Mario Benedetti - Ni Cinicos Ni Oportunistas



     Parece que, en un reciente viaje a Holanda, Mario Vargas Llosa tuvo que
     responder a varias preguntas relacionadas con mi artículo «Ni corruptos ni
     contentos», originalmente aparecido en El País y posteriormente
     reproducido en el diario holandés Volkskrant. A mí, en cambio, me acosaron
     (estuve en Amsterdam pocos días después) con preguntas referidas a las
     declaraciones de mi tocayo. Como no sé holandés, tuve que hacer confianza
     en mis traductores, y ellos me dijeron que, según Vargas Llosa, lo de
     «corruptos y contentos» había sido una mala interpretación del periodista
     italiano Valeno Riva, y dejó constancia de que sólo había querido decir
     que los escritores latinoamericanos éramos «cínicos y oportunistas». Tengo
     conmigo un ejemplar del semanario holandés HP, en el que apareció la
     entrevista, y, efectivamente, allí están, en medio de un piélago de
     palabras holandesas, algunas que se parecen bastante a las de otras
     lenguas más accesibles: latjnamerikaanse schrijvers, cynisch y
     opportunist. Cuando un periodista holandés me pidió un comentario sobre
     los nuevos calificativos, le respondí que tal vez se trataba de un nuevo
     malentendido y que probablemente el entrevistado sólo había querido decir
     que éramos «holgazanes y rateros».
     Como bien lo señala Vargas Llosa en sus artículos («Entre tocayos», I y
     II, El País, 14 y 15 de junio de 1984), en verdad hace muchos años que no
     nos vemos, y esta polémica ha servido al menos para enteramos de que nos
     seguimos leyendo mutuamente y con gusto. Con ello ha quedado claro que
     nuestras diferencias no son específicamente literarias. Este nuevo
     artículo no es para prolongar la polémica. Creo que ya somos bastante
     maduros como para alimentar la ilusión de que los argumentos de uno vayan
     a conmover las convicciones del otro, y viceversa. Simplemente, creo
     conveniente dejar constancia de algunas observaciones y rectificaciones en
     un nivel meramente informativo.
     Nuestra mayor e irremediable diferencia está en que Vargas Llosa entiende
     (y no pongo en duda su sinceridad) que cualquier escritor latinoamericano
     que hoy apoye revoluciones corno la cubana o la nicaragüense no lo hace
     libremente y por convicción, sino por «un desconcertante conformismo en el
     dominio ideológico», Personalmente, tengo mejor opinión de mis colegas, y
     sin perjuicio de que pueda existir (¿por qué no?) algún sectario u
     obsecuente, creo (y espero que mi tocayo tampoco ponga en duda mi
     sinceridad) que la gran mayoría de escritores latinoamericanos que han
     apoyado y apoyan esas revoluciones lo hacen por propia decisión y no por
     corrupción, ni por cinismo, ni por oportunismo. Eso es lo que me conforta,
     y no, como dice Vargas Llosa, el que los intelectuales hayan renunciado a
     las ideas y a la originalidad riesgosa. Justamente porque no han
     renunciado a sus ideas y a sus riesgos es que frecuentemente son víctimas
     de formas de represión (cárcel, torturas, destierro, negación de visados,
     amenazas, etcétera.) que él, afortunadamente, no ha sufrido.
     Por otra parte, al retornar mi mención de Neruda, Vargas Llosa habla
     exclusivamente de sus «poemas en loor de Stalin», y no de sus autocríticas
     a ese respecto, que constan en Memorial de Isla Negra y también en sus
     memorias. Aunque con rumbos ideológicos contrarios, la evolución de Neruda
     acerca de Stalin siguió un proceso bastante similar al de Vargas Llosa con
     respecto a Cuba. Sólo que él juzga su propio cambio como un signo de
     libertad, y, en cambio, el de Neruda ni siquiera lo menciona.
     Vargas Llosa me reprocha que, al citar «a un buen número de poetas y
     escritores asesinados, encarcelados y torturados por las dictaduras
     latinoamericanas», olvide mencionar a un solo cubano y, en cambio, por
     descuido, coloque a Roque Dalton «entre los mártires del imperialismo: en
     verdad, lo fue del sectarismo, ya que lo asesinaron sus propios
     camaradas». En realidad, yo hablo de veintiocho poetas «que perdieron la
     vida por razones políticas» y no incluyo al poeta salvadoreño «entre los
     mártires del imperialismo». A mayor abundamiento, le recuerdo que en mi
     antología Poesía trunca (publicada en La Habana y en Madrid), que incluye
     a esos veintiocho poetas, digo textualmente al hablar de Roque Dalton:
     «Enrolado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), organización
     salvadoreña, regresó clandestinamente a su patria, y el lo de mayo de 1975
     fue asesinado en su país por una pequeña fracción ultraizquierdista de esa
     misma organización». Por otra parte, en esa antología figuran cinco poetas
     cubanos, todos ellos asesinados por la dictadura de Batista, ya que, como
     es obvio, el gobierno revolucionario no ha matado a ningún escritor.
     Mi tocayo se agravia porque yo hablo de «ellos» y «nosotros», deduciendo
     que al incluirlo en el primer rubro lo estoy asimilando al clan de
     «alimañas» y «escorias» como Stroessner o Baby Doc, y juzga que eso es un
     «mecanismo de satanización», jamás se me ocurrida confundir al autor de La
     casa Verde con un fascista ni con un sádico como los que menciona. Cuando
     digo «nosotros» me refiero a quienes defendemos las revoluciones
     latinoamericanas, y pese a sus carencias y eventuales errores, las
     consideramos fundamentales y funcionales para la liberación de nuestros
     pueblos. Cuando digo «ellos» me refiero a quienes indiscriminadamente las
     acosan, renuncian a comprenderlas y contribuyen a bloquearlas con su
     desinformación. No sólo los «neofascistas» y las «alimañas» ejercen esa
     tarea; también los «reaccionarios de izquierda», que no faltan.
