Fredric Brown
Mitkey, el
ratón, todavía no era Mitkey en aquella época.
Era uno de los
muchos ratones que vivían debajo de los tablones del suelo y detrás del yeso de
las paredes que constituían la casa del gran Herr Professor Oberburger,
anteriormente en Viena y Heidelberg, de donde huyó para escapar a la excesiva
admiración de sus compatriotas más poderosos. Esta excesiva admiración no se
centraba en el propio Herr Oberburger, sino en cierto gas que había sido el
producto secundario de un desafortunado combustible para cohetes que podría
haber sido muy afortunado en otro aspecto.
En el caso,
naturalmente, de que el Professor hubiese entregado la fórmula correcta. Y
esto... Bueno, la cuestión es que el profesor logró huir y ahora vivía en una
casa en Connecticut. Igual que Mitkey.
Un ratón
pequeño y gris, y un hombre pequeño y gris. No había nada insólito en ninguno
de ellos. Particularmente, no había nada insólito en Mitkey; tenía una familia
y le gustaba el queso, y si entre los ratones hubiera miembros del Club
Rotario, él habría sido uno de ellos.
El Herr
Professor, naturalmente, tenía sus pequeñas excentricidades. Soltero
empedernido, no disponía de nadie con quien hablar excepto él mismo, pero se
consideraba un conversador excelente y mantenía una constante comunicación
verbal consigo mismo mientras trabajaba. Este hecho, según se demostró más
tarde, era importante, porque Mitkey tenía un oído excelente y se enteraba de
todos aquellos monólogos nocturnos. Como es natural, no los entendía. En el
caso de que pensara alguna vez en ello, únicamente pensaba que el profesor era
un súper-ratón muy grande y ruidoso que chillaba demasiado.
- Und ahorra -
se decía a sí mismo -, verremos si este tubo funciona como deberría. Tendrría
que encajarr al milímetrro. ¡Ahhh, es perrfecto! Und ahorra...
Noche tras
noche, día tras día, mes tras mes. El brillante objeto crecía, y el brillo de
los ojos de Oberburger crecía a la misma velocidad.
Debía medir un
metro de longitud, tenía unas hélices de forma muy peculiar, y descansaba sobre
un armazón provisional situado en el centro de la habitación que el Herr
Professor utilizaba para todo. La casa donde él y Mitkey vivían era una
estructura de cuatro habitaciones, pero, al parecer, el profesor aún no lo había
descubierto. Primeramente, pensó usar la habitación grande como laboratorio y
nada más, pero después creyó más conveniente dormir en una cama plegable
situada en un rincón, las noches que dormía, y cocinar lo poco que cocinaba en
el mismo quemador de gas donde convertía dorados granos de TNT en una peligrosa
sopa que sazonaba con extraños condimentos, pero nunca ingería.
- Und ahorra lo
verrterré en tubos, und comprrobarré si un tubo adyacente a otrro hace
egsblotarr der segundo tubo, cuando der brimerro está...
Esa fue la
noche en que Mitkey estuvo a punto de decidir trasladarse, él y su familia, a
un domicilio más estable, uno que no se estremeciera ni oscilara ni tratara de
dar un salto mortal sobre sus cimientos. Pero, al final, Mitkey no se mudó,
porque existían ciertas compensaciones. Agujeros nuevos en todas partes y -
¡maravilla de las maravillas! - una enorme grieta en la zona posterior del
frigorífico donde el profesor guardaba, entre otras cosas, gran cantidad de
alimentos.
Claro que los
tubos eran de tamaño capilar porque, de lo contrario, la casa habría saltado
por ]os aires. Y, naturalmente, Mitkey no podía adivinar lo que iba a suceder
ni comprender la clase de inglés que hablaba el Herr Professor (ni ninguna otra
clase de inglés, por cierto) porque entonces ni siquiera se habría dejado
tentar por una grieta en el frigorífico.
Aquella mañana,
el profesor estaba alborozado.
- ¡Der
combustible es un égsito! Der segundo tubo no ha egsblotado. ¡Und el brimerro,
en segciones, como yo esberraba! Und es más botente; hay mucho sitio barra sú
combartimento...
¡Ah, sí, el
compartimento! Allí fue donde Mitkey se introdujo, a pesar de que ni siquiera
el profesor lo sabía todavía. De hecho, el profesor ni siquiera sabía que
Mitkey existiera.
- Und ahorra -
decía en aquel momento a su oyente favorito -, sólo es cuestión de unirr der
tubos de combustible barra que funcionen en barrejas obuestas. Und entonces...
En aquel
preciso instante fue cuando los ojos del Herr Professor se posaron por vez
primera en Mitkey. Mejor dicho, se posaron sobre un par de bigotes grises y un
hociquito negro y brillante que sobresalía por un agujero de los tablones del
suelo.
- ¡Vaya! -
exclamó -. ¡Hay que verr lo que tenemos aquí! ¡El rratón Mitkey en berrsona!
Mitkey, ¿te güstarría hacerr un viajecito la semairn que viene? Verremos.
Así fue como la
siguiente vez que el profesor encargó sus suministros a la ciudad, su pedido
incluía una ratonera; no uno de esos mortíferos inventos, sino una simple jaula
con barrotes de alambre. Aún no habían transcurrido diez minutos desde que
colocara el queso en su interior cuando el privilegiado olfato de Mitkey olió
ese queso y siguió su rastro hasta la cautividad.
Sin embargo, no
resultó ser una cautividad desagradable. Mitkey fue un huésped muy agasajado.
La jaula descansaba ahora sobre la mesa donde el profesor llevaba a cabo la
mayor parte de su trabajo, el queso entraba a través de los barrotes con gran
abundancia, y el profesor dejó de hablar solo.
- Verrás,
Mitkey, había pensado encarrgarr un rratón blanco a der laborratorrio de
Harrtforrt, berro he tenido la suerrte de encontrrarrte aquí. Estoy segurro de
que tú estás más sano und cuerrdo que esos rratones de laborratorrio, und que
rresistirrás mejorr que ellos un larrgo viaje, ¿no? Ah, veo que mueves der
bigotes y eso significa que sí, ¿no? Und, como estás acostumbrrado a vivirr en
agujerros oscurros, no tendrrás tanta claustrrofobia como ellos, ¿no?
Y Mitkey
engordaba, se sentía feliz, y llegó a desechar la idea dé escaparse de la
jaula. Mucho me temo que incluso llegara a olvidarse de la familia que había
abandonado; pero sabía, si es que sabía alguna cosa, que no necesitaba
preocuparse por ellos. Por lo menos, hasta que el profesor descubriera y
reparara el agujero del frigorífico. Y el profesor no tenía tiempo de ocuparse
de esas minucias.
