla de las tensiones inherentes a la soledad de su confinamiento y
a las presiones de su profesión. No se podía correr el riesgo de que una nave
dirigida por un cerebro humano realizara actos delictivos o demenciales con el
poder y los reclusos con que la Central equipaba sus naves patrulleras. Claro
está que el cerebro de la nave había sufrido largos períodos experimentales. La
mayoría de los niños sobrevivían a las técnicas perfeccionadas de manipulación
de la pituitaria que mantenía sus cuerpos pequeños, eliminando la necesidad de
transferirlos de unas conchas más pequeñas a otras mayores. Y muy pocos morían
cuando se establecía la conexión final con los paneles de control de la nave o
del complejo industrial. Los hombres-cápsula parecían por su tamaño enanos
adultos, fueran cuales fuesen sus deformaciones congénitas, pero ningún cerebro
bien orientado hubiera cambiado su lugar ni con el cuerpo más perfecto del
universo.
Y así, durante
varios años felices, Helva retozó en su cápsula junto con sus demás compañeros,
jugando a juegos como esconde-la-energía, estudiando sus lecciones de
trayectoria, técnicas de propulsión, computación, logística, higiene mental,
psicología básica alienígena, filología, historia espacial, derecho, tráfico,
códigos y todos los etcéteras que normalmente conoce un ciudadano razonable, lógico
y bien informado. Aunque no muy obvio para ella, pero sí de gran importancia
para sus profesores, Helva ingirió los preceptos de su acondicionamiento tan
fácilmente como absorbía su líquido nutritivo. Algún día estaría agradecida al
paciente grillo de su instrucción a nivel inconsciente.
La civilización
de Helva acogía también en su seno a esas asociaciones de bienpensantes que
investigaban posibles actos inhumanos cometidos contra los ciudadanos
terrestres tanto como contra los extraterrestres. Uno de tales grupos, la
Sociedad para la Conservación de los Derechos de las Minorías Inteligentes,
centró sus preocupaciones sobre los «niños» encapsulados cuando Helva acababa
de cumplir los catorce años. Cuando se vieron obligados a ello, los de Mundos
Centrales se encogieron de hombros, prepararon una visita a los laboratorios y
les mostraron el historial de los miembros, completado con fotografías. Muy
pocos de los comisionados pasaron de las primeras fotografías. La mayor parte
de sus anteriores objeciones a las «cápsulas» fueron olvidadas ante el alivio
que suponía (para ellos) que aquellos horribles cuerpos hubieran sido
piadosamente ocultados.
Los de la clase
de Helva estaban aprendiendo bellas artes, un tema optativo en su ya muy
apretado programa. Ella había activado uno de sus utensilios microscópicos, que
más tarde utilizaría para las reparaciones inmediatas de diversas partes de su
panel de control. Su modelo era grande (una copia de la última cena) y su
lienzo pequeño: la cabeza de un clavo. Había ajustado su vista a la dimensión
adecuada. Mientras trabajaba, canturreaba ausente, emitiendo un curioso sonido.
La gente encapsulada utilizaba sus propias cuerdas vocales y diafragmas, pero
sonaba como salida de un micrófono y no de una boca. El «mmmm» de Helva tenía,
sin embargo, una curiosa vibración, un matiz cálido y dulce incluso en sus
modulaciones cromáticas.
- Oh, qué voz
más agradable tienes - dijo una de las visitantes.
Helva «levantó
la vista» y captó un panorama fascinante de cráteres regulares y sucios sobre
una superficie rosa. Su «mmmm» se convirtió en una exhalación de sorpresa.
Reguló instintivamente su visión hasta que la piel perdió su aspecto de paisaje
de cráteres y los poros asumieron sus proporciones normales.
- Sí, llevamos
unos cuantos años entrenando la voz, señora - señaló Helva -. Las
peculiaridades vocales se convierten con frecuencia en algo excesivamente
irritante durante las prolongadas distancias interestelares y han de ser
eliminadas. Yo disfrutaba de las lecciones.
Aunque era la
primera vez que Helva veía gente no encapsulada, asumió su experiencia con
tranquilidad. Cualquier otra reacción hubiera sido inmediatamente reportada.
- Quiero decir
que posee una agradable voz para cantar..., querida - dijo la señora.
- Gracias. ¿Le
gustaría ver mi trabajo? - preguntó amablemente Helva. Instintivamente se
escabullía de las conversaciones que giraban en torno a cuestiones personales,
pero archivó el comentario para una posterior meditación.
- ¿Trabajo? -
preguntó la señora.
- Estoy reproduciendo
la Ultima Cena en la cabeza de un clavo.
- Oh, ya
comprendo - gorjeó la señora.
Helva readaptó
de nuevo su visión y observó la reproducción con ojo crítico.
- Por supuesto,
algunos de mis valores colorísticos no se adecuan a los del viejo maestro y la
perspectiva es errónea, pero creo que resultará una reproducción muy aceptable.
Los ojos de la
señora, no adaptados, bizquearon.
- Oh, lo olvidé
- la voz de Helva mostraba auténtico sentimiento. Si hubiera podido enrojecer,
lo habría hecho -. Ustedes no poseen visión adaptable.
El responsable
de aquella entrevista sonrió entre orgulloso y divertido por el tono de Helva,
que indicaba lástima por aquella persona desdichada.
- Mire, con
esto podrá verlo - dijo Helva, sosteniendo un instrumento amplificador en una
de sus extensiones y situándolo sobre la pintura.
En medio de un
estupor general, las damas y los caballeros de la comisión se acercaron a
observar aquella última cena tan increíblemente copiada y tan brillantemente
ejecutada sobre la cabeza de un clavo.
- Bueno -
apuntó uno de los caballeros, que habla sido obligado a ir allí por su mujer -,
el Buen Dios puede comer donde los ángeles temen pisar.
