No necesito decirles, señores, que la situación mundial es muy seria (...). Al
considerar lo que se precisa para la rehabilitación de Europa, la pérdida
física de vida, la destrucción visible de ciudades, factorías, minas y
ferrocarriles, fueron correctamente estimadas, pero se ha hecho obvio en los
últimos meses que esta destrucción visible era probablemente menos seria que
la dislocación de toda la fábrica de la economía europea (...).
La verdad de la cuestión es que las necesidades de Europa
para los próximos tres o cuatro años en alimentos y otros productos esenciales
procedentes del exterior, principalmente de América, son tan superiores
a su presente capacidad de pago, que tienen que recibir una ayuda adicional
sustancial o enfrentarse con un deterioro económico, social y político de un
carácter muy grave.
El remedio consiste en romper el círculo vicioso y
restaurar la confianza de la gente europea en el futuro económico de sus
propios países y de Europa como un todo. El fabricante y el granjero a lo
largo y ancho de amplias áreas tiene que tener capacidad y voluntad de cambiar
sus productos por monedas cuyo valor continuo no esté constantemente en
cuestión.
Dejando a un lado el efecto desmoralizador sobre el ancho
mundo y las posibilidades de desórdenes resultantes de la desesperación de la
gente afectada, las consecuencias para la economía de los Estados Unidos
parecen evidentes a todos. Es lógico que los Estados Unidos hagan cuanto esté
en su poder para ayudar a volver a una salud económica normal en el mundo, sin
la cual no cabe estabilidad política ni paz segura. Nuestra política no va
dirigida contra ningún país, ni ninguna doctrina, sino contra el hambre, la
pobreza, la desesperación y el caos. Su objetivo debe ser la vuelta a la vida
de una economía operante en el mundo, de forma que permita la aparición de
condiciones políticas y sociales en las que puedan existir instituciones
libres. Tal ayuda, a mi modo de ver, no debe llevarse a cabo en pedazos a
medida que se desarrollen las crisis. Cualquier ayuda que este Gobierno pueda
prestar en el futuro debe procurar una cura antes que un simple paliativo.
Cualquier gobierno que esté dispuesto a ayudar en la
tarea de la recuperación, encontrará, estoy seguro de ello, plena cooperación
por parte del Gobierno de los Estados Unidos. Cualquier gobierno que maniobre
para bloquear la recuperación de otros países no puede esperar apoyo de
nosotros. Más aún, los gobiernos, partidos políticos o grupos que traten de
perpetuar la miseria humana al objeto de aprovecharse de ella políticamente o
de otra manera, encontrarán la oposición de los Estados Unidos.
Es ya evidente que, antes de que el Gobierno de los
Estados Unidos pueda ir mucho más lejos en sus esfuerzos para aliviar la
situación y ayudar a situar al mundo entero en su camino hacia la
reconstrucción, tiene que haber algún acuerdo entre los países de Europa en
cuanto a lo que requiere la situación y a la parte que estos países mismos
tomarán en orden a dar el adecuado efecto a cualquier acción que pueda ser
emprendida por este Gobierno. No resultaría ni conveniente ni eficaz para este
Gobierno intentar montar unilateralmente un programa encaminado a poner a
Europa de pie económicamente. Este es el asunto de los europeos. La
iniciativa, pienso yo, tiene que venir de Europa. El papel de este país debe
consistir en una ayuda amistosa en la elaboración de un programa europeo y un
ulterior apoyo a dicho programa en la medida en que pueda ser práctico para
nosotros hacerlo. El programa debería ser un programa combinado, aceptado por
un buen número de naciones europeas, si no por todas.
Parte esencial de cualquier acción afortunada por parte
de los Estados Unidos es que el pueblo de América comprenda, por su parte. el
carácter del problema y los re medios a aplicar. La pasión política y los
prejuicios no deben intervenir. Con previsión, y con la voluntad de nuestro
pueblo de enfrentarse con la ingente responsabilidad que la historia ha puesto
claramente sobre nuestro país, las dificultades que he subrayado pueden ser
superadas, y lo serán.
Discurso de George Marshall
Universidad de Harvard
6 de Junio de 1947