- Und ahorra,
Mitkey, colocarremos esta hélice asi..., barra que suavice el aterrizaje, en
una atmósferra. Esto und esto otrro contrribuirrá a que te boses con segurridad
y der lentitud suficiente barra que der amorrtiguadorres del combarrtimiento
móvil eviten que te des un golpe demasiado fuerrte en la cabeza, esberzo. -
Naturalmente, a Mitkey se le escapó la ominosa nota del «esberro», porque
también se le escapó todo el resto. Como ya hemos dicho, no hablaba inglés. Por
lo menos, en aquella época.
Pero Herr
Oberburger seguía hablándole igualmente. Le enseñó unas fotografías.
- ¿Habías visto
alguna vez der rratón con cuyo nombrre te he bautizado, Mitkey? ¿Qué? ¿No?
Mirra, éste es der verrdaderro rratón Mitkey, hecho porr Walt Disney. Berro yo
crreo que tú erres más guabo, Mitkey.
El profesor
debía de estar un poco loco para hablar de esta forma a un pequeño ratón gris.
En realidad, debía de estar loco para hacer un cohete que funcionara. Porque lo
más curioso de todo es que el Herr Professor no era realmente un inventor. En
aquel cohete, tal como explicó a Mitkey, no había ni una sola cosa que fuera
nueva. El Herr Professor era un técnico; adoptaba las ideas de otras personas y
las hacía funcionar. Su único invento verdadero - el combustible para cohetes
que no era tal - fue entregado al gobierno de Estados Unidos, el cual descubrió
que ya se conocía y lo descartó porque resultaba demasiado caro para su
utilización práctica.
Mitkey siguió
recibiendo toda clase de explicaciones.
- Únicamente es
cuestión de una egsactitud absoluta, und verrdaderra corregción matemática,
Mitkey. Todo está aquí, nosotrros sólo tenemos que unirr der piezas, y, ¿qué
obtenemos, Mitkey?
»¡Velocidad de
liberración, Mitkey! Así de sencillo, todo esto rresulta en velocidad de
liberración. Tal vez. Aún hay fagtorres desconocidos, Mitkey, en der atmósferra
suberriorr, en der trobosferra y der estrratosferra. Crreemos saberr
egsactamente la cantidad de airre contrra la que debemos calcularr der
rresistencia, berro ¿estamos totalmente segurros? No, Mitkey, no lo estamos.
Nunca hemos ido allí. Und der margen es tan bequeño que hasta una corriente de
airre podrría afectarrle.
Pero a Mitkey
no le importaba nada. A la sombra del gran cilindro de aluminio de aleación,
seguía engordando y era feliz.
- ¡Der Tag,
Mitkey, der Tag! No te mentirré, Mitkey. No te harré concebirr falsas
esberranzas. Harrás un viaje muy beligrrosso, mein bequeño amigo.
»Te doy un
cincuenta porr ciento de bosibilidades, Mitkey. No der Luna o der aventurra,
sino der Luna und der aventurra, o quizá tu rregrreso sano y salvo a la Tierra.
Verrás, mi bequeño Mitkey, la Luna no está hecha de queso verrde und aunque así
fuerra, no bodrrías comérrtela porrque no hay bastante atmósferra barra que
vuelvas sano und salvo und con todos tus bigotes intagtos.
»Und entonces,
buedes brreguntarrme, ¿borr qué te envío? Borrque es bosible que der cohete no
alcance la velocidad de liberración. Y en este caso, seguirrá siendo un
egsberrimento, berro distinto. El cohete, si no va a der Luna, vuelve a caerrse
sobrre la Tierra, ¿no? Und, en este caso, cierrtos instrumentos nos
broborrcionarrán unos inforrmes que antes no teníamos acerrca de lo que hay en
der esbacio. Und tú también nos brroborrcionarrás otrros inforrmes, si todavía
estás vivo o no, si los amorrtiguadorres y hélices son suficientes en una
atmósferra equivalente a la de la Tierra, y cosas porr el estilo. ¿Lo
entiendes?
»Und más
tarrde, cuando enviemos cohetes a Venus, donde quizá egsista una atmósferra,
tendrremos los datos necesarrios barra calcularr der tamaño necesarrio de der
hélices und der amorrtiguadorres, ¿no? Und, en ambos casos, rregreses o no
rregrreses, Mitkey, ¡serrás famoso! Serrás la brrimerra crriaturra viviente que
salga de la estrratosferra de la Tierra y se interrne en el esbacio.
»¡Mitkey,
serrás el rratón estelarr! Te envidio, Mitkey, und me gustarría tenerr tu
tamaño barra boderr acombafiarrte.
Der Tag, y la puerta que daba paso al
compartimiento. «¡Adiós, bequeño rratón Mitkey!» Oscuridad. Silencio. ¡Ruido!
El cohete, si
no va a la Luna, vuelve a caerrse sobrre la Tierra, ¿no?. Esto era lo que el
Herr Professor creía. Pero hasta los planes mejor elaborados de ratones y
hombres pueden torcerse. Incluso los de los ratones estelares.
Todo a causa de
los Prxl.
El Herr
Professor se sintió muy solo. Después de tener a Mitkey como oyente, los
monólogos le parecían vacíos e insuficientes.
Puede haber
quien afirme que la compañía de un ratoncito gris es un pobre sustituto de una
esposa; pero otros pueden no estar de acuerdo. Y, de todos modos, el profesor
jamás había tenido una esposa, y sí que había tenido un ratón con quien hablar,
de modo que lo echaba de menos, mientras que si echaba de menos lo otro, no lo
sabía.
Durante la
larga noche que siguió al lanzamiento del cohete, estuvo muy ocupado con el
telescopio, un reflector de veinte centímetros, observando su curso mientras
ganaba velocidad. Las explosiones producidas por los gases de escape formaban
una minúscula partícula luminosa que era posible seguir, si se sabía hacia
dónde mirar.
Pero al día
siguiente no le quedaba nada más por hacer, y estaba demasiado excitado para
dormir, aunque lo intentó. Así que se decidió a hacer un poco de limpieza y
reunió todos los platillos y cazoletas. Fue entonces cuando oyó una serie de
frenéticos chillidos y descubrió que otro ratoncillo gris, con bigotes y cola
más cortos que los de Mitkey había entrado en la ratonera.
- ¡Vaya, vaya!
- exclamó el profesor -. ¿Qué tenemos aquí? ¿Minnie? ¿Es Minnie que ha venido
en busca de Mitkey?