- ¿Está usted
aludiendo, señor - preguntó Helva cortésmente -, a las discusiones que se
desarrollaron en las Edades Oscuras acerca del número de ángeles que podían
caber en la cabeza de un alfiler?
-
Efectivamente, estaba pensando en eso.
- Si usted
sustituye «átomo» por «ángel», el problema no es insoluble, conociendo el
contenido metálico del alfiler en cuestión.
- Cosa para la
que te han programado.
-
Efectivamente.
- ¿Recordaron
programar un sentido del humor también, jovencita?
- Estamos
impulsadas a desarrollar un sentido de la proporción, señor, que contribuye a
lograr el mismo efecto.
El buen hombre
sonrió apreciativamente y pensó que aquel viaje había merecido la pena.
Si el comité de
investigación tardó meses en digerir la completísima comida que les habían
servido en el laboratorio, Helva también se quedó con un buen pedazo.
El concepto
«cantar» aplicado a sí misma requería ser investigado. Efectivamente, había
recibido, y lo había disfrutado, un curso de apreciación musical que incluía
las obras clásicas más conocidas, tales como Tristán e Isolda, Candide,
Oklahoma y Las bodas de Fígaro, junto con cantantes de la era atómica, como
Brigit Nilsson, Bob Dylan y Geraldine Todd, y las curiosas progresiones
rítmicas de los venusianos, las cromatías visuales de Capella, el concierto
sónico de los altairianos y los canturreos Reticulanos. Pero «cantar» supone
grandes dificultades técnicas para cualquier persona encapsulada. Las
personas-cápsula están entrenadas para examinar todos los aspectos de un
problema o situación antes de hacer cualquier diagnóstico. Adecuadamente
equilibrados entre el optimismo y el sentido de la realidad, la actitud
antiderrotista de las personas-cápsula les permitía salir con bien (a ellas, a
sus naves y a la tripulación de éstas) de situaciones insólitas. Por eso a
Helva el problema de que no pudiera abrir la boca para cantar, entre otras
restricciones, no le molestaba. Encontraría la forma de cantar.
Se aproximó al
problema investigando los métodos de reproducción del sonido utilizados a
través de los siglos, tanto humanos como instrumentales. Su propio equipo de
producción de sonido era esencialmente más instrumental que vocal. El control
de la respiración y una adecuada pronunciación de las vocales dentro de la
cavidad oral parecía requerir una gran dosis de desarrollo y práctica. La
gente-cápsula, estrictamente hablando, no respiraba. Para el objetivo al que
iban destinados, el oxígeno y los demás gases no se extraían de la atmósfera
circundante por medio de los pulmones, sino a través de una solución artificial
contenida en sus propias cápsulas. Después de varios experimentos, Helva
descubrió que podía manipular su unidad diafragmática para mantener el tono.
Relajando los músculos de la garganta y expandiendo la capacidad oral hacia los
senos frontales, podía dirigir los sonidos de las vocales a una magnífica
posición, adecuada para la reproducción a través del micrófono colocado en su
garganta. Comparó los resultados con los discos de los cantantes modernos y no
le desagradaron, si bien sus grabaciones poseían una cualidad peculiar que
aquellos no tenían, y que no era disarmónica, sino sencillamente única.
Conseguir un repertorio de la biblioteca del laboratorio no resultaba un
problema para una persona dotada de una memoria perfecta. Se dio cuenta de que
era capaz de cantar cualquier canción que captara su fantasía. No se le hubiera
ocurrido que resultaba curioso para una mujer cantar como bajo, barítono,
tenor, mezzo, soprano, a voluntad. Para Helva eso era únicamente una cuestión
de correcta reproducción y del control diafragmático que requiriera la música
elegida.
Si las autoridades
se dieron cuenta de aquellas curiosas aficiones, lo comentaron únicamente a
nivel interno. Se fomentaba el deseo entre la gente-cápsula a desarrollar una
afición siempre que no interfiriera en su trabajo técnico.
Cuando cumplió
los dieciséis años, Helva recibió su diploma y se la instaló en una nave, la
XH-834. Su cápsula permanente de titanio fue cubierta por una barrera mucho más
indestructible, en el eje central de la nave patrullera, las conexiones
neuronales, audiovisuales y sensoriales quedaron establecidas y definitivamente
conectadas. Las extensiones fueron desviadas, conectadas o aumentadas y
finalmente se completaron las últimas y más delicadas conexiones cerebrales,
mientras Helva dormía anestesiada.
Cuando
despertó, era la nave. Su cerebro y su inteligencia controlaban todas y cada
una de las funciones de la navegación tal y como le era preciso a una nave
Patrullera de su clase. Podía ocuparse de sí misma y de su mitad móvil en
cualquier situación, ya recogida en los anales de los Mundos Centrales, o en
cualquier otra que la mente más fértil pudiera imaginar.
Su primer vuelo
real (ya que ella y los de su especie habían realizado vuelos ficticios desde
que tenían ocho años) le demostró que poseía un completo dominio de las
técnicas de su profesión. Ya estaba preparada para las grandes aventuras que le
esperaban y para recibir a su compañero móvil.
Había nueve
patrulleros cualificados en la base el día que Helva fue dada de alta para el
trabajo activo. Había algunas misiones que requerían una atención inmediata,
pero Helva les interesaba a algunos jefes de departamento de la Central desde
hacia algún tiempo y todos ellos querían que fuera asignada a su sección. Tan
preocupados estaban por ello que ninguno había pensado en presentar a Helva a
sus posibles compañeros. Era siempre la nave la que elegía a su compañero. Si
hubiera habido en aquel momento en la base otra nave «cerebro», le hubiera
aconsejado a Helva dar el primer paso. Pero no la había, y mientras los de la
Central discutían entre sí, Robert Tanner salió de las barracas destinadas a
los pilotos y se dirigió sin vacilar hacia el brillante casco de metal de
Helva.
- Hola, ¿hay
alguien en casa? - preguntó Tanner.
