ALFREDO BRYCE ECHENIQUE - EN INVIERNO ES MEJOR UN CUENTO TRISTE




     Neblina. Limeña. Cerro. Pelado. Gris. Mar. Humedad. Frío. Qué horror. Cala.
     Se mete. Hasta los huesos. Por los rincones. Chiflón. Faltan árboles. A gritos.
     No hay color verde. Vida. ¿Dijo usted medio ambiente? No. Yo dije contaminación
     ambiental. Gases. Micros. Chóferes asesinos como si nada. Tráfico. Ley de la
     selva en el desierto. Y dije también que nos había tocado un invierno de esos.
     Atroz. Como doble. ¿Cómo? Mire, Vallejo lo dijo mejor que nadie. "Hace un frío
     teórico y práctico". Y así también la crisis. Y el Perú es un país con muchas
     leyes pero sin ley. Y...


     El abrumado empresario escondía su desesperación entre los pliegues de su
     cultura y los recovecos de un humor a prueba de balas. Pero últimamente
     las cosas de sus negocios y los bancos quebrados y la junta permanente de
     acreedores también endeudados ocupaban tanto su tiempo, despierto y
     dormido, que ya no le quedaba un segundo para perderse entre los
     intersticios de su bonhomía o los placeres de la buena mesa y la
     conversación, y más bien tendía a extraviarse por desfiladeros de limeña
     neblina invernal, de playas peladas y cerros calatos, y de esos cielos
     gris mar donde el eco le repetía la suma de sus deudas y la injusta
     certidumbre de su quiebra inaplazable.

     Las cosas, así de malas, venían de lejos. De muy atrás. Más allá todavía
     de esa década del noventa en la que en el país no se había generado, en
     términos natos, ni un solo puesto de trabajo estable y con remuneraciones
     adecuadas. Más allá todavía de ese volumen titulado "La adolescencia en el
     Perú", cuyos autores escriben sorprendidos que "el coeficiente de
     inteligencia en el grupo de 11-12 años es menor que el del grupo de 6-7
     años, a pesar de que normalmente este coeficiente debe incrementarse con
     la edad". Y más allá también de unas cifras hechas públicas por la
     Sociedad Geográfica de Lima, según las cuales el nivel intelectual de los
     niños y jóvenes del Perú es uno de los más bajos de América Latina, muy a
     menudo apenas sobrepasa los 80 puntos o no alcanza los 100, mientras que
     en Chile alcanza un promedio de 125 puntos. Y más allá también del hambre
     de un 40 por ciento de costeños y hasta de un 60 por ciento de andinos que
     estiran la mano y muchos votos para saciar el hambre con las migajas
     politizadas de un gobierno limosnero.1

     -La fragata -dice, de pronto, el empresario abrumado-. Y añade: -Esto no
     lo salva ni Dios.

     El empresario abrumado sabe de estas cosas porque trabajó y sudó y meditó,
     porque fue a los mejores colegios, porque hizo estudios de postgrado en
     los Estados Unidos y en Europa, y porque quiso hacer empresa en el Perú y
     educar en él a sus dos hijos, varones ambos, adolescentes. Él no es un
     ciudadano común y corriente, salvo, claro, por lo abrumado que anda ahora
     en que ha alcanzado el estado de ánimo que le es común a la mayor parte de
     sus compatriotas. Pero el ciudadano de a pie, de a pie ya con las justas,
     no es informado por su gobierno. Éste emite partes de campaña, más bien. Y
     casi siempre estos partes dicen exactamente lo mismo: "Aquí no pasa nada"
     o "Todo es normal". Y el empresario abrumado, lúgubre como personaje de un
     cuento de invierno, reflexiona y concluye: "Y la normalidad es
     precisamente lo más espantoso de esta degradación infinita".

     Pesimista, el empresario abrumado siente cómo lo aplasta la impotencia,
     cómo lo moja hasta adentro la oscuridad de los presagios, el panorama
     sombrío y cerrado que tanto se parece a la vista sin vista de la gran
     ventana dúplex de su departamento barranquino con vista al mar. La
     lontananza no existe en esta ciudad anfibia y fea. Recuerda un relato de
     aquel misterioso escritor llamado Romain Gary, que fue uno y fue muchos, y
     que escribió un hermoso y triste relato titulado "Los pájaros van a morir
     al Perú", que fue llevado al cine con actores como Charles Bronson,
     Fernando Rey, Jason Robards y Dominique Sanda. El retrato del general
     Manuel A. Odría, dictador, por supuesto, presidía cada una de las escenas
     de comisaría en que Fernando Rey hacía de corrupto coronel de la policía
     peruana. El retrato de Odría situaba la película en el tiempo, también en
     el lugar común: Perú, país de botas y sables, de autoridades corruptas y
     playas anémicas cual cementerios de pájaros marinos.

     El empresario abrumado continúa evocando y se ve caminando por los Campos
     Elíseos, en París, y vuelve a vivir el instante en que la vista al paso de
     unas fotos en colores, publicidad de una película, lo atrajeron fatalmente
     al vestíbulo de un gran cine; aquellas fotos actuaron como un imán,
     aquellas fotografías lo llamaron fuerte y desde muy lejos. Eran sus playas
     colgadas en las vitrinas de un cine parisino y el título de la película
     todo un comentario, todo un programa de vida: "Los pájaros van a morir al
     Perú".