El profesor no
era biólogo, pero resultó estar en lo cierto. Era Minnie. Mejor dicho, era la
compañera de Mitkey, así que el nombre no podía ser más apropiado. ¿Qué
extrañas circunstancias la habían inducido a entrar en una trampa sin cebo? El
profesor no lo sabía ni le importaba, pero se mostró encantado. Se apresuró a
remediar la falta de cebo introduciendo un gran trozo de queso a través de los
barrotes.
Así fue como
Minnie ocupó el lugar de su cónyuge como oyente de las confidencias del
profesor. - Era imposible saber si experimentó alguna inquietud por su familia,
pero no tenía por qué hacerlo. - Sus ratoncitos ya eran bastante mayores para
desenvolverse por sí solos, particularmente en una casa que ofrecía abundantes
escondites y un fácil acceso al frigorífico.
- Ah, Minnie,
ahorra ya ha oscurrecido lo suficiente barra buscarr a tu esboso. Verremos su
avance porr der cielo. Es cierrto, Minnie, der rrastro que deja es muy bequeño
y los astrrónomos no se fijarrán en él, borrque no saben dónde deben mirrar.
Perro nosotrros, sí.
»Se
converrtirrá en un rratón muy famoso, Minnie, cuando inforrmemos al mundo
acerrca de él y mein cohete. Verrás, Minnie, aún no les hemos dicho nada.
Esberrarremos hasta boderr contarrles toda la historria de una vez. Mañana al
amanecerr, les...
»¡Ah, aquí
está, Minnie! Se ve boco, berro se ve. Te acerrcarría a der telescobio barra
que mirrarras, berro no está enfocado barra tus ojos, und no sé cómo iba a...
»Casi ciento
cincuenta mil kilómetrros, Minnie, und sigue aumentando de velocidad, berro no
borr mucho tiembo. Nuestrro Mitkey sigue der horrarrio brevisto; de hecho va
más rrápido de lo que bensábamos, ¿no? ¡Ya es segurro que escabarrá de lo que
bensábamos, ¿no? ¡Ya es segurro que escabarrá a la grravitación de la Tierra, y
caerrá sobrre la Luna!
Naturalmente,
fue una simple coincidencia que Minnie chillara.
- ¿Ah, sí,
Minnie, bequeña Minnie. Lo sé, lo sé. Nunca volverremos a verr a nuestrro amigo
Mitkey, und casi desearría que nuestrro egsperrimento hubiese frracasado. Berro
hay combensaciones, Minnie. Serrá der más famoso de todos der rratones. ¡Der
Rratón Estelarr! ¡Der prrimerra crriaturra viviente que ha salido de der
atrragción grravitacional de la Tierral
La noche fue
larga. Ocasionalmente, espesas nubes oscurecían la visión.
- Minnie, te
instalarré más cómodamente que en esa jaula tan bequeña. ¿Verrdad que te
gustarría parrecerr librre, sin barrotes, como der animales de der zoológicos
modernos, que tienen fosos a su alrrededorr?
De modo que, a
fin de no permanecer inactivo durante una hora en que una nube oscureció el
cielo, el Herr Professor hizo una nueva casa para Minnie. Era el fondo de una
caja de embalaje, de un centímetro de espesor y treinta centímetros de lado,
apoyada sobre la mesa y desprovista de barreras visibles en torno a ella.
Pero cubrió la
parte superior con chapas de metal en los bordes, y colocó la caja sobre otra
más grande que también tenía un borde de chapa metálica en torno a la isla que
constituía el hogar de Minnie. Y alambres procedentes de las dos zonas de
chapas metálicas hasta terminales opuestos de un pequeño transformador que
colocó junto a ella.
- Y ahorra,
Minnie, te meterré en tu isla, que estarrá literralmente abarrotada de queso y
agua, y tú misma comprrobarrás que es un sitio egscelente para vivirr. Perro
rrecibirrás una ligerra descarrga cuando intentes salirr de los limites de la
isla. No te dolerrá demasiado, perro no te gustarrá, y después de unas cuantas
veces no volverrás a intentarrlo, ¿no? Y...
Otra noche.
Minnie era
feliz en su isla, una vez aprendida la lección. Ya no volvería a pisar la tira
interna de chapa metálica. Sin embargo, la isla parecía un verdadero paraíso
ratonil. Había una montaña de queso mucho mayor que la propia Minnie. Esto la
mantenía ocupada. Una rata y queso; no tardaría en producirse la transmutación
de una cosa en otra.
Pero el
profesor Oberburger no pensaba en eso. El profesor estaba preocupado. Cuando
hubo calculado y repasado y enfocado su reflector de veinte centímetros a
través del agujero del tejado y apagado las luces...
Sí,
ciertamente, ser soltero tenía sus ventajas. Si uno quiere hacer un agujero en
el tejado, hace un agujero en el tejado y no hay quien te diga que estás loco.
Si empieza a hacer frío, o llueve, siempre se puede llamar a un carpintero o
instalar una lona.
Pero el ligero
rastro luminoso había desaparecido. El profesor frunció el ceño, repasó sus
cálculos una y otra vez y movió el telescopio tres décimas de segundo, pero no
consiguió localizar el cohete.
- Minnie, algo
va mal. O der tubos han dejado de funcionarr o...
O el cohete se
había desviado de la línea recta que debía seguir con respecto a su punto de
partida. Por recta, naturalmente, queremos decir parabólicamente curvada en
relación a todo lo que no sea la velocidad.
Así que el
profesor hizo lo único que le quedaba por hacer, y empezó a buscar, con el
telescopio, en círculos cada vez más amplios. No habían transcurrido dos horas
cuando lo encontró, cinco grados desviado de su curso y desviándose
progresivamente hacia...
El maldito
cohete se movía en círculos, círculos que parecían constituir una órbita en
torno a algo que no podía estar allí. Después, los círculos se hicieron más
pequeños hasta formar una espiral concéntrica.
Después...,
nada. Desapareció. Oscuridad. Ninguna otra señal luminosa del cohete.
El profesor
estaba pálido cuando se volvió hacia Minnie.
- Es imbosible,
Minnie. Lo he visto con mein brobios ojos, berro no buede serr. Aunque uno de
los lados se hubierra abagado, no bodrría haberr empezado a descrribirr esos
cirrculos. - Su lápiz verificó una sospecha -. Y, Minine, ha decelerrado más
rrápidamente de lo norrmal. Aunque los tubos no funcionarran, su impulso
habrría sido más...
El resto de la
noche, telescopio y cálculos, no le proporcionó ninguna pista. Es decir,
ninguna pista creíble. Una fuerza ajena al cohete en sí había entrado en
acción.