- Pues claro -
respondió Helva, activando sus visores exteriores -. ¿Eres mi compañero? - le
preguntó esperanzadora al reconocer su uniforme del Servicio de Patrulleros.
- Todo lo que
tienes que hacer es pedirlo - le contestó él con un tono anhelante.
- No ha venido
nadie. Pensé que tal vez no había compañeros disponibles y no he recibido
ninguna orden de la Central.
Incluso a ella
misma, le sonó su voz como si tuviera un tono de autocompasión, pero la verdad
es que se encontraba sola, situada en un lugar oscuro. Antes siempre había
tenido la compañía de los otros encapsulados, y más recientemente, la de los
técnicos que habían realizado todos aquellos trabajos. Su repentina soledad
había perdido su momentáneo encanto y había llegado a hacerse opresiva.
- Que no hayas
recibido órdenes de la Central no tiene por qué ser motivo de disgusto, porque
sucede que hay otros ocho chicos comiéndose las uñas mientras esperan que les
invites a subir a bordo, hermosa.
Tanner se
encontraba en la cabina central, y mientras decía aquello pasaba
apreciativamente sus dedos sobre su panel, sobre las sillas de gravedad, metía
la cabeza en las cabinas, los pasillos y los departamentos de acumulación de
presión.
- Ahora, si
deseas burlarte de la Central y hacernos a nosotros un favor, todo de una vez,
llama a las barracas y diles que deseas que tengamos una fiesta para elegir a
un compañero, ¿eh?
Helva se rió
para sí. Era tan radicalmente diferente de todos los demás visitantes y de los
técnicos del laboratorio que había conocido. Era tan alegre, tan seguro de sí,
y ella estaba encantada con su sugerencia de organizar una fiesta para elegir a
su compañero. Realmente, no había nada en el reglamento que impidiera ponerlo
en práctica.
- ¿Central de
comunicaciones? Aquí XH-834. Póngame con el barracón de pilotos.
- ¿Visual?
- Por favor.
Todo un
panorama de hombres perezosos en diversas actitudes de aburrimiento apareció en
la pantalla.
- Aquí la
XH-834. ¿Querrían hacerme el favor los patrulleros sin misión asignada de subir
a bordo?
Ocho figuras
entraron inmediatamente en acción; tomaron sus ropas, desconectaron sus
magnetófonos y arrojaron a un lado lo que tenían entre manos.
Helva cortó la
conexión y oyó que Tanner se reía complacido y se sentaba a esperar su llegada.
Helva se sintió
arrebatada por la alegría y la impaciencia, sensaciones poco habituales en los
seres encapsulados. Una actriz en el día de su estreno no se hubiera sentido
más nerviosa, más temerosa y agitada. Pero, a diferencia de la actriz, a Helva
no le quedaba la válvula de escape de sumergirse en una crisis nerviosa, de
romper un juego de té o sus tarros de maquillaje. Pero sí podía comprobar su
stock de bebidas y comestibles, y eso fue lo que hizo.
Tanner fue el
primero en probar los víveres seleccionados por el oficial de intendencia.
En el argot de
la base a los patrulleros se les conocía con el nombre de «músculos», en
oposición a los «cerebros». Habían de someterse a un entrenamiento tan riguroso
como el de sus compañeros los cerebros, y solamente los estudiantes que habían
obtenido las notas más elevadas en los diferentes centros del mundo eran
admitidos en los cursos de los Mundos Centrales. De modo que los ocho jóvenes
que subieron por la pasarela y se amontonaron en la agradable cabina de Helva
eran de una inteligencia, de una belleza y de un equilibrio superiores a lo
normal, y se mostraron encantados por aquella reunión tras la que esperaban,
con permiso de Helva, poder emborracharse un poco y competir deportivamente
entre ellos para conseguir merecerla.
Ante aquella
marea humana, Helva se sintió aturdida, y se dispuso a disfrutar plenamente de
aquel lujo que por tan breve tiempo le sería permitido.
Los sopesó a
todos. El oportunismo de Tanner le divertía, pero no le atraía específicamente.
El rubio Nordsen parecía demasiado simple; el moreno Alatpay mostraba una
cabezonería por la que no sentía la menor inclinación. La amargura de Mir-Ahnin
poseía unos oscuros orígenes que ella no deseaba descubrir, aunque él mostró el
mayor despliegue de recursos para atraer su atención. Era un curioso galanteo
aquél; para ella no suponía más que el primero de toda una serie de
matrimonios, dado que los músculos se retiraban a los setenta y cinco años de
servicio, o antes si tenían mala suerte. Los cerebros, con sus cuerpos a salvo
del deterioro, eran indestructibles. En teoría, una persona encapsulada, una
vez que había pagado su gran deuda contraída por los primeros cuidados, la
adaptación quirúrgica y los gastos de mantenimiento, quedaba libre para buscar
trabajo en cualquier otro lugar. En la práctica, las personas encapsuladas
permanecían en el servicio hasta que optaban por la autodestrucción o perecían
en algún accidente. Helva había tenido la oportunidad de hablar con una
persona-cápsula de 322 años. Había quedado tan impresionada con aquel encuentro
que no se habla atrevido a preguntarle acerca de aquellas cuestiones personales
que hubiera deseado indagar.
No supo por
quién decidirse hasta el momento en que Tanner comenzó a entornar una canción
de los patrulleros que narraba las desgracias del intrépido, obtuso e imbécil
«Billy Músculos». Todos los invitados se pusieron a cantar a coro, pero el
resultado fue tan desastroso que Tanner se puso a agitar los brazos para
reclamar silencio.
- Lo que
necesitamos es un buen tenor. Jennan, aparte de hacer trampas con las cartas,
¿qué otra cosa sabes hacer? ¿Qué tal cantas?
- En «do»
sostenido - le contestó Jennan de buen humor.
- Si os resulta
absolutamente necesario un tenor, Intentaré hacerlo yo - se ofreció Helva.
