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No.
3, 99
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Publicación bimestral de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, fundada en abril de 1962 por Nicolás Guillén
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Director Redactor Sección
de Crítica Diseñador |
SUMARIO
casa a la carta
Miguel Angel Asturias, Ezequiel Martínez Estrada, Francisco Urondo, Juan Carlos Onetti, Juan José Arreola, Angel Rama, Nicanor Parra, Arnold Wesker, Carlos Fuentes, José María Arguedas, David Viñas, Víctor Jara, Antonio Saura, Mario Benedetti, Luis Cardoza y Aragón, Roque Dalton, Rodolfo Walsh, Julio Le Parc, Gabriel García Márquez, Efraín Huerta, Haroldo Conti, Rubén Bareiro Saguier, Edward Kamau Brathwaite, Ernesto Cardenal, Santiago García, Alirio Díaz, Antonio Cándido, Roberto Matta, Julio Cortázar, Fernando del Paso, George Lamming, Jorge Enrique Adoum, Ricardo Piglia, Edward Sullivan, Juan Gelman, Ignacio Chaves Cuevas, Thiago de Melo, Carlos Cruz-Diez, Antonio Skármeta, Eduardo Galeano.Del otro lado del reino / Abilio Estévez
Trastiendas (fragmento de novela) / Miguel Collazo
Una metáfora de la esperanza: María Zambrano, profetisa de las ruinas (ensayo) / Roberto Méndez
IV Premio de Poesía La Gaceta de Cuba
En el IV Premio.../ Domingo Alfonso
Canción de Orfeo / Alex Pausides
Manos Decir tu nombre Naturaleza Convalecencia Pasado Peregrinas Vértigo Labores Visita Padre y criatura / Alessandra Molina
Trazado con ceniza / Ileana Alvarez
Poema por Laurence Ferlinghetti Por Jaime Gil de Biedma Caminar añorando algún café... Canción antigua para Julio Mariscal / Alberto Acosta-Pérez
Caminos de Colin / Pedro Marqués de Armas
Herejía sin nombre (fragmento) / Ronel González
Trece estaciones de Hiroshigue / José Luis Fariñas
Permiso para imprimirlo todo (sobre la exposición "La huella múltiple") / Orlando Hernández
Félix Pita Rodríguez en los noventa / Ricardo Hernández Otero
Polirritmo de la amada marina Poema Clown Muelle (poemas) / Félix Pita Rodríguez
La divinidad de la carcajada / Félix Pita Rodríguez
Sobre musa roja y musa nueva / Félix Pita Rodríguez
Corcel de fuego en la alternativa del tiempo / Omar Felipe MauriCRITICA
Un encuentro con el tiempo / Marilyn Bobes Respetable público, el títere, el superactor / Maité Hernández-Lorenzo Historias contra el polvo: la aventura de ser triste / Jorge Angel Hernández El último aullido de George Riverón / Michael H. Miranda Por La Noche y Un sueño feliz / Norge Espinosa Mendoza Diez de espada y algunos otros naipes sobre el tapete verde / Jesús David Curbelo El amor por amor, ¿es amor? / Emilio Ichikawa Morín Monumental y contemporáneo / Nelson Herrera Ysla Luis de la Cruz... Disco Otras mujeres / Humberto Manduley López ¿Un signo que nunca muere? / Vivian Romeu La sensibilidad equivocada / Camilo Venegas
Casa a la carta
Haydee Santamaría solía decir que los trabajadores de la Casa de las Américas no eran sólo los que de lunes a sábados (o a veces día a día) ocupaban un lugar bajo el techo de esa institución, sino todos aquellos, en su mayoría intelectuales de la América Latina, que incesantemente y desde las más diversas regiones de este planeta, colaboraban con las tareas de la Casa. Esa característica alude a varias virtudes: la capacidad de comunicación, la fe en un proyecto, la utilidad de una labor, entre otras. Ahora que la Casa cumple cuarenta años, La Gaceta de Cuba, como homenaje, ofrece a sus lectores un conjunto de textos que se relacionan con esa afirmación de Haydee: cuarenta cartas fechadas desde 1959 hasta este mismo año, que evidencian la profundidad del trabajo de esa institución ejemplar, y las relaciones entre sus trabajadores de aquí y de allá: entre Haydee, Mariano o Roberto, que han sido sus tres presidentes, y escritores y artistas como Gabriel García Márquez, Julio Le Parc o Roque Dalton, por sólo poner algunos ejemplos. En la ardua selección de las cartas que aquí son publicadas, escogidas entre los varios millares que atesora la Casa en su Fondo Documental, participaron compañeras que laboran en el proyecto Memoria (iniciado en 1995, y destinado a preservar y clasificar esos fondos, así como los archivos fotográficos y fonográficos): muy en especial Ana Cecilia Ruiz, Silvia Gil y Chiki Salsamendi, a quienes La Gaceta quiere hacer llegar su gratitud. Aquí se ha tratado de ofrecer un conjunto representativo que abarque diversas épocas, áreas de trabajo, zonas geográficas, manifestaciones artísticas. Es decir, una verdadera carta de nombres donde están la memoria, el presente y los proyectos por venir de la Casa de las Américas.
Bahía Blanca, febrero 1/1963
Muy estimada y recordada amiga y compañera, Ada Santamaría:
Quise tener tiempo libre para escribirle una carta-novela, pero tengo que resignarme a este relato breve.
Todavía no nos hemos readaptado, y me parece difícil que esto pueda ocurrir. Gentes y cosas muestran los aspectos más desagradables y esconden los buenos, si los tienen. De manera que unas y otras se tornan desagradables, por no decirle insoportables. Cuando se ha vivido en Cuba una temporada, compartiendo como buenos camaradas las alternativas de la paz y la guerra, es penoso el presidio sin muros en que se vive sin alicientes y sin esperanzas.