- Mein bobre
Mitkey.
La gris e
inescrutable aurora.
- Mein Minnie,
tendrremos que mantenerrlo en secrreto. No nos atrreverremos a contarr lo que
hemos visto, borrque nadie nos creerría. Ni yo mismo estoy segurro de crrerrlo,
Minnie. Quizá es que estoy agotado de no dorrmirr. Debo habérrmelo imaginado...
Más tarde.
- Berro,
Minnie, debemos confiarr. Estaba a doscientos mil kilómetrros. Volverrá a caerr
sobrre la Tierra. ¡Berro no sé dónde! Bensé que en este caso, bodrría calcularr
su currso, y... Berro desbués de esos círrculos concéntrricos... Minnie, ni el
brobio Einstein sería capaz de calcularr dónde aterrizarrá. Ni siquierra yo. Lo
único que nos queda es confiarr en enterrarrnos de dónde cae.
Un día nublado.
Una noche negra, celosa de sus misterios.
- Minnie,
¡nuestrro bobrre Mitkey! No hay nada que bueda haberrle atrraído...
Pero sí que lo
había.
Prxl.
Prxl es un
asteroide. Su nombre no se debe a los astrónomos de la Tierra, porque - por
excelentes razones - no lo han descubierto. Así que lo llamaremos por la
transliteración más aproximada posible del nombre que usan sus habitantes. Sí,
está habitado.
Puestos a
pensar en ello, la tentativa realizada por el profesor Oberburger para enviar
un cohete a la Luna tuvo algunos extraños resultados. O, mejor dicho, Prxl fue
la causa.
Nadie creería
que un asteroide puede reformar a un borracho, ¿verdad? Pero un tal Charles
Winslow, un embrutecido ciudadano de Bridgeport, Connecticut, jamás volvió a
probar una gota de alcohol, desde el día en que - en plena calle Grove - un
ratón le preguntó cuál era la carretera de Hartford. El ratón llevaba
pantalones rojos y guantes amarillos...
Pero esto
sucedió quince meses después de que el profesor perdiera su cohete. Será mejor
empezar por el principio.
Prxl es un
asteroide. Uno de esos despreciados cuerpos celestes que los astrónomos de la
Tierra llaman sabandijas del cielo, porque dichos objetos dejan en las láminas
sus rastros, que obstruyen las observaciones de novas y nebulosas más
importantes. Cincuenta mil pulgas en el oscuro cielo de la noche.
Objetos
minúsculos, la mayor parte. Los astrónomos han descubierto recientemente que
algunos de ellos se aproximan a la Tierra. Se aproximan de una forma asombrosa.
En 1932 se produjo un gran revuelo cuando Amor llegó a quince millones de
kilómetros - astronómicamente, una distancia muy pequeña -. Después, Apolo
redujo esta cifra a la mitad y, en 1936, Adonis llegó a menos de dos millones
de kilómetros. En 1937, Hermes llegó a menos de un millón, pero los astrónomos
no se excitaron verdaderamente hasta haber calculado su órbita y descubierto
que el pequeño asteroide puede acercarse hasta una distancia de 330.000
kilómetros, y situarse en un punto más cercano de la Tierra que la misma Luna.
Algún día
pueden excitarse mucho más, si localizan el asteroide Prxl, ese obstáculo del
espacio, y descubren que llega frecuentemente a sólo unos ciento cincuenta mil
kilómetros de nuestro mundo.
Sin embargo, no
pueden descubrirlo más que con ocasión de un tránsito, pues Prxl no refleja la
luz. Así ha sucedido durante varios millones de años, desde que sus habitantes
lo revistieron con un pigmento negro que absorbe la luz. Una labor realmente
monumental, ésta de pintar un mundo, para unas criaturas que miden un
centímetro de estatura. Pero valió la pena, en aquella época. Cuando cambiaron
su órbita, se encontraron a salvo de sus enemigos. En aquellos días había
gigantes: crueles piratas de casi dos metros de estatura procedentes de Deimos.
También llegaron a la Tierra un par de veces; antes de que desaparecieran de la
escena. Gigantes que mataban porque les gustaba. Los informes de las ciudades,
ahora enterradas, de Deimos podrían explicar lo que ocurrió con los
dinosaurios. Y por qué los prometedores hombres de Cromagnón desaparecieron
sólo unos pocos minutos cósmicos después de que los dinosaurios se trasladaran
hacia el oeste.
Pero Prxl
sobrevivió. Era un mundo diminuto que ya no reflejaba los rayos solares, y que
despistó a los asesinos cósmicos al cambiar su órbita.
Prxl.
Civilizado todavía, con una civilización que databa de varios millones de años
atrás. Su capa de color negro se conservaba y renovaba regularmente, más por
tradición que por temor a posibles enemigos en estos últimos días tan
degenerados. Una civilización poderosa pero estancada, que aún se mantiene en
un mundo que avanza con la misma rapidez qué una bala.
Y el ratón
Mitkey.
Klanloth, el
primer científico de una raza de científicos, tocó a su ayudante, Bemj, en lo
que habría sido el hombro de Bemj si éste hubiera tenido uno.
- Mira - le
dijo -, algo se aproxima a Prxl. Evidentemente, se trata de un objeto
propulsado artificialmente.
Bemj dirigió su
mirada hacia la visiplaca y después lanzó una onda telepática hacia el
mecanismo, que incrementó la ampliación mil veces gracias a una alteración de
los campos electrónicos. La imagen dio un salto, se desdibujó, y finalmente se
estabilizó.
- Fabricado -
dijo Bemj -. Extremadamente tosco, debo afirmar. Un primitivo cohete a
reacción. Espera, comprobaré de dónde procede.
Reunió los
datos de los cuadrantes que rodeaban la visiplaca y los lanzó como pensamientos
contra la psicobobina de la computadora, esperando que la más complicada de
todas las máquinas dirigiese todos los factores y preparase la respuesta.
Después, ansiosamente, puso su mente en contacto con el proyector. Klarloth
escuchaba de igual modo la silenciosa transmisión.
El punto exacto
de la Tierra y la hora exacta de partida. Intraducible expresión de la curva de
trayectoria, y desviación de esa curva al ser atraída por el campo
gravitacional de Prxl. El destino - o mejor dicho, el destino previsto
inicialmente - del cohete era obvio. La Luna de la Tierra. Hora y lugar de
llegada a Prxl si el curso actual del cohete no cambiaba.
Bemj asintió.
- Catapultas.
Arcos y flechas: Han dado un gran paso adelante desde entonces, aunque esto
sólo sea un cohete muy primitivo. ¿Lo destruimos antes de que llegue?