- Pero, mi
señora... - Protestó Tanner.
- A ver, danos
el «la» - dijo Jennan, riéndose.
Jennan rompió
el estupefacto silencio que siguió al magnífico «la» de Helva y observó con
delicadeza:
- El propio
Caruso hubiera dado todas las notas de la escala a cambio de poder cantar un
«la» como ése.
No tardaron
mucho tiempo en descubrir todas las posibilidades de la voz de Helva.
- Todo lo que
Tanner había pedido era un buen tenor - dijo Jennan, sonriendo - y nuestra
dulce dueña nos ofrece una compañía de ópera completa. Aquel al que elija como
pareja va a llegar lejos, muy lejos.
- ¿Hasta la
Nebulosa de la Cabeza del Caballo? - preguntó Nordsen, aludiendo a una vieja
frase hecha de los patrulleros.
- Navegaremos
cantando hasta la nebulosa y aún más allá - aseguró Helva, riéndose.
- Lo haremos
nosotros juntos - añadió Jennan -. Pero con la voz que tengo será mejor que
seas tú quien cante y yo el que escuche.
- Pensé que más
bien tendría que ser yo la que escuchara - sugirió Helva.
Jennan ejecutó
un saludo majestuoso, quitándose elegantemente su entorchado gorra. Para
hacerlo se giró hacia el pilar de control, allá donde se encontraba Helva. Fue
en aquel mismo momento cuando cristalizó su elección, y por una razón muy
simple: tan sólo Jennan, al hablarle, se dirigía directamente a su presencia
física, prescindiendo del hecho de que ella podía captar su imagen en cualquier
lugar de la nave donde se encontrara, y de que su cuerpo estaba oculto tras
enormes paredes metálicas. Mientras duraron sus viajes juntos, Jennan no dejó
nunca de volver la cabeza en su dirección para hablarle, estuviera donde
estuviese con relación a ella. Y Helva adquirió la costumbre de utilizar su
micrófono central cuando le hablaba a Jennan, pese a que el método no era el
más eficaz.
Helva no se dio
cuenta aquella misma noche de que se había enamorado de Jennan. Como no había
conocido nunca sentimientos tales como el amor o el afecto, ni siquiera sus
parientes más pobres, la estima y la admiración, no era capaz de identificar la
reacción que suscitaba en ella el calor de su personalidad y de su
consideración. En su calidad de «encapsulada» se creía inaccesible a emociones
cuya fuente principal eran los deseos físicos.
- Bueno, Helva,
me siento muy dichoso de haberte conocido - dijo repentinamente Tanner,
mientras ella y Jennan conversaban acerca de la calidad barroca de Come All Ye
Sons of Art -. Ya nos veremos alguna vez en el espacio, Jennan, tipo
afortunado. Gracias por la fiesta, Helva.
- ¿Tenéis que
iros tan pronto? - preguntó Helva, dándose cuenta de que ella y Jennan habían
quedado al margen de la conversación de los demás.
- El mejor
hombre gana - dijo Tanner con tristeza -. Creo que haré bien documentándome en
frases galantes. Puede que las necesite la próxima vez, en el caso de que haya
más cerebros como tú.
Helva y Jennan
vieron cómo se alejaban, algo confusos los dos.
- Tal vez
Tanner ha sacado conclusiones precipitadas - sugirió Jennan.
Helva le miró.
Estaba apoyado, en el cuadro de mandos y miraba directamente a su cápsula.
Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y hacía tiempo que el vaso que
sostenía entre las manos estaba vacío. Era hermoso, como lo eran todos; pero
sus ojos miraban directamente, su boca sonreía con facilidad y su voz (que era
lo que a Helva le había gustado particularmente) era resonante, profunda y sin
tonos o acentos desagradables.
- De cualquier
modo, Helva, consúltalo con la almohada. Llámame por la mañana si es que ya has
decidido algo.
Ella le llamó a
la hora del desayuno, una vez discutida su elección con los de la Central.
Jennan llevó sus cosas a bordo, recibió su denominación común, vio el dossier
que contenía la historia de su vida y su experiencia registrada en el visor de
Helva, le indicó las coordenadas de su primera misión, y la XH-834 se
convirtió, oficialmente, en la JH-834.
Su primera
misión era aburrida, pero necesaria y urgente (el Servicio Médico era el que
finalmente había conseguido a Helva); se trataba de transportar lo antes
posible un cargamento de vacunas a una colonia en la que se había desencadenado
una violenta epidemia. Lo único que tenían que hacer era llegar a Spica lo más rápido
posible.
Tras el
magnífico descubrimiento de la embriaguez inicial de las grandes velocidades,
Helva se dio cuenta de que sus músculos iban a hacer más trabajo que su cerebro
en aquel tedioso viaje. Pero ambos tuvieron gran cantidad de tiempo para dedicarlo
a explorar sus respectivas personalidades, por supuesto, Jennan sabía de lo que
Helva era capaz como nave y como compañera, lo mismo que ella sabia todo lo que
podía esperar de él. Pero eso sólo eran hechos, y lo que Helva quería conocer
era el lado humano de su compañero, aspecto que no podía ser reducido a series
de símbolos. Tampoco podía aprenderse en un libro lo que podía dar de sí el
intercambio de dos personalidades. Eso había que experimentarlo.
- Mi padre era
patrullero también. ¿O eso ya está programado? - comenzó a decir Jennan al
tercer día de su viaje.
- Naturalmente.
- Eso no está
bien. Tú conoces toda la historia de mi familia y yo no sé ni una sola cosa
acerca de la tuya.
- Yo no los
conocí - dijo Helva -. Hasta que no leí cosas acerca de tu familia no se me
ocurrió que yo también debla tener mi historial en algún lugar de los archivos
de la Central.
Jennan se echó
a reír.
- ¡Psicología
de cápsulas!
Helva rió a su
vez.
- Sí. E incluso
he sido programada para evitar sentir curiosidad acerca de ello. Y tú harías
mejor también en no tenerla.