Recordamos siempre sus bondades, como asimismo las de los compañeros de la Casa, con los que formábamos una familia. Pensé que no podría volver hasta junio o julio; pero es posible que pueda ser mucho antes, si me decido a perder la ropa y salvar el pellejo. Hasta las liebres y las palomas muerden y arañan.
Hace poco que retomé mi trabajo sobre Martí; la salud de Agustina anduvo mal, y yo muy desanimado.
Le recomiendo los libros y los papeles que están en el closet de mi estudio. Ahí están las copias de la primera parte de la obra, más copia de toda la documentación sacada de los libros de Martí.
No tengo ninguna noticia de Cuba, excepto una esquela de Baeza1 que hoy contesto. Por si se pierde la carta, le repito aquí los cuentos de Quiroga que me parece que deben reunirse en el volumen que piensan publicar:
"El potro salvaje" (del libro El desierto)
"Juan Darién", del mismo libro;
"El regreso de Anaconda" (de Los desterrados)
"La guerra de los Yacarés" (Cuentos de la Selva)
"La tortuga gigante" (del mismo libro)
"El desierto" (de El desierto)
"Los Desterrados" (de Los desterrados)
"El hombre muerto" (ídem)
"Los destiladores de naranja" (ídem)
"Los inmigrantes" (de El salvaje)
"Una bofetada" (ídem)
"Los moscas" (de Más allá)
"El hijo" (ídem)
"El conductor del rápido" (ídem)Casi todos estos cuentos están en una recopilación, Cuentos escogidos, de Aguilar, Madrid, 1950.
No sé si se publicó el libro con los dibujos de Siné, ni el mío: En Cuba y con la Revolución. No recibo publicaciones. ¿Salió Casa? ¿Por qué no me mandan ni un ejemplar de Familia de Martí?
¿Tiene usted nueva sobrina? ¿Se llama Celia María? Díganme algo que me recuerde que somos amigos.
Recuerdos a los compañeros todos, cariños de Agustina y usted reciba el invariable aprecio de su afmo. S.S.
Ezequiel Martínez Estrada
Av. Alem 908 Bahía Blanca (Argentina)
1 Francisco Baeza, que era responsable de Publicaciones de la Casa. (Todas las notas son del E.)
Lima, 10 de Julio de 1967.
Sr.Roberto Fernández Retamar
Director de la Revista de la Casa de las Américas
La Habana.
Querido Roberto:
Por intermedio de Mario1 te envío el artículo que te prometí sobre los mitos quechuas posthispánicos. Espero que les parezca de interés. Es una lástima no poder continuar trabajando en la recopilación de material tan importante como éste. Pero ya me temía que no me dejarán hacerlo, tanto porque no les gusta que se estudie este asunto en la forma en que lo haría yo como porque tampoco les parece prudente que yo viaje por esas zonas. Y no requería de mucho capital. Tengo el equipo. Sin embargo hemos de insistir.
El Perú es un remolino casi indescriptible. Puedes imaginarte bien cuán bárbaramente me encoragina y angustia al mismo tiempo no poder viajar como parecía que iba a ser posible por las regiones donde la masa campesina se revuelve, intenta descarnarse de tradiciones milenarias en un esfuerzo indetenible pero algo ciego y se pone a riesgo, en las fauces de una organización bien montada para convertirlos en torrente que mueva intereses que a la larga se volverán contra el destino libre de este gigante que se ha echado a andar. Tratarán de levantar un cerco, un nuevo cerco para él, algo más lejos. Están procurando confundirlos, desfigurarlos, derramar gérmenes en sus entrañas a fin de que algo más tarde les produzcan degeneraciones, iras fratricidas. Soy testigo de la suerte de esta amada gente casi desde que tengo uso de razón. Anhelo tener en este segundo semestre, si no viajo, algo de tiempo y de salud para escribir la novela que empecé hace algún tiempo, "No hay veda, Don Esteban". Creo que supiste que en abril del año pasado casi me voy al otro barrio; desde entonces no alcanzo aún a reintegrarme del todo. Pienso en Uds. y en nosotros cada vez que me ataca la crisis. Me han golpeado muy duro y pude siempre convertir el castigo en buena sangre; ahora estoy algo en peligro. Quizá obtenga unos seis meses de paz y escriba esa obra. Sólo la novela puede mostrar la faz y la hondura de este torbellino. En México me viste más que algo apagado. Si me rescataron de la muerte no ha de ser para caer de nuevo, hermanos. Crearemos vida. El 3 de julio salgo a Viena para una reunión internacional de antropólogos, quizá pueda seguir de allí a Praga. Si te es posible escríbeme unas líneas a esta dirección en París: 55 Boulevard Jourdan, Maison des Provinces de France 604, París 14, favor de A. Ortiz.
Recuerdos a Nicolás.2 Espero que me inviten para enero del año entrante, pues entonces sí iré, a cualquier riesgo. Un abrazo,
José María [Arguedas]
1 Mario Vargas Llosa.
2 Nicolás Guillén.
París, abril de 1968
Estimada compañera Haydee, quisiera ante todo mostrarle mi agradecimiento por todas las amabilidades mostradas para conmigo por usted y toda la Casa de Las Américas, mi agradecimiento por su invitación para prolongar mi estancia en La Habana después del Congreso Cultural. Unicamente sentí mucho el no haber podido hablar con usted más ampliamente sobre muchas cosas.