Klanloth meneó
pensativamente la cabeza.
- Le echaremos
un vistazo. Quizá eso pueda ahorrarnos un viaje a la Tierra; juzgaremos
bastante bien su presente estado de desarrollo por el cohete en sí.
- Pero,
entonces, tendremos que...
- Naturalmente.
Llama a la Estación. Diles que enfoquen los atractorrepulsores sobre él y que
lo hagan girar en una órbita provisional hasta que tengan preparado un soporte
de desembarco. Que no olviden inutilizar los explosivos con agua antes de
bajarlo.
- ¿Un campo de
fuerza temporal alrededor del punto designado para el aterrizaje.., por si
acaso?
- Naturalmente.
Así fue como, a
pesar de la casi total ausencia de atmósfera en la que las hélices podían haber
funcionado, el cohete se posó sin novedad y tan suavemente que Mitkey, en el oscuro
compartimiento, sólo se dio cuenta de que el ruido había cesado.
Mitkey se
sintió mejor. Comió algo más del queso con el que el compartimiento estaba
liberalmente provisto. Después siguió tratando de hacer un agujero con los
dientes en la madera de treinta centímetros de espesor con la que el
compartimiento estaba revestido. Ese revestimiento de madera fue una buena idea
del Herr Profesor respecto al bienestar mental de Mitkey. Comprendió que Mitkey
trataría de abrir un agujero para escapar, lo cual le mantendría
suficientemente ocupado en ruta para no lanzar sus estridentes chillidos. La
idea dio resultado; al estar ocupado, Mitkey no había sufrido durante su oscuro
encierro. Y ahora que reinaba el silencio, roía más industriosa y felizmente
que nunca, sin saber que cuando hubiese atravesado la madera, tropezaría con
una lámina de metal que no podría roer. Pero gente mejor que Mitkey ha
tropezado con cosas tanto o más difíciles de roer.
Mientras tanto,
Klarloth y Bemj, rodeados por varios miles de prxlianos, tenían los ojos
levantados hacia el gigantesco cohete que, incluso tendido de costado, se
elevaba muy por encima de su cabeza. Algunos de los más jóvenes, olvidándose
del campo de fuerza invisible, se acercaron demasiado para regresar casi en
seguida, frotándose tristemente la cabeza.
El propio
Klarloth se hallaba frente al psicógrafo.
- Dentro del
cohete hay vida - dijo a Bemj -, pero las impresiones son confusas. Es una
criatura, pero no puedo seguir sus procesos mentales. En este momento da la impresión
de estar haciendo algo con los dientes.
- No puede
tratarse de un terrícola, un miembro de la raza dominante. Son mucho más
grandes que este enorme cohete. Son verdaderos gigantes. Tal vez, como no
podían construir una nave de su tamaño, hayan enviado a una criatura
experimental, como nuestros animales de pruebas.
- Creo que
tienes razón, Bemj. Bueno, cuando hayamos explorado detenidamente su mente, es
posible que de todos modos nos ahorremos el viaje a la Tierra. Voy a abrir la
puerta.
- Pero el aire...,
las criaturas de la Tierra necesitarían una atmósfera más densa. No viviría.
- Mantendremos
el campo de fuerza, desde luego. Esto hará que el aire no se escape. Es
evidente que dentro del cohete hay un suministro de aire o, de lo contrario, la
criatura no habría sobrevivido al viaje.
Klarloth
accionó los mandos, y el campo de fuerza extendió unos seudópodos invisibles,
desatornilló la puerta exterior y abrió la puerta interior que conducía al
compartimiento.
Todos los
prxlianos contuvieron la respiración mientras una monstruosa cabeza gris
aparecía por la enorme abertura. Unos gruesos bigotes, cada uno de ellos tan
largo como el cuerpo de un prxliano...
Mitkey bajó de
un salto y dio un paso adelante, golpeándose fuertemente la nariz, contra algo
que no se veía. Lanzó un chillido y retrocedió hacia el cohete.
El rostro de
Bemj expresaba la más completa decepción al observar al monstruo.
- Parece mucho
menos inteligente que nuestros animales de pruebas. Lo mejor sería aniquilarlo
con un rayo.
- De ninguna
manera - interrumpió Klarloth -. Te olvidas de ciertos hechos evidentes. La
criatura no es inteligente, desde luego, pero el subconsciente de todos los
animales encierra todos los recuerdos, todas las impresiones y todas las
imágenes sensoriales a los cuales ha estado sujeto. Si esta criatura ha oído
alguna vez el idioma de los terrícolas, o ha visto alguna de sus obras, aparte
de este cohete, cada palabra y cada imagen se ha grabado indeleblemente en su
mente. ¿Comprendes lo que quiero decir?
- Claro que sí.
¡Qué tonto he sido, Klarloth! Bueno, el cohete en sí nos demuestra una cosa: no
tenemos nada que temer de la ciencia de la Tierra durante unos cuantos milenios
como mínimo. Así que no hay prisa, lo cual es una suerte. Porque hacer
retroceder los recuerdos de la criatura hasta su nacimiento y observar todas
las impresiones sensoriales en el psicógrafo requerirá... Bueno, un tiempo
equivalente a la edad de la criatura, sea de la clase que sea, además del
tiempo que necesitemos para interpretar y asimilar cada uno de ellos.
- Pero eso no
será necesario, Bemj.
- ¿No? Oh,
¿estás pensando en las ondas X-19?
- Exactamente.
Si las enfocamos sobre el centro cerebral de esta criatura, pueden aumentar su
inteligencia, que ahora debe de ser de 0001 en la escala establecida, hasta el
punto de convertirla en una criatura racional, sin, alterar ninguno de sus
recuerdos. Casi automáticamente, durante el proceso, asimilará sus propios
recuerdos y los comprenderá de igual modo que si hubiera sido inteligente en la
época que recibió esas impresiones.
»¿Lo
comprendes, Bemj? Separará automáticamente los datos triviales y podrá
responder a nuestras preguntas.
- Pero ¿es que
piensas hacerle tan inteligente como...?
- ¿Como
nosotros? No, las ondas X-19 no lo conseguirían. Yo diría que pueden hacerle
llegar a un 2 de la escala. Eso, a juzgar por el cohete y lo que recordamos de
los terrícolas desde que fuimos a visitarlos por última vez, es el lugar que
ellos ocupan en la escala de inteligencia.
- Hummm, sí. A
este nivel, comprenderá sus experiencias en la Tierra hasta el punto que no
resultará peligroso para nosotros. Igual que un terrícola inteligente. Es lo
que nos conviene. Oye, ¿le enseñaremos nuestro idioma?