     -La fragata -recuerda que había dicho, entonces, el joven postgraduado que
     no tardaba en regresar a trabajar en el Perú.

     Pesimista, abrumado, buen lector, el empresario amaba el mar y en su
     biblioteca tenía entre otras joyas una muy antigua y buscada edición de
     Moby-Dick, la inmortal novela de Herman Melville, cuya visión de Lima era,
     como ninguna, el escenario de un cuento triste:

     "Ni es en conjunto el recuerdo de sus terremotos derribando catedrales, ni
     las estampidas de los mares frenéticos, ni la ausencia de lágrimas en
     áridos cielos que jamás llueven; ni la visión del ancho campo de agujas
     inclinadas, bóvedas desencajadas y cruces desplomadas (como peroles
     inclinados de flotas ancladas), ni sus avenidas suburbanas de paredes de
     casas caídas unas sobre otras, como un castillo de naipes hundido; no son
     sólo esas cosas las que hacen de Lima, la sin lágrimas, la ciudad más
     extraña y triste que puede verse. Pero Lima ha tomado el velo blanco; y
     hay un horror aún más alto en esa blancura de su pena. Antigua como
     Pizarro, esa blancura conserva sus ruinas para siempre nuevas; no deja
     aparecer el alegre verdor de la decadencia completa; extiende sobre sus
     rotos bastiones la rígida palidez de una apoplejía que inmoviliza sus
     propias contorsiones".

     -La fragata desde siempre. Desde Pizarro, al menos -comenta el empresario
     abrumado, pero ni siquiera reconoce ya su voz.

     Opta por un whisky, y dos, y maldice porque a tremendo ventanal al mar
     hace días que no logra sacarle ni una sola vista, sólo neblina cerrada,
     panorama de cerrazón, y punto. Observa algunas de sus antigüedades, que
     pronto le embargarán, también. Tiene verdaderos tesoros, pero se detiene
     ahora en una herrumbrosa llave de la ciudad de Lima, recién proclamada
     capital del Virreinato del Perú. Perteneció a Nicolás de Ribera, el Viejo,
     uno de los trece de la isla del Gallo, conquistador del Imperio Incaico y
     primer alcalde de Lima. Con un tercer whisky, el empresario abrumado se
     oye decir, mientras abre la vitrina en que se encuentra la pesada llave,
     la levanta, la pesa y la sopesa, y la introduce en un bolsillo de su saco
     de fumar:

     -Mis hijos no tienen veinte años y Madrid les gusta más que Miami o
     cualquiera de esas ciudades norteamericanas que tanto les gustan a los
     muchachos de hoy. Y yo soy viudo, no he cumplido aún los cincuenta años,
     por donde me toco no me duele absolutamente nada, y todavía le gano en
     squash a cada uno de mis amigos.

     A la mañana siguiente, este hombre se mira en el espejo mientras se
     afeita, y por primera vez en años se reconoce. Pocos días más tarde ni él
     ni sus hijos son habidos en el Perú. Atrás han quedado sus empresas, sus
     casas, sus cosas, su gran biblioteca, el tesoro que son sus antigüedades.
     Pasto de ávidos e implacables acreedores.

     El ex empresario y sus hijos viven ahora en una correcta pensión de
     Madrid, donde, antes que nada, este hombre le ha escrito una breve carta
     al Rey de España, con la total seguridad de que será comprendido. No
     espera respuesta, tampoco pide favor alguno, sólo apela a la esmerada
     educación de un Monarca y al conocimiento que sin duda tiene de aquel país
     que algún día fuera pieza clave del Reino de España, y que hoy... Y apela
     también -aunque de esto sólo tiene conocimiento por la televisión, algunas
     revistas y un par de libros- a la inteligencia de su mirada y de su
     sonrisa, a la bondad de sus gestos y al sentido del humor cojonudo de que
     ha hecho gala en más de una oportunidad, el Rey de España. El ex
     empresario ha adjuntado a su carta, simbólicamente, una llave bastante
     herrumbrosa de la Ciudad de Lima, en el momento de su fundación. Es la
     misma que perteneció a don Nicolás de Ribera, el Viejo, el conquistador
     que conoció el hambre, el sudor y el riesgo de seguir al sur, desde la
     isla del Gallo, rumbo al Perú, y que luego fuera el primer alcalde de
     Lima, ciudad capital. El ex empresario considera que adjuntar esa llave
     tiene su toque de humor, también, a que no... Su carta dice así: Majestad.


     Cinco siglos después, vengo a devolverle los trastos. Y no tengo más
     comentario que hacerle a quien, como usted, conoce de tauromaquia, que
     citar estas palabras de Rafael Guerra, "Guerrita": "Lo que no puede ser no
     puede ser y además es imposible".

     La llave que le adjunto dice algo de una puerta que se cierra y también de
     una cerrazón, en la primera acepción que de esta palabra nos da el
     Diccionario de la Real Academia Española: "Oscuridad grande que suele
     preceder a las tempestades, cubriéndose el cielo de nubes muy negras".

     Permítame, Majestad, que, para concluir, hable en un plural, nada
     mayestático, por cierto: "Hicimos todo lo posible".

     La carta no lleva remitente ni ambición alguna. Es tan sólo el punto final
     de un cuento de invierno.


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     1 - Datos obtenidos en la revista "Quehacer", números 118 y 124, de
     mayo-junio de 1999 y mayo-junio de 2000.