Quisiera decirle también que tengo mi pensamiento puesto en Cuba y que constantemente surge el recuerdo y el afecto hacia tantas cosas y son ya muchas que me unen a ustedes. ¿Sería absurdo decir que me siento cubano un poco viajero y que no tengo ya una sola Patria? Han sido muchas las cosas que se han confirmado en este viaje y mi visión de la realidad cubana es ahora mucho más objetiva y por lo tanto a mi modo de ver más constructiva. Pero todo esto es muy difícil de expresar mediante palabras y escribir no es precisamente mi lado fuerte. Lo único que quisiera añadir es que me tienen ustedes a su lado incondicionalmente y que pueden contar conmigo para todo cuanto sea necesario. Lo único que siento es pertenecer a un gremio de "especialistas" que llenen telas con cosas y que mi capacidad de actuación se vea limitada por esta razón. ¿Qué puedo yo hacer por Cuba en estos contornos? De viva voz algunas, sin dudas, ya las he hecho y espero hacerlo de forma más intensa, pero me temo que esto no sea tan importante en relación con lo que ustedes se merecen.
Miró y Tapies me han prometido hacer un diseño para las cajas de galletas. Ahora trataré de conseguirlo de Picasso. Miró me ha dicho también que está dispuesto a regalar una obra a Cuba y que será el propio Alejo Carpentier quien podrá elegirla cuando su exposición antológica se realice este verano. También he hecho gestiones para lograr una exposición de Tapies y otra de Miró (esta última solamente de obra gráfica) y han resultado satisfactorias. Como escribo también a Mariano hablándole de todos estos asuntos, no quiero cansarla más. Unicamente quiero copiarle algunas de las frases de la carta que Miró me ha enviado y que dice así:
"Muy impresionante todo lo que me cuenta de Cuba, país a mi entender lleno de enormes posibilidades y que puede crear nuevos horizontes y un tipo de hombre con una piel y un cerebro vírgenes. Debido a mi trabajo no he tenido todavía ocasión de ir allí, lo haré enseguida que tenga ocasión".
Antonio Saura
México, D. F. 16 de junio, 1968
A Manuel Galich
Casa de las Américas
La Habana
Querido Manuel:Hoy domingo 16 de junio, recibo tu prólogo admirable. Sólo un "pero": es demasiado generoso con mi trabajo. Gracias, mil gracias, por tu entusiasmo. Es un prólogo muy bello en el cual recorres magistralmente el libro, haciendo señalamientos muy importantes, destacando sus luces, su entraña emocionada. Todos los conceptos me parecen acertados y densos de simpatía hacia mi trabajo: hay un enfoque de toda mi obra asimismo. Un enfoque que adivina lo que he deseado hacer y que, seguramente, no está tan logrado como tu amistad y tu gran talento cordial lo ve. Es un estudio crítico y paralelamente formando un todo, un estudio político en que tu fervor guatemalteco queda espléndidamente impreso. Hemos hecho lo que hemos podido hacer, pero no lo suficiente: estamos en mora con nuestra dulce tierra frenética y magnífica. Tu prólogo es lo mejor, lo más hondo, lo más matizado y sutil que se ha escrito sobre Guatemala, las líneas de su mano. Mi alegría era ya muy grande porque Cuba revolucionaria editaba mi libro. Ahora es mayor mi alegría, porque unidos quedamos en un libro guatemalteco, porque somos guatemaltecos y porque ambos amamos indeciblemente a nuestro pueblo y a la Revolución cubana. Un abrazo muy cordial de tu viejo amigo.
Luis Cardoza y Aragón
París, 5 de abril de 1983
Querido Mariano:
Cumpliendo mi promesa, te envío una selección de veinticinco cuentos, cantidad que creo suficiente para hacer un buen volumen.
Dado que además de la primera edición de la Casa en 1964, hubo una reedición ligeramente aumentada en 1969, con pie editorial de Ediciones Huracán, he pensado que lo mejor era preparar este nuevo libro con relatos que no figuran en esas dos ediciones anteriores. Por supuesto, quedan muchos otros que sería excesivo incluir aquí, pero llegado el caso podrían dar pie a otro volumen, si los lectores cubanos tienen suficiente paciencia para aguantarme.
Va también el índice, y una nota importante al pie para la imprenta, a fin de que sigan rigurosamente el orden que indico en el índice. Te ruego hagas hincapié en esto, porque como los cuentos están simplemente engrampados y casi en seguida se van a mezclar y confundir, será bueno que el índice sea tenido en cuenta estrictamente. Gracias.
Espero que Flor1 y tú estén muy bien. Creo haberte dicho en mi anterior que vi a Armando2 aquí en París, aunque poco pudimos hablar porque al pobre lo tenían loco con entrevistas y cócteles. Me hubiera gustado recordarle aquella charla sobre suplementos culturales de que hablamos con él y contigo en su casa, y que me sigue dando vueltas en la cabeza. Desde aquí podríamos ayudar mucho con envíos de todo tipo, plástica, literatura, crítica, etc. La gente sigue insistiendo (y tiene en general razón) que en Cuba no se da suficiente material de cultura en el nivel popular. ¿Qué mejor que los diarios para eso? De paso sería una manera de mejorarlos, cosa que les hace falta desde el día en que los fundaron, como todo el mundo sabe.
Hasta siempre, con mis cariños a Flor y un abrazo de tu amigo
Julio Cortázar
La exposición de Wifredo Lam en el Museo de Arte Moderno es prodigiosa. Todos sabíamos qué pintor era, pero hasta no abarcar esa enorme suma de trabajo no se tiene una idea completa de su talento y su importancia.
Ojo! Para no repetir el título Cuentos que llevan las dos ediciones cubanas previas, te propongo: Las armas secretas y otros relatos.