- Espera - dijo
Klarloth. Estudió detenidamente el psicógrafo durante unos momentos -. No, no
lo creo. El debe de tener un idioma propio. Veo que en su subconsciente hay
recuerdos de largas conversaciones. Es extraño, pero todas parecen ser
monólogos de una sola persona. Pero la cuestión es que ya conoce un idioma...,
aunque sea muy simple. Necesitaría mucho tiempo, aunque le sometiéramos a
tratamiento, para captar los conceptos de nuestro propio método de
comunicación. Pero nosotros podemos aprender el suyo, mientras él está bajo la
máquina X-19, en unos pocos minutos.
- ¿Sabes si,
ahora, es capaz de entender algo de su idioma?
Klarloth
estudió nuevamente el psicógrafo.
- No, no creo
que él... Espera, hay una palabra que parece tener cierto significado para él.
Es la palabra «Mitkey». Creo que es su nombre, y lo más probable es que,
después de oírlo muchas veces, lo asocie vagamente consigo mismo.
- En cuanto a
sus habitaciones..., ¿con antecámaras de compresión y todo eso?
- Naturalmente.
Ordena que las construyan.
Decir que para
Mitkey fue una extraña experiencia sería injusto. Los conocimientos son algo
extraño, incluso cuando se adquieren gradualmente. Pero cuando te los
infunden...
También hubo
otros detalles que fue necesario arreglar. Como el de las cuerdas vocales. Las
suyas no estaban adaptadas al idioma que de pronto descubrió saber. Bemj se
encargó de ello; difícilmente se le podría llamar operación porque Mitkey -
incluso con su recién adquirida inteligencia - no sabía lo que estaba
ocurriendo, y se encontraba despierto cuando le sometieron a ella. Además, no
explicaron a Mitkey lo que era la dimensión J, con la cual se podía llegar al
interior de las cosas sin atravesar la capa externa.
Se imaginaron
que estas cosas no interesaban a Mitkey y, de todos modos, ellos preferían
aprender de él que enseñarle. Bemj y Klarloth y una docena más gozaron de este
privilegio. Si uno de ellos no le hablaba, otro lo hacía.
Sus preguntas
contribuyeron a que su propia comprensión aumentara. Normalmente no sabía que
sabía la respuesta a una pregunta hasta que se la formulaban. Entonces unía
varios factores, sin saber exactamente cómo lo hacía (de igual modo que ustedes
o yo ignoramos cómo sabemos las cosas) y les contestaba.
Bemj:
- ¿Puedes
decirnos si este idioma que hablas es universal?
Y Mitkey,
aunque jamás se le había ocurrido pensar en ello, tenía la respuesta preparada:
- No, no lo es.
Es inglés, berro rrecuerrdo que el Herr Brofessor hablaba otrros idiomas. Me
barrece que orriginarriamente él hablaba otrro, berro en Amérrica siembrre
hablaba inglés barra familiarrizarrse con él. Es un idioma brrecioso, ¿verrdad?
- Humm - dijo
Bemj.
Klarloth:
- En cuanto a
tu rraza, los rratones; ¿os trratan bien?
- La mayorr
barrte de la gente, no - contestó Mitkey. Y lo explicó -: Me gustarría hacerr
algo borr ellos - añadió -. Borr ejemblo, ¿no bodrría llevarme mitt mí estre
broceso que habéis utilizado conmigo? Lo ablicarría a otrros rratones y
crearría una rraza de superr-rratones.
- ¿Borr qué no?
- preguntó Bemj.
Vio que
Klarloth le miraba de un modo extraño, e inmediatamente puso su mente en
relación con la del otro científico, excluyendo a Mitkey de este silencioso
intercambio de ideas.
- Sí, desde
luego - contestó Bemj a Klarloth -, a causarnos problemas. Dos clases de seres
tan distintos como los hombres y los ratones no pueden convivir pacíficamente
en un plano de igualdad. Pero ¿acaso esto no redundaría en beneficio nuestro?
El progreso de la Tierra disminuiría, y nosotros disfrutaríamos de unos cuantos
milenios más de paz antes de que los terrícolas descubrieran que estamos aquí,
y alterasen las estrellas. Ya conoces a esos terrícolas.
- ¿Acaso
sugieres que les entreguemos las ondas X-19? Podrían...
- No, claro que
no. Sin embargo, podemos explicar a Mitkey la forma de hacer una máquina muy
primitiva para generarlas. Una máquina lo bastante tosca como para elevar el
cociente de inteligencia de los ratones de 0001 a 2, para igualarlos a Mitkey y
a los terrícolas.
- Es posible -
respondió mentalmente Klarloth -. No hay duda de que tardarán muchos eones en
comprender su principio básico.
- Pero ¿no
podrían utilizar incluso una máquina tan tosca para elevar su propio nivel de
inteligencia?
- Olvidas,
Bemj, la limitación básica de los rayos X-19; que nadie puede diseñar un
proyector capaz de elevar la inteligencia hasta un punto de la escala superior
al propio. Ni siquiera nosotros.
Toda esta
conversación se desarrolló, naturalmente, en silencioso prxliano, sin que
Mitkey interviniese para nada.
Las entrevistas
prosiguieron.
Klarloth otra
vez:
- Mitkey,
debemos adverrtirrte una cosa. Evita cualquierr descuido con la electrricidad.
Der nuevo arreglo de tu centrro cerrebrral... es inestable, und...
Bemj:
- Mitkey,
¿estás seguro de que tu Herr Profesorr es el más avanzado de todos los que
egsperrimentan con der cohetes?
- En generral,
si, Bemj. Hay otrros que quizá seban más que él en un tema específico, como
egsblosivos, matemáticas, astrrofísica, y otrros, berro no crreo que mucho más.
Und barra combinarr estos conocimientos, él es el brrimerro.
- Está bien -
repuso Bemj.
Un ratoncillo
gris que se alzaba como un dinosaurio sobre unos minúsculos prxlianos de un
centímetro. A pesar de ser una criatura apacible, Mitkey habría podido matar a
cualquiera de ellos con un solo mordisco. Pero, naturalmente, jamás se le
ocurrió hacerlo, ni a ellos temer que lo hiciera.
No dejaron ni
un solo rincón de su mente sin explorar. También realizaron un buen trabajo en
lo que respecta al estudio de su físico, pero esto se hizo a través de la
dimensión J, y Mitkey ni siquiera se enteró de ello.
Descubrieron lo
que le mantenía con vida, y descubrieron todo lo que sabía y algunas cosas que
él ni siquiera creía saber. Y todos se encariñaron mucho con él.