Jennan ordenó
una bebida, se acomodó en su colchón de gravedad, puso los pies sobre el
almohadillado y comenzó a balancearse.
- Helva... es
un hermoso nombre...
- Con
resonancias escandinavas.
- Pero no eres
rubia - afirmó Jennan.
- Bueno,
también hay suecas morenas.
- Y turcos
rubios, pero este harén se limita a una.
- La esposa se
oculta tras su purdah. Dios te libre, sin embargo, de hollar las casas del
placer... - la propia Helva se sorprendió al ver que los nervios se
traicionaban en su voz, tan cuidadosamente entrenada.
- ¿Sabes? - le
interrumpió Jennan, que estaba sumido en profundos pensamientos -, mi padre me
dio siempre la impresión de que estaba mucho más casado con su nave, Silvia,
que con mi madre. Recuerdo que solía pensar que Silvia era mi abuela, poseía un
número muy bajo, de modo que tendría que haber sido mi tatarabuela, por lo
menos. Solía hablar con ella horas enteras.
- ¿Cuál era su
número de registro? - preguntó Helva, sintiéndose celosa de todos aquellos que
habían compartido las horas de Jennan.
- 422. Creo que
ahora es TS. Yo navegué con Tom Burguess una vez.
El padre de
Jennan había muerto de una enfermedad planetaria, cuya vacuna transportaba para
curar a los ciudadanos del lugar.
- Según Tom,
Silvia se ha vuelto lenta y coriácea. Si pierdes tu dulzura después de mi
muerte, vendré a atormentarse como un fantasma.
Helva sonrió
dulcemente. Quedó sorprendido al ver que Jennan se ponía en pie de un salto y
acariciaba los controles con dedos suaves y ligeros.
- Me pregunto
cómo serás realmente - dijo suavemente, pensativo.
Helva estaba
prevenida, pues la habían preparado para esperar esos accesos de curiosidad por
parte de sus parejas. Pero no sabía nada de si misma, ni tampoco podría saberlo
nunca.
- Escoge la
forma y el aspecto que más te guste y me sentiré feliz de ser como tú deseas.
- Doncella de
hierro, me gustan las rubias de largas trenzas - dijo Jennan -. Puesto que
estás inmolada en titanio, te llamaré Brunilda, querida.
Riendo, Helva
entonó el aria obligada en el preciso instante en que entraban en contacto con
Spica.
- Por Dios,
¿quién grita así? ¿Quiénes son ustedes? A menos que pertenezcan al Servicio
Médico de los Mundos Centrales, aléjense. Estamos sufriendo una epidemia. No se
admiten visitantes.
- Es mi nave la
que está cantando; somos la JH-834 de los Mundos Centrales y les traemos la
vacuna. ¿Cuáles son sus coordenadas de aterrizaje?
- ¿Su nave está
cantando?
- El mejor
S.A.T.B. del espacio organizado. ¿Desea escuchar alguna melodía en particular?
La JH-834 les
entregó la vacuna, pero sin cantar ningún aria más, y recibieron órdenes
inmediatas de dirigirse a Levíticus IV. Cuando llegaron allí, Jennan descubrió
que su fama les había precedido y tuvo que defender la reputación de JH-834.
- Ya no volveré
a cantar - murmuró Helva, contrita, mientras preparaba cataplasmas para el
tercer ojo amoratado de la semana.
- Continuarás
cantando - dijo Jennan con los dientes apretados -. Aunque sigan poniéndome los
ojos morados desde aquí a la Cabeza del Caballo, conseguiré mantener tu
reputación como cantante sin que despierte ironías. Serás la nave que canta.
Después que la
«nave que canta» se enfrentó victoriosamente con una pandilla, pequeña pero
maligna, de traficantes de drogas en las Magallánicas Inferiores, el título
adquirió definitiva respetabilidad. La Central conocía todos y cada uno de los
episodios y colocó una etiqueta de «interés especial» sobre el dossier de
JH-834. Acababa de formarse un equipo de primera clase.
Jennan y Helva
también se consideraban un equipo de primera clase después de su espectacular
arresto.
- De todos los
vicios del universo, lo que más odio es la adicción a las drogas - subrayó
Jennan mientras regresaban a la Base Central -. La gente se va ya con demasiada
facilidad al diablo sin este tipo de ayuda.
- ¿Por eso te
ofreciste voluntario al Servicio de Patrulleros? ¿Para acabar con el tráfico?
- Encontrarás
tu respuesta oficial en tus registros.
- Con palabras
demasiado floridas: «Siguiendo la tradición de mi familia, que se enorgullece
de cuatro generaciones de servicio», si me permites citar tus propias palabras.
Jennan lanzó un
sonido despreciativo.
- Yo era muy
joven cuando escribí aquello. Y desde luego, no había pasado por el
Entrenamiento Final. Y una vez que estuve en ese Entrenamiento, mi orgullo me
hubiera impedido desertar...
»Como te dije
antes, solía visitar a mí padre a bordo de Silvia, y tal vez ésta tenía la
esperanza de que yo ocupara el puesto de mi padre cuando abandonara el servicio,
porque vertió dentro de mí unas buenas dosis de propaganda para favorecer mi
vocación de patrullero. Y la favoreció. Desde que tenía siete años me hice el
firme propósito de que no sería otra cosa que patrullero. Se encogió de hombros
como para quitarle importancia a una decisión juvenil cuya realización le había
exigido años de esfuerzos.
- ¿De modo que
es eso? ¿El patrullero Sahir Silan, en la JS-422, penetrando en la Nebulosa de
la Cabeza del Caballo?
Jennan hizo
caso omiso de su sarcasmo.
- Contigo tal
vez vaya mucho más lejos. Pero, pese a los ánimos que me daba Silvia, nunca
soñé, ni en los momentos más delirantes, alcanzar ese tipo de gloria. Dejo en
manos de tu magnífico cerebro la realización de tales maravillas. En la mente
tengo una contribución mucho más pequeña a la historia espacial.