INDICE
Continuidad de los parques
Carta a una señorita en París
Liliana llorando
Los amigos
El móvil
Silvia
Lugar llamado Kindberg
Relato con un fondo de agua
El ídolo de las Cícladas
Sobremesa
Una flor amarilla
La banda
Ahí pero dónde, cómo
Después del almuerzo
No se culpe a nadie
El río
Las fases de Severo
La señorita Cora
Los venenos
La autopista del sur
Cuello de gatito negro
Las babas del diablo
Las armas secretas
La isla a mediodía
Los buenos serviciosNOTA PARA LA IMPRENTA: He desglosado estos cuentos de diferentes volúmenes. Algunos no pueden separarse pues comienzan en la página siguiente. Por consiguiente, se ruega prestar atención al índice y componer el libro siguiendo este orden. Muchas gracias.
1 Flor Ceballos, esposa de Mariano, trabajaba también en la Casa.
2 Armando Hart.
Del otro lado del reino
Abilio Estévez
Siento que existe para mí algo más incómodo que hablar de mí mismo, y es hablar sobre lo que he escrito. Obsérvese que hago un distingo entre el que soy en esta brumosa incertidumbre que llamamos realidad, y el que soy en esa diáfana certidumbre que llamamos literatura. Y es que también yo, cuando escribo, experimento la rara sensación de ser otro. La idea, como ustedes saben, no es original. Se puede encontrar, por lo menos en Rimbaud, en Borges, en aquellas bellísimas palabras de Pessoa: "Como el panteísta se siente árbol, se siente flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí, parcialmente, como si mi ser participara de todos los hombres." Y si hablar de uno mismo se acerca por lo general de modo patético a la pedantería, a la vanidad y a la impostura, hablar de lo que se escribe es todo eso y es más, porque también quizá resulte el intento fallido de revelar un secreto cuyo valor máximo es precisamente ser un secreto. Secreto total, por decirlo así. Porque se trata en principio de un secreto para quien escribe. Sospecho que ni el escritor más racional tenga conciencia absoluta de esa extraña materia con la que ha querido conjurar la página en blanco, y con la que ha intentado nada menos que la soberbia de recomponer el mundo. Esto, sin embargo, no es más que opinión mía, tan vulnerable, claro, como yo mismo, de modo que si ustedes me lo permiten trataré de hacer un esfuerzo, acomodarme a la incomodidad, recurrir a la violentación y limitarme a hablarles de lo único que escasamente (me guste o no) me está permitido: mi propia experiencia. La sola justificación, el perdón que espero, vendrá dado por el hecho de que les hablaré de mí sin hablarles de mí. En rigor quisiera referirme a dos escritores que están en mí de modo particular y entrañable, como otros muchos, es la verdad (que si de algo no cabe duda es de que hay infinidad de escritores en cada escritor), sólo que esos dos escritores son para mí tan palpables como yo mismo, y quiero mantener el sueño de suponer que han penetrado en las páginas de mi única novela.
Ahora que Tuyo es el reino es ya por fin un libro entre los libros, puedo referirme a él con cierta distancia. Sin entenderlo bien, como acabo de decir, aunque al menos con el dudoso reflejo que tienen siempre las cosas que se alejan en la distancia y en el tiempo. Cuando hacia 1989 (estando yo en un lejano pueblo de Cerdeña llamado Sassari) comencé a planearlo, a organizarlo, a pensarlo, cuando empezó a obsesionarme, yo solamente tenía la escasa certeza de que quería regresar a mi infancia, recuperar aquel tiempo para mí tan dichoso, tan edénico, en que no conocía el peso de la Historia, en que aún ignoraba las inclemencias de la Historia, la tragedia de la Historia, y en el que el mundo se presentaba como un lugar simple, pequeño, hermoso, inmóvil, eterno, es decir, feliz. Poco sabía de técnicas narrativas. No sé porqué empleo el verbo en pasado. Rectifico: poco sé de técnicas narrativas. En la Universidad tuve ocasión de dar narratología y estructuralismo y cursos de técnicas narrativas (temas, motivos, subtemas, narrador, narratario, etc.). Debo reconocer que esas asignaturas me hicieron muy desdichado, y supongo que contribuyeron de modo decisivo a esa tristeza que todavía hoy puede verse en mí. Lo cierto es que frente a aquel deseo de crear un libro, me sentía absolutamente solo, o para ser más preciso, despojado, como si esos conocimientos de nada sirvieran. Creo, en efecto, que esos conocimientos de nada sirven, y que siempre que un escritor se enfrenta con la página virgen y terrible debe comenzar por inventar la literatura. La inventa con todo lo que tiene dentro, con todo lo que corre por su sangre (por usar una frase cursi y tremendista), es cierto que la inventa con Shakespeare y con La divina comedia, pero la inventa, tiene la obligación de inventarla.
Sucede que tengo sobre el escritorio donde descansa mi ordenador, una fotografía preciosa. Antes de tener ordenador, estuvo sobre la Olivetti. Y antes todavía encima del sillón donde me sentaba a escribir sobre un trozo de madera. En ella, hay dos hombres que miran con resignación a la cámara (por tanto, están mirando siempre con fijeza al que los mira). El uno es flaco; el otro, gordo. El gordo va de traje oscuro; el flaco, de simple camisa. Ambos son escritores. Se nota porque tienen muchos libros delante, y porque hay una actitud general que los delata. Se nota porque después de todo un escritor de verdad nunca puede ocultar que lo es. El escritor flaco de la camisa es Virgilio Piñera. El gordo del traje oscuro, José Lezama Lima. De Virgilio tuve la suerte (presumo que definitiva para mi destino) de ser su amigo. A Lezama lo vi sólo una vez, una tarde de la Biblioteca Nacional en que inauguraban una exposición de fotografías sobre Alicia Alonso. A ambos los he leído y los sigo leyendo con fervor.
