Seguramente
lo suspenderían al día siguiente. Cuanto más estudiaba
geometría, menos la comprendía. Había fracasado ya
dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad. Sólo
un milagro podía salvarlo. Se enderezó.
¿Un
milagro? ¿Por qué no? Siempre se había interesado
por la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones
muy sencillas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca
había probado. Y aquel era el momento o nunca. Tomó de la
estantería su mejor obra de magia negra. Era sencillo. Algunas fórmulas.
Ponerse a cubierto en un pentágono. Llega el demonio, no puede hacernos
nada y se obtiene lo que se desea. El triunfo es vuestro!
Despejó
el piso retirando los muebles contra las paredes. Luego dibujó en
el suelo, con tiza, el pentágono protector. Por fin pronunció
los encantamientos.
El
demonio era verdaderamente horrible, pero Henry se armó de coraje.
-
Siempre he sido un inútil en geometría - comenzó...
¡A quién se lo dices! - replicó el demonio, riendo
burlonamente.
Y
cruzó, para devorarse a Henry, las líneas del hexágono
que aquel idiota había dibujado en vez del pentágono.