- ¿Tan modesto
eres?
- No. Práctico.
El grano de arena, etc. etc. - puso con aire dramático una mano sobre su
corazón.
- ¡A la caza de
la gloria! - dijo Helva con tono burlón.
- Mira quién
está hablando. ¡Mi amiga, la que sueña con la Nebulosa! Al menos yo no exijo
demasiado. No habrá otro héroe como mi padre en Parasea, pero está claro que no
me importaría distinguirme por algún hecho meritorio. A todo el mundo le sucede
lo mismo. De lo contrario, ¿para qué arriesgarse?
- Tu padre
murió cuando regresaba de Parasea, si me permites apuntar algunos datos. Pero
él nunca pudo saber que había sido un héroe por haber detenido la epidemia con
su nave, lo que les permitió a los colonos quedarse en el planeta y descubrir así
sus cualidades antiparalíticas. Y esto último tampoco llegó a saberlo nunca.
- Lo sé yo -
dijo Jennan suavemente.
Helva se
arrepintió inmediatamente por el tono que había dado a su refutación. Sabía muy
bien el cariño que Jennan le tenía a su padre. En su historial se apuntaba que
él había racionalizado la muerte de su padre con el inesperado y bien venido
resultado del asunto Parasea.
- Los hechos no
son humanos, Helva. Mi padre sí lo fue, y yo también lo soy. Y de igual forma,
básicamente, también lo eres tú. Inspecciona tus indicaciones, JH-834. En medio
de los cables que te han conectado hay un corazón, un desarrollado corazón
humano. ¡Eso es obvio!
- Perdóname,
Jennan - dijo Helva, apenada.
Jennan dudó
durante un momento, hizo un gesto con las manos en señal de aceptación y luego
le dio un golpecito afectuoso a su cápsula.
- Si dejamos
algún día de ir tontamente de un lado a otro, nos dedicaremos a buscar la
Nebulosa, ¿eh?
Y como con
tanta frecuencia sucedía en el Servicio de Patrulleros, a la hora siguiente
tenían órdenes de cambiar el rumbo, y no hacia la Nebulosa, sino a un sistema
recientemente colonizado con dos planetas habitables, uno tropical, el otro
glacial. El sol, llamado Ravel, había entrado en una fase de inestabilidad; su
espectro parecía una concha que se expandiera rápidamente, con líneas de
absorción que se desplazaban velozmente hacía el violeta. El calor en aumento
había obligado ya a evacuar el mundo más cercano, Dafnis. El modelo de las
emisiones espectrales indicaban que el sol dejaría seco también a Cloe. Todas
las naves que se encontraban en los espacios inmediatos tenían que presentarse
ante los cuarteles del Desastre de Cloe para encargarse de recoger a los
colonos que aún quedaban por evacuar.
La JH-834 se
presentó obedientemente y fue enviada a diversas áreas de Cloe para recoger a
unos colonos dispersos que no parecían darse cuenta de la urgencia de la
situación, pese a que Cloe estaba disfrutando ya de las primeras temperaturas
por encima de los cero grados desde que llegaran allí colonos por primera vez.
Como muchos de sus colonos eran religiosos fanáticos que se habían establecido
en el duro planeta en busca de una existencia de piadosa reflexión, el brusco
cambio producido en Cloe fue atribuido a cosas que nada tenían que ver con el
problema del sol.
Jennan tuvo que
perder una buena cantidad de tiempo en discusiones absurdas, de forma que él y
Helva se hallaban retrasados en el horario previsto cuando se dirigieron al
cuarto y último campamento.
De un salto,
Helva pasó por encima de la elevada cadena de picos abruptos que rodeaban el
valle y lo protegían de las tempestades de nieve, y que ahora servía como
resguardo a la creciente temperatura. El sol violeta, con su corona brillante,
estaba comenzando a refulgir mucho más cuando aterrizaron.
- Lo mejor que
podrían hacer es coger sus cosas y subir a bordo - dijo Helva -. El cuartel
general ha comunicado que hay que apresurarse.
- Todas son
mujeres - contestó Jennan, sorprendido, mientras se dirigía a su encuentro -. A
menos que los hombres de Cloe lleven faldas de pieles.
- Date prisa en
seducirlas y reduce los trámites a lo esencial. No olvides conectar tu circuito
privado.
Jennan avanzó
hacia ellas sonriendo, pero la explicación de su misión se encontró con la más
absoluta incredulidad sobre su autenticidad. Gimió para sí mismo cuando la
superiora comenzó a exponerle, como antes lo habían hecho los otros, las causas
a las que ella atribula el sobrecalentamiento de la atmósfera.
- Reverenda
madre, se ha producido una sobrecarga en vuestro circuito de plegarias y el sol
está a punto de estallar. He recibido la orden de conduciros al espaciopuerto
de Rosary...
- ¿A esa
Sodoma? - La mujer enrojeció y se encogió de hombros desdeñosamente ante
aquella sugerencia -. Agradecemos tu advertencia, pero no deseamos abandonar
nuestro claustro y entrar en el mundo violento. Y ahora continuaremos con
nuestra oración matutina, que ha sido interrumpida...
- Y
permanentemente interrumpida quedará cuando el sol estalle y hiervan todas.
Deben venir conmigo ahora - dijo Jennan con firmeza.
- Señora... -
dijo Helva, pensando que tal vez una voz femenina tendría más peso en aquellas
circunstancias que el varonil encanto de Jennan.
- ¿Quién habla?
- gritó la monja, asustada de oír una voz sin cuerpo.
- Yo, Helva, la
nave. Bajo mi protección, tú y tus hermanas de fe llegaréis a salvo y sin
profanarse por la asociación con ningún hombre. Yo os protegeré y os conduciré
a un lugar especialmente destinado para vosotras.