Mi amistad con Virgilio Piñera se inició cuando yo tenía veintiún años. El a su vez era ya un gran escritor con más de sesenta, un escritor casi mítico que había estrenado con gran escándalo su Electra Garrigó hacia finales de la década de los cuarenta, que había vivido en un exilio voluntario en Buenos Aires, y se había unido al círculo que se reunía en torno a la revista Sur, con Borges, con las Ocampo, con Bioy, con Pepe Bianco, y sobre todo, se había unido a uno de los enemigos literarios de este grupo, el polaco iconoclasta, Witold Gombrobycz. Por el tiempo en que lo conocí, la obra fundamental de Virgilio ya estaba hecha. Sólo que como casi todos los escritores de esos tiempos espantosos, vivía en la más absoluta marginalidad. No se le publicaba, no se hablaba de él, se le había borrado de los diccionarios y de los planes de estudio... Virgilio Piñera no existía. Sólo tenía valor palpable en el jardín donde cada sábado nos reuníamos a hablar de literatura y donde él terminaba leyendo alguno de sus textos inéditos. Con Virgilio Piñera aprendí mucho más que en una asignatura que estudiaba entonces con el pomposo título de "Interpretación y análisis de la obra literaria". Algunos años después, intentado evocar aquel encuentro, escribí:
Guardo de aquella húmeda noche de julio un recuerdo imborra- ble. Hundido en la simplicidad, en el primitivismo de mi juventud, comprendí que para mí una puerta se abría al tiempo que otra se cerraba. Resultará extraño, pero todo lo que yo experimentaba esa noche se veía asociado a una serie de sentimientos paradójicos que, siendo opuestos, se superponían en un solo y grande descubrimiento, la literatura. Si confieso que conocí la literatura la noche en que conocí a Piñera, quiero decir la literatura entendida como destino. Fue algo que sin duda no pude analizar entonces como hago ahora, pero que estaba presente en la mezcla de repudio y fascinación, en el terror que presagiaba la inminencia del sacrificio, y a la vez en el coraje con que debía enfrentarlo. Al propio tiempo, ese hombre me hizo ver algo que estaba asociado a la literatura de modo imposible de separar: el escritor debe ser fiel, primero, a su libertad frente al mundo. Me enseñó que la máscara nos "cosifica", que cuando un hombre se mueve con su máscara por la vida, va semejante a una "cosa", y cosa en fin, no puede expresarse genuinamente. Entre los modos de desenmascaramientos, la literatura es de los más antiguos y de los más legítimos.
Virgilio Piñera fue un caso magnífico de moral y de tozudez literaria. Desde finales de los sesentas en que se le consideró un escritor inmoral y contrarrevolucionario, y se le impidió publicar, logró mantener el ánimo y abatirse lo menos posible. Cada amanecer, hacia las cinco de la mañana, se levantaba Virgilio y junto a una taza de café, se sentaba a escribir. No le importaba que no hubiera un editor esperando, ni siquiera un amigo lector. El escribía, con terquedad, con rabia, con desesperación, sin esperar nada, salvo quizá, como él decía en serio y en broma, por supuesto, "la dudosa reparación de la posteridad". En otra parte y hablando de él, intenté decir que escribir cuando hay multitudes de lectores esperando, es maravilloso; escribir cuando sólo espera un grupo de amigos, es aún más maravilloso; escribir en la soledad perfecta, esa es la prueba suprema. Piñera pasó esa prueba con altura y dignidad que merecen el mayor respeto. Las consecuencias que se derivaban y siguen derivándose de ese acto tan rotundo de fe literaria, son incalculables. Virgilio Piñera me enseñó una ética del escritor, me hizo ver que lo importante era escribir y no medrar (ni política ni económicamente), y me mostró lo inevitable que resulta para un escritor conservar su libertad. Enseñanza mayor, me parece imposible. El se convirtió para mí en símbolo de todos los escritores. Quienes tengan la paciencia de leer Tuyo es el reino, descubrirán que ese herido que aparece en la primera parte y que luego dice llamarse Scheherezada, se revela en el epílogo como él, como Virgilio Piñera, quien es, al propio tiempo, todos los escritores, todos aquellos que, como Borges ha dejado dicho de modo espléndido, han tenido "esa urgencia de su ser".
Por otra parte, creo que se conoce bien la necesidad o la utilidad (¡perdón, Oscar Wilde!) que tiene para nosotros su literatura difícil, distanciadora, cáustica, intelectual, provocadora, fría con toda intención, desmitificadora, y esencial, obstinadamente negadora; literatura que huye del sentimiento, que se propone escapar de cualquier explicación, que centra su análisis (si es que la palabra resulta lícita) en los puros hechos. Literatura que no busca condenar ni salvar. Que no desea otra cosa que mostrar el vacío o la inutilidad del mundo en que vivimos. Literatura sin concesiones y sin falsas bondades.
Y fue Piñera quien me prestó cierta tarde un ejemplar de Paradiso. De Paradiso, por esos años, se decían cosas atroces. Que era inmoral y funesta para los jóvenes. Porque también Lezama vivía su propia oscuridad. Porque también Lezama había sido borrado de la vida pública cubana, desterrado en un sillón de la calle Trocadero, entre la gritería vecinera, el asma, la humedad de sus libros y el humo de los habanos. La primera palabra que me viene al recuerdo y con la que quisiera procurar describir esa primera agotadora lectura de Paradiso puede ser perplejidad. Ahora agregaría: sorpresa, asombro (que son quizá dos modos de decir lo mismo). ¿Cómo alguien podía escribir así? ¿Cómo alguien podía tener la desfachatez de crear aquella informe mezcolanza de metáforas y de palabras? No sé lo que hubiera dicho mi correcta profesora de "Interpretación y análisis de la obra literaria". A mí, de pronto, nada de aquello que leía y que casi no entendía, podía ubicárseme en fórmula conocida. No encontraba el modo de hallar una definición. ¿Qué era aquello? ¿Narrativa? ¿Poesía? ¿El discurso de un loco? ¿El discurso de alguien que despreciaba las normas y se lanzaba en un mar de palabras que parecía ahogarlo? El propio Piñera me llamó al orden. Me pidió cuidado, calma. Con su cultura, tan graciosamente afrancesada, me repitió una de sus frases preferidas "Avec de la patientia on arriva a tout", Para mí, comprender Paradiso fue un proceso de años. No quiero decir entenderla en el más estricto sentido de no comprender sus muchas metáforas o sus juegos de erudición, sino algo aún más complicado, profundo, que tiene que ver con el modo mismo de entender el hecho literario.