- Mitkey - le
dijo Klarloth un buen día -, todas der rrazas civilizadas de la Tierra van
vestidas, ¿verrdad? Bueno, si tú biensas elevarr a los rratones hasta el nivel
de los hombrres, ¿no serría conveniente que también vosotrros llevarrais algo
de rroba?
- Una
egscelente idea, Herr Klarloth. Und yo sé que me gustarría. Una vez, der Herr
Profesor me enseñó un dibujo de un rratón bintado borr der artista Disney, und
der rratón iba vestido. Derr rratón no erra rreal, sino imaginarrio, und der
Brofessor me bautizó igual que der rratón de Disney.
- ¿Cómo iba
vestido, Mitkey?
- Llevaba unos
bantalones rrojos mitt dos grrandes botones amarrillos delante und dos detrrás,
und zapatos amarrillos en los bies trraserros und un barr de guantes amarrillos
en los delanterros. Un agujerro en la barrte bosterrior de der bantalones barra
la cola.
- De acuerrdo,
Mitkey. Dentrro de cinco minutos estarrá todo listo.
Esto tuvo lugar
la víspera de la marcha de Mitkey. Primeramente, Bemj sugirió esperar el
momento en que la órbita excéntrica de Prxl los llevara de nuevo a doscientos
mil kilómetros de la Tierra. Sin embargo, tal como Klarloth hizo notar, esto
sucedería al cabo de cincuenta y cinco años de la Tierra, y Mitkey no viviría
tanto. A menos que ellos... y Bemj se mostró de acuerdo en no enviar a la
Tierra un secreto como aquél.
De modo que se
limitaron a abastecer el cohete de Mitkey con un combustible que le permitiría
viajar los casi dos millones de kilómetros que le separaban de la Tierra. El
posible descubrimiento de este secreto no les preocupó, ya que el combustible
se habría agotado cuando el cohete aterrizase.
Llegó el día de
la partida.
- Hemos hecho
lo bosible, Mitkey, barra que tu cohete aterrice cerrca del sitio de la Tierra
donde desbegaste. Sin embarrgo, no bodemos garrantizarrte una egsactitud, tan
grrande en un viaje de tantos kilómetrros. El rresto es cosa tuya. Hemos
equibado el cohete barra cualquierr contingencia.
- Grracias, Herr Klarloth, Herr Bemj. Adiós.
- Adiós,
Mitkey. Sentimos mucho verrte parrtirr.
- Adiós,
adiós...
Tratándose de
casi dos millones de kilómetros, los cálculos fueron realmente excelentes. El
cohete aterrizó en Long Island Sound, a quince kilómetros de Bridgeport, y a
unos noventa kilómetros de la casa que el profesor Oberburger habitaba cerca de
Hartford.
Naturalmente,
dispusieron que el cohete cayera en el mar. El cohete se sumergió hasta el
fondo, pero antes de que se hundiera más de cinco metros, Mitkey abrió la
puerta - especialmente diseñada para abrirla desde dentro - y salió.
Encima de sus
prendas normales, llevaba un traje de submarinista que le habría protegido a
cualquier profundidad razonable y que, al ser más ligero que el agua, le llevó
rápidamente a la superficie, donde pudo abrirse el casco.
Tenía comida
suficiente para una semana pero, tal como se desarrollaron las cosas, no la
necesitó. El trasbordador nocturno de Boston le llevó a Bridgeport, agarrado a
la cadena del ancla y, en cuanto avistó la costa, se desembarazó del traje de
submarinista y dejó que se hundiera hasta el fondo tras haber perforado el
minúsculo compartimiento que lo hacía flotar, tal como prometió a Klarloth que
haría.
Casi
instintivamente, Mitkey sabía que lo mejor era evitar el encuentro con otros
seres humanos hasta haber encontrado al profesor Oberburger y haberle explicado
su historia. El mayor peligro con el que tuvo que enfrentarse lo constituyeron
las ratas del muelle donde Mitkey desembarcó. Su tamaño era diez veces superior
al de Mitkey y tenían unos dientes que habrían podido reducirle a dos mitades.
Pero la mente
siempre ha triunfado sobre la materia. Mitkey alzó un imperioso guante amarillo
y dijo: «¡Largaos!», y las ratas se largaron. Jamás habían visto nada parecido
a Mitkey, y su aspecto les impresionó.
E igual
impresión causó sobre el borracho al que preguntó por el camino de Hartford. Ya
hemos mencionado este episodio. Esta fue la única vez que Mitkey intentó una
comunicación directa con los seres humanos. Naturalmente, tomó toda clase de
precauciones. Formuló la pregunta desde una posición estratégica situada a
pocos centímetros de un agujero en el cual habría podido introducirse de un
salto. Pero el que saltó fue el borracho, sin esperar siquiera a contestar la
pregunta de Mitkey.
Pero,
finalmente, llegó a su destino. Se dirigió, a pie, hasta la zona norte de la
ciudad y se escondió detrás de una gasolinera hasta que oyó preguntar el camino
de Hartford a un motorista que se había detenido a repostar. Y Mitkey se
convirtió en polizón cuando el vehículo arrancó.
El resto no fue
difícil. Los cálculos de los prxlianos demostraron que el punto de partida del
cohete se encontraba a ocho kilómetros terrestres al noroeste de lo que en sus
telescopomapas parecía ser una ciudad, y que, por las conversaciones del
profesor, Mitkey sabía que era Harford.
Consiguió
llegar.
- Hola,
brofesor.
El Herr
Professor Oberburger alzó la mirada, estupefacto. No vio a nadie.
- ¿Qué? -
preguntó, asombrado -. ¿Quién es?
- Soy yo,
brofesor. Mitkey, der rratón que usted envió a der Luna. Berro no he estado
allí. En cambio, he...
- ¿Qué? Es
imbosible. Alguien me está gastando una brroma. Berro..., berro nadie sabe nada
acerrca del cohete. Como frracasó, no se lo dije a nadie. Sólo yo sé...
- Y yo,
brofesor
El Herr
Professor suspiró profundamente.
- He trrabajado
demasiado. Debo estarr un poco desequilibrrado...
- No, brofesor.
Realmente soy yo, Mitkey. Ahorra puedo hablarr. Igual que usted.
- Dices que
buedes..., no lo crreo. ¿Cómo es que no te veo, entonces? ¿Dónde estás? ¿Borr
qué no...?
- Estoy
escondido, brofesor, en la bared que hay justo detrrás del agujerro grrande.
Querría asegurrarme de que todo iba bien antes de dejarrme verr. No querría que
usted se egscitarra y me tirramra algo a la cabeza.