La mujer miró
cautelosamente a través de la abertura de la puerta de la nave.
- Puesto que
los Mundos Centrales te permiten utilizar tales naves, reconozco que no estás
burlándote de nosotras, joven. Sin embargo, sigo pensando que aquí no corremos
peligro alguno.
- La
temperatura en Rosary es ahora de treinta y siete grados - dijo Helva -. Tan
pronto como los rayos del sol penetren directamente en este valle, también aquí
será de treinta y siete grados, y probablemente alcanzará hoy los noventa en su
punto álgido. Veo que vuestras casas están hechas de madera y paja. Paja seca.
Hacia el mediodía estarán todas ardiendo.
La luz del sol
comenzaba a penetrar en el valle entre los picachos de las montañas, y aquellos
ardientes rayos caldearon al inquieto grupo que había tras la superiora.
Algunas se abrieron los escotes de sus vestidos de pieles.
- Jennan - le
dijo Helva por el comunicador privado -, el tiempo se nos está reduciendo.
- No puedo
dejarlas aquí, Helva. Algunas de esas chicas son apenas unas adolescentes.
- Y hermosas,
además. No me extraña que la superiora se niegue a dejarlas subir.
- Helva.
- Se cumpla la
voluntad de Dios - dijo la superiora con firmeza, dando la espalda a sus
salvadores.
- ¿Quemarse
hasta la muerte? - les gritó Jennan mientras ella se abría paso entre sus
novicias.
- ¿Desean ser
mártires? Es su elección.
- Jennan -
dijo, desapasionadamente, Helva -. Nosotros tenemos que irnos, y esto ya no es
una cuestión en la que podamos elegir.
- ¿Cómo voy a
dejarlas, Helva?
- ¿Parasea? -
sugirió Helva mientras él daba unos pasos y cogía a una de las mujeres. - No
puedes raptarlas a todas a bordo y no tenemos tiempo de luchar con ellas. Sube,
Jennan, o tendré que informar de tu actitud.
- Van a
morir... - musitó Jennan desesperado, mientras regresaba a la nave.
- No podemos
correr más riesgos - dijo Helva, razonablemente -. Tal y como están ya las
cosas, vamos a tener problemas para alcanzar el lugar de la cita. El informe
del laboratorio señala una aceleración crítica de la evolución espectral.
Jennan estaba
ya subiendo a la escotilla cuando una de las mujeres más jóvenes se dio media
vuelta y echó a correr tras él, gritando. Su acción fue imitada por sus
compañeras. Pasaron en estampida a través de la estrecha abertura. Pero no
había suficiente espacio en el interior para todas las mujeres. Jennan sacó
trajes espaciales para las tres que habrían de quedarse con él en la cámara de
descompresión. Tuvo que perder aún un tiempo precioso para explicar a la
superiora que tenía que colocarse el traje espacial porque la cámara de
descompresión no tenía ni provisión de oxígeno ni dispositivo de climatización
independiente.
- La ola de
calor va a alcanzarnos - dijo Helva en tono apremiante a Jennan a través del
comunicador privado -. Llevamos dieciocho minutos de retraso y ahora tendré que
forzar la velocidad máxima para escapar a la ola de calor.
- ¿Puedes
despegar? Nosotros ya tenemos puestos los trajes.
- ¿Despegar? Sí
- dijo, mientras, efectivamente, lo hacía -. Pero ¿correr? Siento como si
tropezara.
Jennan trató de
sostenerse a sí mismo y a las mujeres; notaba el peso de la nave, sin dejarse
llevar por la piedad, sabiendo que la aceleración aplastaba violentamente a los
pasajeros de la cabina (dos de las mujeres murieron), Helva aceleró al máximo
durante el mayor tiempo posible. La suerte que corriera Jennan era su único
motivo de preocupación. Pese a sus trajes espaciales, las cuatro personas
aprisionadas en aquella cámara de descompresión desprovista de oxígeno y sin
climatizar, protegida por una sola capa de metal en lugar de tres, no estaban
seguras. Sus escafandras eran del tipo estándar; no estaban diseñadas para
soportar el excesivo calor al cual iba a someterse la nave.
Helva voló tan
rápido como pudo, pero la increíble ola de calor que desprendió la explosión
del sol les alcanzó a mitad de camino de su destino, en la zona fría.
No prestaba
atención a los llantos, los gemidos, los ruegos ni las plegarias que llenaban
su cabina. Lo único que escuchaba era la torturada respiración de Jennan a
través del sistema de purificación de aire de su traje y el murmullo de la
sobrecargada unidad de refrigeración. Sin poder hacer nada, oía los gritos
histéricos de sus tres acompañantes a medida que penetraban en el brutal calor.
En vano Jennan trataba de calmarlas, intentando explicarles que pronto estarían
a salvo si soportaban aquel calor. Enloquecidas por el terror y el sufrimiento,
se echaron sobre él pese a lo exiguo de la cámara. Cuando una de ellas intentó
golpearle, se le enrolló un brazo en los cables de su generador individual de
energía y la catástrofe no tardó en producirse. Uno de aquellos cables,
debilitado por el calor, se rompió bajo la presión.
Pese a toda su
potencia, Helva estaba desarmada. Vio a Jennan ahogarse, le vio girar la cabeza
en su dirección, implorarle con la mirada y morir.
Sólo el férreo
condicionamiento de su educación impidió que Helva diera media vuelta y se
inmolase hundiéndose en el ardiente corazón del sol. Muda por el sufrimiento,
alcanzó el convoy de refugiados y transfirió a los pasajeros enfermos,
cubiertos de quemaduras, al transporte que le fue indicado.
- Guardo
conmigo el cuerpo de mi patrullero - informó después al Centro con voz sorda.
- Te
proporcionaremos una escolta - fue toda la respuesta que recibió.
- No necesito escolta.