Al fin he entendido. O he creído entender. O acaso he entendido lo que he querido, lo que yo necesitaba, que es en definitiva lo que vale para cada uno de nosotros. Supe que para mí lo más importante de Paradiso resultaba ser su desmesura. Un ensayo de Vargas Llosa sobre la novela de Lezama me resultó revelador. Dice el autor de La guerra del fin del mundo, otra obra desmesurada:
En un inteligente artículo "Las tentativas imposibles", el escritor chileno Jorge Edwards establecía hace poco un parentesco, una filiación entre una serie de grandes obras de la literatura narrativa en las que los autores se habían propuesto agotar una materia, a sabiendas de que ésta era, en sí misma, inagotable, encerrar en un libro todo un mundo de por sí ilimitado, aprisionar algo que no tiene ni principio ni fin.
Tentativa imposible. Ahí estaba la clave. Vargas Llosa pone ejemplos cimeros: Finnegans Wake, Bouvard y Pecuchet, El hombre sin cualidades. E incluye, con cierta timidez, Paradiso. Con un poco más de años y de lecturas, ahora presiento que casi toda la literatura latinoamericana está recorrida por ese afán de exceso, de exageración, e incluso por esa exasperación de los géneros. Cien años de soledad es una obra desmesurada. Desmesuradas son El obsceno pájaro de la noche, Rayuela, Terra nostra, Yo, el supremo, El siglo de las luces... Por sólo citar algunos ejemplos. Si creyera en una "psicología" del escritor latinoamericano (pido perdón: sólo mencionar esta frase me provoca sobresalto y bastante arrepentimiento), diría que somos grandilocuentes, inmoderados. Sé que esta frase (peligrosa) se acerca al tópico. La creo cierta, sin embargo, y no se me ocurre otra forma de enunciarla. En una entrevista, el propio Lezama da la clave de cómo había concebido su Paradiso:
¿Lo que más admiro de un escritor? Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezca que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y que por la noche sea milenario. Que le guste la granada que nunca ha probado y que le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito y que se aleje por repugnancia.
Por lo demás, tanto Virgilio como Lezama poseían una cultura intensa y extensa, forjada a veces de modo clásico (o escolástico) y otras veces a trompicones y desórdenes de autodidactismo. De ambos se desprende que siendo Cuba un país de vida breve y de breve cultura, que no conoció las glorias de una cultura precolombina, que no tuvimos la larga tradición europea, ni Renacimiento ni Edad Media, ni cantares de gesta ni grandes epopeyas, pues hemos decidido, con sencillez y cinismo, que toda la cultura es nuestra. Nadie se sorprenda de encontrar en una novela cubana los ecos de Diderot ni de Herman Broch. Nadie se sorprenda de que un personaje tenga el mismo nombre que otro del Asno de oro. Es el desenfado del que se sabe desnudo y se viste con una mezcla de trajes y de estilos. Esa resulta, acaso, una de las mayores contribuciones que hemos estado haciendo y que podemos hacer a la literatura: apropiarnos de todas las tradiciones, y procurar hacer aparecer, de ese caos, una forma. Que será inevitablemente nuestra.
En Tuyo es el reino intenté tener presentes a mis dos maestros. Reconozco que acompañaron otros maestros; eso, no obstante, forma parte de mi secreto (ya algunos avisados siempre los hay los han ido descubriendo). Pretendí una obra desmesurada y la pretendí honesta (o no pretendí nada, después de todo supongo que soy desmesurado y honesto. Recalco: honesto. El lector sabrá perdonar la digresión y la insistencia; el lector debe saber que deambulan por ahí fracasados e indigentes de espíritu, de esos pobres diablos que intentan hacer daño y llevan enfermas lengua y alma... Pero como el culto lector sabe, lo inteligente, desde hace muchos siglos, es dejar que los muertos entierren a los muertos.) Intenté, pues, desenmascararme y trabajar con fuerzas que parecía que iban a destruirme. No sé si lo logré. No sé qué lugar ocupe mi novela. Y está de más decir que me angustia y que no me angustia. Ahí están críticos y lectores (los bien y los mal intencionados, que de todo, ya sabemos, hay en el reino de este mundo). Para ser sincero: me encantaría divertirlos como me divertí escribiendo, puesto que supongo que debe ser mentira aquello de que se escribe para el propio contento. Si no lo logro, trataré de hacerlo la próxima vez (porque desde ahora adelanto a los bien y a los mal intencionados que si cuerpo y alma se mantienen como hasta el presente, habrá una próxima vez). Conviene siempre recordar la frase sabia de André Gide: "...que digan de mí lo que quieran, mientras tanto yo escribo Paludes..."
Sé muy poco, creo saber, no obstante, que la literatura no es un derby donde haya un premio para quien llegue primero. Cada cual ocupa su lugar, si es que hay lugares. Como gustaba de repetir Virgilio Piñera: "Da lo mismo ganar o perder, lo importante es el juego." Frase que Lezama, siempre tan puntual, traducía con poética precisión: "Lo importante es el flechazo, no el blanco."