     Es obvio que a mi tocayo ya no lo seducen las revoluciones; más bien
     reclama que las reformas, aun las más radicales, «se hagan a través de
     gobiernos nacidos de elecciones», (La memoria de Salvador Allende y los
     archivos de la CIA podrían aportar algo a este respecto). Eso, por
     supuesto, excluye a todas las revoluciones que en el mundo han sido, desde
     la francesa a la soviética, desde la mexicana a la argelina, desde la
     cubana a la nicaragüense. Quizá mi tocayo haya olvidado que aun la
     revolución norteamericana debió esperar trece años desde la declaración de
     independencia hasta la elección y asunción de su primer presidente
     constitucional. La exigencia electoral de Vargas Llosa incluye, en cambio,
     a gobernantes como Somoza, Stroessner y otras «alimañas» que nunca
     olvidaron ese requisito formal. Y también comprende a El Salvador, en
     cuyos recientes comicios la exclusión de la izquierda, según Vargas Llosa,
     «limita pero no invalida el proceso». Este último caso se podría conectar
     con las anunciadas elecciones en mi país. Por supuesto, aspiro a una
     salida democrática, pero es evidente que si esas relaciones se realizan
     (como lo exigen los militares) sin amnistía y con proscripciones, el
     proceso quedará invalidado. O sea, que hay democracia semántica para todos
     los gustos.
     No es cierto, como afirma Vargas Llosa, que nunca me haya pronunciado
     negativamente sobre hechos y actitudes del mundo socialista que hayan sido
     violatorias de los derechos humanos. Digamos que las invasiones nunca me
     gustaron, y ahí están sendos artículos, con mi opinión contraria y con mi
     firma, publicados en Marcha, de Montevideo, cuando las invasiones
     soviéticas de Hungría y Checoslovaquia. (Por cierto que este último fue
     reproducido en La Habana, pese a que, obviamente, no coincidía con la
     posición del Gobierno cubano). Sobre la invasión de Afganistán, mi opinión
     negativa figura en más de un artículo publicado en estas mismas páginas.
     Reconozco, sin embargo, que éstos no son mis temas prioritarios.
     Creo que para el proceso de liberación económica, social y política de
     América Latina, el enemigo no es exactamente la URSS, sino,
     definitivamente, Estados Unidos. (En una reciente encuesta europea, el
     pueblo español opinó en el mismo sentido). Hasta ahora, al menos, todos
     los bloqueos, invasiones, adiestramientos de torturadores, campañas de
     esterilización e intereses leoninos, que sufren nuestros países, no
     provienen de la Unión Soviética, sino de Estados Unidos. De modo que
     también en las alertas hay prioridades.
     Por tales razones, y no por cinismo, los uruguayos no entendemos muy bien,
     por ejemplo, que Vargas Llosa haya prestigiado con su nombre y su
     celebridad un congreso de intelectuales organizado, creo que en Colombia,
     por la secta Moon. Sé que mi tocayo declaró a un periódico montevideano
     que allí había podido expresarse con absoluta libertad, y no lo dudo, ya
     que las implacables críticas que él generalmente dedica a los
     intelectuales de izquierda deben haber sonado como música celestial en los
     oídos del surcoreano. Sin Myung Moon y/o los adeptos de la Iglesia de la
     Unificación. Por si no lo sabe, le informo que los moonies han invadido
     literalmente Uruguay (hotelería, bancos, prensa, editoriales, imprentas,
     etcétera, figuran entre sus vertiginosas adquisiciones), todo ello con la
     complicidad de la dictadura. Ya hay quienes dicen que muy pronto la
     capital uruguaya se Ilamará «Moontevideo». El dictador teniente general
     Gregorio (Goyo) ÁIvarez (uno de sus más cercanos familiares es el
     vicepresidente del conglomerado nacional de la Moon) ha dicho: «Es una
     secta religiosa basada fundamentalmente en su lucha contra el comunismo,
     que aspira a hacer inversiones en nuestro País en el campo de la
     construcción y en el área del periodismo», y agregaba: «Con respecto a la
     lucha contra el comunismo, es obvio decir que pensamos igual», ¿Vale la
     pena aclarar que mi conflictivo pronombre «ellos» también incluye a los
     moonies?
     Hace ya unos cuantos años que mi tocayo señaló, con una imagen que hizo
     carrera, que la literatura ha de ser siempre subversiva y que el escritor
     debe ser una suerte de buitre que esté siempre dando vueltas sobre la
     carroña. Reconozco que mi vocación de buitre es prácticamente nula, y
     también que la capacidad subversiva del la literatura es viable y
     defendible cuando el escritor distingue honestamente algo que subvertir,
     pero no como obligación eterna y menos como un deporte. Parece claro y
     elemental que si lucho por una sociedad más justa, cuando ese cambio, así
     sea primariamente, se produce, tratar de subvertir la situación
     equivaldría a proclamar una vuelta a la injusticia.
     Concuerdo con mi tocayo en que a ambos nos gustan las novelas largas,
     pero, en cambio, no estoy tan seguro de que nos pongamos de acuerdo sobre
     las razones y el color de la injusticia. Lo demás es (efectivamente)
     literatura, aunque sea tan buena como la de Mario Vargas Llosa.