- Ya te ha sido
asignada una escolta, XH-834 - se le dijo con sequedad. El trauma de escuchar
cómo le quitaban la inicial del nombre de Jennan de su número de registro cortó
su protesta. Descorazonada, esperó junto al transporte hasta que sus pantallas
le mostraron la llegada de otras dos naves cerebrales. El cortejo regresó a la
velocidad de funeral.
- ¿834? ¿La
nave que canta?
- Ya no tengo
más canciones.
- Tu patrullero
era Jennan.
- No deseo
entrar en comunicación.
- Soy la 422.
- ¿Silvia?
- Silvia murió
hace mucho tiempo. Soy la 422. Por ahora MS - dijo la nave -. AH-640 es nuestro
otro amigo. Pero Henry no está a la escucha. Tanto mejor..., seguramente no lo
comprendería si pasaras a la ilegalidad. Pero yo no le dejaré que trate de
impedírtelo.
- ¿Ilegalidad?
- el término sacó a Helva de su apatía.
- Claro. Tú eres joven. Te queda energía para muchos años. Huye. Ya otras lo
han hecho. La 732 se escapó hace tres años, tras haber perdido a su patrullero
en la famosa misión de la enana blanca. Desde entonces no la hemos vuelto a
ver.
- Nunca oí
hablar de esas cosas.
- Desde luego,
en la escuela no has podido escucharlo, querida, puesto que precisamente nos
condicionan contra eso - dijo 422.
- ¿Romper el
condicionamiento? - gritó Helva, angustiada, pensando en el blanco y furioso
corazón del sol que acababan de abandonar.
- Creo que,
para ti, no resultaría duro de momento - dijo, sosegadamente, la 422 en cuya
voz se apuntaba un cierto cinismo -. Las estrellas están ahí, palpitando.
- ¿Y estaría
sola? - preguntó Helva, sofocada.
- ¡Sola! - le
confirmó 422.
Sola con todo
el tiempo y el espacio. Ni siquiera la Nebulosa de la Cabeza del Caballo
estaría lo suficientemente lejos como para desanimarla. Sola con cientos de
estrellas que vivirían con sus recuerdos y nada... nada más.
- ¿Parasea valía
la pena? - le preguntó suavemente a la 422.
- ¿Parasea? -
repitió 422, sorprendida -. ¿Con su padre? Sí. Estuvimos en Parasea cuando se
nos necesitaba. Lo mismo que ha sucedido ahora..., y su hijo... estaba en Cloe.
Cuando os necesitaban. El crimen es no saber dónde nos necesitan y no estar
allí.
- Pero yo le
necesito a él. ¿Quién va a colmarme esta necesidad? - preguntó Helva,
amargamente.
- 834 - dijo
422 al cabo de un día de navegar en silencio -, la Central desea tu informe. En
la Base Régulus te espera un reemplazo. Rectifica tu rumbo y dirígete hacia
allá.
- ¿Un
reemplazo?
No era eso lo
que necesitaba. No era alguien que le recordara a Jennan sin llenar el vacío
que él había dejado. Porque su casco estaba aún caliente del calor de Cloe.
Empujada por un atavismo, Helva deseaba tiempo para llorar a Jennan.
- ¡Oh! Todos
los patrulleros sirven si la nave es buena - subrayó 422 filosóficamente -. Y
es precisamente lo que necesitas. Cuanto antes mejor.
- Les has dicho
que no iba a huir, ¿verdad? - preguntó Helva.
- Acabas de
dejar pasar la ocasión hace un momento, lo mismo que yo tras Parasea, tras
Glenn Arthur, tras Betelgeuse.
- Nuestro
condicionamiento nos impide actuar así, ¿verdad? Nos resulta imposible hacerlo.
Lo que me dijiste antes era una prueba, ¿verdad?
- Sí, órdenes.
Ni siquiera los psiquiatras saben por qué una nave entra en la ilegalidad. El
Centro está muy inquieto, y también nosotros, tus hermanos. Fui yo misma quien
pidió servirte de escolta. Yo... no quiero perderos a los dos.
Helva sintió
claramente cómo surgía dentro de ella un sentimiento de gratitud hacia Silvia.
- Todos hemos
pasado por eso, Helva. Lo que voy a decirte no te servirá de consuelo, pero,
¿qué seríamos nosotras si no pudiéramos sufrir con nuestros patrulleros?
Máquinas equipadas con altavoces.
Helva miró el
cuerpo de Jennan, tendido ante ella en su ataúd, y creyó oír el potente eco de
su voz en la cabina.
- ¡Silvia, no
pude ayudarle! - gritó desde el fondo de su alma.
- Si, querida,
lo sé - murmuró cariñosamente la 422.
Luego quedó en
silencio.
Las tres naves
aumentaron la velocidad en silencio hacia la gran base que los Mundos Centrales
tenían en Régulus. Helva rompió el silencio para pedir instrucciones con
respecto al aterrizaje y para recoger las condolencias oficiales.
Las tres naves
aterrizaron simultáneamente dentro del boscoso recinto en que los gigantescos
árboles azules de Régulus montaban guardia cerca de los muertos en el pequeño
cementerio del Servicio. El contingente de la base en pleno se acercó con paso
lento para formar una senda de honor entre Helva y el cementerio. Una
delegación subió hasta la escotilla y entró en su cabina. El cuerpo de su amado
compañero fue respetuosamente colocado en el ataúd especialmente montado sobre
unas ruedas y cubierto con la bandera azul oscuro tachonada de estrellas del
Servicio. Contempló cómo se lo llevaban lentamente, mientras el largo sendero
humano formado por la escolta se iba cerrando tras él.
Luego, después
de pronunciadas las sencillas palabras de la despedida y de que los aviones
pasaran sobre la tumba para rendirle el último homenaje al patrullero, Helva
recuperó la voz.
Suavemente,
apenas audible al principio, las notas de una antigua canción de duelo salieron
al exterior, hasta que la propia negrura del espacio devolvió el eco de la
canción de la nave que cantaba.
FIN
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