IV Premio de Poesía La Gaceta de Cuba
En el IV Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba, auspiciado por el Consejo Editorial de la revista y el Festival Internacional de Poesía de Medellín, se presentaron un total de 239 poemarios; fue arduo, pero hermoso leernos esos manuscritos y decidir entre ellos a 19 finalistas. Los miembros del jurado representábamos edades y tendencias muy distintas. A los 63 años, formo parte de la llamada "Generación de los años 50", la cual se extingue lentamente. Pepe Olivares, pintor y poeta, ilumina la realidad con su visión fuerte y tierna, al mismo tiempo, muy llena de color. A los 51 está en el centro de su fuerza como creador. Sigfredo Ariel (aún no lo conozco personalmente: sólo su voz a través del teléfono) en los últimos tiempos ha obtenido varios de los principales premios de poesía de nuestro país: este mismo de La Gaceta y más recientemente el equivalente del Nacional de Poesía: el concurso "Julián del Casal" de 1998. Casi le doblo la edad.
Leyendo uno por uno los textos, se ve que están representados tantos estilos como autores. Algunos poetas no han cuajado todavía y se hallan en el momento en que deben leer más, no desanimarse y nunca pensar que no haber ganado el Premio, la Beca o una mención es el fin del mundo. Mi propio ejemplo pienso que es válido para ellos: nunca he obtenido ni siquiera una mención. También puede pensarse que el jurado se equivoca. O también podemos, quizás, revisar lo que escribimos con una mirada más penetrante y escrudiñadora.
En esta fiesta de la poesía se pasa de un cartapacio a otro como de una feria a la tienda de milagros donde se ofrecen a la vista piedras preciosas y joyas que nos deslumbran. En pocos, poquísimos casos, aparece como un deseo de asombrar, exhibiéndose un acervo de cultura, como en un baile de disfraces; pero el ojo de quien observa cree atisbar detalles que indican una falta de identidad entre la tela del vestido y el cuerpo que la sostiene. Fuegos de artificio donde se resalta la incoherencia entre la mano que los despliega y las luces que iluminan nuestros ojos. Puede que sea una falta de percepción; porque en nuestros mayores escritores la gran cultura fue asimilada, nutrió las visceras de esos poetas y ya la vimos después integrada a ellos y nuestra admiración vibraba viendo surgir de esos maravillosos hombres una manera de interpretar el mundo y sus más auténticos mitos.
Poco puedo hablar de la poesía hermética, oscura y experimental, pero alcanza un peso significativo en varios de nuestos autores e incluso en ocasiones nos conmueve. La poesía se hace cada vez más amplia y fecunda. Se avanza. Se crean nuevos modos de expresión. El lenguaje busca lejanas fronteras y procura volverse diverso, como un caso que pudiera retorcerse para acomodarse a su contenido. Están el laconismo y la expresión contenida; pero también el avasallamiento por esa imaginación afiebrada de los bordes que se oponen a su expansión.
Maneras de decir que ostentan inconfundibles banderas con las nuevas insignias. Pero también, en oscuras notas, intensas y fugaces, a veces no tan perfectas, está la cuerda que con su reverberación sacude el espíritu y nos mantiene en vilo, pendientes y penetrados por la intensidad de la emoción.
La fuerza mayor de la poesía cubana está en su futuro, sin olvidar su pasado. Viejas formas de expresión van pasando y el próximo magisterio está en las manos vivas que surgen dando a las palabras creciente poder y luminosidad, y elaborando una expresión honda donde todas las posibilidades pueden emerger a veces del ángulo menos esperado.
Gracias les damos, los jueces de este Concurso al Consejo Editorial de La Gaceta de Cuba, que con su talento y amor por las palabras nos hacen disfrutar a todos de la fiesta de la más joven poesía cubana.
Domingo Alfonso
Abril 16 de 1999
Canción de Orfeo
Alex Pausides (Pilón de Manzanillo, 1950) tiene en preparación
en la Editorial Letras Cubanas Pequeña gloria.
Rosa de los vientos
Esta noche alumbrada ferozmente por tus ojos
el azar hizo arder nuestros cuerpos
hasta dejarlos mojados limpios incorruptibles
La más violenta rosa de los vientos
Pálida y roja ordenanza de la furia
En mi rota camisa de fuerza
tremolas mis banderas al garete
Mujer habitada como un fuego un velamen
Canción triste
Estoy dándole forma a las palabras llegadas en un hilo
Estoy pulsando mis canciones más claras las raíces más secas
He salido hoy al día
y terrible es este aire si no estás aliviándolo
Y me vuelvo qué huraño
contra el triste y opaco el tristísimo invierno
que se adhiere a las puertas. Y pareciera
que alguien me llamara al silencio y ya no le respondo
Ya no soy el que habla. Ahora soy
el que calla inconsolablemente bajo los quietos árboles
Ya no viene la muchacha delgada a tocarme los párpados
Ya no soy el que canta
Eurídice
Y al volver los ojos
el humo
espejos
nada
Variación
Cómo olvidar entonces esa luz
que alguien ha prendido en nuestros ojos
y no echarnos el viento en brazos
y apagar su sed terrible
Ahora mismo iría a buscarte bella Eurídice
y no alzaría los ojos hasta que no se abrieran
los astros en tu rostro
lejos de la niebla
muy lejos del humo y del abismo
Yo Fausto
Si Mefistófeles diera a cambio de mi pobre única vida el cumplimiento
de un deseo
Sin que acabara siquiera de cerrar su dura boca le diría que quiero verte
Porque he querido decir dios mío y has poblado mi boca
y ha sido dulce morder tu nombre oloroso a pasto fresco
Pero mejor no llegue Mefistófeles con su niebla y su lumbre engañosa
Y vuelvas dormida en su magia a posarte en mis ojos
mojada en el hambre del fuego
Hoja de hierba
Buscándote entre la multitud