- ¿Qué? ¡Berro,
Mitkey, erres rrealmente tú y yo no estoy dorrmido ni loco...! ¡Berro, Mitkey,
no bodías bensarr que yo iba a hacerr una cosa así!
- Está bien,
brofesor.
Mitkey salió
del agujero de la pared, y el profesor le miró, se frotó los ojos, y volvió a
mirarle, se frotó los ojos, y...
- Estoy loco -
dijo finalmente -. Lleva bantalones rrojos und guantes... No buede serr. Estoy
loco.
- No, brofesor.
Escuche, se lo contarré todo.
Y Mitkey se lo
contó.
Un atardecer
gris, y un ratoncillo gris que seguía hablando seriamente.
- Berro,
Mitkey...
- Sí. brofesor.
Sé lo que está bensando, biensa que una rraza de rratones inteligentes y una
rraza de hombrres inteligentes no buede convivirr. Berro no serra necesarrio
convivirr; como le he dicho, en el bequeño continente de Austrralia hay muy
boca gente. Und no costarría demasiado trraerrlos aquí y dejarrr ese continente
a los rratones. Lo llamarríamos Ratonstrralia, en vez de Austrralia, und cambiarríamos
el nombrre de la cabital, Sidney, porr Disney, en honorr de...
- Berro,
Mitkey...
- Berro,
brofesor, considerre lo que ofrrecemos a cambio de ese continente. Todos los
rratones se irrían allí. Civilizamos a unos cuantos y los civilizados nos
ayudan a atrrabarr a otrros, nos los trraen, y los sometemos a la acción de la
máquina de rrayos, y otrros atrraban a más y nos ayudan a constrruirr más
máquinas und serrá como una bola de nieve rrodando montaña abajo. Und firrmamos
un bacto de no agrresión mitt los humanos und nos quedamos en Ratonstrralia und
cultivamos nuestrra brrobia comida und...
- Berro,
Mitkey...
- Und mirre lo
que le ofrrecemos a cambio, herr brofesor: egsterrminarremos a su beorr
enemigo... der rratas. A nosotrros tamboco nos gustan. Und un batallón de mil
matones, arrmados mitt máscarras de gas y bequeñas bombas de gas bodrría
entrrar en todos los agujerros en berrsecución de der rratas y egsterrminarr a
todas las rratas de la ciudad en uno o dos días. Bodrríamos egsterrminamr a
todas las rratas del mundo en el blazo de un año; und al mismo tiembo atrrabarr
y civilizarr a todos los rratones y embarrcarrlos hacia Ratonstrralia, unci...
und...
- Berro,
Mitkey...
- ¿Qué,
brofesor?
- Bodrría darr
rresultado, berro no darrá rresultado. Vosotrros bodrríais egsterrminarr der
rratas, sí. Berro ¿cuánto tiembo transcurrirría antes de que los conflictos de
interreses hicierran que der rratones intentarran egsterrminarr a der berrsonas
o der berrsonas intentarran egsterrminarr der...
- ¡No se
atrreverrian, brofesor! Bodemos fabricarr arrmas que...
- ¿Lo ves,
Mitkey?
- Berro no
sucederrá. Si der hombrres rrespetan nuestrros derrechos, nosotrros
rrespetarremos...
El Herr
Professor suspiró.
- Yo..., yo te
harré de interrmediarrio, Mitkey, und egsbondrré tu brrobosición, und... Bueno,
es verrdad que librrarse de der rratas serría una grran cosa barra der rraza
humana. Berro...
- Grracias,
brofesor.
- Borr cierrto,
Mitkey. Tengo a Minnie. Me imagino que es tu esbosa, aunque también había
otrros rratones porr aquí. Está en der otrra habitación; la puse allí justo
antes de que tú llegarras, barra que estuvierra a oscurras y budierra dorrmirr.
¿Quierres verrla?
- ¿Mi esbosa? -
preguntó Mitkey. Había pasado tanto tiempo que realmente se había olvidado de
la familia que tuvo que abandonar. Los recuerdos volvieron lentamente -. Bueno
- dijo -, hum..., sí. Constrruirré rrápidamente un bequeño broyectorr de X-19
und... Sí, sus negociaciones serrán más fáciles si der gobierrnos ven que somos
varrios, y de este modo no crreerrán que soy un monstruo.
No fue algo
deliberado. No pudo serlo, porque el profesor no sabía nada sobre la
advertencia de Klarloth acerca de posibles descuidos con la electricidad... Der
nuevo arreglo molecularr de tu centrro cerrebrral... es inestable, und...
El profesor aún
estaba en la habitación iluminada cuando Mitkey irrumpió en la estancia donde
Minnie se hallaba en su jaula sin barrotes. Estaba dormida, y al verla... Los
recuerdos de otros días volvieron en tropel y, de pronto, Mitkey se dio cuenta
de lo solo que había estado.
- ¡Minnie! -
exclamó, olvidándose de que ella no podía comprenderle.
Y entró en la
caja de madera donde dormía. Se produjo una descarga. La suave corriente
eléctrica existente entre las dos tiras de papel de estaño le alcanzó de lleno.
Hubo un rato de
silencio.
Después:
- Mitkey -
llamó Herr Proffessor -, ven y hablarremos de todo esto...
Entró en la
habitación y los vio, a la grisácea luz del amanecer, dos ratoncillos grises
fuertemente abrazados. No habría podido decir cuál era cuál, porque los dientes
de Mitkey habían rasgado las prendas rojas y amarillas que súbitamente se
convirtieron en objetos extraños y molestos.
- ¿Qué
demonios...? - preguntó el profesor Oberburger. Entonces se acordó de la
corriente, y adivinó lo sucedido -. ¡Mitkey! ¿Es que ya no buedes hablarr?
¿Acaso der...?
Silencio.
Después, el
profesor sonrió.
- Mitkey - dijo
-, mi bequeño rratón estelarr. Crreo que ahorra erres más feliz..
Los contempló
un momento, afectuosamente, y después accionó el interruptor que eliminaba la
barrera eléctrica. Claro que ellos no sabían que eran libres, pero cuando el
profesor los cogió y los depositó cuidadosamente en el suelo, uno de ellos echó
a correr hacia el agujero de la pared. El otro le siguió, pero volvió la cabeza
y miró hacia atrás, con algo de estupefacción en los ojillos negros, una
estupefacción que se fue desvaneciendo.
- Adiós,
Mitkey. Así serrás más feliz. Und siembrre tendrrás queso en abundancias
El ratoncillo
gris lanzó uno de sus característicos chillidos, y se introdujo en el agujero.
«Adiós»...
podría, o no, haber querido decir.
FIN
Edición digital
de Paul Atreides