de rostros diluidos en el olvido y la distancia
Olga delicada y fina hoja de hierba de Rusia
buscándote en los mil colores del día
donde el otoño es un temblor
buscándote medio mundo por medio
acabo de encontrarte
ahí
mínima y triste
en la muchacha que ahora me mira
con tus ojos lánguidos dulces
mientras el frío que nos echaba el Volga encima
moría pobre en nuestras manos tomadas
entre los escombros las reliquias los ruidos
amorosos de Stalingrado entrando por la ventana
y ahora desde la distancia enorme tornan a iluminarme
y me echan pobre sin ti al fin a entristecer Olga
la más delicada y fina hoja de hierba de toda Rusia
Angelus
A la sombra de la catedral de campanas enormes y mudas
Cuando la tarde es una mujer abierta en la mano del viajero
A esta hora en que la ciudad requiere mi temblor mi voz y mi rodilla
Y las aves rondan el patio en espera de las virutas del pan
En este instante apacible del atardecer cuando el corazón murmura
Y el mar es una promesa que se cumple
Y la luz ordena las más tibias sublevaciones de la sombra
En este año desplegado ante mí como un periódico un filme un río fugaz entre las
piedras
En este milenio digo en el que tomo el agua contigua a tu boca
En esta hora en que por la gracia de no sé qué ángel o demonio la vida sale
airosa del caos
Ahora sencillamente pasa que eres inevitable como el aire y la luz
Y la tierra donde el hombre planta su tienda bajo el cielo
acompañado de otros solos semejantes
Alfa y Omega
La ciudad sin ti es una ruina
Un árbol asolado por el caos desandaba el día tan amargo
Sin rumbos la memoria el deseo
La gente sorda ciega muda invisible
Colapso al sur al norte al este al oeste
Borraban los pájaros su escándalo ante el golpe que arrasaba los andamios
Al final una luz desdibujaba su figura grácil en la tarde
Ella no estaba en el mundo en esta hora el mundo entonces no existía
Ella volaba a las estrellas él un pobre pontón entre las aguas
Un astro cortado en la noche olorosa una luna intocable en la mano anhelante
del viajero
Sin ti la ciudad es el escombro el mar echado sobre la hierba contra el muro
Pero tú no estabas tú no estabas en la enorme leche marina desatada
Géminis
La luna y el sol se entregan a un oficio tan suave
que sus oleadas tibias apenas tocan el viento Ah
muchacha dorada que alzas en tu obelisco de fuego
la pobre seda desmayada y la truecas en la vestal del ángel
que regresa de la niebla con los ojos secos
Sea la virtud del incienso celeste una melodía
que cubra el espacio donde bate un aire ausente
y la tierra échase en el áspero verano
en la conjura que ahora premia al bastardo
con la bendición frutal de la vendimia
donde mercaderes e insectos pululan
en las estaciones implacables de Babel
y Damasco en espera de la lluvia que apure
todo el polvo y la mugre y deje limpio el ámbito
para las nuevas tiendas que con mejor suerte
propongan al beduino las maravillas doradas
enviadas de los más lejanos confines del imperio
Finas las ceremonias donde hácense a la nada
las tibias deidades del día y de la niebla
Pequeña gloria
Tú eres una alternativa peligrosamente pura
Tu aparición le da validez universal a mi creencia
El hecho de que existas me dice que no estoy solo bajo el sol
La tierra fértil que exige la inmensa sed del agua corre bajo las plantas
incansables del beduino
La imagen que falta en la ventana es fiesta de los ojos
Mi faena es buscarte
La tuya dejar abierta la ventana
El amor no perdona si no estamos atentos a su paso de gacela
Mi tarea es llamarte como el oscuro que clama en el desierto y llamándote
restauro el ciclo de la vida
Si respondes será el esplendor
Si no te encuentro buscarte me da fuerzas ante la dureza del destino del hombre
en las arenas
Tus ojos son mi casa
La casa que armaron mis brazos en el diluvio y el caos para que hallara sosiego
la rama lorosa en el solaz de un crepúsculo vivido al lado de tu pelo
Tu mano es la barca donde viaja el solo a la orilla magnífica
Y la consumación es la señal de humo que esperaba Crusoe en la
mañana de las islas
Viernes yo
Tú la isla la bendición donde es posible todo
Y la espuma desmelenada y blanca se hace dulce en la inminencia de tu arribo
Tú eres lo soñado
¿Y quién ha dicho que encontrarte al borde del abismo no le otorga más precisión
a mi pulso orgulloso y brío al duro viento que asola mi garganta?
Te degusto la silueta palmo a palmo como entra el arado en la tierra húmeda
del sueño
Te amo te amo con la fuerza de los gritos marineros que anuncian tierra tierra
Y es la ondulación de tu paso esa imagen dulcísima presentida hace milenios
por mis manos
El armador
Paciente construyo el filo que surcará las aguas
el pecho orgulloso que sin piedad socavarán el agua y la noche
La armazón sale de mi mano como una bella bestia a desafiar los elementos
(La metáfora del navío traduciría la fuerza de una criatura fascinante)
Hilo a hilo limpio y tenso la cuerda que la amarra al crepúsculo
El mar la noche la soledad son viejas palabras que paralizan su tenaz resistencia
al cortar el agua en la bruma
Pero si alguien en la noche la desarma yo la armo al amanecer
Como una alhaja invalorable custodio las márgenes del mar interior que la
salva
Me abro a la noche populosa de sus ojos donde el asombro no ha perdido aún
la inocencia
y la casa enorme de la soledad cierra sus anchas desdibujadas puertas para
siempre ya a sus espaldas
Yo soy el armador de esa barca que pronto se perderá en el horizonte
Mi mano en su casco un antídoto puso contra el naufragio y esa es la clave
de mi serenidad
El sargazo las bermudas el mal tiempo no alterarán la singladura magnífica
de su esbelta quilla
Que entra inexorable al centro de la rosa de los vientos